“Ernesto Saldaña: Un acto de justicia que cambió vidas”
En una tarde calurosa, bajo el cielo nublado de Ciudad de México, Ernesto Saldaña, un hombre de 68 años con cabello plateado y mirada firme, decidió visitar una de las sucursales de su cadena de supermercados, algo que hacía de vez en cuando para asegurarse de que todo funcionara correctamente. Vestía ropa sencilla: una camisa blanca, pantalones oscuros, un sombrero que protegía su rostro del sol y unas gafas que ocultaban sus ojos atentos. Para los empleados y clientes, Ernesto era solo un hombre mayor haciendo sus compras, pero lo que sucedería ese día cambiaría la vida de todos los presentes.
Al entrar al supermercado, Ernesto notó algo extraño. En la fila de las cajas, una joven cajera parecía nerviosa, casi al borde de las lágrimas. Su nombre, según la placa en su uniforme, era Julia. Frente a ella, un hombre alto y corpulento, vestido con una camisa de ejecutivo, estaba gritándole. Era el gerente de la sucursal, quien la acusaba de haber cometido un error en el cobro de un producto.
—“¡Eres una inútil! ¿Cómo puedes cometer semejante estupidez? ¡Esto nos hace perder dinero!” —gritaba el gerente, mientras los clientes observaban incómodos.
Julia, con las manos temblorosas, intentaba explicarse, pero cada palabra que decía era interrumpida por el tono agresivo de su jefe. Ernesto, desde una distancia prudente, observaba la escena con creciente indignación. El aire en el lugar se sentía pesado, cargado de tensión y vergüenza colectiva. Nadie se atrevía a intervenir.
Después de unos segundos, Ernesto decidió que ya era suficiente. Caminó lentamente hacia la fila, quitándose el sombrero y las gafas. Al llegar cerca del gerente, habló con voz firme:
—“¿Es así como representas a esta empresa?”
El gerente, sorprendido, se giró hacia él, frunciendo el ceño.
—“¿Y quién es usted para decirme cómo hacer mi trabajo, viejo?”
Julia levantó la mirada por primera vez, reconociendo al hombre que estaba frente a ella. Una señora en la fila murmuró algo, y poco a poco, los clientes comenzaron a prestar más atención. Ernesto no se inmutó ante el tono del gerente. En cambio, sacó su cartera del bolsillo y mostró una identificación.
El logo de la empresa brilló bajo la luz fluorescente.
—“Soy Ernesto Saldaña. Fundador y presidente de esta cadena de supermercados. Y tú…” —dijo señalando al gerente— “estás despedido.”
Un silencio absoluto inundó el lugar. Solo se escuchaba el lejano pitido de otra caja registradora. El gerente quedó pálido, incapaz de procesar lo que acababa de suceder.
—“Espere, señor Ernesto, puedo explicarle…” —intentó decir, tartamudeando.
—“No tienes que explicarme nada. He visto suficiente. Si tratas a una empleada de esta manera frente a los clientes, no quiero imaginar cómo actúas cuando nadie te observa.”
Julia dejó escapar un suspiro de alivio. Sus manos seguían temblando, pero ahora por una razón distinta: incredulidad. Ernesto se acercó a ella, bajó un poco el tono de voz y dijo:
—“No hiciste nada malo. Al contrario, mantuviste tu profesionalismo incluso bajo presión. Gracias por tu esfuerzo.”
Luego, llamó a otro empleado para que tomara el lugar de Julia en la caja y la acompañó personalmente al área de descanso. Allí, le ofreció un vaso de agua y la tranquilizó mientras ella intentaba contener las lágrimas.
Minutos después, Ernesto convocó a una reunión con todo el personal de la sucursal. Los empleados, confundidos pero curiosos, se reunieron en el área de almacenamiento. Ernesto se paró frente a ellos y habló con claridad y determinación:
—“Nadie en esta empresa tiene el derecho de humillar a otro ser humano. Y si alguno de ustedes teme perder su trabajo por denunciar abusos, eso termina hoy. Quiero que sepan que esta empresa fue fundada con valores de respeto, trabajo en equipo y dignidad. Cualquier comportamiento que contradiga esos principios no será tolerado.”
La reacción fue inmediata. Los empleados comenzaron a aplaudir, primero tímidamente, pero pronto con entusiasmo genuino. Por primera vez, muchos de ellos sintieron que alguien realmente los valoraba y los defendía.
Pero lo mejor estaba por venir.
Días después, Julia recibió una llamada inesperada de la oficina central. Ernesto quería verla personalmente. Nerviosa, pero emocionada, llegó a la reunión, donde Ernesto le ofreció una oportunidad que cambiaría su vida: un ascenso al área de capacitación de empleados. Ahora, Julia tendría la tarea de enseñar a los nuevos trabajadores sobre los valores y principios de la empresa, asegurándose de que nadie más pasara por lo que ella había vivido.
Parte de su trabajo incluía una charla titulada: “El respeto como base del éxito”. En ella, Julia compartía su experiencia y enseñaba a los empleados la importancia de tratar a los demás con dignidad, sin importar las circunstancias.
Con el tiempo, Julia se convirtió en una figura clave dentro de la empresa, inspirando a otros con su historia y demostrando que incluso en los momentos más difíciles, la justicia y la bondad pueden prevalecer.
Ernesto, por su parte, continuó visitando las sucursales de manera inesperada, asegurándose de que los valores que había inculcado desde el inicio siguieran siendo el corazón de la empresa.
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