Señor, este niño vivió conmigo en el orfanato. La voz de Valentina rompió el silencio de aquella tarde de jueves. Sostenía el trapo de limpieza con manos temblorosas, los ojos desorbitados y fijos en la fotografía enmarcada sobre la chimenea de la oficina. Mateo soltó la taza de café. Se giró tan rápido que casi tira la silla. ¿De qué habla la nueva empleada? Aquella muchacha callada que apenas le dirigía la palabra desde que había empezado a trabajar ahí tres semanas atrás estaba blanca como el papel.
Este niño de aquí, él vivió en el orfanato Santa Clara conmigo. Dormíamos en el mismo dormitorio. Se llamaba Daniel. Un escalofrío recorrió la espalda de Mateo. Daniel, el nombre que no había escuchado en casi 30 años. el nombre de su hermano gemelo, que había desaparecido cuando ambos tenían 4 años. Eso no es posible, mi hermano. Él murió hace mucho tiempo. Valentina negó con la cabeza mientras las lágrimas comenzaban a caer. Yo no sé de ninguna мυerte, patrón, pero sé que ese niño vivió hasta los 16 años en el orfanato.
Él era mi mejor amigo. Me protegía cuando los niños más grandes se metían conmigo. Mateo cruzó la oficina en tres pasos. Tomó la foto de sus manos. El niño del retrato sonreía. Los mismos ojos oscuros que él veía en el espejo cada mañana. La misma forma del rostro, la misma sonrisa torcida del lado izquierdo. ¿Estás segura? Absolutamente segura. Sí, señor. Nunca voy a olvidar ese rostro. Daniel siempre hablaba de un hermano gemelo, de una casa grande, de un papá que cocinaba.
A Mateo se le hizo un nudo en la garganta. Su padre había sido chef. Era por eso que Mateo había seguido la misma profesión. Hablaba de su hermano todo el tiempo. Continuó Valentina limpiándose la cara con el dorso de la mano. Decía que un día ustedes se iban a reencontrar, que su hermano nunca iba a dejar de buscarlo. Unos pasos suaves en la escalera interrumpieron la conversación. Sofía apareció en la puerta de la oficina abrazando el osito de peluche que no soltaba desde el accidente.
La niña de 7 años tenía el rostro pálido y los ojitos asustados. Papá, ¿pasó algo? Nada, hija. Regresa a tu cuarto. Sí. Pero Sofía miró a Valentina y algo en los ojos de la empleada pareció calmar a la niña. Valentina esbozó una sonrisita amable. a pesar de las lágrimas que mojaban su rostro. Hola, Sofi. Todo está bien, cariño. Solo es una aburrida plática de adultos. Sofía se quedó quieta unos segundos más, mirando de la empleada a su padre.
Luego asintió lentamente y subió las escaleras. Pero antes de desaparecer por el pasillo, volteó una vez más, como si quisiera asegurarse de que Valentina seguía ahí. Cuando la niña se fue, Mateo se sentó en el sillón. Las piernas ya no podían sostener el peso de aquella revelación. Cuéntamelo todo, todo lo que sepas de él. Valentina jaló una silla y se sentó frente a él. Respiró hondo, tratando de controlar la emoción. Daniel tenía una marca de nacimiento detrás de la oreja izquierda con forma de media luna y era zurdo, pero sabía usar las dos manos para escribir y dibujar.
Mateo cerró los ojos. Daniel tenía exactamente esa marca y su padre, que era chef, les había enseñado a los dos a usar ambas manos para sostener el cuchillo y entrenar la coordinación. Dios mío, siempre andaba con un cuadernito en la mano, ¿sabe? Dibujaba todo el tiempo, casas con jardín, un piano, dos niños de la mano y siempre un hombre con un gorro de chef. La voz de Mateo salió baja, casi un susurro. Mi padre usaba gorro de chef en casa.

Valentina asintió. Daniel lo sabía. Él recordaba tantas cosas. Recordaba que usted lo llamaba campeón. Recordaba a su madre tocando el piano. Él nunca lo olvidó. ¿Por qué nadie le creyó? ¿Por qué nadie buscó a su familia? Porque los documentos decían que era huérfano, que sus padres adoptivos habían muerto en un accidente. Todo el mundo pensaba que sus historias eran solo imaginación de niño. Mateo se cubrió el rostro con las manos intentando procesar todo aquello. Si Valentina tenía razón y todo indicaba que sí, entonces su hermano había estado vivo todos estos años, vivo y esperando a que lo encontraran.
Y nadie lo había buscado como se debía. Valentina le sirvió agua a los dos. Se quedaron allí en la oficina mientras caía la tarde y la luz dorada del sol entraba por las ventanas. Antes de seguir hablando de Daniel, dijo Valentina revolviendo su vaso, necesito que entienda una cosa, Señor. Yo crecí en ese orfanato desde los 5 años. Mis padres murieron en un accidente de autobús, no tenía a nadie más. Mateo le hizo un gesto para que continuara.
Daniel llegó allá cuando yo tenía como 12 años. Apareció de la nada, lo trajo una trabajadora social. Tenía 9 años en ese entonces. Decían que sus padres adoptivos acababan de morir en un accidente de coche. ¿Quieres decir que vivió con otra familia de los 4 a los 9 años? Así es. Pero él juraba que tenía otra familia antes, su familia de verdad, y que un día iba a volver con ella. ¿Cómo era él en el orfanato? Era calladito, se la pasaba dibujando todo el día, pero era fuerte, ¿sabes?
Cuando los niños más grandes se metían conmigo, él me defendía, lo regañaban, a veces le pegaban, pero no dejaba que nadie me hiciera daño. Valentina sonríó perdida en sus recuerdos. Nos hicimos los mejores amigos. Yo lo cuidaba cuando se enfermaba y él me protegía de los demás. Prometimos que nunca nos íbamos a separar, que cuando saliéramos del orfanato viviríamos juntos, seríamos una familia. ¿Qué pasó? Se escapó cuando tenía 16 años. Tuvo una pelea muy fuerte con uno de los cuidadores que le pegó.
Daniel dijo que ya no aguantaba más esperar, que iba a buscar a su hermano solo. Traté de detenerlo. Le supliqué que no se fuera, pero él ya lo había decidido. Y nunca más lo volviste a ver. Nunca más. Lo busqué durante años. Fui a albergues, delegaciones de policía, hospitales, pero era como si hubiera desaparecido hasta que me di por vencida. Pensé que algo malo le había pasado. Su voz se quebró al final. Mateo vio que las lágrimas volvían.
Lo siento mucho, Valentina. Ella se secó el rostro rápidamente. Cuando vi su foto aquí, fue como si el tiempo retrocediera. Todos los recuerdos vinieron de golpe. Hiciste lo correcto al contármelo. Valentina lo miró. Entonces, ¿usted me cree? ¿No cree que estoy inventando? Te creo. Todo lo que dijiste coincide con los recuerdos que tengo de él, cosas que nadie podría saber. Ambos guardaron silencio por un momento. Un silencio pesado, cargado de años de dolor y pérdida. ¿Puedo preguntarle algo?
Dijo Valentina. Claro. ¿Cómo está Sofía ahora? Usted dijo que ha mejorado en las últimas semanas. Mateo se levantó y se acercó a la ventana. Miró hacia el jardín. Mi esposa murió hace un año. Fue un accidente de auto. Un conductor borracho chocó de frente. Murió al instante. Lo siento mucho. Sofía no vio el accidente, pero se dio cuenta de que su mamá no regresaba. Se quedó esperándome en la ventana toda la noche. Cuando le conté lo que había pasado, entró en shock.
Dejó de hablar durante semanas. Valentina escuchaba en silencio. Luego empezaron los ataques de pánico, el miedo a salir de casa. Se encerraba en su cuarto, no comía bien, no hablaba con nadie. Los doctores dijeron que era fobia social severa causada por el trauma. ¿Y cómo está ahora? Mateo se volteó hacia Valentina. Mejor, gracias a ti no hice gran cosa. Claro que sí. Lograste lo que ningún terapeuta consiguió en un año. El recuerdo le vino a la mente con claridad.
Era la segunda semana de trabajo de Valentina. Él estaba en la oficina cuando escuchó un ruido extraño que venía del piso de arriba. Subió corriendo, temiendo que Sofía estuviera teniendo otro ataque, pero cuando llegó al pasillo, vio algo que nunca olvidaría. La puerta de la habitación de Sofía estaba entreabierta y por la rendija vio a su hija sentada en la cama sosteniendo una nota de papel amarillo. Estaba sonriendo, sonriendo. Hacía tanto tiempo que no veía sonreír a su hija, que hasta había olvidado cómo era.
Sofía leyó la nota de nuevo y soltó una risita. Luego se levantó, fue hacia la puerta y la abrió por completo. Valentina estaba del otro lado sosteniendo un plato con un sándwich y un jugo. Pensé que te gustaría un bocadillo. Sofía tomó el plato sin decir nada, pero antes de cerrar la puerta miró a Valentina y susurró, gracias. Fue solo una palabra, pero fue la primera palabra que Sofía había dicho en semanas. A partir de ese día, Valentina empezó a dejar notas bajo la puerta todos los días.
Notas con dibujos graciosos, historias cortas, chistes malos. Y poco a poco la niña empezó a abrir la puerta. Primero solo una rendija, luego un poco más, hasta que un día salió de la habitación. Mateo nunca le había preguntado a Valentina cómo lo había logrado. Tenía miedo de romper el encanto. Pero ahora, mirando a la mujer de la limpieza frente a él, lo entendió. Valentina sabía lo que era la soledad, sabía lo que era la pérdida y Sofía lo había reconocido en ella.
“Gracias”, dijo él de repente. Valentina parpadeó confundida. ¿Por qué? por devolverme a mi hija, por darme la esperanza de encontrar a mi hermano, por estar aquí. Ella se sonrojó y bajó la mirada. Yo solo hice lo correcto. No hiciste mucho más que eso. Al día siguiente, Mateo llamó a Valentina a la oficina de nuevo. Había una caja de madera abierta sobre la mesa. Esto es todo lo que queda de Daniel. Dentro de la caja había fotos antiguas, un par de zapatos pequeños, una gorra descolorida y un cuaderno de dibujo.
Valentina tomó el cuaderno con cuidado, como si fuera a romperse. Lo abrió en la primera página y abrió los ojos como platos. Dios mío, dibujaba igualito que cuando era niño. Los dibujos eran sencillos, pero llenos de detalles. Una casa con jardín, dos niños tomados de la mano, un piano en la sala, un hombre con un gorro de chef. Estos dibujos son de antes de que desapareciera, explicó Mateo. Mi madre guardó todo cuando él desapareció. Nunca pudo deshacerse de nada.
Valentina pasó las páginas lentamente, tocando cada dibujo como si pudiera sentir la presencia del niño allí. Necesito contarte cómo fue el día que desapareció, dijo Mateo sentándose en la silla. Si vamos a buscarlo, necesitas saberlo todo. Valentina cerró el cuaderno y le prestó atención. Era un domingo por la mañana. Daniel y yo teníamos 4 años. Mi padre decidió llevarnos a pasear a la presa. Mi madre se quedó en casa porque le dolía la cabeza. Hizo una pausa.
Su voz se volvió más grave. Estábamos jugando a la orilla del agua. Había otros adultos cerca, otras familias. Mi padre se distrajo solo unos segundos para hablar con un amigo. Cuando volvió a mirar, Daniel había desaparecido. ¿Y qué pasó después? Todos empezaron a buscar buzos. Policías, bomberos, buscaron durante días. Encontraron la gorra de Daniel flotando en el agua, pero nunca encontraron el cuerpo. Valentina se llevó la mano a la boca. Hubo testigos que juraron haberlo visto caer al agua.
Dijeron que intentaron salvarlo, pero no lo lograron. Después de tres meses de búsqueda, lo declararon muerto por ahogamiento. Pero él no murió. No, alguien se lo llevó. Alguien fingió el ahogamiento y se llevó a mi hermano. Mateo se levantó y empezó a caminar por la oficina. Mi familia nunca volvió a ser la misma después de eso. Mi mamá cayó en una depresión profunda. Dejó de dar clases de música, dejó de tocar el piano, se la pasaba mirando su foto esperando que volviera.
