Mi Nuera Y Los 25 Parientes De Ella Vendrán Para Navidad? Perfecto — Estoy Viajando. Ellos Pueden…

 

Perfecto. Eso fue lo único que pude decir cuando Marlén, mi nuera, me anunció con una sonrisa falsa que 25 personas de su familia vendrían a pasar la Navidad en mi casa.
“¿Veinticinco personas? ¿En mi casa? ¿Y yo qué hago?” pensé, pero lo que dije fue claro y firme:
—Me voy de vacaciones. Ustedes cocinan y limpian. Yo no soy empleada.
Durante cinco años, había sido la sirvienta invisible de mi propio hogar. Pero ese día, decidí que ya no más.

Era un martes frío de diciembre. Marlén entró en la cocina sin tocar la puerta, como siempre hacía, con ese vestido rojo carísimo que seguramente pagó con el dinero de Renato, mi hijo. Sus tacones repiqueteaban contra el piso de cerámica, cada golpe era un martillazo en la paciencia de Susana.

—Susana, tengo noticias maravillosas. Toda mi familia va a pasar la Navidad aquí. Solo 25 personas, nada del otro mundo.
Su sonrisa era una máscara que escondía malicia.
—Ya hablé con mi hermana Griselda, mi prima Evely, mi cuñado Enrique, mi tío Elías. Vienen también mis sobrinos, mis primos segundos, los hijos de Griselda. Será una Navidad perfecta.
Hizo una pausa dramática, esperando que yo reaccionara con el pánico de siempre.
—Por supuesto, tú te encargarás de todo: la comida, la limpieza, servir las mesas.

Sus palabras me golpearon como bofetadas. Recordé todas las veces que había preparado cenas para sus amigos mientras ella se llevaba el crédito. Todas las veces que limpié después de sus fiestas, mientras ella dormía hasta mediodía. Todas las veces que fui invisible en mi propia casa. Pero esta vez, algo dentro de mí se rompió para siempre.

—Perfecto, —repetí, mirando cómo su sonrisa comenzaba a desvanecerse—. Será una Navidad perfecta para ustedes, porque yo no estaré aquí.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Marlén parpadeó varias veces, como si no hubiera escuchado bien. Su boca se abrió ligeramente, pero no salió palabra. El repiqueteo de sus tacones se detuvo abruptamente.

—¿Cómo que no estarás aquí?

—Exactamente lo que escuchaste. Me voy de vacaciones. Ustedes pueden cocinar, limpiar y servirse solos. Yo no soy su empleada.

El color desapareció completamente del rostro de Marlén. Sus manos comenzaron a temblar levemente. La taza de café tintineó contra el platillo. Por primera vez en cinco años, Marlén no sabía qué decir.

En ese momento, Renato llegó del trabajo. Marlén corrió hacia él como una niña a quejarse con papá, sus tacones golpeando el piso con urgencia y desesperación.

—Renato, tu madre se ha vuelto loca. Dice que no va a ayudar con la Navidad. Dice que se va de vacaciones y nos va a dejar solos con toda mi familia.

Escuché sus voces amortiguadas desde la sala. Marlén hablaba con tono agudo y dramático. Renato murmuraba respuestas que no podía distinguir.

—Mamá, me contó sobre tu decisión. ¿No crees que estás siendo un poco dramática?

Dramática. Mi propio hijo me llamaba dramática por negarme a ser la sirvienta de su esposa. Sentí que algo frío y duro se asentaba en mi estómago.
—No, Renato, no estoy siendo dramática, estoy siendo clara.

—Pero es Navidad, es tiempo de familia. Marlén ya invitó a todos. No podemos cancelar ahora.

—No dije que cancelaran, dije que yo no estaré aquí.

—¿Ves lo que te digo? Se ha vuelto completamente irracional. ¿Qué van a pensar mis familiares? ¿Qué voy a decirles?

—Diles la verdad. Que asumiste que yo sería su empleada sin consultarme y que te equivocaste.

—Mamá, sé razonable. ¿Sabes que Marlén no puede cocinar para 25 personas sola?

