«¡Mamá, recoge tus cosas… Nos vamos a la residencia de ancianos!» — el hijo ya había tramado un plan astuto para engañar a su madre enferma.
—¿Mi hijo? Grichenka… Soy yo, tu mamá… —la voz de Galina Pavlovna temblaba como una hoja de otoño llevada por el viento— frágil, solitaria, llena de una esperanza discreta. Apretaba el viejo auricular contra su oído, como si temiera que incluso ese puente invisible entre ella y su hijo pudiera romperse en cualquier momento.
Silencio. En el auricular, se oyó un clic, luego una voz familiar, pero ya tan lejana: —Mamá, hola. Estoy ocupado. ¿Es algo urgente? Si no, te llamo… algún día.
El corazón de la mujer se encogió, como un trapo de papel aplastado bajo el peso de los años. Otra vez. Otra vez ese “ocupado”, ese “más tarde”, ese “algún día”. Y ella, lo único que quería era simplemente escuchar su voz. Contarle que su tensión subía y bajaba, que dormía mal por las noches, que el gato del vecino le había traído un ratón a la puerta—como un regalo, el único contacto vivo en esa casa donde ya nadie reía.
—No, hijo mío… Nada urgente, —consiguió decir, esforzándose por mantener la voz tranquila. —Solo… solo quería saber cómo estás.
—Estoy bien, mamá. Estoy a tope. Tengo un nuevo proyecto, ¿entiendes? ¡Pronto despegará! Bueno, tengo que irme. ¡Besos!
Y otra vez los tonos, cortos y definitivos. Y otra vez ese vacío. Galina Pavlovna colgó suavemente el auricular, como si temiera dejarlo caer. “Está ocupado…” Y ella, aquí—sola. En esa casa donde cada rincón recordaba las risas de su difunto esposo, los pasitos de Grichenka. Ahora, solo quedaba el silencio, el tic-tac de los viejos relojes y un dolor en el pecho—no por la enfermedad, sino por la nostalgia de aquel que se había vuelto un extraño.
Por suerte, más allá de la cerca, vivía Ninochka—la enfermera, hija de su vieja amiga. Una persona ingeniosa, bella, un alma radiante. Venía sin llamar, sin avisar, simplemente porque sabía que a veces Galina Pavlovna necesitaba a alguien mucho más que medicamentos.
—Galina Pavlovna, ¿cómo se siente hoy? ¿Se ha tomado la tensión? —su voz, clara como una campana, disipaba el silencio de la habitación, como un rayo de sol en un día tormentoso.
—Ay, Ninochka, pasa, querida… Me siento un poco mareada todavía, —suspiró la anciana, aunque una ligera sonrisa cruzó sus ojos. Alguien se acordaba de ella. Alguien no la había olvidado.
Nina sacó enseguida el tensiómetro, las pastillas, y preparó una infusión de hierbas. Hablaba de sus cosas, de su hija Mashenka que iba a casarse, de sus pacientes, de la vida que seguía. A veces, Galina escuchaba distraída; otras, prestaba atención, recogiendo cada palabra como una gota de calor en su gélido aislamiento.
Un día, Nina preguntó como si nada: —¿Y Grichka, te ha llamado?
Galina Pavlovna solo agitó la mano: —No tiene tiempo para mí, Ninochka… Tiene su negocio. Siempre con historias…
Nina recordaba a Grichka desde la escuela—siempre un joven lleno de aventuras, sin un centavo, pero con la cabeza llena de ideas sin fin. “¿Cómo se puede ser tan indiferente con su madre?”, pensaba, sin atreverse a decirlo en voz alta para no herir a la anciana.
Un día, la salud de Galina Pavlovna empeoró seriamente. Su mareo aumentó, sus piernas parecían negarse a sostenerla, y Nina comprendió enseguida que no era un simple malestar pasajero. Llamó a la ambulancia y ayudó a preparar la llegada de los servicios de emergencia. Cuando Galina fue llevada al hospital de la ciudad, Nina misma marcó el número de Gricha.
—Gricha, hola. Soy Nina, la vecina de tu madre. Tu madre está en el hospital. ¿Podrías venir a verla?