¿Y tu papá? Mi papá se refugió en el trabajo, abrió el restaurante y prácticamente vivía ahí. Creo que era su manera de no pensar en lo que había sucedido. ¿Y tú? Yo crecí con culpa. Pensaba que debía haberle sujetado la mano, que si me hubiera quedado cerca de él, nada de esto habría pasado. Pero solo eras un niño. ¿Cómo ibas a saberlo? La cabeza lo sabe, pero el corazón no. Valentina lo comprendió. Ella cargaba con sus propias culpas del orfanato.
Mi mamá murió cuando yo tenía 15 años. Su corazón simplemente se detuvo. Los médicos dijeron que fue por complicaciones de la depresión, pero yo sé que murió de tristeza por haber perdido a Daniel. Lo siento mucho, Mateo. Mi papá vivió unos 10 años más. Me enseñó todo sobre la cocina. Cuando murió, heredé el restaurante. Lo convertí en uno de los mejores de la ciudad para homenajearlo. Así es. Era mi forma de mantenerlos vivos a los dos, a mi padre y a mi hermano.
Los dos se quedaron en silencio. Afuera, los pájaros cantaban en los árboles del jardín. Voy a contratar a un investigador”, dijo Mateo. “Voy a revolver cada archivo, cada documento. Si Daniel está vivo en algún lugar, lo voy a encontrar y yo voy a ayudar en todo lo que pueda.” Él la miró. “¿Por qué haces esto? Ni siquiera me conoces bien. Porque Daniel también era mi hermano, no de sangre, pero sí de corazón. Y le prometí que nunca me daría por vencida con él.
Pasaron dos días. Era sábado por la mañana y Mateo estaba en la cocina preparando café cuando sonó el timbre. Fue a abrir. Cuando abrió la puerta, la sorpresa casi lo derriba. Y mena, su ex prometida, estaba en la puerta sonriendo, sosteniendo una bolsa de la panadería y un ramo de flores. Hola, Mateo. Cuánto tiempo. Te traje pan calientito y flores para el jardín. ¿Qué haces aquí? Vine porque te extrañaba. ¿Podemos platicar? No esperó respuesta. Pasó junto a él y entró en la casa como si todavía viviera ahí.
Vaya, todo sigue igual. Hasta el olor a café es el mismo. Mateo cerró la puerta, todavía asimilando la visita inesperada. Shimena, terminamos hace dos años. No puedes llegar así no más sin avisar. Lo sé, lo sé, pero es que los extrañaba a ti, a Sofía. esta casa. ¿Me puedo quedar unos minutitos? Antes de que Mateo pudiera responder, Valentina apareció en la puerta de la cocina, secándose las manos en el delantal. “Señor, el café ya está listo. Quiere que Se detuvo al ver a la mujer en la sala.” Jimena miró a la empleada.
Se fijó en su uniforme sencillo, en el cabello recogido en una cola de caballo, en sus manos todavía mojadas. Hola, ¿eres nueva aquí, verdad? Sí, empecé hace tres semanas. Ah, qué bueno. La casa necesitaba alguien que cuidara bien de las cosas. El tono era dulce, pero escondía un filo. Valentina lo percibió, pero no respondió. Solo asintió y regresó a la cocina. Jimena esperó a que desapareciera y se volteó hacia Mateo. Parece muy correcta. Valentina es excelente en lo que hace.
Me imagino. Caminó hasta la sala y se sentó en el sofá, asegurándose de ponerse cómoda como si estuviera en su propia casa. Y bien, cuéntame, ¿cómo has estado? ¿Cómo está Sofía? Mateo suspiró. Sabía que Jimena no se iría tan pronto. Fue hasta el sillón y se sentó. Estamos bien, mejor que hace unos meses. En serio, qué maravilla. Me preocupé tanto cuando supe lo del accidente de Camila. Quise venir antes, pero pensé que necesitabas tu espacio y lo necesitaba.
Jimena puso cara de perrito regañado. Sé que no terminamos bien. Sé que presioné demasiado con lo del matrimonio, pero siempre te he tenido un cariño especial, Mateo, a ti y a Sofía. ¿A dónde quieres llegar? A ningún lado. Solo quería verlos, saber si están bien, ser una amiga. ¿Sabes? No somos amigos, Jimena. Podríamos serlo. En ese momento, unos pasos ligeros en la escalera llamaron la atención de ambos. Sofía apareció en lo alto, bajando despacio, sujetándose del barandal con una mano y de su osito de peluche con la otra.
Cuando vio a Shimena, se detuvo a mitad de la escalera. Ta, Sofía. Jimena se levantó de un salto. Mira nada más cuánto has crecido, hermosa. Ven a darle un abrazo a tu tía. Sofía se quedó quieta, mirando alternativamente a la mujer y a su padre. No bajó ni un escalón más. Buenos días, dijo en voz baja. Jimena forzó una sonrisa. Qué linda. Sigues tímida, ¿verdad? Pero, ¿estás bien? ¿Estás comiendo bien? Sofía no respondió. Miró hacia la puerta de la cocina buscando a alguien.
Valentina apareció sosteniendo un plato. Sofía, mi amor, hice los panqueques que tanto te gustan. Ven a comer mientras están calientitos. El rostro de Sofía se iluminó. Bajó el resto de la escalera corriendo y fue directo a la cocina, pasando junto a Jimena sin siquiera mirarla. Jimena se quedó ahí con la sonrisa congelada en el rostro, viendo a la niña desaparecer con la empleada. “Está muy apegada a la empleada, ¿no?”, dijo volviendo a sentarse. Valentina ayudó mucho a Sofía.
Fue la única persona que logró que saliera de su habitación. “¡Ah, qué lindo de su parte!”, Pero la forma en que lo dijo dejó en claro que no le parecía nada lindo. Se quedó unos minutos más intentando sacarle plática a Mateo, preguntándole por el restaurante, los negocios, si estaba saliendo con alguien. Pero Mateo respondía a todo con monosílabos, visiblemente incómodo. “Bueno, creo que es mejor que me vaya”, dijo Jimena finalmente tomando su bolso. Solo quería pasar a saludar, ver cómo estaban.
Caminó hacia la puerta. Antes de salir, le tomó el brazo a Mateo. “Podríamos cenar uno de estos días, solo tú y yo, para ponernos al día de verdad. No sé si sea una buena idea, por favor, solo una cena como viejos amigos. Mateo vaciló. Lo pensaré. Perfecto. Entonces te llamo. Adiós, Mateo. Le dio un beso largo en la mejilla y se fue. Cuando la puerta se cerró, Mateo se quedó ahí de pie. Algo no andaba bien. Chimena nunca hacía nada sin un motivo oculto.
En la cocina, Sofía comía panqueques mientras Valentina lavaba los trastes. No me cayó bien esa mujer, dijo Sofía de repente. ¿Por qué no, mi amor? Porque es falsa. Me sonró, pero su sonrisa no le llegaba a los ojos. Valentina dejó de lavar los trastes y miró a la niña. Eres muy lista, ¿sabías? Mi papá siempre dice eso, pues tiene toda la razón. Las dos se sonrieron. Afuera, Jimena se sentó en el coche, pero aún no encendía el motor.
Sacó su celular y abrió el Instagram de Mateo. Deslizó por el Fed hasta que encontró lo que buscaba. Una foto reciente de 4 días atrás. Sofía sentada a la mesa de la cocina sonriendo mientras revolvía algo en un tazón. Y al fondo, un poco desenfocada, se alcanzaba a ver a Valentina. Leyó la descripción. Mi hija por fin volvió a sonreír gracias a quien trajo luz a nuestra casa. Jimena apretó los dientes, así que era eso. La empleadita había logrado meterse en sus vidas.
Se había ganado a la niña y por la forma en que Mateo había hablado de ella, quizás también lo había conquistado a él. abrió el navegador y tecleó el nombre completo que había visto en el gafete del uniforme. Valentina Rojas Morales comenzó a buscar redes sociales, noticias antiguas, cualquier cosa que pudiera usar, porque si algo sabía hacer bien, Shimena era descubrir secretos. Y todo el mundo tenía un muerto en el closet. Solo necesitaba encontrar el de Valentina.
Pasaron dos semanas y media desde que Mateo contrató al investigador privado. En ese tiempo, él y Valentina habían pasado varias noches en la oficina revisando documentos antiguos, fotos amarillentas, registros que el investigador iba consiguiendo. Sofía comenzó a bajar a cenar con ellos algunas veces. Todavía tenía días difíciles, días en los que no salía de su habitación, pero eran cada vez menos. La presencia de Valentina parecía calmar a la niña de una manera que ningún medicamento había logrado.
Una tarde de jueves sonó el teléfono. Mateo estaba solo en la oficina. Valentina había ido al mercado con la lista de compras. Señor Garza, habla el investigador. Pablo, encontró algo sí. Y le recomiendo que se siente para escuchar esto. Mateo acercó una silla. Dígame. El acta de defunción de su hermano tiene varias inconsistencias. Fue expedida basándose solo en testimonios, sin un cuerpo. Y descubrí que uno de los testigos principales murió se meses después en circunstancias extrañas. ¿Cómo que extrañas?
Un atropellamiento que nunca fue resuelto. El caso se archivó como un accidente, pero hay detalles que no cuadran y hay más. Mateo sujetó el teléfono con más fuerza. encontré registros de una enfermera que trabajaba en el hospital general en la época del supuesto ahogamiento. Tres días después del caso de su hermano, ella renunció, tomó a su familia y desapareció. Cambió de ciudad, cambió de nombre, nunca más se le volvió a ver por la región. ¿Qué significa eso?
Significa que a alguien le pudieron pagar para hacerse de la vista gorda o para ayudar activamente. Todavía estoy investigando, pero todo indica que el ahogamiento fue un montaje, señor Garsa. Mateo cerró los ojos intentando controlar lo que sentía. Y los registros del orfanato. Conseguí acceso ayer. Hay un niño registrado como Daniel Silva, que ingresó en el orfanato Santa Clara. Exactamente 2 días después de la desaparición de su hermano. Edad de ingreso, 4 años. Motivo del internamiento. Padres adoptivos fallecidos en un accidente de coche.
Era él, susurró Mateo. Todo indica que sí, señor. Seguiré investigando. Pero existe una posibilidad real de que su hermano haya sido secuestrado y vendido a una familia que no podía adoptar. por la vía legal. Cuando esa familia murió en el accidente, el niño terminó en el orfanato con una identidad falsa. ¿Cuánto tiempo necesita para reunir todas las pruebas? Algunas semanas todavía, quizá un mes. Son documentos muy antiguos. Tendré que ir con calma para no levantar sospechas. Está bien, haga lo que sea necesario.
El dinero no es problema. ¿Entendido, señor Garsa? Le llamo en cuanto tenga más novedades. La llamada terminó. Mateo se quedó ahí sentado con el teléfono aún en la mano procesando todo. 20 años. 20 años de mentiras. 20 años creyendo que su hermano había muerto ahogado cuando en realidad estaba vivo. Olvidado en un orfanato a pocos kilómetros de distancia. La puerta de la oficina se abrió. Valentina entró con dos bolsas del mercado. Encontré el chocolate que le gusta a Sofía.
Estaba en oferta y se detuvo al ver la expresión en el rostro de Mateo. ¿Pasó algo? Mateo la miró y por primera vez desde que Valentina había llegado, no pudo contenerse. Llamó el investigador. Tenías razón. En todo. Valentina soltó las bolsas en el suelo. Encontró a Daniel. Todavía no, pero encontró pruebas de que fue secuestrado, de que el ahogamiento fue un montaje, de que fue vendido a una familia y que terminó en el orfanato cuando esa familia murió.
Dios mío. Mateo se levantó y fue hacia la ventana. Le temblaban las manos. Estuvo vivo todo este tiempo, Valentina, vivo y esperando. Y yo no lo supe. No busqué bien. Acepté lo que me dijeron y seguí adelante. Usted era un niño, no tenía cómo saberlo. Pero después crecí. Me hice adulto. Pude haber investigado, pude haber cuestionado, pero no hice nada. Su voz salió más fuerte de lo que pretendía. Valentina dio un paso hacia atrás. Asustada, Mateo se dio cuenta y respiró hondo.
