Nicholas Johnson estaba en el umbral de la casa destartalada, de la mano de Sophie, de siete años. La niña tosía quedamente, casi imperceptiblemente, pero su padre oía cada suspiro. En esa tos estaba toda la historia de los últimos dos años: hospitales interminables, medicamentos caros que tuvieron que comprar con dinero prestado.

Y la mirada de su esposa, pasando gradualmente de la compasión a la irritación, para luego desaparecer por completo con ella. «Papá, ¿este será nuestro hogar?», preguntó Sophie, mirando el patio cubierto de maleza y la cerca inclinada. Su voz era débil, pero contenía esa esperanza infantil que impedía que Nicholas se rindiera por completo.

«Sí, cielo. Este será nuestro hogar», respondió, apretándole la palma de la mano. En el bolsillo de sus vaqueros estaba el último dinero de la venta de su apartamento en la ciudad.

Casi todo había ido a parar a esta casita medio derruida en un pueblito olvidado de la mano de Dios, pero aquí había aire limpio, silencio y nadie que los mirara con lástima o los juzgara. La casa tenía un aspecto deprimente. La pintura se había descascarado y colgaba en jirones como piel vieja.

El techo se había derrumbado en algunos puntos y las ventanas estaban tapiadas con tablas. Pero Nicolás no solo vio eso. Vio un lugar donde Sophie podría recuperarse.

Donde podrían empezar de cero, lejos de los pasillos del hospital y las miradas compasivas de los vecinos. La anciana Margaret, quien les vendió la casa, les había advertido que el lugar era inestable, pero Nicholas lo descartó como supersticiones de pueblo. No tenía otra opción; esta era la única propiedad que podía permitirse.

Además, ¿qué problemas podrían ser peores que los que ya habían soportado? Al entrar, Sophie corrió de inmediato a explorar las habitaciones, y la casa resonó con las risas de los niños por primera vez en muchos meses. Nicholas sintió una oleada de calor en el pecho.

Quizás lo lograrían. Quizás aquí, entre estos viejos muros, su hija finalmente mejoraría. Las primeras semanas transcurrieron en un trabajo incesante.

Nicholas remendaba el techo de la mañana a la noche, reemplazaba las tablas podridas y arreglaba la estufa. Tenía las manos llenas de callos y le dolía la espalda, pero el trabajo le ayudaba a no pensar en lo poco dinero que le quedaba y en qué pasaría cuando se acabara. Sophie ayudaba en lo que podía, pasando herramientas, barriendo la basura, y su tos fue disminuyendo poco a poco.

Los vecinos eran pocos y taciturnos. De vez en cuando, la tía Vera, de la casa de al lado, pasaba por allí —una anciana delgada de mirada penetrante— y traía leche y verduras. Pero los miraba con recelo, como si esperara algo malo.

«La casa lleva mucho tiempo vacía», dijo una vez, mientras observaba a Nicholas pintar los marcos de las ventanas. Los anteriores dueños se marcharon de noche sin decir nada. Y antes de ellos, otros vivieron allí solo brevemente.

«¿Por qué se fueron?», preguntó Nicolás, sin levantar la vista de su trabajo. La tía Vera se encogió de hombros; quién sabe. Cada persona decía cosas distintas.

Pero el lugar está agitado, eso seguro. Nicholas no preguntó más. Ya tenía suficientes problemas como para preocuparse por los chismes del pueblo.

Lo principal era que Sophie se sentía mejor. Sus mejillas se pusieron coloradas, la tos casi desapareció y volvió a correr por el patio como una niña sana. Pero entonces empezaron los ruidos.

Al principio, Nicolás pensó que era el viento en la chimenea o el crujido de las tablas viejas. Por la noche, la casa emitía muchos sonidos: crujidos, crujidos, suspiros como si estuviera viva. Pero estos sonidos eran diferentes.

No provenían de la casa, sino de algún lugar profundo del patio, y sonaban como… llanto. Un llanto silencioso y prolongado que empezaba en lo profundo de la tierra y subía, haciéndose más claro. Nicolás escuchaba, tumbado en la cama, sintiendo escalofríos recorrerle la espalda.

El sonido era demasiado humano para ser el viento, pero demasiado extraño para ser un llanto de verdad. «Papá, ¿lo oyes?», susurró Sophie una noche, metiéndose bajo su manta. «¿Qué, sol?». Nicholas abrazó a su hija, sintiendo los latidos de su pequeño corazón.

«Alguien llora. En el patio». Nicolás escuchó el silencio de la noche.

El sonido era apenas audible, pero definitivamente existía: un sollozo silencioso y desesperado que provenía de la oscuridad. Por la mañana, Nicholas decidió inspeccionar el patio. A la luz del día, todo parecía normal: un terreno cubierto de maleza, un cobertizo viejo, una cerca inclinada.

Pero en el rincón más alejado, casi oculto por la hierba alta, encontró algo que no había visto antes: un viejo pozo. Era antiguo, construido con piedras oscurecidas por el tiempo. La tapa de hierro estaba oxidada y desplazada, dejando un enorme agujero negro.

Nicolás se acercó y miró hacia abajo. La oscuridad era absoluta; ni siquiera al dejar caer una piedra, oyó un chapoteo ni un impacto en el fondo. «Profundo», murmuró, sintiendo una ansiedad inexplicable.

Esa noche, los sonidos se reanudaron. Ahora Nicolás sabía exactamente de dónde provenían: del pozo. El llanto era más silencioso de lo habitual, pero más nítido, y parecía contener palabras.

Indistinto, distorsionado, pero definitivamente humano. Nicholas se levantó de la cama y se acercó a la ventana. La luz de la luna iluminaba el patio con un resplandor plateado, y el pozo apareció como una mancha negra entre la hierba.

El sonido se hizo más fuerte, casi como una llamada, y Nicholas creyó que alguien lo llamaba. «¡No vayas, papá!», susurró Sophie, apareciendo a su lado. «Tengo miedo».

«No pasa nada, cielo. Es solo el viento», mintió Nicolás, pero ni él mismo se lo creía. No había viento; la noche estaba completamente quieta.

Al día siguiente, decidió hablar con la tía Vera. La anciana escuchó en silencio, asintiendo como si esperara la conversación. «Lo sé muy bien», dijo finalmente.

Es viejo; mi abuelo contaba historias sobre él. Lo cavaron durante los años de hambruna, buscando agua. Lo encontraron, pero el agua estaba muerta.

Quien lo bebía enfermaba, y quien bebía mucho moría al instante. ¿Y qué hacían con él? Quisieron llenarlo, pero no se llenaba. La tierra se hundió, las piedras se hundieron, como un pozo sin fondo.

Entonces empezaron los ruidos. Dicen que alguien vive allí. Alguien que no encuentra la paz.

Nicolás quiso reír, pero algo en la voz de la anciana le hizo tomar en serio sus palabras. En sus ojos había miedo, no fingido, sino real, sufrido durante años. «¿Qué me aconseja?», preguntó.

«Vete de aquí. Mientras no sea demasiado tarde». Pero Nicolás no podía irse…

No tenía dinero para una casa nueva, y lo más importante: Sophie por fin se estaba recuperando. El aire del campo le hacía efecto; la tos casi había desaparecido, y la niña volvió a estar activa y alegre. ¿Cómo iba a privarla de eso por culpa de unos ruidos nocturnos? En lugar de irse, decidió ocuparse del pozo de una vez por todas.

