La luz amarillenta del farol de la calle se filtraba por la ventana, proyectando sombras largas y deformes sobre el techo del pequeño departamento en la colonia Narvarte, Ciudad de México. Mauricio yacía de lado, observando las líneas de luz y sombra mientras el suave respirar de su esposa, Camila, llenaba la habitación silenciosa. Hacía meses que el sueño no era completo para Mauricio. Desde “aquel día”, una grieta invisible se había formado en la fortaleza que él pensaba era su hogar.
Camila, su esposa, era una mujer inteligente, ambiciosa y siempre dispuesta a crecer en su carrera. Trabajaba en una empresa trasnacional como jefa de administración. La vida de ambos era tranquila: Mauricio, ingeniero civil, tenía un empleo estable aunque demandante; juntos habían construido un hogar acogedor, dos hijos pequeños y una modesta cuenta de ahorros para el futuro. Mauricio se sentía orgulloso de Camila, de su independencia y su empuje. Estaba convencido de que, con el esfuerzo de ambos, la familia seguiría prosperando.
Seis meses atrás, la empresa de Camila atravesó cambios importantes. El antiguo director general se jubiló y llegó un nuevo jefe: el licenciado Rodrigo Torres, famoso por su exigencia y su ambición. Camila fue promovida a asistente personal del director, un puesto que, según sus palabras, “era una oportunidad de oro para ascender”.
Desde entonces, todo empezó a cambiar. Camila llegaba cada vez más tarde a casa. Al principio, eran juntas de último minuto, luego viajes de trabajo cortos a Monterrey, Guadalajara o incluso Cancún. Mauricio comprendía: el nuevo puesto implicaba más responsabilidad. Se esforzaba por encargarse de la casa y los niños, para que Camila pudiera brillar en su trabajo. Él confiaba plenamente en ella.
Pero los cambios se hicieron más notorios y extraños. Camila empezó a quedarse despierta hasta tarde, enviando mensajes por WhatsApp. El “ping” de las notificaciones resonaba en la noche, a veces eran llamadas largas y susurradas. Si Mauricio preguntaba, ella respondía que era “del trabajo”, que “el licenciado Torres necesitaba resolver cosas urgentes”. El celular se volvió inseparable de Camila: incluso al dormir, lo ponía bajo la almohada o boca abajo sobre la mesa de noche.
Mauricio luchaba contra las dudas. Se repetía que Camila era una mujer de familia, que amaba a sus hijos y a él. Que el ambiente laboral era competitivo y exigente, y que era normal tener que responder mensajes a cualquier hora. Pero poco a poco, la confianza de Mauricio se fue desgastando.
Una noche, mientras fingía leer un libro en la cama, escuchó el sonido de un mensaje. Camila se sobresaltó, tomó el teléfono rápidamente y ocultó la pantalla. Por un instante, Mauricio alcanzó a ver en la pantalla bloqueada una frase: “Te extraño”.
El corazón de Mauricio dio un vuelco. ¿“Te extraño”? ¿Quién le escribiría eso a su esposa a medianoche?
No preguntó nada. Fingió no haber visto. Pero esa noche no pudo dormir. La frase se repetía en su mente una y otra vez.
En los días siguientes, Mauricio comenzó a observar a Camila con más atención. La veía sonreír sola al leer mensajes, evitar su mirada cuando él intentaba ver la pantalla. Notaba una distancia creciente entre ellos, un muro invisible que se hacía cada vez más alto. La duda se convirtió en una presencia constante, como una termita que carcomía su tranquilidad.
La gota que derramó el vaso llegó una noche lluviosa. Los niños ya dormían. Mauricio, acostado, fingía dormir mientras Camila escribía en su celular, la luz azul iluminando su rostro. De repente, no pudo más. Extendió la mano y tomó el teléfono de Camila.
Ella se sobresaltó y trató de arrebatárselo.
—¿Qué haces? —susurró, molesta.
Mauricio no respondió. Desbloqueó el celular. El último mensaje era del “Lic. Torres”.
“Te extraño. Esta vez actuaste muy bien. Sigue así. No olvidaré mi promesa.”
Y el mensaje que Camila acababa de enviar: “Gracias, haré todo lo posible. Todo por el futuro de mis hijos.”
Mauricio sintió un frío recorrerle el cuerpo. “Te extraño”. “Actuaste muy bien”. “Promesa”. “Futuro de mis hijos”. Las piezas encajaban, pero el cuadro resultante era grotesco.
Respiró hondo, intentando controlar la voz.
—Camila… ¿Qué significan estos mensajes?
Camila se incorporó, mirándolo con una frialdad desconocida.
—¿Ya los leíste?
—Sí —respondió Mauricio, temblando—. Quiero que me lo expliques. Ahora.
Camila suspiró, como si ya estuviera cansada de esa conversación.