Perdón, no quise gritar. Lo entiendo. Usted está procesando muchas cosas. Volvió a la silla, se pasó las manos por la cara. Y si es demasiado tarde y si no logramos encontrarlo, lo vamos a lograr. ¿Cómo estás tan segura? Valentina se acercó, pero mantuvo una distancia respetuosa. Porque conozco a Daniel y si hablaba tanto de su hermano es porque nunca se rindió. Él está por ahí y lo vamos a encontrar. Ambos se quedaron en silencio. Valentina vio el dolor en los ojos de Mateo y quiso hacer algo, decir algo que ayudara, pero no sabía qué.
Voy a preparar un té, dijo por fin. Usted necesita respirar un poco. Gracias, Valentina. Ella tomó las bolsas y fue a la cocina. Cuando la puerta se cerró, Mateo dejó caer la cabeza entre sus manos. Casi 30 años de mentiras, casi 30 años de una culpa innecesaria. Y ahora, por fin había esperanza de encontrar a su hermano. Pero junto con la esperanza venía el miedo. Miedo de que fuera demasiado tarde. Miedo de que Daniel ya no quisiera saber nada de él.
Miedo de descubrir que su hermano había sufrido demasiado. Valentina regresó 15 minutos después con una taza de té de manzanilla. La colocó sobre la mesa sin decir nada. Señor, ¿puedo decirle algo? Claro. Usted no le falló a Daniel. A usted lo engañaron. Engañaron a toda la familia. No es su culpa. Mateo tomó la taza, pero no bebió. Debía haber desconfiado. Debía haber investigado. ¿Cómo usted era un niño, luego un adolescente lidiando con la мυerte de su madre, después un adulto tratando de salvar el restaurante de su padre.
Cuando iba a tener tiempo de cuestionar algo que todo el mundo decía que era verdad. Él la miró. Valentina estaba ahí firme con los ojos llenos de certeza. Es usted muy sabia para su edad. ¿Sabe? Aprendí desde muy joven que culparse por el pasado no cambia nada. Solo podemos cambiar lo que hacemos de ahora en adelante. ¿Y qué hago de ahora en adelante? Siga buscando, no se rinda. Y cuando encuentre a Daniel, abrácelo y pídale perdón, no por haber fallado, sino por haberse tardado.
Mateo finalmente bebió el té. Estaba dulce, justo como le gustaba. Gracias por todo. Valentina esbozó una pequeña sonrisa. Lo vamos a encontrar, señor Mateo. Le prometo que lo vamos a encontrar. Y una semana después, durante una cena de negocios en la mansión, Mateo descubriría que las promesas no siempre se cumplen como esperamos y que la confianza, por más fuerte que parezca, puede romperse con una sola mentira bien contada. Habían pasado 8 semanas desde la primera conversación con el investigador.
La búsqueda de Daniel continuaba lenta pero constante. El investigador llamaba cada semana con pequeños avances, nombres de trabajadores sociales jubilados, registros antiguos de adopciones, piezas de un rompecabezas de casi 30 años. Mientras tanto, la vida en la mansión había cambiado de una manera que Mateo nunca imaginó. Sofía ahora bajaba a la cocina todas las mañanas. Todavía tenía sus días malos cuando despertaba asustada y no quería salir de su habitación, pero eran cada vez más raros. Una mañana de sábado, Mateo bajó y encontró la cocina cubierta de harina.
Sofía y Valentina se estaban riendo con las caras blancas de tanta harina en el aire. ¿Qué es todo este lío? Valentina se asustó e intentó limpiarse la harina de la ropa. Disculpe, señor, estábamos haciendo pan y yo le eché harina, completó Sofía riendo. Pero fue sin querer. Mateo miró a su alrededor. Había harina por todas partes, pero su hija estaba feliz, realmente feliz. Pueden continuar. Solo no hagan explotar la cocina. Sofía corrió y abrazó a su papá.
Gracias, papá. Val me está enseñando a hacer pan como el del orfanato. Regresó corriendo a la mesa donde había un tazón con masa. Mateo se acercó a Valentina. Gracias por todo esto. No tiene que agradecer. Ella es especial. Aún así, usted consiguió lo que ningún terapeuta ha logrado. Valentina esbozó una pequeña sonrisa y volvió a la masa de pan. Mateo se quedó allí un rato más, solo observando. Había algo en la forma en que Valentina cuidaba de Sofía que lo conmovía.
No era solo cariño, era respeto. Trataba a la niña como alguien fuerte, capaz de superarlo. Y Sofía florecía con eso. Papá, ven a amasar con nosotras. No sé hacer pan. Val nos enseña. Es fácil. Mateo se acercó a la mesa. Valentina le mostró los movimientos, la forma de presionar sin usar demasiada fuerza. Así, mira, deja que la masa te guíe. Él lo intentó, pero la masa se le pegó en las manos. Creo que no sirvo para esto.
Sofía se rió. Eres chef y no sabes hacer pan. Valentina espolvoreó más harina y le ayudó a despegarse la masa de las manos. Vamos de nuevo con calma. Los tres estuvieron allí casi una hora riendo de las torpezas de Mateo, limpiando el desorden que hacía Sofía, esperando a que el pan subiera. Cuando el pan por fin salió del horno dorado y aromático, Sofía aplaudió. “Lo logramos.” Así es. Lo logramos, dijo Valentina sonriéndole a la niña. Mateo cortó una rebanada aún caliente y la probó.
Estaba delicioso. Deberías abrir una panadería. Valentina se rió. El pan de orfanato no se vende en panaderías elegantes, señor. Se vendería si fuera tuyo. Ella se sonrojó y fue a lavar los tazones. Más tarde, cuando Sofía subió a dibujar, Mateo ayudó a limpiar la cocina. El investigador llamó ayer, dijo mientras secaba un plato. Valentina dejó de lavar los platos. ¿Y qué te dijo? Está rastreando a una persona que pudo haber conocido a Daniel, un trabajador social que laboraba en la zona del orfanato en esa época.
Ya está jubilado, vive en provincia. Es una buena noticia. Sí, pero todavía va a tomar tiempo. Valentina volvió a lavar. Lo vamos a encontrar, estoy segura. ¿Cómo es que tienes tanta fe? Porque conozco a Daniel. Él nunca se rendiría y nosotros tampoco lo haremos. Mateo se quedó mirándola. Había algo en Valentina que lo atraía cada vez más. Su fuerza, su amabilidad, la forma en que transformaba todo a su alrededor con solo estar presente. Él negó con la cabeza, no podía pensar en esas cosas.
Ella era su empleada, él era su patrón. Había una distancia que no se podía cruzar, pero al corazón no le importaban esas reglas. Jimena Montenegro no había perdido el tiempo. Tres semanas atrás había contratado a un investigador privado para averiguar todo sobre Valentina. No fue barato, pero valió cada centavo. El hombre le trajo un expediente completo, direcciones anteriores, trabajos pasados, hasta los nombres de sus compañeros del orfanato. Fue entonces cuando Jimena encontró oro. Valentina había trabajado en la casa de una familia adinerada 2 años atrás.
Se fue de allí después de 6 meses, sin carta de recomendación, sin previo aviso. Jimena le llamó a la antigua patrona, una mujer llamada Beatriz Solís, de voz agria, llena de resentimiento. Valentina, esa víbora me robó. Jimena se sentó en la silla sonriendo. Cuéntemelo todo. Me robó un collar de oro de mi madre, un collar de la familia con valor sentimental. Cuando lo descubrí, ella se había escapado. Levanté una denuncia, pero nunca la encontraron. Y la demanda no me dio tiempo, desapareció antes, hasta se cambió de ciudad.
Pero tengo todos los documentos. Si usted quiere, se los puedo mandar. Mándemelo todo. Beatriz se lo mandó por correo electrónico. La denuncia policial, fotos del collar desaparecido e incluso los mensajes que le había enviado a Valentina acusándola del robo. Jimena lo imprimió todo, pero sabía que no era suficiente. Necesitaba algo más oficial, algo que pareciera un proceso judicial de verdad. llamó a un abogado conocido, un hombre sin escrúpulos que hacía cualquier cosa por dinero. Necesito que crees un documento, una demanda laboral falsa.
El abogado dudó. Eso es un delito, Jimena. Lo sé y te pagaré muy bien por ello. ¿Cuánto? 170,000. Silencio al otro lado de la línea. Mándame los datos. Tres días después, Jimena tenía un documento perfecto, una demanda laboral de Valentina Rojas Morales contra la familia Solís, con una contraacusación por robo. Todo tan bien hecho que a primera vista pasaría por auténtico. Ahora solo necesitaba el momento adecuado para usarlo. Mientras tanto, empezó a aparecer por la mansión con más frecuencia, siempre con alguna excusa.
Traía pastel, traía flores, le traía un regalo a Sofía. Mateo la dejaba entrar sin darse cuenta del veneno que llevaba consigo. En una de esas visitas, Shimena consiguió quedarse a solas en la cocina con Valentina. Trabajas muy bien, Bal. ¿Puedo llamarte Bal? Claro. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para Mateo? Un mes y medio. Vaya, tan poco tiempo y ya tan cercana a la familia. Tienes suerte. A Valentina no le gustó el tono, pero no respondió. Y antes, ¿dónde trabajabas?
En casa de otra familia. ¿Por qué te fuiste, Valentina? Se puso tensa. No funcionó. Ah, entiendo. A veces uno simplemente no encaja, ¿verdad? Jimena le dedicó una sonrisa dulce. Pero aquí has encajado perfectamente. Sofía te adora y a Mateo también pareces gustarle bastante. Es un buen patrón. Solo tu patrón. Valentina la miró. ¿A qué se refiere, señora? Nada, nada. Solo me pareció interesante lo cercanos que son. Él confía mucho en ti. Yo hago bien mi trabajo. Claro.
Jimena tomó su bolso. Bueno, ya me voy. Solo vine a dejar el pastel. Cuando se fue, Valentina sintió una opresión en el pecho. Había algo en esa mujer que era puro peligro. Dos días después, Jimena regresó. Esta vez trajo a una amiga. Mateo. Ella es Patricia. Trabaja en recursos humanos. Le estaba contando lo cuidadoso que eres con la casa, con Sofía. Quería darte algunos consejos de seguridad. Patricia era una mujer de unos 40 años, seria, de aspecto profesional.
Señor Garza, en el área de RR HH, de siempre recomendamos hacer una investigación de antecedentes de todos los empleados domésticos, sobre todo de quienes tienen contacto con niños. Mateo frunció el seño. Valentina tiene referencias. Yo las verifiqué. Las referencias son importantes, pero a veces no cuentan toda la historia. Hay cosas que solo aparecen en una investigación más profunda. ¿Qué tipo de cosas? Demandas laborales, por ejemplo, deudas, antecedentes penales. Valentina no tiene nada de eso. Patricia y Jimena intercambiaron una mirada.
¿Estás seguro?, preguntó Jimena. Mateo se sintió incómodo. Lo estoy. Pero la semilla de la duda había sido plantada. Esa noche se quedó despierto hasta tarde. Tomó su celular y estuvo a punto de buscar el nombre de Valentina, pero se sintió ridículo. Ella había salvado a Sofía. Había traído la esperanza de encontrar a Daniel. ¿Por qué iba a dudar de ella ahora? Dejó el celular e intentó dormir, pero el sueño no llegaba. Tres semanas después, Mateo organizó una cena informal en la mansión.
Eran amigos cercanos, no socios. Cuatro parejas, una plática ligera, nada formal. Contrató un servicio de Catherine para la comida. Valentina solo tenía que ayudar a servir las bebidas y mantener todo en orden. La tarde transcurrió con tranquilidad. Sofía ayudó a poner la mesa, emocionada porque podría saludar a los invitados antes de subir a su habitación. Todo iba bien hasta que sonó el timbre a las 7 de la noche. Era Shimena otra vez. Mateo, hola. Vine a ayudar con la cena.
No te invité, Shimena. Lo sé, pero cuando mencionaste la cena la semana pasada, pensé en echarte una mano. Ya me conoces. Me encantan las reuniones. Entró antes de que él pudiera protestar. Los invitados comenzaron a llegar. Todos se saludaban, conversaban, reían. El ambiente era agradable. Valentina servía las bebidas, siempre educada y discreta. Jimena observaba cada uno de sus movimientos como un halcón. Fue a la hora de los aperitivos cuando Jimena actuó. Valentina estaba pasando con una charola de canapés cuando Jimena tropezó con ella.