Si alguien o algo realmente vivía allí, necesitaba averiguarlo. Al fin y al cabo, era un hombre adulto, y las supersticiones pueblerinas no podían asustarlo. Nicholas compró una linterna, una cuerda y un gancho en el pueblo cercano.

Si el pozo realmente no tenía fondo, al menos descubriría su profundidad. Y si había algo ahí, lo manejaría como un hombre. Mientras tanto, los sonidos de la noche se hicieron más claros.

Ahora Nicolás podía distinguir claramente una voz: femenina, joven, llena de desesperación. La voz pedía ayuda, suplicaba, lloraba. A veces parecía llamarlo por su nombre, pero podía ser producto de su imaginación.

¡Nick! ¡Ayúdame, Nick! —Se le encogió el corazón al oír esa llamada. La voz contenía tanto dolor, tanta desesperanza, que Nicholas sintió una necesidad física de ayudar. Quienquiera que fuese, necesitaba ayuda.

Sophie también oyó la voz. La niña se inquietó. A menudo se despertaba por la noche y pedía dormir en la cama de su padre.

Ella no dijo nada, pero Nicholas vio miedo en sus ojos. «Papá, ¿y si nos mudamos?», preguntó una mañana, hurgando en su avena con una cuchara. «¿Por qué, cariño? ¿No te gusta estar aquí?». «Sí».

Pero la voz en el pozo… Es muy triste. Me da pena.

Nicholas se dio cuenta de que no podía esperar más. Sophie era demasiado impresionable, y esos sonidos nocturnos podían dañar su psique. Tenía que actuar.

Esa misma noche, después de que Sophie se durmiera, Nicolás tomó la linterna y la cuerda y se dirigió al pozo. Pero primero, se preparó mejor. En el cobertizo, encontró una escalera vieja, comprobó su resistencia y reunió herramientas que podrían ser útiles.

Si alguien realmente necesitaba ayuda allí, tenía que estar preparado para cualquier situación. Los sonidos comenzaron en cuanto salió de la casa: un llanto silencioso que se hacía más fuerte con cada paso. Pero ahora Nicholas los percibía con más detalle.

No era solo llanto; era toda una gama de sonidos. Sollozos, gemidos, a veces algo parecido a palabras. Y otro sonido que lo hizo detenerse en medio del patio: un gorgoteo silencioso, como alguien que intenta respirar bajo el agua.

Su corazón latía con fuerza. Pero se obligó a seguir adelante. De cerca, el pozo parecía aún más antiguo que a la luz del día.

Las piedras en su base no solo eran antiguas, sino arcaicas, como vestigios de una época olvidada. Algunas piedras tenían símbolos extraños, tallados o rayados con una herramienta desconocida. Nicholas sacó su teléfono y fotografió varios símbolos.

A la luz del flash, parecían aún más siniestros: líneas curvas que parecían serpientes o raíces de árboles, entrelazadas en un patrón complejo. Un símbolo le llamó especialmente la atención; era más grande que los demás y se encontraba justo encima de la entrada del pozo. Era una figura parecida a una persona con los brazos extendidos, pero en lugar de cabeza, una espiral.

La cubierta de hierro se había movido aún más, como si algo desde dentro intentara moverla. Al examinarla más de cerca, Nicholas descubrió que el metal no solo estaba cubierto de óxido, sino que también tenía profundos arañazos, como si alguien desde dentro hubiera intentado salir desesperadamente durante mucho tiempo. Manchas extrañas en las piedras, que a la luz del día parecían moho común, ahora, a la luz de la linterna, parecían algo completamente distinto.

Formaban patrones, casi como escritura, y eran demasiado simétricos para ser aleatorios. Nicholas se acercó y distinguió siluetas en ellos: figuras humanas congeladas en poses de agonía o súplica. El aire alrededor del pozo no solo era frío; era denso, como saturado de una humedad invisible.

Respirar se volvió más difícil, y Nicholas sintió que el sudor le cubría la cara, aunque la noche era fresca. La linterna empezó a perder intensidad, aunque las pilas eran nuevas. Se inclinó sobre la abertura y dirigió el haz de luz hacia abajo.

La luz se perdió en la oscuridad, sin llegar al fondo, pero ahora Nicholas notó que esta oscuridad era inusual. Era densa, casi material, como una niebla negra que absorbía la luz. Y en esa oscuridad, algo se movió.

Al principio, pensó que era un juego de sombras, pero el movimiento era demasiado intencionado. Algo ascendía lentamente de las profundidades, acercándose a la superficie. Nicholas se apartó del borde, pero no pudo alejarse.

Dejó caer una piedra y empezó a contar. Uno, dos, tres. Los segundos se hicieron eternos.

Diez, once, doce. Y finalmente, después de quince segundos, se oyó un sonido; no un impacto en el fondo, sino un chapoteo. Así que había agua abajo.

¿Pero por qué la piedra tardó tanto en caer? ¿Hay alguien ahí? —gritó, sintiéndose un poco tonto. Su voz resonó en las paredes del pozo y regresó distorsionada, como si hubiera pasado por algún filtro. El llanto cesó al instante.

Se hizo tal silencio que Nicholas no solo oyó su propia respiración y latidos, sino algo más: un suave silbido, como el aire que escapa lentamente de un globo gigante. Entonces, desde las profundidades, llegó una voz, y Nicholas comprendió que se equivocaba al pensar en una persona que se había caído accidentalmente. Esta voz sonaba como si hablara bajo el agua, y contenía tal anhelo, tal desesperanza, que un escalofrío recorrió la espalda de Nicholas.

¡Ayúdenme! ¡Por favor! ¡He esperado tanto! La voz era apenas audible, pero absolutamente real. Femenina, joven, pero con un cansancio que parecía haber sonado durante años. Nicholas sintió que se le erizaban los pelos, no solo de miedo, sino de lástima.

Quienquiera que fuera, claramente estaba sufriendo. ¿Quién eres? ¿Qué te pasó? Gritó dentro del pozo. La respuesta no llegó de inmediato.

Primero se oyó algo parecido a un sollozo, luego una risa silenciosa, más parecida a un llanto, y solo entonces unas palabras: «¡No puedo! ¡Sal! ¡Adiós! ¡Aquí! ¡Qué frío y qué oscuridad! ¡Ayúdenme, por favor! ¡Ya no quiero estar solo!». Las últimas palabras eran tan suplicantes que Nicholas sintió un dolor intenso en el pecho. Las palabras salían distorsionadas, como si vinieran del agua, pero la emoción en ellas era tan intensa que no dejaba lugar a dudas sobre la autenticidad del sufrimiento. Nicholas volvió a inspeccionar la cuerda.

Veinte metros de cuerda resistente para trepar. La ató a un viejo roble cerca del pozo, hizo varios nudos para asegurarla y comprobó la sujeción. El árbol era enorme, con raíces profundas; aguantaría.

Pero antes de descender, decidió intentar conectar de nuevo con quienquiera que estuviera abajo. «¿Cómo te llamas? ¿Cuánto tiempo llevas ahí?» «Olivia». Llegó desde abajo tras una larga pausa.

