Lo que parecía ser una etapa de renovación personal se convirtió, de golpe, en un susto que lo marcó para siempre.

Raúl de Molina, el querido conductor de El Gordo y la Flaca, tomó una decisión que venía postergando desde hace años: someterse a una cirugía para remover el exceso de piel en su abdomen, luego de perder más de 100 libras.

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Todo comenzó bien. La operación fue un éxito, duró poco más de dos horas, le quitaron casi 7 kilos y, según él mismo contó, salió caminando del hospital.

Estaba contento, motivado, con ganas de volver a nadar, moverse mejor y sentirse más libre. Pero la tranquilidad duró poco.

A los diez días, una complicación le cambió los planes. La herida comenzó a abrirse, y una mañana, mientras estaba en su casa, el susto fue tal que su hija tuvo que llamar al 911.

Había perdido el conocimiento y comenzó a sangrar de forma repentina. Lo que siguió fue una nueva cirugía, transfusiones y días internado para evitar una infección grave.

Y aunque ya está en recuperación, el proceso no terminó. “Me la están tratando todos los días”, confesó con la voz pausada.

Detrás del personaje alegre y carismático que todos conocemos, apareció el hombre vulnerable, el papá agradecido que valora estar vivo… y que no se guarda nada a la hora de contar lo que vivió.

Ahora, desde su casa, sigue recuperándose con la esperanza de volver pronto a la televisión. Pero su testimonio, sin dudas, ya dejó una lección.

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