No fue un golpe fuerte, pero fue suficiente para que la charola se tambaleara. Cuidado, Bal. Valentina logró sujetar la charola, pero uno de los canapés cayó al suelo. Ay, Dios mío, qué torpe. Jimena se llevó la mano a la boca. Vieron, casi se le cae todo. Los invitados la miraron. Valentina se puso roja y se agachó para recoger el canapé. Disculpen. Enseguida lo limpio. Mateo se dio cuenta de que algo andaba mal, pero no logró identificar qué era.
No pasa nada. Valentina, solo limpia y trae otra charola. Salió rápidamente hacia la cocina. Shimena esperó hasta el postre para soltar la bomba. La conversación estaba animada cuando sacó su celular. Oigan, hablando de eso, ¿ustedes verifican los antecedentes de sus empleados domésticos? Una de las mujeres llamada Renata respondió, “Claro, siempre. Es peligroso dejar entrar a cualquiera sin saber quién es.” Pues sí, yo también siempre lo he hecho. Jimena miró su celular. Por eso me preocupé tanto cuando descubrí algo sobre Valentina.
El ambiente cambió al instante. Todo el mundo se quedó en silencio. Mateo sintió un nudo en el estómago. Jimena, no hagas esto. Pero ella les estaba mostrando la pantalla del celular a los invitados. Miren, demanda laboral. demandó a la familia anterior por salarios atrasados, pero la familia la contrademandó alegando robo de joyas. Uno de los hombres, un empresario de unos 60 años llamado Roberto, tomó el celular de ella para ver mejor. “Esto es serio, robo patrimonial. El caso fue archivado”, dijo Mateo con la voz más alta de lo normal.
No hubo ninguna prueba, pero Jimena ya había esparcido su veneno. Renata hizo una mueca de asco. Yo nunca contrataría a alguien con antecedentes, aunque el caso esté cerrado. Ya sabes lo que dicen, ¿no? Cuando el río suena, agua lleva. Los demás asintieron. Valentina había salido de la cocina con la charola de los postres. Se detuvo en la puerta al escuchar la conversación. vio a todos los invitados mirando el celular de Jimena, cuchicheando y haciendo gestos de desaprobación.
Entendió al instante lo que había pasado. Respiró hondo y entró al comedor. Colocó los postres en la mesa con manos firmes, aunque por dentro estuviera temblando. Roberto la miró con desdén. Señorita, ¿podría traerme mi cartera? La dejé en mi saco en la entrada. Valentina iba a buscarla cuando él añadió, “De hecho, olvídalo. Mejor voy yo, es más seguro.” Las mujeres se rieron por lo bajo. Valentina sintió que le ardían las mejillas, pero mantuvo la cabeza en alto.
Regresó a la cocina y se recargó en la pared tratando de respirar. Afuera. Mateo estaba furioso. Shimena, no tenías ningún derecho a hacer esto. Tengo derecho a proteger a las personas que amo. Y tú y Sofía son importantes para mí. Humillaste a Valentina enfrente de todo el mundo. Dije la verdad. Si la verdad humilla, el problema no soy yo. Los invitados se sintieron incómodos. El ambiente de la cena se había agriado por completo. Se fueron poco después, todos con excusas apresuradas.
Cuando el último se fue, Mateo se volteó hacia Jimena. Vete y no vuelvas más, Mateo. Te dije que te fueras. Jimena tomó su bolso con los ojos brillándole de rabia y satisfacción al mismo tiempo. Cuando pasó por la cocina, le susurró a Valentina, aquí no es tu lugar. Cuanto antes lo aceptes, mejor. Y se fue. Mateo entró en la cocina. Valentina lavaba los platos con fuerza, con la cabeza gacha. Valentina, lo siento mucho. Ella no tenía derecho.
No necesita disculparse, señor. Yo sé cuál es mi lugar. No se trata de lugares, se trata de respeto. Y ella te faltó al respeto. Ella mostró un documento. Es verdad o no. Mateo se quedó en silencio. Es verdad que existe un proceso, pero fue archivado. No hubo pruebas de nada. Pero existe. Sí, existe. Mi patrona anterior me acusó de robar un collar porque su esposo se me quedaba viendo. Ella inventó el robo para despedirme. Puse una denuncia.
Intenté defenderme, pero no tenía dinero para un abogado. El proceso fue archivado y me mudé de ciudad para empezar de nuevo. ¿Por qué nunca me lo contaste? Porque me daba vergüenza. Porque sabía que aunque fuera mentira, la gente me miraría diferente. Y tenía razón. Ella lo miró con los ojos enrojecidos. Usted me está mirando diferente ahora. Mateo abrió la boca para negarlo, pero no pudo porque ella tenía razón. Valentina volvió a los platos. Mateo se quedó un momento más sin saber qué decir.
Luego subió a su habitación y cerró la puerta. Valentina terminó de limpiar todo. Subió a su cuarto y se encerró. Se sentó en la cama y dejó que las lágrimas cayeran. Porque por primera vez que había llegado ahí se dio cuenta de que no importaba cuánto trabajara, cuánto se esforzara, para ellos siempre sería solo la de la limpieza, la pobrecita del orfanato, alguien a quien podían desechar en cualquier momento. Al día siguiente, el ambiente en la mansión era tenso.
Mateo apenas pudo mirar a Valentina en el desayuno. Sofía se dio cuenta de que algo andaba mal. Papá, Bal está triste. Está bien, ¿no es cierto? Lloró en la madrugada. La oí. Mateo miró a su hija. ¿Cómo lo sabes? Me desperté porque tenía sed y oí un ruido en su cuarto. Estaba llorando bajito. Sintió una opresión en el pecho, pero no sabía cómo arreglarlo. Por la tarde, cuando Mateo estaba en la oficina revisando documentos de la investigación sobre Daniel, sonó el timbre.
Era Jimena y no estaba sola. Venía con una mujer de unos 50 años, bien arreglada y con una sonrisa profesional. Mateo, es Elena, tiene 20 años de experiencia como gobernanta. Trabajaba para la familia Méndez, la del banco. Pensé que querrías conocerla. Mateo frunció el seño. No estoy buscando una gobernanta. Aún no. Pero después de lo que pasó ayer, pensé que querrías reconsiderar tus opciones. Estaba a punto de pedirles que se fueran cuando Sofía apareció en lo alto de la escalera.
¿Quién es ella? preguntó la niña señalando a Elena. Jimena subió dos escalones. Hola, Sofi. Ella es Elena, una gobernanta maravillosa. Tu papá está pensando en contratarla. No, no lo estoy. Dijo Mateo con firmeza, pero Jimena lo ignoró. Elena cocina, limpia, organiza eventos. Es mucho mejor que que Valal. Completó Sofía bajando la escalera. Nadie es mejor que Bal. Cariño, Valentina es agradable, pero no es de fiar. Tu papá necesita a alguien que Claro que es de fiar, gritó Sofía.
La mentirosa eres tú, Sofía. La reprendió Mateo. No hables así, pero es verdad. Se la pasa hablando mal de Bal todo el tiempo. Jimena forzó una sonrisa. Cariño, yo solo quiero lo mejor para ti y para tu papá. Y Valentina, ella no es buena para ustedes. Sí lo es, no lo es. Ella solo está aquí por el dinero. No es tu amiga de verdad. Sí lo es. Comenzó a llorar Sofía. Ella es mi amiga. En ese momento, Valentina apareció en la puerta de la cocina.
Lo había escuchado todo. Sofía corrió hacia ella y la abrazó con fuerza por la cintura. Bal, no dejes que te echen. Valentina abrazó a la niña, pero miró a Mateo. Si usted quiere que me vaya, me voy sin ningún problema. Jimena aprovechó. ¿Ves? Ella misma sabe que no tiene futuro aquí. Yo no dije eso, pero lo pensaste. Sabes que no eres lo suficientemente buena para esta familia. Valentina soltó a Sofía con cuidado. El problema no es que yo no sea lo suficientemente buena.
El problema es que usted no acepta que perdió. Jimena se puso roja. Yo no he perdido nada. Mateo es mío. Siempre lo ha sido. Él nunca fue suyo. Usted misma terminó con él porque no estaba listo. Pero ahora que su esposa murió, está libre y no voy a dejar que una sirvienta cualquiera me robe lo que es mío. Mateo finalmente reaccionó. Chimena, basta. Lárgate de mi casa ahora mismo, ¿no? Señaló a Valentina. Apareció aquí con una historia absurda sobre un hermano muerto.
Lo planeó todo para acercarse a ti. Primero se ganó a Sofía y ahora está tratando de conquistarte a ti. Yo no planeé nada, respondió Valentina con la voz temblorosa. Yo vine a trabajar nada más. Mentira. Jimena estaba fuera de control. Viste una oportunidad, un hombre rico, viudo, con una hija que necesita atención. Pensaste que te ibas a salir con la tuya. Mateo dio un paso al frente. Jimena, voy a contar hasta tres. Si no te vas, llamo a la policía.
Te vas a arrepentir. Es una interesada. Le robó a su patrona anterior y te va a robar a ti también. Uno. Mateo, escucha. Dos. Jimena tomó su bolso con los ojos llenos de rabia. Ya verás. Cuando te engañe, cuando te robe todo lo que tienes, te vas a acordar de que te lo advertí. Salió azotando la puerta. Elena, la supuesta ama de llaves, salió corriendo tras ella. El silencio que quedó era pesado. Sofía seguía abrazando a Valentina llorando bajito.
Mateo las miró a las dos. vio el dolor en el rostro de Valentina, la confusión en el de su hija. Sofía, sube a tu cuarto. Pero papá, ve, por favor. La niña soltó a Valentina lentamente y subió las escaleras, mirando hacia atrás en cada escalón. Cuando desapareció de su vista, Mateo se volvió hacia Valentina. Necesito saber la verdad, toda la verdad. Ya te dije la verdad sobre Daniel, sobre la demanda, sobre todo, pero no me lo dijiste antes.
Lo ocultaste porque me daba vergüenza, porque sabía que me ibas a mirar como me estás mirando ahora y cómo te estoy mirando, como si fuera una mentirosa, una aprovechada, como si todo lo que he hecho aquí no valiera nada. Mateo se pasó la mano por la cara exhausto. Ya no sé en qué creer. A Valentina se le partió el corazón. Entonces quizás sea mejor que me vaya. Él se quedó en silencio. No dijo que sí, pero tampoco dijo que no.
Y ese silencio dolió más que cualquier grito. “Voy a empacar mis cosas”, dijo ella con voz baja. Subió las escaleras lentamente, cada escalón pesando más que el anterior. Mateo se quedó solo en la sala, se sentó en el sofá y se cubrió el rostro con las manos arriba. Sofía escuchó todo desde la puerta de su habitación. Vio a Valentina pasar por el pasillo con los ojos rojos. Val. la llamó en voz baja. Valentina se detuvo, pero no se dio la vuelta.
Todo va a estar bien, Sofi. Eres una niña fuerte. Vas a estar bien. ¿Te vas a ir? Silencio. ¿Verdad que no te vas? Prometiste que te ibas a quedar. Valentina finalmente se dio la vuelta, se arrodilló frente a la niña. A veces no podemos cumplir las promesas, mi amor. No porque no queramos, sino porque el mundo no nos deja. No quiero que te vayas. Lo sé, pero tu papá necesita confiar en mí y ya no confía. Entonces haz que confíe.
Demuéstrale que eres buena, Valentina. Abrazó a la niña con fuerza. Así no funcionan las cosas, Sofi. No podemos obligar a nadie a que nos crea. La gente elige y tu papá eligió no creerme. La soltó y entró a su cuarto. Sofía se quedó en el pasillo llorando en silencio, porque de todas las cosas que la мυerte de su madre le había arrebatado, esta era la peor, la esperanza de que alguien por fin se quedaría. Valentina no se fue ese día.
Mateo le pidió que se quedara hasta el fin de semana mientras él decidía qué hacer. Ella aceptó porque necesitaba el dinero, pero todo había cambiado. Doña Elvira, la cocinera que siempre había sido tan amable, ahora la trataba con frialdad. Jimena la había llamado y le había contado todo sobre el proceso de Valentina. El lunes por la mañana, cuando Valentina fue a ayudar en la cocina como siempre hacía, encontró la puerta cerrada con llave. Doña Elvira tocó suavemente.