«Me llamo Olivia». «¿Y el tiempo?» «Aquí el tiempo fluye de otra manera. A veces parece que ha pasado una eternidad, y a veces como si me hubiera caído.»

¿Caí? ¿Cómo fue? No recuerdo exactamente. Me dolió mucho. En el corazón…

Y pensé que estaría mejor aquí. Que no habría dolor. Pero me equivoqué.

Aquí el dolor es diferente. El dolor de la soledad.» Nicolás cerró los ojos.

Al parecer, abajo había una chica que había acabado allí tras un intento de suicidio. «¿Cuánto tiempo lleva ahí? ¿Días? ¿Semanas? ¿Cómo sobrevivió sin comida ni agua?» «Olivia, voy a verte. Tengo una cuerda; saldremos.»

«¿En serio?» La esperanza sonaba en la voz, oprimiendo el corazón de Nicholas. «¿No me estarás engañando? La gente suele prometer ayuda y luego se va». «No me iré.»

Lo prometo.» Revisó los nudos de nuevo, encendió la linterna de repuesto y comenzó el descenso lentamente. Bajar al pozo fue una verdadera prueba.

Los primeros metros no daban tanto miedo: eran muros de piedra comunes y corrientes cubiertos de musgo y humedad. Pero a medida que avanzaba, las sensaciones se volvían más extrañas. La linterna atada a su cinturón se balanceaba y proyectaba sombras temblorosas en los muros, pero estas sombras actuaban de forma extraña.

Se movían desincronizados con la luz, como si vivieran su propia vida. A veces, Nicholas creía que rostros brillaban en las sombras: distorsionados, llenos de dolor, implorando ayuda. Las piedras se volvieron más resbaladizas.

Lo que al principio parecía humedad común, al mirarlo más de cerca, era una especie de baba. No era solo humedad; estaba tibia, casi caliente, y latía bajo sus dedos, como si estuviera viva. Nicholas intentó no pensar en qué podía ser.

El olor también cambió. El olor rancio y húmedo dio paso gradualmente a algo más: un aroma dulzón y nauseabundo que recordaba a flores podridas y a algo químico. Cuanto más descendía, más intenso se hacía el olor, mezclado con otras notas: un toque metálico a sangre y algo que no pudo identificar.

Las paredes del pozo también eran inusuales. A unos diez metros de profundidad, las piedras cambiaron: más antiguas, cubiertas con los mismos símbolos misteriosos que vio arriba. Pero aquí los símbolos eran más nítidos, más profundos, como tallados con una fuerza especial.

Y brillaron. Apenas perceptibles, con una tenue luz verdosa, pero sin duda brillaban. Nicholas se detuvo a examinar un símbolo con más atención.

A la luz de la linterna, parecía una espiral rodeada de extraños signos parecidos a runas. Al tocar el símbolo, la piedra estaba caliente y una vibración apenas perceptible recorrió la pared. «¿Dónde estás?», gritó.

«Muy cerca. Veo tu luz. Es tan brillante.»

Hace tanto que no veo la luz.» La voz se volvió más clara, pero aparecieron nuevos matices. Ahora no solo sonaba desesperada, sino también… hambrienta.

Como si esta voz no solo anhelara ayuda, sino algo más. Nicolás continuó el descenso y pronto descubrió que el pozo se ensanchaba a esa profundidad. Las paredes divergían, formando algo parecido a una cueva.

El aire aquí era aún más denso, casi material, y respirar se volvió más difícil. Y entonces su pie tocó algo sólido. El fondo.

Pero el fondo del pozo era inusual. Bajo sus pies no se oía agua, sino algo viscoso y cálido. Nicholas dirigió la linterna hacia abajo y vio que estaba hundido hasta los tobillos en un líquido oscuro.

Era casi negra, pero con vetas iridiscentes en la superficie, y de ella emanaba el mismo olor dulzón. Miró a su alrededor. La cueva era más grande de lo que esperaba.

Las paredes se perdían en la oscuridad tras la luz de la linterna, y el techo se perdía en algún lugar arriba. Y por todas partes estaban esos símbolos brillantes, formando complejos patrones en la superficie de las paredes. Pero lo más impactante estaba en el rincón más alejado de la cueva.

Allí, en un nicho semicircular, estaba sentada una chica. A primera vista, parecía completamente normal: joven, de unos 20 años, con un sencillo vestido blanco. Cabello largo y rubio, rostro pálido pero hermoso.

Ella se sentó abrazada a sus rodillas y lo miró con tanta gratitud que a él le dolió el corazón de compasión. Pero al acercarse Nicolás, notó detalles que lo hicieron recelar. El vestido de la niña no solo estaba sucio; estaba mojado, como si acabara de salir del agua, pero no le caía ni una gota.

Su piel no solo era pálida; era casi transparente, con venas azuladas visibles debajo. ¡Y los ojos! Eran demasiado grandes, demasiado brillantes, y no tenían pupilas. «Has venido», susurró, y su voz resonó por toda la cueva.

¡He esperado tanto! ¡He llamado tanto! —Nicolás se acercó, sosteniendo la linterna frente a ella. La luz cayó sobre la niña, y vio más rarezas. Su sombra en la pared era incorrecta y demasiado grande, con algo animal en ella.

Y cuando giró la cabeza, sus movimientos eran demasiado fluidos, como si se moviera bajo el agua. «¿Cómo te llamas? ¿Qué ha pasado?», preguntó, intentando hablar con calma, aunque su instinto le gritaba que corriera. «¡Olivia!», respondió ella, y por primera vez, su voz sonó completamente normal.

«Me llamo Olivia Parker. Me… me caí aquí. Me caí hace mucho tiempo y no puedo salir.»

Las paredes están demasiado resbaladizas, y yo… estoy tan débil.» Intentó ponerse de pie, y Nicholas vio que sus pies no tocaban el suelo. Literalmente flotaba en el aire a unos centímetros de altura.

La chica aparentemente notó su mirada y bajó rápidamente, tocando la superficie. «Lo siento», dijo avergonzada. «Toma…»

Aquí no todo es como arriba. A veces se me olvida cómo ponerme de pie.» «No te preocupes.

—Saldremos ya —dijo Nicholas, intentando disimular su miedo—. Tengo una cuerda. Olivia sonrió, y esa sonrisa lo hizo retroceder.

Tenía demasiados dientes en su sonrisa, y eran demasiado afilados. Pero en un instante, todo volvió a la normalidad: una chica normal con una sonrisa de agradecimiento normal. «Eres muy amable», dijo.

No muchos se atreverían a bajar aquí. La mayoría solo escucha desde arriba y luego se va. Pero tú viniste.

«Claro que vine.» «No se puede dejar a nadie en apuros.» «A nadie.»

—repitió pensativa—. Sí. Era una persona.

Una vez.» Estas palabras sonaron tan siniestras que a Nicolás se le erizaron los pelos. Pero se obligó a mantener la calma.

Quizás la chica llevaba demasiado tiempo sola y se había vuelto un poco loca. «¿Cuánto tiempo llevas aquí?», preguntó, mientras empezaba a desenredar la cuerda. «Tiempo».

«Aquí el tiempo transcurre de otra manera», respondió Olivia, observando sus movimientos con un interés malsano. «A veces parece que ha pasado una eternidad, y a veces como si me hubiera caído. Pero al sentirlo…»

Muchísimo. Muchísimo. ¿Y cómo sobreviviste? ¿Sin comida, sin agua? —Olivia se rió…

Y su risa resonó en las paredes con cien voces: «Sobreviví». «Oh, no sobreviví. Morí aquí».