—Ay, Nina, hola… Ahora mismo no tengo disponibilidad. Estoy a tope. Cuida de ella, ¿vale? Cuando tenga un hueco, ya sabes…
El teléfono casi se rompió en la mano de Nina de lo fuerte que lo apretó. Imbécil. Egoísta despreciable. Ni siquiera preguntó cómo estaba su madre. Ni una palabra.
Pasaron algunos meses. Galina Pavlovna fue recuperando fuerzas poco a poco, pero en su interior el vacío crecía cada vez más. Solo soñaba con una cosa: que Gricha la llevara con él. Cuando uno envejece, solo quiere estar cerca de los que ama, sentirse útil, amada. Pero él siempre la rechazaba:
—Mamá, ¿dónde quieres que te lleve? Apenas tengo sitio aquí, mi habitación está llena de mercancía… Y para ti, es mejor en el campo—el aire es puro, es tranquilo…
Entonces, un día, llegó una llamada. —¡Mamá, hola! ¡Tengo una novedad! ¡Prepara tus cosas! —la voz de Grigori sonaba inusualmente alegre, casi emocionada.
El corazón de Galina Pavlovna saltó, luego se detuvo. ¿De verdad? —¡Hijo mío! ¿Qué pasa? ¿Vas a venir a por mí? —su voz temblaba, pero ya no era miedo, sino esperanza, la que asomaba tras años de decepción.
—Bueno, sí, algo así. En fin, prepárate. Pasaré en dos días, te lo explico todo allí.
Galina Pavlovna no podía creer lo que oía. ¡Felicidad! ¡Felicidad pura y verdadera! Se levantó, cojeando, y corrió a casa de Nina. —¡Nina, qué alegría! ¡Grichenka ha llamado! ¡Dice que prepare mis cosas! ¡Viene a por mí!
Nina, que estaba regando las flores cerca de la puerta, frunció el ceño. —¿De verdad?… —dijo con duda. —No sé, Galina Pavlovna… Me parece raro. Grichka siempre se negó. Algo no cuadra.
Su intuición nunca la engañaba. Y esta vez también, algo la advertía, como si su corazón presintiera un peligro.
A la mañana siguiente, un vehículo llegó a casa de Galina Pavlovna. Nina estaba plantando ásteres cuando vio el coche. Bajaron dos hombres: uno bien vestido, de traje; el otro, más rústico, con aire ocupado.
—Bueno, Grichka no mintió, —dijo el más sencillo, mirando el patio. —El sitio es bueno. Tranquilo, aire limpio… Y esa sauna, parece de calidad. Y está cerca de la ciudad.
—¡Eso es! —añadió el segundo, claramente el agente inmobiliario. —La casa es sólida, el terreno bien cuidado. El precio del suelo sube aquí. Es una joya, y a muy buen precio. Grigori tiene prisa por cerrar.
El comprador preguntó: —¿Y su madre, ya arregló con ella? Para evitar problemas después.
El agente sonrió con suficiencia: —Por supuesto. Se mudará a una residencia. Los papeles están casi listos.
En ese momento, el corazón de Nina dio un vuelco. ¿Residencia? Así que eso era el repentino “interés” de Grichka. Un canalla. Un imbécil cruel y sin corazón. Le dolía por esa anciana que, probablemente, aún creía que su hijo la cuidaría, soñando con esa mudanza.
Mientras tanto, los dos hombres entraron en el patio. —¡Buenos días, Galina Pavlovna! Venimos de parte de Grigori. Nos pidió que la visitáramos, —dijo alegremente el agente, con una sonrisa hipócrita.
La anciana apareció en el umbral, el rostro iluminado de alegría. —Ay, queridos, pasen, pasen. ¿Vienen de parte de Grichenka? Mi hijo querido, qué atento es…
Mientras el agente, con sonrisa falsa, detallaba con Galina Pavlovna los “detalles de la mudanza”, el comprador se alejó un poco, inspeccionando el terreno. Su mirada brillaba, calculando cuántos árboles talaría para hacer un garaje, cómo cambiar la cerca, si el tejado aguantaba la lluvia.
Nina, escondida tras un arbusto, observaba la escena. Por dentro, hervía de rabia. No podía quedarse quieta viendo cómo engañaban a esa mujer, creyendo que su hijo la cuidaba. No. No podía permitirlo.