Necesito tomar las cosas para el desayuno del señor Mateo. La puerta se abrió, solo una rendija. Doña Elvira le pasó una bandeja ya lista. Ya lo hice. No hace falta que entres, pero yo siempre le ayudo, señora. Ya no hace falta. La puerta se cerró. Valentina se quedó ahí con la bandeja en las manos. Se tragó el llanto y llevó el café a la oficina. Más tarde fue a tender la ropa en el tendedero. Encontró su uniforme de repuesto rasgado por la mitad.
Alguien lo había cortado con tijeras. Lo llevó a lavandería donde don Jorge, el conserje guardaba sus cosas de costura. Don Jorge, mi uniforme está rasgado. Usted tiene hilo y aguja. Él apenas la miró. No, pero usted siempre tiene. No tengo. Busca en otro lado. Le dio la espalda y se fue. Valentina cosió el uniforme sola en su cuarto con un hilo que encontró en un cajón viejo. Al día siguiente, su almuerzo desapareció del refrigerador. Había dejado su comida ahí por la mañana.
A la hora del almuerzo había desaparecido. Buscó por toda la cocina. Nada. Doña Elvira, preguntó cuando la cocinera entró. Vio mi comida. No vi nada. Y mira, si yo fuera tú, no dejaría comida en el refrigerador de la casa. No es tu lugar. Valentina no respondió. Ese día comió galletas con té. Los días siguientes fueron peores, pequeñas y constantes maldades. Alguien tiró su cubeta en el piso que acababa de trapear. Le escondieron los productos de limpieza. Tocaban el timbre de su cuarto de madrugada y salían corriendo.
Valentina soportaba todo en silencio, hacía su trabajo, mantenía su distancia de todos y sobrevivía. Sofía era la única que todavía la trataba con normalidad, pero la niña también había cambiado. Volvió a pasar más tiempo en su habitación, volvió a tener pesadillas. Un día, Valentina estaba limpiando el pasillo cuando escuchó unas voces que venían de la cocina. Doña Elvira hablaba en voz alta por teléfono. Sí, mija, yo no iba a dejar que una persona así se acercara a la comida.
¿Quién me asegura que no roba? O peor, que no le ponga algo a la comida. Esa gente no tiene escrúpulos. Valentina sintió un nudo en la garganta, regresó a su cuarto y se sentó en la cama. Miró a su alrededor. Aquel diminuto cuarto se había convertido en un hogar. No era mucho, pero era suyo. Tenía seguridad. Tenía a Sofía. Tenía la esperanza de encontrar a Daniel. Ahora iba a perderlo todo. Tomó su celular y abrió la foto antigua de su hermano del orfanato.
Daniel sonreía con la camisa remendada y el cabello despeinado. Perdóname, Dani, lo intenté. Intenté ayudar a tu hermano a encontrarte, pero no pude. No soy lo suficientemente fuerte. Se acostó de lado y abrazó la almohada. No lloró. Ya no le quedaban más lágrimas, solo cansancio. Cansancio de luchar, cansancio de intentar demostrar que era lo suficientemente buena, cansancio de un mundo que siempre la ponía en el mismo lugar, abajo, sola, desechable. Pasaron tres días desde el enfrentamiento con Jimena.
Mateo había pasado ese tiempo encerrado en su oficina, dividido entre la investigación sobre Daniel y la confusión en su propia cabeza. El investigador había llamado con novedades. Había logrado localizar al trabajador social jubilado que trabajaba en la zona del orfanato 20 años atrás. El hombre accedió a conversar. Era una buena pista, quizá la mejor hasta ahora, pero Mateo apenas podía concentrarse porque cada vez que pensaba en Daniel, pensaba en Valentina, en las acusaciones, en la duda que Shimena había sembrado y que crecía como una enfermedad.
El jueves por la mañana tomó una decisión. Llamó a Valentina a la oficina. Ella entró con el uniforme impecable, el cabello recogido, la postura erguida. Pero tenía profundas ojeras. Había adelgazado. “Puedes sentarte.” se sentó en el borde de la silla con las manos en el regazo. Mateo respiró hondo. He pasado los últimos días pensando en todo lo que ha pasado, en las acusaciones de Jimena en ese caso. Valentina esperó en silencio. Te creo. Sobre el robo, me refiero.
Creo que de verdad fue una trampa de aquella patrona. Ella soltó el aire que estaba conteniendo, pero y sintió que el corazón se le hundía. Pero necesito pensar en Sofía. Quedó muy afectada con todo esto y me di cuenta de algo que me preocupa. ¿Qué cosa? Está muy apegada a usted, la llama mi val. No quiere que nadie más la cuide. No quiere que nadie más se le acerque. Eso no es malo. Se está abriendo de nuevo.
Pero, ¿y si usted se va algún día? ¿Y si necesita irse buscar otro trabajo, otra ciudad? Sofía va a sufrir de nuevo. Será como perder a su mamá otra vez. Valentina entendió a dónde quería llegar él. Usted quiere que me vaya pronto para que no sufra tanto después. No quiero que se quede, pero necesito que mantenga la distancia. ¿Qué tipo de distancia? Él fue hacia la ventana, incapaz de mirarla mientras hablaba. Usted se encarga de la limpieza.
Solo eso. Nada de pasar tiempo con Sofía, nada de hornear pan juntas. Nada de notitas, nada de conversaciones. Solo el trabajo. Solo el trabajo. Es mejor así para todos. Valentina guardó silencio. Cuando habló, su voz sonó baja pero firme. ¿Puedo hacerle una pregunta? Adelante. ¿Usted de verdad está preocupado por el apego de Sofía o tiene miedo de su propio apego? Mateo se volteó hacia ella. ¿A qué se refiere? Sofía ha mejorado. Volvió a reír, a comer, a vivir.
Pero ahora que Jimena le metió dudas en la cabeza, usted tiene miedo. Miedo de confiar en mí, miedo de acercarse. Así que está usando a Sofía de pretexto. No estoy usando a nadie de pretexto. No. Entonces, ¿por qué no me defendió cuando Jimena me humilló delante de todos? ¿Por qué la dejó decir todas esas cosas sin hacer nada? La eché después, después de que el daño ya estaba hecho, cuando lo necesité, usted se quedó callado. Los dos se quedaron mirando.
El peso de las palabras no dichas llenaba el espacio entre ellos. “Solo haga lo que le pedí”, dijo Mateo con la voz más baja. “Por favor, se levantó, lo haré.” Pero no es por Sofía, es porque necesito el trabajo. Pero necesita saber una cosa, ¿qué? En el fondo usted no me cree, quiere creerme, está tratando de convencerse, pero la duda está ahí y mientras siga ahí, no importa lo que yo haga. Siempre seré la empleada de limpieza pobre que podría ser una mentirosa.
No es así. Sí lo es, y ambos lo saben. Salió de la oficina. Mateo se quedó solo con las palabras de ella resonando en la oficina vacía. Por la tarde, Sofía bajó buscando a Valentina. La encontró limpiando el baño del segundo piso. Val, ¿hacemos galletas? Valentina dejó de tallar el inodoro. Se dio la vuelta con el corazón encogido al ver a la niñita esperanzada. Hoy no puedo, Sofi. Tengo mucho trabajo. Entonces, ¿mañana? Mañana tampoco puedo. Voy a estar muy ocupada de ahora en adelante.
Sofía frunció el seño. Pero siempre hacemos cosas juntas. Lo sé, pero tu papá cree que es mejor que solo trabaje sin hacer otras cosas. ¿Por qué? Fue por esa mujer fea. Valentina casi sonró. Casi. Tu papá solo quiere protegerte. Tiene miedo de que te pongas triste si me voy algún día. Pero no te vas a ir, lo prometiste. Valentina se arrodilló frente a la niña, le sujetó los hombritos con cuidado. A veces no podemos cumplir las promesas, mi amor.
No porque no queramos, sino porque el mundo complica las cosas. ¿Hiciste algo malo? No, no hice nada malo. Entonces, ¿por qué mi papá está siendo malo contigo? No está siendo malo, solo tiene miedo. Y cuando tenemos miedo, a veces hacemos cosas que no están bien. Sofía la miró con los ojitos llorosos. Te vas a ir igual que mi mamá. Valentina estrechó a la niña en un fuerte abrazo. Tu mamá no quiso irse, Sofi. Ella quería quedarse contigo para siempre.
A veces la vida nos quita a las personas, pero no es porque ellas quisieran irse y tú quieres quedarte. Valentina no pudo responder porque ya no sabía. No sabía si tenía fuerzas para quedarse en un lugar donde no era bienvenida, donde apenas era tolerada. Sofía notó el silencio, se soltó del abrazo. Sus ojos se llenaron de lágrimas. Te vas a ir. Todo el mundo se va. Salió corriendo. Valentina escuchó sus pasitos rápidos en la escalera, la puerta de la habitación cerrándose de un portazo.
Se quedó allí arrodillada en el piso del baño, con el cepillo de limpiar todavía en la mano. Otra promesa rota, otra niña lastimada. Esa noche Mateo intentó hablar con Sofía, pero la niña se encerró en su cuarto. Hija, ábreme. Vete. Necesitamos hablar de Valentina. No quiero hablar contigo. Eres malo. Mateo apoyó la frente en la puerta. Estoy intentando protegerte. Estás mintiendo. Solo tienes miedo. Igual que cuando te dio miedo que mamá se muriera. Las palabras lo golpearon como un puñetazo.
Sofía, ¿no es así? Sí es verdad. Tuviste miedo y dejaste de estar cerca de mí. Ahora le tienes miedo a Val y la estás alejando. Mateo no supo que responder porque ella tenía razón. Bajó las escaleras despacio. La casa estaba en silencio. Un silencio pesado. Pasó por la cocina. Valentina estaba lavando los platos de la cena que nadie había comido. No quiso cenar de nuevo, ¿verdad?, preguntó Valentina sin mirarlo. No va a estar bien. Los niños son fuertes.
Mateo se quedó parado en la puerta. ¿Y usted va a estar bien? Valentina cerró el grifo, se secó las manos lentamente. Yo siempre lo estoy, siempre lo estamos los que venimos del orfanato, porque si no estamos bien, no hay nadie que nos cuide. Se dio la vuelta. Buenas noches, señor. Pasó a su lado y subió a su cuarto. Mateo se quedó solo en la cocina. El fregadero vacío, la casa vacía, el corazón vacío. Había conseguido lo que quería, había creado distancia, se había protegido a sí mismo y a su hija del peligro de encariñarse demasiado.
Pero, ¿por qué sentía que había perdido algo importante, algo que quizá nunca podría recuperar? Jimena había planeado cada detalle. que la echaran de la mansión había sido humillante, pero no había acabado con ella. Todo lo contrario, la había vuelto aún más decidida. Dos días después del enfrentamiento con Mateo, puso su plan en marcha. Un martes por la mañana esperó a que doña Elvira saliera a hacer las compras y las siguió hasta el mercado. Doña Elvira, qué casualidad.
La cocinera se dio la vuelta, se mostró incómoda. Doña Jimena, ¿cómo está? ¿Puedo hablar con usted un momentito? Es importante. Las dos fueron a la cafetería del mercado. Jimena pidió dos cafés expresos. ¿Cómo van las cosas en la casa? Complicadas. La muchacha sigue ahí. El señor Mateo puso algunas reglas. Ya no puede estar cerca de Sofía, pero sigue trabajando ahí. ¿Y cómo está Sofía? Volvió a encerrarse en su habitación. No come bien. Está igual que antes de que llegara Valentina.
Jimena meneó la cabeza fingiendo preocupación. Qué triste. Y lo peor es que nadie sabe realmente cómo es ella, ¿no? Doña Elvira bajó la voz. Así es. Ese juicio me dejó con la mosca detrás de la oreja. Jimena se inclinó hacia adelante. Mire, yo no quería decir esto, pero tiene que saberlo. Hice una investigación más a fondo sobre ella y la familia que la acusó de robo tenían razón. encontré pruebas, pero el caso fue archivado porque ella huyó antes del juicio.
Se cambió de ciudad, lo cambió todo. Dios mío. Jimena sacó un sobre de su bolso. Adentro había copias de supuestas declaraciones, fotos del collar que había desaparecido. Mire, este es el collar que robó. Era una joya de familia de oro puro. La patrona quedó destrozada. Doña Elvira miró las fotos. horrorizada. Y el señor Mateo sabe de esto, ¿no? No quiso escuchar. Está ciego. Jimena guardó el sobre. Por eso estoy preocupada. Si robó una vez, puede volver a hacerlo.