Hace mucho tiempo. Pero la muerte… La muerte aquí funciona de forma diferente que en otros lugares.

Aquí no es liberación. Aquí es…» Continuación.

Nicholas se quedó paralizado, agarrando la cuerda. Cada palabra de la chica confirmaba sus peores temores. Pero ya había ido demasiado lejos como para darse la vuelta e irse.

«No te preocupes», dijo Olivia al notar su estado. «No te haré daño. Solo quiero salir de aquí».

Quiero volver a ver el sol, sentir el viento. Y también… Además, no quiero estar solo.

«Estoy tan cansada de la soledad». Su voz denotaba tanta añoranza que Nicholas sintió lástima por ella, a pesar del horror de la situación. Pasara lo que pasara con esta chica, sin duda estaba sufriendo.

«De acuerdo», dijo, atando la cuerda a su cintura. «Sujétate fuerte». Olivia asintió y agarró la cuerda con las manos.

Y Nicolás vio que sus dedos eran demasiado largos y que sus uñas parecían garras. «Lista», susurró, y un extraño fuego se encendió en sus ojos. «¿Cuánto tiempo llevas aquí?», preguntó Nicolás, ayudando a Olivia a levantarse.

«No lo sé. Los días se funden en uno. ¿Quizás una semana? ¿O un mes?». Su voz temblaba.

Nicholas quería preguntarle cómo sobrevivía sin comida ni agua, pero decidió que las preguntas podían esperar. Lo importante ahora era salir. Le ató la cuerda a la cintura y le enseñó a sujetarse.

Olivia asintió, pero sus movimientos eran extrañamente lentos, como si estuvieran bajo el agua. «Yo subiré primero y te sacaré», explicó. «Solo sujeta la cuerda con fuerza».

El ascenso fue más duro que el descenso. Olivia era ligera, pero parecía que una fuerza invisible la arrastraba hacia abajo. La cuerda se tensó como si no levantara a una chica delgada, sino algo inmensamente pesado.

Finalmente, salieron. Olivia se desplomó en el césped y se quedó allí, respirando con dificultad. A la luz de la luna, Nicholas la examinó mejor y una extraña sensación lo invadió.

La muchacha era hermosa, pero su belleza era sobrenatural, casi fantasmal. «Gracias», susurró, levantándose. «Me salvaste».

Vamos a la casa. «Necesitas calentarte y comer», sugirió Nicholas. Pero Olivia negó con la cabeza: «No.

No puedo ir. Debo ir.» «¿Dónde? ¿Dónde vives? ¿Podrías llamar a una ambulancia?» «No hace falta llamar a nadie.

Solo… me voy. Dio unos pasos hacia el borde del patio, pero de repente se detuvo y se giró. En sus ojos, Nicholas vio algo que lo hizo retroceder.

«¿Vives aquí sola?», preguntó. «Con mi hija». «Pero está dormida».

«Hija». Olivia sonrió con la misma sonrisa equivocada. «¿Cómo se llama?». «Sophie».

«¿Y tú por qué?» No terminó la frase. Olivia se dio la vuelta y se dirigió rápidamente a la casa. Sus movimientos se volvieron de repente bruscos y decididos, nada parecidos a los de una persona agotada.

¡Alto! —gritó Nicolás, corriendo tras ella. Pero Olivia ya se había desvanecido en la oscuridad, como disuelta en el aire. Nicolás registró el patio con la linterna, miró detrás del cobertizo, entre los arbustos, pero Olivia no estaba por ninguna parte.

Desapareció tan repentinamente como apareció. La única prueba de que no fue un sueño fue la cuerda que seguía atada al árbol junto al pozo. Pero había otros rastros.

En el suelo, cerca del pozo, había huellas extrañas; no eran exactamente pisadas, sino algo más borroso, como si alguien no caminara, sino que se deslizara sobre la superficie. Y otro hecho alarmante: la hierba por donde pasaba Olivia estaba cubierta de una fina capa de escarcha, aunque la noche era cálida. Nicholas regresó a la casa y revisó a Sophie.

La niña dormía plácidamente, pero al acercarse a su cama, notó algo extraño. En la ventana junto a la cama había una película de humedad, como si alguien soplara sobre el cristal desde dentro. Y en el alféizar había un pequeño charco de agua.

Tocó el agua con el dedo; estaba helada y tenía un extraño sabor salado. ¿Agua de mar? ¿Pero de dónde venía el agua de mar? La piel de Sophie estaba fresca, pero no fría; respiraba con normalidad. Todo parecía normal, pero Nicholas sintió que algo había cambiado.

En el aire de la habitación flotaba un olor apenas perceptible, el mismo aroma dulzón y nauseabundo que percibía en el pozo. No lograba conciliar el sueño. Yacía en la cama, repasando mentalmente el extraño encuentro.

Cada detalle parecía más siniestro. La piel demasiado pálida de Olivia, sus extraños movimientos, su capacidad para desaparecer. Y, sobre todo, su interés por Sophie.

Hija. Repitió entonces, y en su voz había tanta codicia. Por la mañana, Nicolás tomó una decisión.

Debía descubrir la verdad sobre lo sucedido. Y empezar por los lugareños. Primero, fue a ver a la tía Vera, pero la anciana no estaba en casa.

Una vecina dijo que había ido a casa de unos familiares y que solo volvería por la noche. Entonces Nicolás decidió hablar con otros vecinos del pueblo. En la tienda local, tras el mostrador, había una mujer de mediana edad con el rostro cansado.

Cuando Nicholas le preguntó sobre el pozo y los posibles accidentes, palideció notablemente. «¿Por qué necesitas saberlo?», preguntó con recelo. «Vivo en la casa junto al pozo».

Oigo ruidos extraños por la noche. La mujer se santiguó y miró a su alrededor, como si temiera que alguien la estuviera escuchando. Sonidos.

Sí, todo el mundo conoce los sonidos. Pero nadie habla. Porque hablar es peligroso.

¿Por qué es peligroso? Porque oye. Olivia Parker. La ahogada.

Dicen que quien la menciona, acude a ellos. Nicholas sintió un escalofrío en el estómago. Así que tenía razón en sus sospechas.

«Háblame de ella. Es importante». La mujer guardó silencio un buen rato y luego suspiró: «Fue hace 15 años».

Olivia era guapa e inteligente. Todos la perseguían, pero ella eligió a Victor Kowalski, un hombre rico de la ciudad.

Prometió casarse y construir una casa. Olivia le creyó, incluso… Bueno, creyó en todo.

Se quedó en silencio, con evidente dificultad para encontrar las palabras. ¿Y entonces? Y entonces este tal Víctor se fugó con otra. Una semana antes de la boda.

Olivia lo supo por casualidad: los vio en el pueblo cercano. Llegó a casa blanca como un papel, no le dijo nada a nadie. Y por la noche, se fue.

¿Al pozo? Sí. Empecé a buscar por la mañana, pero era demasiado tarde. Solo encontré una bufanda en el borde del pozo y una nota.

Escribió que no podía vivir con tanta vergüenza. La mujer se secó los ojos con el borde del delantal. La buscó entonces.

