LA MUJER QUE ESPERABA UNA LLAMADA QUE NUNCA LLEGÓ

A las 18:00 en punto, cada tarde, Julia se sentaba en el porche con el móvil en la mano. Siempre con el volumen al máximo, como si temiera no escuchar lo que tanto esperaba.

El resto del día vivía sin apuros. Regaba las plantas, cuidaba de su gato, leía novelas de misterio y preparaba tartas de manzana que nadie probaba.

Era dulce con todo el mundo, pero hablaba poco de su pasado.

Cuando los vecinos le preguntaban si esperaba una llamada importante, ella respondía con una sonrisa tibia:

—Tal vez sí. Tal vez no. A veces la esperanza es suficiente compañía.

Algunos pensaban que esperaba un amor perdido. Otros, un hijo que no había vuelto. Había quien decía que era una promesa rota. Nadie lo sabía con certeza.

Lo cierto es que, a esa hora exacta, el silencio se hacía tan denso que parecía que el mundo entero contenía el aliento junto a ella.

Un día, una vecina más joven, Marta, le preguntó directamente:

—¿Quién tiene que llamarte, Julia?

Y Julia, en vez de responder, sacó del bolsillo una nota vieja, doblada en cuatro. La sostuvo unos segundos… y luego la guardó de nuevo.

—Cuando suene, sabré si fue verdad. O solo un recuerdo que inventé para no sentirme sola.

Aquel día, Julia no volvió a sentarse en el porche. Tampoco respondió a los mensajes.

Pero la vecina juró haber visto, al atardecer, una luz encendida en la cocina y la sombra de Julia bailando, como si por fin hubiera escuchado la canción que esperaba.

Nadie sabe si la llamada llegó.

O si, tal vez, por fin decidió dejar de esperarla.

📞 ¿Y tú qué crees? ¿La llamaron? ¿O aprendió a vivir sin esa voz?

Déjalo en los comentarios.EL GORRIONCITO DE LA VENTANA

Cada mañana, Camila Zambrano abría la ventana de su cocina con el mismo gesto mecánico de siempre. Ponía la cafetera, barría unas migas de pan, encendía la radio… y seguía su día sin detenerse.

Hasta que una mañana de invierno lo vio.

Un pequeño gorrión, tiritando sobre la barandilla oxidada, con una de sus patitas torcidas y las plumas alborotadas por el frío. Camila no sabía mucho de aves, pero sí supo que ese pájaro no volaría lejos por su cuenta.

En lugar de asustarlo, puso una tapita con agua, unas migas y un trocito de tela. Al día siguiente, volvió. Y al otro también.

Durante semanas, aquel gorrioncito fue su primer pensamiento al despertar. Le hablaba, le silbaba, le preparaba pan tostado solo para él. No necesitaban más palabras. Se habían hecho compañía sin buscarlo.

Una mañana, después de una noche de tormenta, el gorrión ya no estaba.

Camila lo esperó varios días, dejando pan en la barandilla por si volvía. Pero no lo hizo.

Y sin embargo, en esa ausencia, comprendió algo:

A veces el amor más puro es el que llega sin aviso, te cambia por dentro… y luego se va. Pero nunca sin dejar algo hermoso sembrado.