¿Como qué? Por ejemplo, las joyas de su difunta esposa, las que guarda en su habitación. Doña Elvira se quedó pensativa, pero ella limpia esa habitación cada semana. Si fuera a robar, ya lo habría hecho. Jimena esbozó una sonrisa triste. O está esperando el momento oportuno. Ya sabe cómo son. Un ladrón astuto no roba el primer día, espera a ganarse la confianza, luego toma la pieza más valiosa y desaparece. Había plantado la semilla. Ahora solo era cuestión de esperar a que creciera.
Dos días después, Shimena llamó a la casa. Doña Elvira contestó, “Doña Elvira, ¿cómo está?” Oiga, estaba pensando, “Ya revisó las joyas de la difunta esposa de Mateo, solo para asegurarse de que todo esté ahí.” ¿No? ¿Por qué? Es que tuve un mal presentimiento y si Valentina ya tomó algo, sería terrible descubrirlo demasiado tarde. Doña Elvira titubeó, “No sé si deba tocar las cosas del señor Mateo. Usted no va a tocar nada, solo va a mirar para estar segura.
Si todo está ahí, perfecto. Si falta algo, le avisa. Es su deber, Elvira. Usted ha trabajado ahí por años. Tiene que proteger la casa.” La cocinera colgó con el corazón acelerado. Esperó a que Mateo se fuera al restaurante. Subió a su habitación. Abrió el cajón donde él guardaba el alajero de su difunta esposa. Todo muy organizado, los aretes, los anillos, las pulseras. Contó las piezas. Volvió a revisar. Todo estaba ahí, menos el collar. El collar de oro con el dije de corazón que su esposa usaba siempre.
El último regalo que Mateo le había dado había desaparecido. Doña Elvira sintió que se le helaba la sangre. Cerró el cajón rápidamente, le llamó a Jimena. El collar desapareció. Jimena fingió sorpresa a la perfección. Lo sabía. Sabía que iba a pasar. Le dijiste a Mateo, todavía no. Está en el restaurante. Dile ahora. Y mira. Sé que es difícil, pero sería bueno revisar su cuarto antes de que lo esconda en otro lugar o lo venda. No puedo hacer eso.
Sería invadir su privacidad. Entonces, pídele a Mateo que lo haga. Pero rápido, Elvira, antes de que sea demasiado tarde. Lo que doña Elvira no sabía era que Jimena había entrado en la mansión tres días antes. De madrugada tenía una copia de la llave que había tomado meses atrás, cuando todavía era bienvenida en la casa. Había robado el collar de la habitación de Mateo, había subido al cuarto de Valentina y había plantado el collar dentro del viejo estuche de maquillaje que estaba sobre el buró.
Un lugar demasiado obvio, pero ese era el plan, hacer que pareciera que Valentina era tan arrogante que ni siquiera se molestó en esconderlo bien. Cuando Mateo llegó a casa por la noche, doña Elvira lo esperaba en la puerta. Señor Mateo, necesito hablar con usted. Es urgente. Él estaba cansado. Había pasado todo el día resolviendo problemas en el restaurante. ¿Qué pasa? Es sobre el collar de su difunta esposa. ¿Qué collar? El de oro. El que tiene un corazón.
Usted lo guardaba en el cajón. Y desapareció. Mateo se quedó paralizado. ¿Cómo que desapareció? Revisé el cajón hoy. Está todo ahí, menos el collar. Se debe haber caído. Debe estar en otro lugar. No, señor. Conozco ese cajón. Lo limpio todas las semanas. El collar estaba ahí la semana pasada, ahora no está. Mateo subió las escaleras corriendo, abrió el cajón, revolvió todo, tiró las cajitas al suelo, tomó los aretes, los anillos, buscando el collar. no estaba. Era el último recuerdo físico de su esposa, la joya que ella más amaba, el regalo que él había elegido con tanto cuidado y había desaparecido.
Doña Elvira apareció en la puerta. Señor, yo no quiero acusar a nadie, pero la única persona que entra en esta habitación, además de usted, es Valentina. Mateo cerró los ojos. No quería creerlo, pero la duda estaba ahí. y era más fuerte que su deseo de confiar. ¿Dónde está su cuarto? En el tercer piso. Pero, señor, pasó junto a doña Elvira y subió las escaleras. El corazón le latía desbocado. La rabia y el miedo se mezclaban en su interior.
Llamó a la puerta de su cuarto. Valentina abrió. Acababa de bañarse con el pelo mojado y un pijama sencillo. Señor, ¿está todo bien? Necesito entrar en su cuarto ahora. Ahora. Ella se apartó confundida. Mateo entró. Miró a su alrededor. El cuartito minúsculo, la cama tendida, poca ropa, todo muy sencillo. ¿Qué busca, señor? Un collar de oro. Con un dije de corazón. Valentina sintió que le faltaba el aire. No tengo ningún collar. Él comenzó a buscar. abrió su mochila.
Solo ropa vieja, un libro desgastado, la vieja foto de Daniel. Mateo, por favor, yo no tomé nada, se lo juro. Abrió el cajón del buró, nada más que calcetines y algunas prendas íntimas. Miró debajo de la cama. Nada. Estaba a punto de rendirse cuando vio el viejo estuche sobre el buró, pequeño, de plástico rosa descolorido, el tipo de cosa que alguien guarda por años y no tira. Tomó el estuche. Señor, eso es mío. No tiene lo abrió.
Y allí, entre un labial viejo y un rubor roto, estaba el collar. Mateo sostuvo la joya, el corazón desbocado, deseando que fuera un error, que hubiera alguna explicación, miró a Valentina. Estaba pálida, las manos le temblaban, los ojos desorbitados por la conmoción. Yo no puse eso ahí. Alguien lo puso. Le juro que alguien lo puso. Entonces, ¿cómo llegó aquí? No lo sé, pero yo no lo tomé. ¿Por qué lo iba a tomar? ¿Para qué? Mateo apretó el collar en su mano.
Creí en ti. Te di trabajo cuando nadie más lo hacía. Te dejé estar cerca de mi hija. ¿Y me robas? Yo no robé. El collar estaba en tu cuarto porque alguien lo puso ahí. Piénselo, señor Mateo. ¿Por qué lo guardaría en un lugar tan obvio? Si fuera una ladrona, lo habría escondido mejor. Él se detuvo. Aquello tenía sentido. Era demasiado obvio, demasiado estúpido, pero la rabia era más fuerte que la razón. Toma tus cosas y vete ahora.
¿Qué? Lárgate de mi casa ahora antes de que llame a la policía. Valentina rompió a llorar. Por favor, deme una oportunidad. Déjeme demostrarlo. Déjeme averiguar quién hizo esto. No, ya te di demasiadas oportunidades. Ahora las lágrimas corrían por su rostro sin cesar. Usted no confía en mí. Nunca confió en mí. De verdad recoge tus cosas. Salió de la habitación, dio un portazo, bajó las escaleras, se encerró en la oficina, sostuvo el collar con tanta fuerza que se lastimó la mano.
Quería sentir alivio por haberlo recuperado. Quería sentir rabia por haber sido robado, pero solo sentía un vacío, porque en el fondo una vocecita le decía que había cometido un error, pero ya era demasiado tarde para escuchar. Valentina empacó su mochila con las manos temblando tanto que apenas podía doblar la ropa. Guardó todo lo que tenía, que era casi nada, las tres prendas de ropa, el libro gastado, la vieja foto de Daniel. Se sentó en la cama, miró a su alrededor.
Ese cuartito se había convertido en un hogar. Por primera vez en su vida adulta había tenido un lugar que era suyo, donde podía dormir sin miedo, donde despertaba con esperanza. Ahora iba a perderlo todo. Doña Elvira apareció en la puerta. Es mejor que te vayas pronto. El señor Mateo está muy nervioso. Yo no hice nada, doña Elvira. Tiene que creerme. La cocinera desvió la mirada. Yo creí en ti. Te defendí con los otros empleados cuando hablaban mal.
Y mira en qué resultó, por favor. Alguien me tendió una trampa. Alguien puso el collar en mi cuarto. Si alguien lo puso, tendrás que demostrarlo. Pero ahora es mejor que te vayas. Valentina tomó su mochila, bajó las escaleras. Estaba casi en la puerta cuando Sofía apareció en lo alto de la escalera. Bal, ¿qué estás haciendo? Valentina se detuvo. No podía mirar a la niña. Yo tengo que irme, Sofi. ¿A dónde? Lejos. ¿Por qué? ¿Qué pasó? Porque a veces las cosas no funcionan y uno tiene que irse.
Sofía empezó a bajar las escaleras corriendo. No prometiste que te ibas a quedar. Valentina se arrodilló, le sujetó los hombros a la niña. Sé que lo prometí, pero a veces uno no puede cumplir porque hiciste algo malo. No, yo no hice nada malo. Entonces, ¿por qué tienes que irte? Valentina no sabía cómo explicar que el mundo era injusto, que a veces aunque no hicieras nada malo, aún así lo perdías todo. Tu papá cree que hice algo que no hice y no me cree, pero yo sí te creo.
Yo creo en ti. Lo sé, mi amor, lo sé. Abrazó a la niña con fuerza. intentó grabar ese momento en su memoria. El olor del champú para niños, la forma en que Sofía apretaba el osito con un brazo y a ella con el otro. Eres la niña más especial que he conocido. Nunca lo olvides. Prometiste que te ibas a quedar. Lo prometiste. Valentina se soltó. Se levantó. No podía quedarse más tiempo. No tenía fuerzas. Abrió la puerta.
Val. Regresa, por favor, regresa. Bajó los escalones de la entrada. Oyó a Sofía llorando, gritando. Val, no te vayas. Voy a portarme bien. Voy a hacer todo bien, pero no te vayas. Valentina siguió caminando. Cada paso dolía más que el anterior. Las lágrimas le nublaban la vista. Dio vuelta en la esquina. Oyó la voz de Sofía cada vez más lejana. Val. Y luego el silencio se detuvo en una plaza tres cuadras más adelante. Se sentó en una banca.
Eran casi las 9 de la noche. Hacía frío. Empezaba a llover. Tomó su celular. Tenía 400 pesos en la cuenta. Era todo lo que tenía. No tenía a dónde ir. No conocía a nadie en la ciudad. Sonó el celular. Número desconocido. Bueno, Valentina, soy la hermana Magdalena. La voz de la monja terminó de derrumbar su armadura. Valentina rompió en soyosos. Hermana, ¿qué pasó, hija? Y ella le contó todo entre soyozos, sobre la mansión, sobrefía, sobre las acusaciones, sobre el collar, sobre perderlo todo.
¿Dónde estás ahora? En una plaza. No sé el nombre. Mándame tu ubicación. Voy a mandar a alguien a recogerte. No puedes quedarte en la calle. Media hora después apareció el padre Juan. La llevó a una casa de acogida de la iglesia, sencilla, limpia, segura. Puedes quedarte aquí mientras arreglas las cosas. Valentina le dio las gracias. Se dio un baño caliente, se puso ropa limpia donada. Se acostó en una cama estrecha, pero no pudo dormir. Se quedó mirando el techo, pensando en todo lo que había perdido, el empleo, la casa, Sofía y lo peor, la oportunidad de ayudar a Mateo a encontrar a Daniel.
Estaban tan cerca. El investigador tenía buenas pistas, ahora nunca lo sabría. Se giró de lado, abrazó la almohada, dejó que las lágrimas empaparan la tela. En la mansión, Sofía no paraba de llorar. Mateo intentó hablar con ella, pero la niña se encerró con llave y le gritó que se fuera. Él bajó a la oficina, abrió el cajón, tomó el collar. Era hermoso, delicado. Su esposa lo usaba todos los días. Decía que era el símbolo de su amor.
Ahora estaba de vuelta, pero no le traía ningún alivio, solo un vacío enorme, porque en el fondo, muy en el fondo, él lo sabía. Sabía que había cometido un terrible error, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás. Pasaron tres días. Sofía no salió de su habitación, no comió, apenas bebió agua. Mateo intentó de todo. Le llevó su plato, le pidió disculpas, le explicó por qué había despedido a Valentina. Nada funcionó. En la mañana del cuarto día escuchó un ruido extraño.