Incluso llamaron buzos. Pero ese pozo es extraño. Dicen que el fondo es rocoso, con cuevas debajo.

Una fuerte corriente subterránea. Probablemente se la llevó. ¿Y cuándo empezaron los sonidos? Inmediatamente.

Esa misma noche. Al principio pensé que era viento. Luego me di cuenta de que no era viento.

Y Olivia no descansó. Llama a alguien. Espera.

Nicholas preguntó por la dirección de los padres de Olivia, pero resultó que habían fallecido hacía mucho tiempo y no pudieron soportar el dolor. Vendieron su casa; los nuevos dueños tampoco vivieron mucho. Olivia los asustó, explicó la vendedora.

Vino a verlos por la noche. Dijo que quería volver a casa. Se mudaron al mes…

Luego, Nicholas visitó al paramédico local, un anciano que recordaba aquellos sucesos. «Sí, recuerdo a Olivia», dijo, sirviendo el té. «Buena chica».

Me da mucha pena. Pero, curiosamente, el cuerpo nunca fue encontrado. Por aquí, el agua no suele retener a los muertos.

Los saca a flote en un par de días. ¿Y qué tiene de especial ese pozo? El paramédico se oscureció: El pozo es antiguo. Mi abuelo dijo que no lo cavaron para sacar agua.

Cavaron buscando algo más. En años de hambruna, la gente recurría a todo. Incluso a lo que no debían.

¿Significado? Ofrecieron sacrificios a los dioses antiguos. Pensaron que si se apaciguaban, llovería y se daría la cosecha.

Dicen que tiraron a jovencitas allí. Vivas. Nicolás sintió que se le erizaban los pelos.

¿Y ayudó? ¿Ayudó? Solo lo empeoró. Porque el lugar quedó maldito. La muerte se instaló allí.

Y no una muerte común, sino de hambre. El paramédico tomó un sorbo de té y continuó: «Después de la revolución, quise llenar el pozo. Pero la tierra se derrumbó, las piedras se hundieron».

Como un pozo sin fondo. Luego decidió olvidarlo. Pero no se olvidó de sí mismo.

Y después de Olivia, ¿alguien más? No. Olivia fue la última. Pero resultó ser la más fuerte.

Otros se fueron, pero ella se quedó. Se aferró a nuestro mundo. Y ahora atrae a otros hacia ella.

Al anochecer, Nicolás regresó a casa con el corazón abatido. El panorama se estaba volviendo más sombrío. Pero lo aterrador le esperaba en casa.

Sophie lo recibió en la puerta, y él supo de inmediato que algo andaba mal. La niña tenía un aspecto extraño: estaba demasiado pálida y tenía la mirada perdida. «Papá, ¿dónde estabas?», preguntó, y su voz carecía de la vivacidad habitual.

«En la ciudad, sol». Atendiendo asuntos. «¿Cómo te sientes?». «Bien».

Dormí mucho. Y tuve sueños extraños. ¿Qué sueños? Sophie se acercó a la ventana y miró hacia el pozo: la tía Olivia había vuelto.

Dijo que la conociste. Y ahora seremos amigos. A Nicholas le dio un vuelco el corazón.

Así que no solo se contactó con él. ¿Y qué más dijo? Habló de su lugar. Dijo que era muy hermoso.

Bajo el agua hay una casita y los peces nadan. Y no es difícil respirar bajo el agua si te acostumbras. Sophie se giró hacia su padre, y Nicholas vio que sus ojos eran diferentes.

No en color; el color era el mismo. Pero algo extraño, hambriento, apareció en ellos. «Papá, ¿puedo ir a ver el pozo?». La tía Olivia dijo que me enseñaría algo interesante.

«No», dijo Nicolás bruscamente. «No puedo ir al pozo».

Es peligroso. Por primera vez en su vida, su hija lo miró con desagrado: «¿Por qué no? La tía Olivia es amable».

No quiere que me pase nada malo. «Sophie, escucha atentamente. ¡Olivia!». La tía Olivia no es quien dice ser.

Podría hacerte daño. «No es cierto», exclamó Sophie.

«No la conoces. Está sola y triste, y necesita una amiga». Esta fue su primera pelea seria.

Sophie corrió a su habitación y se encerró, y Nicholas se quedó en el pasillo, dándose cuenta de que la situación se estaba descontrolando. Por la noche, habló con la tía Vera, quien finalmente regresó. La anciana escuchó su historia y palideció.

«Lo peor es que se encariñó con la niña», dijo la tía Vera. A Olivia siempre le encantaron los niños. Soñaba con tener los suyos.

¿Y ahora? Ahora cree que puede quitarle el hijo a otra persona. ¿Qué hacer? Hay que llamar a un sacerdote. Pero no vendrá pronto.

Y el tiempo no espera. Olivia se fortalece cada día. Se alimenta de la fuerza vital de la niña.

Entonces debemos hacer algo nosotros mismos. La tía Vera guardó silencio un buen rato y luego sacó del armario un libro viejo con la encuadernación hecha jirones. Hay una manera.

Pero es muy peligroso. Necesito descender a ella de nuevo. Y no solo hablar, sino obligarla a liberar a la chica.

¿Cómo? Dale lo que quiere. No al niño, sino paz. Pero para eso, necesitas aprender qué la sostiene.

El dolor no la abandona. Nicolás tomó el libro. Era una colección de leyendas y creencias locales, escrita a mano, con páginas amarillentas.

—Lee —dijo la tía Vera—. Está escrito sobre gente como Olivia. Quizás entiendas cómo tratarla.

Pero cuando Nicolás regresó a casa, Sophie no estaba en su habitación. La cama estaba hecha, la ropa en su sitio, pero la niña no estaba por ningún lado. Y entonces oyó la voz desde el patio: «Papá».

Papá, ven aquí. La tía Olivia quiere hablar contigo. La voz de Sophie sonaba extraña: distante, con eco, como si gritara desde el agua.

Nicolás salió corriendo al patio y se detuvo en seco. Sophie estaba junto al pozo. Pero no estaba en el suelo, sino en el aire, a pocos centímetros de altura, como si una fuerza invisible la sujetara.

Los ojos de la niña brillaron con la misma luz azulada que provenía del pozo. «¡Sophie!», gritó, corriendo hacia ella. Pero la niña levantó la mano, y Nicolás sintió que chocaba contra una pared invisible.

El aire ante él se volvió denso, impenetrable. «¡No te acerques, papá!», dijo Sophie, y entonaciones extrañas resonaron en su voz. La tía Olivia le dijo que, por ahora, mantuviera la distancia.

«Sophie, no eres tú quien habla. ¿Dónde está la verdadera Sophie?» «Estoy aquí, papá. Solo…»

Ahora lo entiendo mejor.» La tía Olivia me mostró la verdad. Una niebla azulada empezó a subir del pozo.

Se arremolinaba y se espesaba, tomando forma humana poco a poco. Y ante Nicholas estaba Olivia, pero no la frágil chica que conoció en el pozo. Esto era majestuoso y aterrador a la vez.

Su vestido ondeaba sin viento. El cabello ondeaba alrededor de su cabeza como si aún estuviera bajo el agua. ¡Y los ojos! Ojos como dos pozos, insondables y fríos.

—Nicolás —dijo, y su voz resonó por el patio—. Nos volvemos a encontrar. Libera a mi hija —dijo, intentando hablar con firmeza.

