El restaurante “La Esquina Dorada” estaba situado en el corazón de Ciudad de México, un lugar donde las luces cálidas y la música de mariachi en vivo creaban el ambiente perfecto para una noche inolvidable. Para Gabriel Montes, un hombre de 34 años, empresario exitoso en el sector inmobiliario, aquella noche debía ser especial. Había planeado sorprender a su novia, Valeria Ríos, con una cena romántica antes de pedirle que se mudara con él.

Valeria, de 29 años, era una diseñadora gráfica talentosa, con una risa contagiosa y una pasión por la vida que había conquistado a Gabriel desde el primer momento. Esa noche, llevaba un vestido azul cielo que resaltaba su piel morena y sus ojos oscuros. Gabriel no podía evitar mirarla con admiración mientras ella hablaba con entusiasmo sobre un nuevo proyecto en el que estaba trabajando.

Sin embargo, todo cambió cuando una voz suave pero cargada de recuerdos interrumpió su conversación.

—Buenas noches. ¿Les traigo algo de beber? —preguntó la mesera.

Gabriel levantó la vista y su corazón dio un vuelco. Frente a él estaba Mariana López, su exesposa.

Era imposible no reconocerla. Su cabello negro, ahora recogido en un moño sencillo, y sus ojos profundos lo miraron por un breve instante antes de apartar la mirada. Llevaba el uniforme del restaurante, y aunque su rostro estaba sereno, Gabriel pudo notar la sombra de algo más en su expresión.

—Agua para mí, por favor —dijo Valeria, sin notar la tensión en el aire. Luego miró a Gabriel—. ¿Y tú, amor?

Él tardó un momento en responder. —Agua también, gracias.

Mariana asintió y se alejó rápidamente, como si quisiera desaparecer.

—¿Todo bien? —preguntó Valeria, inclinándose hacia él.

Gabriel intentó sonreír, pero no pudo evitar que su mente viajara al pasado, a los días en que él y Mariana compartían una vida juntos. Habían estado casados durante tres años, pero su relación se había derrumbado bajo el peso de las expectativas y las diferencias irreconciliables. Gabriel había elegido su carrera sobre su matrimonio, dejando a Mariana atrás en busca de éxito y estabilidad.

Ahora, verla allí, trabajando como mesera, lo llenaba de una mezcla de culpa y curiosidad. ¿Qué había pasado con ella después de su divorcio?

Cuando Mariana regresó con las bebidas, Valeria notó algo en la forma en que Gabriel la miraba.

—¿La conoces? —preguntó, con un tono que mezclaba curiosidad y sospecha.

Gabriel respiró hondo. Sabía que no podía mentir. —Sí. Es… mi exesposa.

Valeria parpadeó, sorprendida. —¿Qué hace aquí?

—No lo sé —respondió él, sintiendo un nudo en la garganta.

La cena continuó, pero la atmósfera había cambiado. Gabriel apenas probó su comida, distraído por los recuerdos y las preguntas que lo atormentaban. Finalmente, cuando Valeria fue al baño, Gabriel aprovechó la oportunidad para acercarse a Mariana.

—Mariana… —dijo en voz baja cuando la encontró cerca de la barra.

Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y cautela. —Gabriel. No esperaba verte aquí.

—Yo tampoco. ¿Cómo… cómo has estado?

Mariana se encogió de hombros. —Bien. Trabajando. Viviendo. Ya sabes.

—¿Trabajas aquí desde hace mucho?

—Un par de años. Es un trabajo honesto.

Gabriel sintió una punzada de vergüenza. Había asumido que ella habría seguido adelante, tal vez con una carrera o una nueva relación. Pero allí estaba, trabajando como mesera en un restaurante.

—Mariana, yo… —comenzó a decir, pero ella lo interrumpió.

—No necesitas disculparte, Gabriel. Lo que pasó entre nosotros quedó en el pasado. Tú tomaste tus decisiones, y yo tomé las mías.

Antes de que él pudiera responder, Valeria regresó de los baños, y Mariana se retiró rápidamente.

—¿Todo bien? —preguntó Valeria, notando la expresión en el rostro de Gabriel.

—Sí, todo bien —mintió él, aunque sabía que nada estaba bien.

Esa noche, después de dejar a Valeria en su apartamento, Gabriel no pudo dormir. Los recuerdos de su matrimonio con Mariana lo atormentaban, junto con la pregunta de si había tomado la decisión correcta al dejarla.

Al día siguiente, decidió regresar al restaurante. Necesitaba hablar con Mariana, entender qué había sido de su vida y, tal vez, cerrar ese capítulo de una vez por todas.

Cuando llegó, esperó hasta que Mariana tuvo un momento libre.

—¿Podemos hablar? —le preguntó.

Ella lo miró, claramente dudando, pero finalmente asintió. Salieron al pequeño patio trasero del restaurante, donde el ruido de la ciudad era más suave.

—¿Qué quieres, Gabriel? —preguntó ella, cruzando los brazos.

—Quiero saber cómo estás. Quiero… saber si estás feliz.

Mariana suspiró. —Estoy bien, Gabriel. No es la vida que imaginé, pero he aprendido a estar en paz con lo que tengo.

—¿Por qué no me dijiste que estabas aquí?

—¿Por qué lo habría hecho? Tú decidiste irte. Tú elegiste tu carrera sobre mí. No te culpo por eso, pero tampoco iba a perseguirte.

Gabriel sintió un nudo en la garganta. —Lo siento, Mariana. Siento haber sido tan egoísta.

Ella lo miró, y por un momento, vio la misma mujer que había amado años atrás. Pero esa mujer ya no existía.

—Gabriel, no necesitas disculparte. Ambos cometimos errores. Pero ya pasó. Ahora, tú tienes tu vida, y yo tengo la mía.

Él asintió lentamente, entendiendo que no había forma de cambiar el pasado.

—Espero que encuentres la felicidad, Mariana. De verdad.

—Y yo espero que tú también la encuentres, Gabriel.

Con esas palabras, ambos se despidieron, dejando atrás el peso de los recuerdos.

Esa noche, Gabriel regresó a casa y llamó a Valeria.

—¿Podemos hablar? —le preguntó.

Cuando ella llegó, él le contó todo. Sobre Mariana, sobre su pasado, y sobre cómo había aprendido una lección importante: que el éxito no significaba nada si no se compartía con alguien a quien amar.

Valeria lo escuchó en silencio, y cuando terminó, le tomó la mano.

—Gracias por confiar en mí, Gabriel. No soy perfecta, pero quiero construir algo real contigo.

Esa noche, mientras se abrazaban bajo las estrellas, Gabriel sintió que finalmente había encontrado algo que el dinero y el éxito nunca podrían comprar: la paz y el amor verdadero.