Subió corriendo. Forzó la puerta. Sofía estaba en un rincón de la habitación, encogida, abrazada a su osito de peluche, meciéndose hacia delante y hacia atrás, con la mirada perdida, sin ver nada. Hij Sofía, no respondió, no parpadeó, siguió meciéndose. Mateo la tomó en brazos, estaba helada, temblando. La llevó al hospital. Los médicos la examinaron, le hicieron preguntas, le sacaron sangre. Una crisis disociativa, explicó el médico. Su cuerpo desconectó las emociones como una forma de protección. Es común en niños que han sufrido traumas consecutivos.
Va a estar bien, sí, pero necesitará seguimiento intensivo, terapia, posiblemente medicación y ustedes tendrán que identificar qué causó la crisis. Mateo sabía qué lo había causado. Él lo había causado. Sofía se quedó internada en observación. Mateo pasó la noche en la habitación con ella, le sostuvo la manita, le pidió perdón en silencio. Al día siguiente, cuando despertó, miró a su padre con los ojos vacíos. ¿Dónde está Bal? Se fue. Porque tú la corriste. Sí. Sofía volteó la cara.
Eres malo. Sus palabras dolían, pero se lo merecía. Hija, Vete. No te quiero aquí. Solo quería protegerte. No me protegiste, corriste a la única persona que me ayudó. Sofía cerró los ojos. Una lágrima rodó por su mejilla. Todo el mundo se va. Mamá se fue. Bal se fue. Un día tú también te irás y me voy a quedar sola. Mateo sintió una opresión en el pecho. Nunca voy a dejarte. Ya lo hiciste. Me dejaste cuando dejaste de jugar conmigo después de que mamá murió.
Me dejaste cuando le dijiste a Val que se alejara de mí. Siempre me dejas. Él no tuvo respuesta porque ella tenía razón. Salió de la habitación, se sentó en el pasillo, llamó al investigador para preguntarle sobre Daniel solo para distraerse. “Señor Garsa, logré hablar con el trabajador social. Él recuerda el caso. Tiene información importante. ¿Puede esperar unos días? Tengo un problema aquí. Claro. Pero, Señor, las pistas son buenas. Creo que estamos cerca de encontrar a su hermano.
Mateo colgó. Debería estar feliz, emocionado, pero solo sentía un vacío. Porque, ¿de qué le servía haber encontrado a su hermano si en el proceso había perdido todo lo que le importaba? A Sofía le dieron el alta. Al día siguiente volvió a casa callada. Los médicos le habían recetado medicamentos y sesiones de terapia tres veces por semana. Mateo contrató a una enfermera, una mujer seria, competente, que cuidaba de Sofía con profesionalismo, pero sin afecto. La niña no reaccionaba a nada.
Comía porque se lo ordenaban, se bañaba porque la obligaban, existía porque no tenía otra opción. Por las noches, Mateo intentaba conversar con ella, pero Sofía fingía estar dormida. Una semana después, Sofía tuvo su primera sesión de terapia. Cuando regresó, Mateo le preguntó cómo le había ido. La doctora es amable. ¿Y de qué hablaron? De ti. De mí. dijo que a veces los adultos hacen cosas malas porque tienen miedo y que cuando tenemos miedo lastimamos a la gente que queremos sin querer.
Mateo tragó saliva. ¿Y tú crees que es eso? Que tengo miedo. Sofía lo miró. Sí, lo estás. Tuviste miedo cuando mamá murió. Te dio miedo estar cerca de mí porque te recuerdo a ella. Luego te dio miedo, Valentina. Ahora estás solo y yo también. se dio la vuelta y subió a su habitación. Mateo se quedó ahí. Las palabras de su hija de 7 años le calaron más hondo que cualquier acusación, porque ella tenía razón. Tenía tanto miedo de sufrir que había alejado a todo el mundo.
Y al final el miedo solo había traído más sufrimiento. Sofía no mejoraba. Las sesiones de terapia ayudaban un poco, pero ella seguía distante, apática. Un jueves por la tarde, dos semanas después de que Valentina se fuera, Sofía estaba en su habitación. La enfermera había ido al baño. Miró el celular viejo que su mamá le había dado. Hacía meses que no lo usaba. Lo encendió. Todavía funcionaba. Tuvo una idea. Si su papá no iba a buscar a Valentina, ella descubriría la verdad por sí misma.
esperó a que la enfermera se fuera al final del día. Bajó a la oficina. Su papá estaba en la cocina preparando café. Entró despacio, fue hasta el escritorio. Había papeles esparcidos, cosas de la investigación del tío Daniel, pero no era eso lo que buscaba. Abrió el primer cajón. Blumas, blocs de notas. abrió el segundo. Documentos de la empresa. El tercero tenía un joyero. Lo abrió. Ahí estaba el collar. El collar que lo había causado todo. Miró la joya.
Era bonita, delicada. ¿Por qué Valentina robaría esto? Ella nunca usaba joyas, nunca hablaba de dinero, no tenía sentido. Cerró el cajón, subió a la habitación de su papá, abrió el buró. Adentro estaba su celular viejo, el que usaba antes de comprar el nuevo. Lo tomó, se lo llevó a su habitación, lo encendió. Todavía funcionaba, pero la batería estaba baja. Abrió el historial de llamadas. Retrocedió en el historial hasta el día en que el collar había desaparecido. Vio el nombre Jimena.
Tres llamadas. Ese día anotó los horarios en un papel. tuvo otra idea. Recordó el cajón de su mamá, donde guardaba cosas antiguas. Fue a la antigua habitación de sus padres, abrió el cajón. Adentro había fotos, cartas y una cajita con bisutería vieja. Revolvió la cajita. En el fondo encontró algo extraño, un papel doblado muy pequeño. Lo abrió. Era un postit amarillo con una letra que no reconocía. Fase final. Llevar collar de su cuarto, plantarlo en el cuarto de ella, hacerlo en la madrugada del jueves.
Sofía se quedó mirando el papel, lo leyó de nuevo y otra vez alguien había escrito un plan. Un plan para incriminar a Valentina. Guardó el papel con cuidado, lo juntó con las anotaciones de las llamadas de Jimena. Ahora tenía una prueba. No era concluyente, pero la tenía. Fue a la oficina. Su papá estaba ahí revisando documentos. Tocó a la puerta. Hija, pasa. Ella entró, cerró la puerta, puso los papeles sobre la mesa. ¿Qué es esto? Una prueba.
Mateo tomó el postit, lo leyó, se puso pálido. ¿Dónde encontraste esto? En el cajón de mamá. Alguien lo escondió ahí. Esto no prueba que fue Jimena. Sofía puso el otro papel, el de las llamadas. Llamó tres veces el día que desapareció el collar. Habló con doña Elvira, le dijo que buscara el collar, lo armó todo. Mateo miró los papeles, la letra en el postit, las llamadas. Podría ser coincidencia, podría ser una falsificación, pero en el fondo él sabía que no lo era.
Despediste a Bal porque pensaste que había robado, pero ella no robó. Esa mujer mentirosa lo hizo todo. Hija, yo no. Sofía negó con la cabeza. Te equivocaste. No le creíste a Bal. Ahora tienes que arreglarlo. ¿Cómo? Ve por ella, pídele perdón. Haz que regrese. Y si no quiere regresar. Sofía miró a su padre, sus ojitos duros. Entonces nos pierdes, la pierdes a ella y te quedas solo, porque no voy a vivir contigo si no vas por ella.
Era un ultimátum de una niña de 7 años, pero valía más que cualquier amenaza de un adulto porque venía del corazón. Mateo miró a su hija, vio determinación en ella, fuerza, la misma fuerza que tenía su madre. Tienes razón, me equivoqué. Entonces, arréglo. Él asintió. Lo voy a arreglar, te lo prometo. Sofía salió de la oficina. Mateo se quedó solo con los papeles, tomó su celular, le llamó a Jimena. Ella contestó animada, “Mateo, ¿qué sorpresa! Tenemos que hablar sobre qué?” Sobre el collar que plantaste en el cuarto de Valentina.
Silencio al otro lado de la línea. No sé de qué estás hablando. Tengo pruebas, Jimena. Tus llamadas, la nota, todo. Otro silencio. Luego. No puedes probar nada. Sí puedo y lo haré. Se las mostraré a la policía. Voy a demandarte por allanamiento, por plantar evidencia falsa, por todo. Su voz se volvió fría. No vas a hacer eso sí lo haré. A menos que confieses ahora. Ella rió. Una risa amarga. Está bien, lo confieso. Yo planeé todo. Inventé la demanda falsa, planté el collar, le destruí la vida.
¿Y sabes por qué? Porque eres mío, siempre lo ha sido. Y no iba a dejar que una sirvienta vagabunda te robara de mi lado. Nunca fui tuyo y acabas de perder cualquier oportunidad que tenías. Colgó, bloqueó el número, se sentó en la silla. El corazón le latía desbocado. Tenía la confesión, tenía las pruebas, sabía la verdad. Ahora solo faltaba una cosa, buscar a Valentina e implorar su perdón. Mateo colgó el teléfono con las manos temblorosas. La confesión de Jimena todavía resonaba en su cabeza.
Ella lo había planeado todo. Había destruido la vida de Valentina por puro egoísmo y él le había creído. Se sentó en la silla de la oficina, tomó el celular de nuevo, abrió la aplicación de la grabadora. Todo estaba ahí. Cada palabra que Jimena había dicho, yo lo planeé todo. Inventé el proceso falso. Yo puse el collar. Una prueba contundente, irrefutable. Sofía apareció en la puerta. Lo lograste. Lo logré, confesó todo. ¿Y ahora qué? Ahora voy a buscar a Valentina.
La niña esbozó una pequeña sonrisa. La primera en semanas. ¿Puedo ir contigo? Claro. Mateo tomó su abrigo, se detuvo antes de salir, le llamó a doña Elvira. La cocinera respondió nerviosa, “Señor Mateo, doña Elvira, Valentina no robó nada. Todo fue un montaje de Jimena.” Ella confesó. Silencio al otro lado de la línea. Después, una voz entrecortada. Dios mío, yo ayudé a que le hicieran esto a la muchacha. Fui al cajón a buscar el collar porque Jimena me lo ordenó.
Yo usted no sabía. Fue manipulada igual que yo, pero debía haber desconfiado. Debía haberla defendido. Todos debimos hacerlo. Mateo respiró hondo. Voy a buscarla ahora. Cuando regrese hablamos. Colgó. Tomó a Sofía de la mano. Los dos salieron de la mansión. Solo hay un problema”, dijo Sofía en el camino. ¿Cuál? No sabemos dónde está. Mateo se detuvo. La niña tenía razón. Valentina se había ido sin dejar una dirección, sin decir a dónde iba. Sacó su celular, buscó el número que Valentina le había dado cuando empezó a trabajar.
Marcó, sonó, sonó, entró al buzón de voz, intentó de nuevo lo mismo. Pensó, ¿a dónde iría? No tenía familia, no tenía amigos en la ciudad. Entonces recordó el orfanato. Ella había crecido en el orfanato Santa Clara. Tal vez alguien de allí supiera dónde estaba. Subió al coche con Sofía. Se dirigió a la dirección que tenía en los archivos de la investigación sobre Daniel. El edificio estaba abandonado. Rejas oxidadas, ventanas rotas. La maleza crecía en las grietas del concreto.
Maldición. Y ahora, papá, pensó Mateo. Llamó al investigador. Pablo, ¿tienes el contacto de alguien que haya trabajado en el orfanato Santa Clara? Sí, lo tengo. La hermana Magdalena. Ella era la coordinadora del lugar, ahora trabaja en una casa de acogida de la iglesia. Pásame el contacto. Minutos después, Mateo le llamaba a la monja. Bueno, hermana Magdalena, mi nombre es Mateo Garza. Necesito encontrar a Valentina Rojas Morales. Es urgente. La voz de la monja se endureció. Usted es el hombre que la despidió acusada de robo.
Lo fui, pero estaba equivocado. Tengo pruebas de que fue una trampa. Necesito pedirle una disculpa. Silencio. Luego, ¿cómo sé que usted no volverá a lastimarla? Porque mi hija está aquí a mi lado y ella no lo permitiría. Sofía, saluda. Sofía tomó el teléfono. Hola, soy Sofía. Bal es mi amiga. Mi papá se equivocó, pero ahora quiere arreglarlo. Por favor, ayúdenos. La monja suspiró. Valentina está en la casa de acogida San José, calle de los Fresnos, 342. Pero si usted la vuelve a lastimar, se las verá conmigo y con Dios.