Olivia se rió, y esa risa fue como un cristal roto: tu hija. «¿Y la cuidaste cuando tu esposa te dejó? ¿No la trajiste aquí, a mi casa, sabiendo que era peligroso?» «No lo sabía.» «¿No lo sabía? ¿Y la gente del pueblo guardó silencio por casualidad? ¿O te avisaron, pero no escuchaste?» Nicholas se dio cuenta de que tenía razón.

La tía Vera dijo que desde el principio el lugar estaba agitado. Pero él no le prestó atención. «Tú mismo la trajiste», continuó Olivia.

«Tú mismo la entregaste en mis manos.» «Así lo decidió el destino.» «No.

La llevaré de vuelta. Inténtalo.» Nicholas intentó de nuevo acercarse a Sophie, pero el muro invisible era infranqueable.

Además, con cada intento de abrirse paso, se volvía más denso, y el aire a su alrededor se espesaba, dificultándole la respiración. «¿Ves?», dijo Olivia. «Eres impotente.»

¿Y la niña? —La niña ya es casi mía. Mírala más de cerca. —Nicolás miró el rostro de su hija y se horrorizó.

Sophie se estaba volviendo transparente. A través de su piel se veían venas azuladas, y en sus ojos brillaban las mismas luces frías que en los de Olivia. «¿Qué le estás haciendo?» «Lo mismo que me hicieron a mí.»

La convertiré en lo que yo me convertí. Vivirá bajo el agua en mi casa. Le encantará estar allí.

Morirá. No. Se volverá como yo. No estará viva, pero tampoco muerta…

«Eterno. ¿No es eso mejor que una vida humana corta, llena de dolor y decepciones?» Olivia se acercó a Sophie y le puso una mano en el hombro. Con el contacto, la chica se volvió aún más transparente.

Además, se aburrirá sola. «Pensé que podría llevarte también. Eres una persona amable.»

Bajó cuando llamé. Me ayudó. ¿No sería justo que le devolviera el dinero? No quiero.

Lo quieras o no, no importa. Lo que importa es que sucederá. Pero tienes una opción: aceptar voluntariamente o resistir.

De eso depende si duele. Nicholas se dio cuenta de que le quedaba muy poco tiempo. Sophie se estaba volviendo más transparente, su respiración se ralentizaba.

Un poco más, y los cambios serían irreversibles. Recordó el libro que le dio la tía Vera y las palabras de que el espíritu puede apaciguarse dándole lo que realmente quiere. No un hijo, sino paz.

Olivia —dijo, intentando hablar con calma—. Entiendo por qué haces esto. Te sientes sola.

Duele. Pero llevarnos no te librará del dolor. Sí.

Tendré una familia. Pero no te amaremos a la fuerza. El amor no funciona así.

Tú misma lo sabes, Víctor no te amaba de verdad, o no te dejaría. El rostro de Olivia se retorció de ira: no te atrevas a mencionar su nombre. ¿Por qué? Porque todavía duele.

Han pasado 15 años y aún no puedes perdonarme. Me arruinó la vida. Actuó con vileza.

Pero tú misma arruinaste tu vida cuando decidiste que no podías vivir sin él. Olivia soltó a Sophie y se volvió hacia Nicholas. En sus ojos ardía un fuego frío: no lo entiendes.

Lo amé. Le di todo. ¿Y qué? El amor no da derecho a poseer a una persona.

Víctor tomó su decisión. Vil, cruel, pero suya. Y tú decidiste que era mejor morir que vivir con ella.

Porque vivir era insoportable. Lo era. Entonces.

Pero el dolor pasa si lo dejas ir. Te aferras a él como a un tesoro. Nicholas vio que sus palabras la conmovieron.

Olivia estaba perdiendo el control, lo que significaba que su poder sobre Sophie se debilitaba. La chica se estaba volviendo más materialista de nuevo. ¿Sabes lo que pienso? Continuó.

No le tienes miedo al dolor. Tienes miedo… de olvidar.

Temo que si liberas el rencor, no quedará nada de tu amor. No es cierto. Es cierto.

Pero el amor no es rencor. El amor es la capacidad de desearle felicidad a otro, incluso si te causó dolor. Puedes amar a Víctor y dejarlo ir al mismo tiempo.

Olivia se arrodilló y las lágrimas brotaron de sus ojos. Lágrimas inusuales, brillantes como gotas de plata fundida. «No sé cómo», susurró.

He vivido con este dolor tanto tiempo. Se volvió parte de mí. Entonces déjame ayudarte.

No por la fuerza, ni por coerción. Humanamente. Nicolás sintió que el muro invisible desaparecía.

Se acercó a Olivia y se sentó con cuidado a su lado. «Háblame de él». «No me digas cómo te dejó.»

Cómo era cuando eras feliz». Y Olivia empezó a contarlo. Nicholas no durmió el resto de la noche.

Se sentó junto a la cama de Sophie, sosteniendo una cruz de madera tallada a mano. No es que fuera especialmente religioso, pero ahora estaba dispuesto a agarrar cualquier clavo ardiendo. Hacia la mañana, Sophie habló en sueños.

Primero vagamente, luego más claro: ¿Sí, tía Olivia? «Entiendo. No se lo diré a papá. Es nuestro secreto».

Nicolás sacudió suavemente a su hija, y ella despertó con expresión de culpa. Volvió. Él preguntó.

Sophie asintió, bajando la mirada. «¿Qué dijo?» «Que vendría a buscarme pronto.» «¿Y tú no deberías saberlo?» «Que si te lo decía, te ahogarías en el pozo también.»

Nicholas apretó los puños. Quienquiera que fuese Olivia, sabía cómo manipular la mente de una niña. Por la mañana, llevó a Sophie con la tía Vera.

La anciana accedió a cuidar a la niña, aunque se santiguó. «Mal asunto», dijo. «Olivia se aferra a tu hija».

Hay que hacer algo.» ¿Qué, exactamente? Hay que llamar a un sacerdote. Que bendiga el pozo y expulse el mal.

Pero el sacerdote más cercano vivía en la capital del condado, a noventa kilómetros de distancia. Y el tiempo pasaba, y cada día Sophie palidecía más, se volvía más distante. Nicolás decidió actuar solo…

Si Olivia está atada al pozo, ahí es donde hay que lidiar con ella. Compró sal y agua bendita en la única iglesia activa del pueblo cercano y se preparó para otro descenso al pozo. Por la noche, con Sophie en casa de la tía Vera, Nicholas volvió al pozo.

Los sonidos comenzaron al acercarse; esta vez no era un llanto, sino algo parecido a una canción. Una melodía tranquila y cautivadora, sin palabras. En el pozo aguardaba una sorpresa.

La cubierta de hierro se movió por completo, y un tenue resplandor azulado surgió de las profundidades. Y Olivia empezó a contar. Al principio con reticencia, luego con más libertad.

Habló de Víctor no como un traidor, sino como el joven al que amaba. De su risa, de cómo leía sus poemas bajo el viejo roble, de los planes que hicieron juntos. Quería ser maestro, dijo, con lágrimas corriendo por sus mejillas transparentes.

Soñaba con abrir una escuela para niños rurales. ¿Y yo? Quería ayudarlo. Quería tener nuestros propios hijos.