—¿Y por qué no? Yo he cocinado para sus fiestas desde hace años. Es hora de que aprenda.

—Pero yo trabajo. No puedo tomarme días libres para cocinar. Mi carrera es importante.

—Su carrera. Una posición de medio tiempo en una boutique que probablemente consiguió gracias a tus conexiones. Pero claro, su carrera es más importante que mi tiempo, mi energía, mi dignidad.

—Entonces contraten catering.

—El catering cuesta una fortuna. ¿Por qué gastar miles de dólares cuando tú puedes hacerlo gratis, como siempre, como la empleada que creen que soy?

El silencio se extendió entre ellos como una grieta que se hacía cada vez más profunda. Marlén y Renato intercambiaron miradas nerviosas, tratando de manipularla para que cediera.

—Mamá, sé que has estado sensible últimamente. Tal vez estés pasando por algunos cambios hormonales.

—Cambios hormonales. En serio. Me estás reduciendo a una mujer histérica en la menopausia. No hay nada hormonal en esto, Renato. Hay algo muy claro: respeto. Y durante cinco años, ni tú ni tu esposa me han mostrado ninguno.

—Siempre te hemos tratado bien. Eres parte de la familia.

—Parte de la familia que sirve, limpia y cocina mientras ustedes se divierten. Parte de la familia que nunca es consultada, pero siempre se espera que obedezca.

Renato se acercó a ella, poniendo la mano en su hombro como cuando era niño y quería algo. Pero ya no era el niño dulce que Susana había criado. Era un hombre que había elegido a su esposa sobre su madre en cada conflicto.

—Está bien, mamá. Entiendo que estés molesta, pero piénsalo. Es solo una semana. Después de Navidad todo vuelve a la normalidad.

—La normalidad. Su normalidad, donde yo era invisible, excepto cuando me necesitaban. No, Renato. Las cosas no van a volver a la normalidad porque yo me voy mañana.

Ambos quedaron helados. Marlén fue la primera en reaccionar, subiendo la voz.
—Mañana.

—Mañana. Ya tengo todo arreglado.

—Esto es una locura. No puedes irte mañana. Mi familia llega en tres días.

—Pues deberías haber pensado en eso antes de dar por sentado que yo sería su empleada.

Cada movimiento de Susana estaba calculado para demostrar que no se inmutaba ante la dramática actuación de Marlén.

Lo que ellos no sabían era que yo llevaba meses planeando esto. Tres meses atrás, mientras limpiaba el estudio de Renato, encontré una carpeta olvidada. Estados de cuenta, correos electrónicos, documentos legales. Marlén había estado gastando dinero que no tenían, acumulando deudas de más de $50,000 por compras compulsivas. Usaba tarjetas de crédito a nombre de Renato sin que él lo supiera, y planeaba vender mi casa para pagar sus deudas.

Susana contrató a un detective privado que confirmó todas sus sospechas. Contactó a la familia de Marlén directamente: su tío Elías, su cuñado Enrique y su hermana Griselda. Les envió documentos que mostraban la verdad financiera y la manipulación de Marlén.

Las respuestas no se hicieron esperar. Elías estaba furioso, Enrique canceló cualquier ayuda financiera, y Griselda amenazó con intervenir personalmente. Pero ninguno le dijo nada a Marlén. Esperaban la reunión navideña para confrontarla.

Mientras Marlén y Renato entraban en pánico por la casa vacía y sin comida, yo disfrutaba de mi libertad en un hotel de lujo. Por primera vez en años, podía dormir sin que nadie me gritara desde la cocina.

La mañana del 24, Nochebuena, Susana regresó a casa con su abogado Roberto. Presentó documentos legales que protegían su casa y limitaban el acceso de Marlén.

—Hijo, te amo, pero tienes que decidir qué tipo de hombre quieres ser: uno que permite que su esposa abuse de su madre o uno que defiende el respeto y la honestidad.

—Tú tienes que decidir si quieres ser una adulta responsable o seguir siendo una niña manipuladora.

Por primera vez en cinco años, Susana tenía el control total de su casa, su vida y su futuro. Y nunca había sentido una libertad tan dulce.