Salió resuelta de su escondite y se acercó al hombre que, apoyado en la pared, examinaba la casa como una caja vacía lista para transformar. —Disculpe… —susurró, cuidando de no llamar la atención del agente ni de Galina Pavlovna.
El hombre se giró, sorprendido. —¿De verdad va a comprar esta casa? —preguntó Nina. —La casa maldita, digo.
Él arqueó las cejas. —¿Qué? ¿Casa maldita?
Bajando la voz, Nina continuó: —Hace mucho, vivía aquí una bruja. Terrible y malvada. Hizo sufrir a mucha gente. Todo el pueblo la buscó, pero nunca la atraparon viva—murió en esta misma casa. Cuando murió, no tuvieron tiempo de hacer un agujero en el tejado para que su alma saliera. Y ahora, su espíritu está atrapado aquí para siempre.
Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran. —¡Está bromeando! Son cuentos…
Nina, implacable, siguió: —Dicen que por la noche las tablas crujen solas, como si alguien caminara. Los objetos desaparecen y reaparecen en sitios extraños. Algunos dicen que el espíritu juega con los habitantes. Otros, que se venga. Nadie aguanta mucho tiempo aquí. Todos se van. Y Galina Pavlovna… siempre enferma. Y Grichka… solo quiere deshacerse de todo. Vender antes de que el nuevo dueño sepa en qué lío se mete.
El hombre retrocedió, mirando la casa. En su mente, ya resonaban pensamientos: mejor buscar otro sitio. No necesitaba “fantasmas” ni “maldiciones”. Intentó convencerse de que eran supersticiones, pero la duda ya estaba sembrada.
—Exagera… —murmuró, lanzando una mirada ansiosa al edificio, como si temiera ver una cara pálida en la ventana.
Al día siguiente, el teléfono de la casa sonó con tal violencia que parecía que quería saltar por la ventana. Galina Pavlovna se apresuró a contestar, esperando oír la voz de su hijo: “Mamá, estoy aquí. Ya llego”.
Pero en vez de ternura, recibió un golpe terrible. —¡Madre! —tronó la voz de Grigori, distorsionada por la rabia. —¿Qué contaste ayer? ¿Qué bruja, demonios? ¿Te has vuelto loca, vieja?
Galina Pavlovna retrocedió como si la hubieran golpeado. —Grishenka… hijo mío… ¿por qué dices eso? ¿Qué bruja? Yo no dije nada, yo…
—¡No finjas! —la interrumpió. —¡El agente me lo contó todo! ¡Por tu culpa se cayó la venta! ¡He perdido una fortuna! ¿Te das cuenta de lo que has hecho? ¡Se acabó! ¡No me llames más! ¡Ya no eres mi madre! ¡No iré a buscarte jamás! ¡Quédate en tu cabaña, habla con tus brujas!
El auricular cayó, como si su vida se derrumbara.
Galina Pavlovna se quedó inmóvil. “Ya no eres mi madre… no me llames… no vendré…” —las palabras de su hijo le desgarraban el corazón como vidrio. Sus piernas cedieron. Su corazón latía tan fuerte que pensó que se le saldría del pecho. No entendía nada. Solo se alegraba. Solo lo esperaba. ¿Qué bruja? ¿De qué historia hablaba?
Con manos temblorosas, marcó el número de Nina: —Ni… Ninochka… —susurró, incapaz de llorar.
Pocos minutos después, Nina ya estaba en su casa. Entró corriendo, con el maletín médico, siempre lista: medicinas, ampollas, jeringas. Al ver el estado de la anciana, comprendió que era grave. —Galina Pavlovna, querida… Respire hondo, le pondré una inyección, —preparó rápidamente el medicamento Nina. —Cuénteme qué pasó.
Y Galina, entre sollozos, contó las palabras de su hijo, que le quemaban el corazón. —Ninochka… gritó… dijo que conté historias de brujas… Pero yo… yo no dije nada… solo pensaba que vendría a por mí…
Nina suspiró, se sentó a su lado y tomó sus manos frías. —Galina Pavlovna, querida… No fuiste tú. Fui yo quien habló de la bruja.
