“El secreto de la casa en la colina”
En el pequeño pueblo de San Miguel, donde las montañas abrazan las casas y el silencio de la noche parece eterno, se erige una vieja casona en la cima de una colina. Aquella casa, con sus muros desgastados y ventanas cubiertas de polvo, siempre fue motivo de rumores entre los habitantes del pueblo. Decían que estaba maldita, que nadie podía vivir ahí sin sentir la presencia de algo más allá de este mundo. Pero para mí, esa casa era un misterio que debía resolver.
Me llamo Laura, y esta es la historia de cómo descubrí la verdad detrás de la casa en la colina.
Todo comenzó cuando mi familia decidió mudarse a San Miguel. Mi padre había conseguido un trabajo en el pueblo, y la casa en la colina era la única que podíamos pagar. Aunque mis padres intentaron convencerme de que los rumores eran solo supersticiones, yo no podía ignorar las miradas de los vecinos ni las advertencias que me susurraban al pasar. “Ten cuidado con esa casa”, me decían. “Algo malo vive ahí.”
La primera noche en la casa fue tranquila. Mis padres estaban emocionados por la mudanza y yo intentaba adaptarme al nuevo entorno. Sin embargo, mientras desempacaba en mi habitación, sentí que alguien me observaba. Miré hacia la ventana, pero no había nadie. Pensé que era solo mi imaginación y me fui a dormir.
A medida que pasaban los días, empezaron a suceder cosas extrañas. Las luces parpadeaban sin razón, las puertas se cerraban solas y, lo más inquietante, escuchaba pasos en el pasillo cuando estaba sola en casa. Una noche, mientras leía un libro en mi cama, escuché un susurro cerca de mi oído. “Laura”, decía la voz. Me levanté de un salto y encendí todas las luces de la habitación, pero no había nadie.
Mis padres también comenzaron a notar cosas extrañas, pero intentaban ignorarlas. “Son solo ruidos de una casa vieja”, decía mi madre. Pero yo sabía que no era así. Había algo en esa casa, algo que no podía explicar.
Un día decidí investigar más sobre la historia de la casa. Fui a la biblioteca del pueblo y encontré un viejo libro que hablaba sobre las leyendas de San Miguel. Según el libro, la casa en la colina había pertenecido a una familia llamada los López hace más de 50 años. La familia desapareció misteriosamente una noche de tormenta, y desde entonces, la casa había permanecido vacía.
Con esta información, regresé a casa decidida a encontrar respuestas. Comencé a explorar cada rincón de la casa, buscando algo que pudiera explicar lo que estaba ocurriendo. Fue en el sótano donde encontré algo que cambiaría mi vida para siempre: un diario antiguo, cubierto de polvo, que pertenecía a la hija menor de los López, Sofía.
El diario hablaba de cosas extrañas que sucedían en la casa antes de que la familia desapareciera. Sofía mencionaba que escuchaba voces en la noche, que veía sombras moverse en los pasillos y que sentía que alguien la observaba. Pero lo más inquietante era la última entrada del diario. “Si alguien encuentra esto, por favor ayúdenos. No estamos solos en esta casa.”
Esa noche, decidí confrontar lo que fuera que estuviera en la casa. Encendí velas en el salón y recité una oración que había encontrado en el diario. Mientras lo hacía, sentí una presencia en la habitación. Era como si alguien estuviera ahí conmigo, pero no podía verlo. De repente, una figura apareció frente a mí. Era una mujer joven, con ojos llenos de tristeza. “Gracias”, dijo antes de desaparecer.
Desde esa noche, la casa cambió. Ya no se sentía pesada ni inquietante. Las luces dejaron de parpadear, las puertas permanecieron cerradas y los pasos en el pasillo desaparecieron. Era como si finalmente la casa hubiera encontrado paz.
Mi familia vivió en la casa durante muchos años después de eso, y nunca volvimos a experimentar nada extraño. Para mí, la casa en la colina dejó de ser un lugar de miedo y se convirtió en un lugar de esperanza. Me enseñó que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una luz que puede guiarnos hacia la paz.
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