Historia en Español: “La casa de los espejismos”

En el corazón de Oaxaca, entre callejones empedrados y mercados llenos de colores, existía una casa que todos llamaban “La casa de los espejismos”. Era una construcción antigua, con muros de adobe y ventanas de madera tallada, pero lo que la hacía especial no era su arquitectura, sino las historias que se contaban sobre ella. Según los habitantes del pueblo, quien entraba en esa casa veía reflejados sus mayores deseos, pero al salir, esos anhelos se desvanecían como humo.

Elena, una joven de 28 años, había escuchado esas historias desde niña. Era una mujer curiosa, apasionada por los libros y las leyendas, pero también pragmática. No creía en supersticiones ni en cuentos fantásticos. Sin embargo, algo en su interior la inquietaba cada vez que pasaba frente a aquella casa. Había algo en su fachada, en la forma en que los rayos del sol se reflejaban en sus ventanas, que parecía llamarla.

Una tarde de verano, cuando el calor hacía que el aire se sintiera pesado, Elena decidió entrar. No sabía qué esperaba encontrar, pero sentía que debía hacerlo. Empujó la puerta de madera, que crujió como si despertara de un sueño profundo. El interior de la casa estaba lleno de espejos. Había de todos los tamaños: altos, pequeños, ovalados, rectangulares. Algunos estaban tan antiguos que su superficie estaba desgastada y opaca; otros brillaban como si fueran nuevos.

Elena caminó despacio, observando su reflejo en cada uno de ellos. Al principio, todo parecía normal. Su rostro, sus ojos, su cabello oscuro y lacio. Pero, conforme avanzaba, los espejos comenzaron a mostrar algo más. En uno de ellos, vio una versión de sí misma vestida con un elegante traje de oficina, rodeada de libros y papeles. Era la imagen de su sueño de ser una escritora reconocida. En otro espejo, se vio en una playa paradisíaca, con una sonrisa despreocupada y una familia feliz a su lado. En otro más, estaba sola, pero con una expresión de paz absoluta, como si hubiera encontrado el equilibrio perfecto en su vida.

Cada reflejo era un deseo, una posibilidad, algo que había imaginado en algún momento de su vida. Elena se quedó fascinada, atrapada en ese mundo de espejos que parecía ofrecerle todo lo que siempre había querido. Pero, al mismo tiempo, comenzó a sentirse inquieta. ¿Era eso lo que realmente deseaba? ¿O eran solo ilusiones creadas por su mente?

De repente, uno de los espejos comenzó a cambiar. Ya no mostraba un deseo, sino un recuerdo. Era ella, de niña, corriendo por el patio de su casa, jugando con su perro y riendo a carcajadas. Elena sintió un nudo en la garganta. Había olvidado cuánto disfrutaba esos momentos simples, cuánto valoraba la compañía de su familia y la alegría de las cosas pequeñas.

Otro espejo mostró una escena diferente. Era una discusión que había tenido con su mejor amiga hace años. Se habían distanciado por algo insignificante, y desde entonces no se habían vuelto a hablar. Elena sintió una punzada de culpa. ¿Cuántas cosas había dejado atrás por orgullo o por no saber valorar lo que realmente importaba?

La casa parecía estar viva, como si le hablara. Cada espejo mostraba algo distinto: deseos, recuerdos, errores, aprendizajes. Elena comenzó a llorar. No era tristeza, era una mezcla de emociones que la hacían sentir vulnerable pero también humana.

Finalmente, llegó al último espejo. Era el más grande de todos, y su marco estaba tallado con figuras de aves y flores. Cuando se miró, no vio un deseo ni un recuerdo. Vio su reflejo tal cual era en ese momento: una mujer joven, con sueños, con miedos, con cicatrices, pero también con una fuerza que no había reconocido antes.

Elena salió de la casa al atardecer, cuando el sol comenzaba a teñir el cielo de naranja y rosa. Los habitantes del pueblo la miraron con curiosidad, esperando que contara lo que había visto, pero ella no dijo nada. Solo sonrió.

Desde ese día, algo cambió en Elena. Comenzó a reconciliarse con su amiga, a disfrutar más los pequeños momentos, a perseguir sus sueños sin obsesionarse con ellos. Entendió que la vida no era perfecta, pero que en su imperfección había belleza.

“La casa de los espejismos” se convirtió en un recuerdo, en una experiencia que nunca olvidaría. No porque le hubiera mostrado algo mágico, sino porque le había ayudado a ver con claridad lo que realmente importaba.