La anciana la miró, incrédula. —¿Quieres saber por qué? —dijo Nina. —Porque tu hijo… quería vender tu casa. Tu casa familiar. Y tú… ibas a acabar en una residencia. Les oí hablar de eso, el hijo y el comprador.
Esas palabras cayeron como un trueno. Galina se quedó inmóvil. Sus ojos, aún llenos de lágrimas, se agrandaron de horror. Residencia… Su propio hijo… En vez de llevarla con él, quería deshacerse de ella como de un objeto inútil.
El mundo se derrumbó. Sin aviso. Sin despedida. Todo lo que la unía a la vida parecía desaparecer.
Pasaron los días, largos, como si el tiempo mismo compadeciera a esa mujer. Gricha no volvió a llamar. No escribió. Silencio total. Pero en ese silencio nació un miedo—vivo, helado. ¿Y si un día volvía? ¿Y si le pedían las llaves? ¿Y si la echaban?
Entonces, una mañana, Galina Pavlovna dijo calmada pero resuelta a Nina: —Hija… llévame al notario. Quiero poner la casa a tu nombre.
Nina abrió los ojos de par en par. —Galina Pavlovna, ¿qué dice? ¡No hace falta! ¡No puedo aceptar semejante regalo!
—Debes hacerlo, Nina, —respondió la anciana, y en sus ojos apareció, por primera vez en años, un brillo de determinación. —Esta casa te hará más falta. Tienes familia, tu hija va a casarse… Y yo… no quiero acabar en la calle. No me dejarás fuera, ¿verdad?
—¡Cómo puede decir eso! —los ojos de Nina se llenaron de lágrimas. —¡Por supuesto que no! Pero la casa…
—Que sea tuya. Así estaré tranquila. Eres como una hija para mí. Más cercana que mi propio hijo.
Y fueron al notario.
Desde entonces, oficialmente, la casa era de Nina. Pero Galina seguía viviendo allí—entre esas paredes donde había pasado toda su vida. Sabía que ya no tendría que irse. Otras manos, verdaderas, cuidarían de ella.
Por primera vez en años, Galina Pavlovna sintió que ya no estaba sola. En su casa, volvía a oler a pastel recién hecho, las risas resonaban, los pasos de seres queridos llenaban el aire. Mashenka, la hija de Nina, venía a menudo, llamando a Galina “abuela”, aunque no fueran de sangre. Pero, ¿qué importa la sangre, si el corazón lo reconoce?
Esa casa, a punto de ser víctima de una traición despiadada, volvió a ser un hogar. No perfecto, no rico, pero suyo. Cálido. Auténtico.
Y aunque Grichenka ya no tenía lugar en su vida, encontró otro amor. Lento, paciente, sin promesas ni lujos, pero verdadero.
Así, a través del dolor y la traición, un sentimiento de paz renació en su corazón.
News
Hija de Alicia Machado cumple 17 años y podría ser Miss Mexico por lo hermosa que es
Hija de Alicia Machado cumple 17 años y podría ser Miss Mexico por lo hermosa que es La presencia de…
Francisca destapa a quien se parece su bebé a un mes de nacida y causa emoción 😱 revela la verdad!
Francisca destapa a quien se parece su bebé a un mes de nacida y causa emoción 😱 revela la verdad!…
“Lina Luaces reaparece tras meses desaparecida: ¡Renace como Miss Universo Cuba!”
“Lina Luaces reaparece tras meses desaparecida: ¡Renace como Miss Universo Cuba!” Después de varios meses de ausencia en redes y…
“Michelle Renaud conmueve al revelar el tierno crecimiento de su segundo bebé en video”
“Michelle Renaud conmueve al revelar el tierno crecimiento de su segundo bebé en video” Michelle Renaud volvió a emocionar a…
“Dayanara Torres y Clarissa Molina transforman a Lina Luaces: ¿La nueva reina de las pasarelas?”
“Dayanara Torres y Clarissa Molina transforman a Lina Luaces: ¿La nueva reina de las pasarelas?” Durante una reciente emisión del…
Una camarera alimentó a cuatro niñas huérfanas durante diez años — doce años después, una camioneta SUV se detuvo en su puerta.
Una camarera alimentó a cuatro niñas huérfanas durante diez años — doce años después, una camioneta SUV se detuvo en…
End of content
No more pages to load