Nicholas escuchó y poco a poco fue revelando, no una historia de traición, sino la de dos jóvenes que se amaban sinceramente pero no podían soportar las circunstancias. ¿Y qué pasó entonces? ¿Por qué eligió a otra? Olivia hizo una pausa, como si recuperara fuerzas. Sus padres eran más ricos.

Tenía contactos en la ciudad y podría conseguirle un buen trabajo. ¿Y yo? No tenía nada. Solo amor.

Y eligió ganar por encima del amor. Él… Me dijo que era temporal.

Me casaría con ella, conseguiría el puesto, y entonces estaríamos juntos. Como amantes. La voz de Olivia temblaba de dolor.

No entendía que me ofrecía convertirme en lo que nunca quise. Nicholas empezó a comprender. Víctor no era un villano; era débil, intentando tenerlo todo, sin pensar en las consecuencias.

¿Y Olivia? Olivia era una joven para quien el amor lo era todo. Me negué, continuó. Dijo que si se casaba con otra, se acababa todo entre nosotros.

Pensó que había entrado en razón y me había elegido. Pero él… Él la eligió a ella.

Y decidiste acabar con esto. Decidí que no podía vivir sin él. Mejor morir que vivir con este dolor.

Olivia alzó la vista hacia Nicholas. Fui un tonto. Un joven estúpido.

Eras una persona que amaba demasiado. Sí, y ese amor me mató. ¿Y luego? Entonces no me dio paz.

Nicholas sintió que se acercaban a lo más importante. Olivia, dime la verdad. ¿Aún lo amas? Guardó silencio un buen rato y luego asintió lentamente: sí.

Odio y amor a la vez. No puedo elegir. ¿Y sabes qué fue de él? Olivia negó con la cabeza.

Durante 15 años bajo tierra, no supo qué ocurría en el mundo de los vivos. Vivió una vida infeliz, dijo Nicholas en voz baja. La tía Vera se lo contó.

Me casé con esa chica y conseguí trabajo en la ciudad. Pero mi familia no funcionaba. Mi esposa se volvió caprichosa y cruel, y no tuve hijos.

El trabajo no trajo alegría. Olivia escuchó sin interrumpir. Y él nunca te olvida.

Todos los años, el día de tu muerte, venía aquí y traía flores al pozo. Hasta su propia muerte. Él…

Murió. Olivia susurró. Hace 5 años.

Me falló el corazón. Dicen que tus últimas palabras fueron sobre ti. Pedí perdón.

Olivia sollozaba en silencio, desesperanzada. Y con sus lágrimas, algo empezó a cambiar a su alrededor. Su resplandor azulado se volvió más suave, más cálido.

Y Sophie, que había permanecido inmóvil todo este tiempo, parpadeó de repente y miró a su alrededor confundida. “¿Papá? ¿Qué hago aquí?”, preguntó con voz normal y animada. Nicholas sintió un alivio increíble.

El vínculo entre Olivia y Sophie se debilitó. «Así que él también sufrió», dijo Olivia. «Ambas sufrimos.»

Todo por nada. No por nada. Se amaban.

Simplemente no pude conservarlo. Y ahora es demasiado tarde para cambiar nada. Para ustedes dos, sí.

Pero puedes liberar este dolor. Puedes perdonarlo y perdonarte a ti mismo. Olivia levantó la cabeza y miró a Nicholas: ¿Y qué será de mí si me dejo ir? ¿Qué quedará de mí sin este dolor? El amor permanecerá.

Puro, sin rencor ni impurezas. El mismo amor que sentiste al principio, cuando aún no conocías la traición. Pero entonces tendré que irme.

Para siempre. Sí. Pero te irás en paz…

Y tal vez allí, donde vayas, puedan reencontrarse. Sin dolor, sin rencores. Olivia lo miró largo rato, luego desvió la mirada hacia Sophie, que se aferraba a su padre.

—Es una buena chica —dijo Olivia en voz baja—. Amable. Como yo lo fui antes.

Sí. Y tiene la oportunidad de vivir una vida feliz. No se la arrebates.

Lo… lo intentaré. Pero me da miedo soltarme. ¿Y si allí, adonde voy, nadie me espera? Alguien me espera.

Quienes te amaron de verdad. Tus padres, tu abuela. Y tal vez, tal vez Víctor también espera para pedir perdón.

Olivia se levantó y se acercó al pozo. Se quedó en el borde, contemplando la oscuridad. «Nicolás», dijo sin volverse.

Gracias. Nadie me había hablado así. Con comprensión.

Sin miedo, sin juicios. Todos merecen comprensión. Incluso quienes cometieron errores.

Incluso fantasmas. Sobre todo fantasmas. Porque los fantasmas son personas que no pudieron encontrar la paz.

Olivia se giró y sonrió. Por primera vez, su sonrisa era cálida y vivaz. «Dile a la chica que no volveré más».

Y eso… ¿Perdona el miedo? Te lo contaré. Olivia se acercó al pozo, pero se detuvo de repente. Y dime también que la vida es un regalo.

El regalo más grande. Y debe valorarse, pase lo que pase. Con estas palabras, se adentró en el pozo.

Pero en lugar de caer, se disolvió lentamente en el aire, convirtiéndose en miles de chispas brillantes. Las chispas ascendieron hacia las estrellas y se desvanecieron, dejando solo una brisa cálida y el aroma de las flores silvestres. El pozo se oscureció.

El resplandor azulado desapareció y ya no se oía ningún sonido de las profundidades. Solo el silencio nocturno los rodeaba. Sophie se acercó al borde del pozo y miró hacia abajo.

“Papá, ¿encontrará la paz la tía Olivia?”, preguntó en voz baja. “Creo que sí, cariño”. Por fin pudo liberar su dolor.

Lo siento por ella. Estaba muy sola. Nicolás abrazó a su hija.

Sophie volvió a ser una niña normal: cálida, llena de vida, con ojos claros. “¿Y sabes de qué me di cuenta?”, dijo. “La soledad no siempre es mala.

A veces necesito estar solo para entender lo que realmente importa. ¿Te gustamos? ¿Te gustamos? Mamá se fue, y al principio parecía el fin del mundo. Pero luego me di cuenta de que te tengo.

Y eso es lo más importante. Regresaron a la casa, tomados de la mano. Una luz cálida brillaba en las ventanas.

Y la casa ya no les parecía ajena ni hostil. Este era su hogar, su refugio. «Papá, ¿nos quedamos aquí?», preguntó Sophie.

“¿Quieres?” “Mucho.” Se está bien aquí. Y el aire es limpio, la gente es amable.

Y además… También creo que a la tía Olivia le alegraría que nos quedáramos. ¡Qué gente tan feliz vive en la casa! —Nicholas sonrió.

Su hijita era más sabia que muchos adultos. En la casa le esperaba una sorpresa. En la mesa de la cocina había un ramo de flores silvestres, las que crecían junto al pozo.

Estaban frescos, como recién recogidos, aunque nadie entraba en casa por la noche. “¿Esto de parte de la tía Olivia?”, preguntó Sophie.

Probablemente de ella. Su último regalo. Pusieron las flores en un jarrón y la casa se llenó de aroma veraniego.

