Me llamo Cristian. Tengo diez años, pero siento que he vivido mil vidas en tan poco tiempo. No puedo olvidar ese día, ni el miedo, ni el frío, ni el dolor que sentí cuando papá y yo nos perdimos en ese camino oscuro y peligroso en México.

Papá siempre me decía que todo valía la pena si llegábamos a la “tierra prometida”, Estados Unidos. Él quería una vida mejor para nosotros, y yo confiaba en sus palabras, aunque no entendía del todo lo que eso significaba. Salimos juntos de Guatemala, llenos de esperanza, pero pronto la realidad nos golpeó con toda su crudeza.

Cruzamos ríos, caminos polvorientos, y bosques sin saber qué peligros nos acechaban. Pero nada me preparó para lo que pasó en Veracruz, cuando todo cambió. Sentí un corte profundo en mi cuello… el miedo me paralizó, pero lo peor fue ver a papá, mi héroe, tirado junto a mí, sin vida, con una herida terrible.

Cuando me encontraron, estaba casi sin fuerzas, pero seguía respirando, aferrándome a la idea de que aún podía luchar. No sabía si era un milagro, o solo mi voluntad de vivir. La gente dice que fui muy valiente, pero yo solo quería que papá estuviera conmigo, que todo volviera a ser como antes.