—No hay nada que explicar. Ya lo viste todo.
—Quiero escucharlo de ti —insistió Mauricio, desesperado—. ¿Por qué esos mensajes? ¿“Te extraño”? ¿“Actuaste muy bien”? ¿Y “el futuro de mis hijos”?
Camila no mostró ni un rastro de culpa.
—Así es. Estoy fingiendo ser la amante del licenciado Torres.
Mauricio se quedó sin palabras.
—¿Fingiendo? —balbuceó.
Camila apartó la mano de él.
—¿Sabes lo que digo? —continuó, con voz monótona—. La esposa del jefe sospecha que él le es infiel. Contrató a un detective, lo está vigilando. El licenciado necesitaba una “amante” falsa para despistarla, para que no descubriera a la verdadera.
—¿Y aceptaste? —preguntó Mauricio, con la voz rota.
—Por supuesto —contestó Camila, como si fuera lo más lógico—. Me prometió ascenderme a subdirectora, duplicar mi salario. Es una oportunidad única. Y más importante, podré asegurar el futuro de nuestros hijos.
—¿El futuro de nuestros hijos? —repitió Mauricio, con una sonrisa amarga—. ¿Y yo? ¿Y nuestra familia? ¿Solo servimos de pretexto?
Camila lo miró, visiblemente irritada.
—¿Qué dices? Todo esto lo hago por ustedes, por los niños. Con ese puesto, podrán ir a mejores escuelas, tener una vida mejor.
Mauricio se puso de pie, una mezcla de rabia y desolación lo invadía.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Convertiste nuestro matrimonio en una farsa? ¿Te convertiste en marioneta por un beneficio personal?
—¡No es una farsa! —replicó Camila, alzando la voz—. ¡Es un sacrificio! Estoy sacrificando mi reputación y mi tranquilidad por el bien de la familia. ¡Tú no entiendes la presión que tengo en el trabajo!
—¿Sacrificio? —Mauricio rió, con amargura—. ¿Sacrificio de tu dignidad? ¿De nuestra confianza? ¿De nuestro amor?
—¡No digas tonterías! —Camila gritó—. ¡Tú no entiendes nada! Es la única manera de progresar rápido, de darle a nuestra familia lo que merece.
—¿Una vida mejor a cambio de mentiras? —Mauricio la miró, decepcionado—. ¿Alguna vez pensaste en cómo me siento? Yo confié en ti…
Camila lo miró, ahora con frialdad absoluta.
—No me arrepiento de nada. Lo hago por el futuro de todos.
Mauricio sintió que la mujer que amaba se había transformado en una extraña.
Los días siguientes, el ambiente en casa era denso, casi irrespirable. Seguían viviendo juntos, cuidando a los niños, pero entre ellos solo quedaban conversaciones vacías sobre la rutina diaria.
Mauricio veía a Camila llegar tarde, seguir pegada al teléfono, sonreír con sus compañeros de trabajo. Pero para él, ella era una desconocida. No sentía ningún lazo con ella.
Cada vez que escuchaba el “ping” de los mensajes por la noche, sentía un dolor agudo. Recordaba el amor de los primeros años, los sueños sencillos de una familia feliz. ¿Había sido demasiado ingenuo? ¿O Camila siempre había sido así y él nunca lo supo?
Intentó perdonarla, salvar el matrimonio. Pero cada vez que recordaba las palabras frías de Camila, la desesperanza lo envolvía. Ella estaba dispuesta a convertir su vida en un teatro para obtener lo que quería.
Una noche, después de acostar a los niños, Mauricio se sentó frente a Camila en la sala.
—Camila, tenemos que hablar.
Ella lo miró, impasible.
—¿Sobre qué?
—Sobre nosotros. No puedo seguir en este matrimonio.
Camila frunció el ceño.
—¿Quieres divorciarte?
—Sí —afirmó Mauricio, con voz firme—. No puedo vivir con alguien en quien no confío. No puedo criar a mis hijos en un hogar basado en mentiras.
Camila se levantó, molesta.
—¡No seas dramático! ¡Todo esto lo hago por la familia!
—¿Por la familia? —Mauricio sonrió tristemente—. No quiero que mis hijos crezcan creyendo que el éxito justifica cualquier cosa.
—¡Tú no entiendes nada! —Camila gritó—. ¡No sabes lo que he tenido que hacer para llegar hasta aquí!
—No necesito entenderlo —respondió Mauricio, frío—. Solo sé que perdiste mi confianza. Eso no tiene arreglo.
Camila guardó silencio. Mauricio continuó:
—Voy a pedir el divorcio. Lucharé por la custodia de los niños. No quiero que crezcan en un ambiente donde la mentira se justifica.
Camila se quedó inmóvil. Mauricio sintió una mezcla de alivio y dolor. Sabía que era la decisión correcta, aunque le rompía el corazón.
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