Nicolás comprendió que era una señal de perdón, una señal de que Olivia por fin había encontrado la paz. Sophie se fue a la cama, y Nicolás salió al patio y se acercó al pozo…

«Gracias, Olivia», susurró en la oscuridad. «Gracias por dejarnos quedarnos». Como respuesta, solo hubo viento, pero en ese viento Nicholas sintió calor.

Como si una mano le tocara el hombro, suave y reconfortante. Por la mañana, despertaron con el canto de los pájaros. Sophie lucía mejor que nunca, con las mejillas sonrosadas y los ojos brillantes.

«¡Papá, qué día tan bueno!», exclamó. Y Nicolás asintió. El día estuvo realmente bien.

El primero de muchos días buenos que les esperaban. Nicolás se sentó junto al pozo un buen rato, escuchando el silencio de la noche.

Por primera vez en una semana, no se oían ruidos de las profundidades. Solo la típica noche rural: el susurro de las hojas, el ladrido lejano de un perro, el suave aliento del viento. Cuando regresó con la tía Vera, ella lo recibió en la puerta.

«¿Y bien?», preguntó la anciana con ansiedad. «Parece que se acabó», respondió Nicolás con cansancio. Entraron en la casa donde dormía Sophie.

La niña parecía tranquila, con las mejillas sonrosadas y respirando de forma regular y profunda. Nicholas colocó suavemente la mano sobre la frente de su hija; la piel estaba caliente, a temperatura normal. «¿Papá?». Sophie abrió los ojos y sonrió.

Por primera vez en días, su mirada clara y vivaz. «Estoy aquí, sol». Tuve un sueño extraño.

La tía Olivia vino a despedirse. Dijo que no me molestaría más y se disculpó. Y también dijo que eras un muy buen padre.

Nicolás sintió un nudo en la garganta. Así que Olivia cumplió su palabra. «Papá, ¿podemos dejar de temerle al pozo ahora?», preguntó Sophie.

Creo que ya no hay nadie. Sí, hija. Ya no hay nada que temer.

Regresaron a casa temprano por la mañana. El patio se veía diferente: más luminoso, más alegre. Incluso la vieja casa parecía menos sombría.

Y el pozo. Nicolás se acercó y miró dentro. Un pozo profundo y común, nada místico.

En el fondo, el agua brillaba, limpia y cristalina. En los días siguientes, la vida empezó a mejorar. Sophie se recuperó por completo, la tos desapareció y volvió a estar activa y alegre.

Juntos trabajaron en el huerto que habían comenzado detrás de la casa, repararon la cerca y pintaron las paredes. Los vecinos se fueron acostumbrando poco a poco. La tía Vera venía casi todos los días, traía leche y verduras, y a veces, golosinas para Sophie.

Otros residentes del pueblo también comenzaron a comunicarse, y Nicolás se dio cuenta de que finalmente formaban parte de esta pequeña comunidad. Pasó un mes desde aquella reunión nocturna junto al pozo. Nicolás todavía se despertaba a veces por la noche y escuchaba, pero ya no oía ningún sonido.

Solo silencio y paz. Sophie iba a la escuela local. Había pocos niños en clase, solo seis, pero la maestra era amable y comprensiva.

La niña rápidamente hizo amistad con sus compañeros de clase y regresaba a casa a diario con nuevas historias. Nicolás encontró trabajo en un pueblo cercano, ayudando a un granjero local a reparar maquinaria. El dinero era escaso, pero suficiente para una vida modesta.

Y, sobre todo, ganó estabilidad tras estar ausente durante tanto tiempo. Una noche, sentados en el porche viendo la puesta de sol, Sophie preguntó de repente: «Papá, ¿extrañas a mamá?». Nicholas reflexionó: ¿extrañaba? ¿Sentía dolor por la traición? Sí, pero no tan agudo, no tan destructivo.

A veces echo de menos, respondió con sinceridad. Pero ¿sabes qué? Me di cuenta de que a veces la gente se va no porque seamos malos. Simplemente la vida nos da esa vuelta.

Como la tía Olivia. Parecida. Solo que la tía Olivia no pudo aceptarlo por mucho tiempo.

Pero podríamos. Sophie asintió con una seriedad que no correspondía a su edad. Y también pensé —continuó Nicholas—: nos tenemos el uno al otro.

Y eso es lo principal. Y tenemos nuestra casa —añadió Sophie—. La quiero mucho.

Incluso el pozo. Nicolás sonrió. Sí, el pozo ya no parecía siniestro.

Al contrario, ahora solo una parte de su jardín, su nueva vida. La tía Vera dijo que la gente del pueblo decía que el lugar sucio se purificaba. Algunos incluso vinieron a ver el pozo, pero solo vieron mampostería de piedra común y corriente.

Así que todo salió bien, le contó la anciana a Nicolás. El alma se tranquilizó, encontró paz. Y una semana después, sucedió algo asombroso.

Por la mañana, Nicolás encontró un pequeño ramo de flores silvestres junto al pozo. No marchitas, como recién cogidas, aunque no había nadie en el jardín por la noche. Las flores junto al pozo aparecieron varias veces más.

Siempre de mañana, siempre frescos. Nicolás no sabía quién los había traído, pero comprendió que era una señal. Una señal de gratitud o perdón, quizás el último saludo de un alma difunta.

El invierno transcurrió con tranquilidad. Sophie no enfermó, estudió bien y hizo amigos. Nicolás aisló la casa y almacenó leña.

Y su pequeño mundo se volvió verdaderamente acogedor. Por las tardes leían libros, jugaban a las damas y Sophie les contaba sobre la escuela. La primavera trajo golondrinas que anidaban bajo el techo de la casa.

Nicolás lo tomó como una buena señal. Las golondrinas solo anidan en lugares agradables. Para el verano, dio un paso importante: le escribió una carta a su exesposa.

No con reproches ni súplicas de que regresaran, sino simplemente contando cómo vivían, cómo se recuperó Sophie. Recibí respuesta al mes. Anna escribió: «Me alegro por su bienestar, lamenta cómo resultó todo, pero no hay vuelta atrás».

Nicolás no estaba molesto. Al contrario, sentía alivio. Liberados del último vínculo con el pasado, ahora podían construir un futuro sin mirar atrás.

Una noche, mientras Sophie hacía los deberes y él arreglaba la cerca, se acercó un hombre desconocido. Resultó ser un comprador interesado en la casa. Ofreció un buen precio, tres veces más de lo que pagó Nicholas.

«Lo pensaremos», dijo Nicholas, aunque no había nada que pensar. «Papá, no venderemos nuestra casa». Sophie estaba preocupada esa noche.

«Claro que no. Este es nuestro hogar. Aquí nos convertimos en familia.»

Y eso era verdad. Aquí, en esta vieja casa junto al misterioso pozo, se convirtieron en una verdadera familia.

No solo padre e hija, sino personas que se apoyaban mutuamente, confiaban, construían un futuro común. El pozo se alzaba en un rincón del patio, tranquilo y apacible. A veces, Nicolás se acercaba y miraba sus profundidades.

Solo había agua, limpia y tranquila. Y en la orilla siempre yacían esas flores silvestres, último recuerdo de la niña que por fin encontró la paz. «Gracias, Olivia», decía a veces en voz baja.

«Gracias por enseñarnos a perdonar». Las estrellas se reflejaban en el agua oscura del pozo, y desde la casa llegaba la risa de Sophie. La vida seguía, y era buena.