No la voy a lastimar, lo prometo. Media hora después, Mateo se detuvo frente a una casona antigua, pero bien cuidada. Había un letrero, Casa de Acogida San José. Bajó del auto con Sofía. Tocó el timbre. Una mujer de unos 50 años les abrió. ¿Puedo ayudarles? Necesito hablar con Valentina. Es urgente. La mujer lo miró con desconfianza. Usted es su patrón. Lo fui, pero necesito hablar con ella. Por favor. La mujer dudó, pero Sofía dio un paso al frente.
Por favor, señora, soy su amiga. Solo quiero verla. La mirada de la mujer se enterneció al ver a la niña. Esperen aquí. Entró, regresó 5 minutos después. Valentina no quiere bajar. Dice que no tiene nada que hablar con ustedes. A Mateo se le oprimió el pecho. ¿Puede decirle que tengo pruebas? Pruebas de que le tendieron una trampa. ¿De que sé la verdad? Se lo diré. La mujer subió de nuevo. Estuvo arriba un rato. Cuando regresó, Valentina venía detrás de ella.
Bajó las escaleras despacio. Estaba más delgada, el rostro cansado, los ojos sin brillo. Cuando vio a Sofía, se detuvo a mitad de la escalera. Sofi, Bal. Sofía soltó la mano de su padre y corrió. Subió los escalones. Abrazó a Valentina con fuerza. Volviste. Valentina abrazó a la niña, cerró los ojos, dejó que ese abrazo sanara un poco su dolor. Cuando la soltó, miró a Mateo. Su expresión era dura. ¿Qué es lo que quiere? Disculparme. Subió algunos escalones.
Se detuvo lo suficientemente cerca para hablar, pero lo bastante lejos para respetar su espacio. Me equivoqué. Me equivoqué mucho. Creí en las mentiras de Jimena. Creí que habías robado, pero estaba equivocado. Sacó el celular del bolsillo, le dio play a la grabación. La voz de Jimena salió del dispositivo clara, confesándolo todo. Valentina escuchó en silencio. Cuando él terminó, lo miró. Eso no cambia nada. Claro que cambia. Demuestra que eres inocente. Yo siempre fui inocente. Pero usted no me creyó cuando lo necesité.
Me cree ahora porque tiene una grabación, porque tiene una prueba. Lo sé y lo siento mucho. Con un lo siento no basta. Comenzó a subir de nuevo. Valentina, espera. Se detuvo, pero no se dio la vuelta. No tengo excusa. Fui un cobarde. Tuve miedo de confiar, miedo de que me volvieran a lastimar. Y al final te lastimé a ti, lastimé a Sofía y me lastimé a mí mismo. Valentina se quedó quieta de espaldas. He pasado toda mi vida siendo juzgada en el orfanato, en los trabajos, en todas partes.
Siempre pensaron que yo era menos, que no merecía confianza y lo aceptaba porque no tenía de otra. se dio la vuelta lentamente, pero en su casa fue diferente. Por primera vez creí que había encontrado un lugar donde podía ser yo misma, donde no necesitaba demostrar nada. Y entonces usted hizo igualito que los demás, me juzgó, me condenó, me desechó, las lágrimas comenzaron a caer. Entonces, no, señor Mateo, un lo siento no es suficiente porque usted rompió lo único que yo tenía, la esperanza de que alguien por fin me creyera.
Mateo subió un escalón más. Tienes razón. Rompí tu confianza, pero quiero arreglarlo. No porque tenga la grabación, sino porque sin ti ya no somos una familia. Yo ya no soy yo mismo. Valentina negó con la cabeza. No puedo volver. No puedo trabajar en un lugar donde no confían en mí. Entonces, no vuelvas como empleada. Vuelve como parte de la familia. Vuelve porque Sofía te necesita, porque yo te necesito. Sofía jaló la mano de Valentina. Por favor, Bal.
Me puse muy triste sin ti, hasta me enfermé. El doctor dijo que tuve una crisis. No como bien. No puedo ser feliz. Solo tú me haces feliz. Valentina se arrodilló frente a la niña. No me necesitas, Sofi. Eres fuerte. Vas a estar bien. No lo estaré. No sin tí. Valentina miró a los ojos de la niña. Vio dolor ahí, dolor de verdad. Miró a Mateo. Él estaba ahí vulnerable con los ojos rojos. Tengo miedo admitió. Miedo de volver y que todo vuelva a pasar.
De que dudes de mí a la primera dificultad no va a pasar. Te lo prometo. ¿Cómo puedo creerte? Porque voy a pasar el resto de mi vida demostrándolo, demostrando que confío en ti, que creo en ti, que no solo eres importante para Sofía, eres importante para mí. Valentina se secó las lágrimas y Jimena, la voy a demandar por todo. Allanamiento de morada, difamación, sembrar evidencia. Va a pagar por lo que hizo. Y los empleados, doña Elvira, don Jorge, ellos me trataron muy mal.
Voy a hablar con cada uno, les voy a explicar todo y si alguien no lo acepta, ya no trabajará ahí. Valentina se quedó en silencio. El corazón le decía que volviera, pero la cabeza le gritaba que se protegiera. Sofía le tomó el rostro con sus manitas. Por favor, te prometo que me voy a portar muy bien. Me voy a comer todo. Me voy a dormir temprano. Voy a hacer todo lo que me digas. Pero regresa. Valentina se rió entre lágrimas.
Tú ya te portas bien, Sofi. No tienes que prometer nada. Entonces vas a volver. Ella miró a Mateo. Si regreso, no será como empleada de limpieza. Lo sé. Y no regreso solo por Sofía. Regreso porque yo también quiero, porque esa casa se convirtió en mi hogar y ustedes se convirtieron en mi familia. Mateo subió el último escalón, se paró frente a ella. Entonces, regresa, por favor, vuelve a casa. Valentina respiró hondo. Está bien, regreso. Sofía gritó de alegría.
Abrazó a Valentina y a su papá al mismo tiempo. Los tres se quedaron ahí, abrazados en medio de la escalera. La mujer que les había abierto la puerta observaba de lejos sonriendo. Valentina se secó la cara. miró a Mateo. Pero una cosa, si un día vuelves a dudar de mí, si dejas que cualquiera te siembre dudas, me voy y no regreso más. No va a volver a pasar, te lo juro. Ella asintió. Entonces vamos a casa. De camino a casa, Sofía parloteaba en el asiento trasero.
Contaba todo lo que había pasado en las dos semanas que Valentina estuvo fuera. Me enfermé, Val. Tuve que ir al hospital, pero ya estoy mejor. La doctora me ayudó y descubrí donde Jimena escondió las pruebas. Tú lo descubriste solita, bueno, casi solita. Mi papá me ayudó un poquito. Mateo sonrió por el retrovisor. Solo un poquito. El mérito es todo de ella. Cuando llegaron a la mansión, doña Elvira estaba en la puerta. Cuando vio a Valentina bajar del coche, corrió hacia ella.
Mi niña, lo siento tanto, tanto. Abrazó a Valentina con fuerza. Lloraba. Perdóname. Fui una tonta. Le creía esa víbora. Te hice sufrir. Valentina le devolvió el abrazo. Está todo bien, doña Elvira. No fue su culpa. Sí, lo fue. Debía haber creído en ti. Debía haberte defendido. Las dos se quedaron ahí abrazadas llorando. Don Jorge apareció desde el jardín, se acercó lentamente con la gorra en las manos. Señorita Valentina, yo también le pido una disculpa. Fui muy grosero con usted.
No debía hacerlo. Valentina esbozó una sonrisa cansada. Está perdonado, don Jorge, de verdad. De verdad. El jardinero se secó los ojos rápidamente y volvió al trabajo. Sofía jaló a Valentina de la mano. Ven, ven a ver mi cuarto. Arreglé todo como a ti te gusta. Las dos subieron corriendo. Mateo se quedó ahí viéndolas irse, sintiendo el corazón más ligero de lo que lo había sentido en meses. Doña Elvira se acercó. Señor, hizo lo correcto al ir a buscarla.
Solo hice lo que debía haber hecho desde el principio. Creer en ella más vale tarde que nunca. Él asintió. Entró en la mansión y fue a su oficina. tomó su celular y le llamó a su abogado. Licenciado Marcelo, necesito demandar a alguien por allanamiento de morada, difamación, sembrar evidencia falsa y daños morales. ¿A quién? A Jimena Montenegro. Y tengo una grabación de ella confesándolo todo. Una hora después, el abogado ya estaba ahí. escuchó la grabación y leyó los papeles que Sofía había encontrado.
Es un caso ganado, Mateo. Con estas pruebas lo pagará caro. Quiero la pena máxima que la ley permita. Quiero que entienda que no puede destruir la vida de las personas sin consecuencias. Voy a iniciar el proceso mañana mismo. Cuando el abogado se fue, Mateo subió, se detuvo en la puerta de la habitación de Sofía. Valentina estaba sentada en la cama. Sofía le mostraba todos los dibujos que había hecho en las últimas semanas. Dibujos tristes, personas solas, colores oscuros.
Este lo hice el día que te fuiste. Estoy sola. Tengo frío. Valentina tomó el dibujo con cuidado. Dibujas muy bien, Sofi. La doctora dijo que dibujar ayuda cuando uno está triste. ¿Y te ayudó un poquito? Pero no tanto como que volvieras. Las dos sonrieron. Mateo tocó a la puerta. ¿Puedo pasar? Sofía asintió. Él entró y se sentó en el sillón cerca de la cama. Bal, quería decirte algo. Dime. Es sobre Daniel la investigación. Estábamos cerca de encontrarlo antes de que todo esto pasara.
El investigador tiene buenas pistas. Valentina se puso seria. ¿Y quieres seguir buscándolo? Quiero, pero solo si tú quieres. Tú fuiste quien me habló de él. Tú lo mantuviste vivo en tu memoria cuando nadie más lo recordaba. Así que esta búsqueda es nuestra. De los dos. Sintió que le ardían los ojos. Quiero, de verdad quiero encontrarlo. Entonces, lo vamos a encontrar juntos. Sofía levantó la mano. Y yo yo también voy a ayudar. Los tres se rieron. Esa noche Valentina cenó con ellos por primera vez, no como empleada.
Se sentó a la mesa, conversó, se rió. Doña Elvira preparó el platillo favorito de Sofía, pasta con salsa de tomate y queso. La niña se comió todo, incluso repitió. Mateo miró a su hija y luego a Valentina. Gracias por haber vuelto, por darme otra oportunidad. Valentina esbozó una pequeña sonrisa. Gracias a ti por ir a buscarme, por haber creído en mí. Siempre voy a creerte de ahora en adelante, siempre. Después de la cena, Sofía le pidió a Valentina que la acostara.
Las dos subieron. Valentina le ayudó a la niña a cepillarse los dientes, le puso el pijama, la arropó en la cama. Val. Sí. No te vas a ir otra vez, ¿verdad? Aunque mi papá haga una tontería. No me voy, lo prometo. Esta vez es una promesa de verdad. Sofía abrazó a su osito y cerró los ojos sonriendo. Valentina apagó la luz, salió de la habitación, se encontró con Mateo en el pasillo. Se durmió. Sí, se durmió. Por fin está tranquila.
Los dos se quedaron ahí parados en el pasillo. Valentina, yo no tienes que decir nada más. Ya pediste disculpas. Ya demostraste que te arrepentiste. Ahora solo hay que seguir adelante. Mateo dio un paso hacia ella, pero necesito hablar porque no se trata solo de pedir disculpas, se trata de otra cosa. ¿De qué? Cuando te fuiste me di cuenta de algo. Me di cuenta de que no solo te quería de vuelta por Sofía, era por mí también, porque sin ti no podía respirar bien, no podía pensar con claridad, era como si tuviera un vacío en el pecho.
Valentina se quedó inmóvil con el corazón acelerado. Sé que es pronto. Sé que no tengo derecho a decir esto después de todo, pero necesito que lo sepas. Me enamoré de ti, de tu fuerza, de tu amabilidad, de la forma en que transformaste esta casa. Transformaste a Sofía, me transformaste a mí. Ella no sabía qué decir. No tienes que responder ahora. No tienes que responder nunca si no quieres. Solo necesitaba que lo supieras. Él se iba a dar la vuelta para irse cuando ella lo sujetó del brazo.
Mateo. Él se detuvo. Yo también te extrañé. No solo la casa, no solo a Sofía, a ti. La forma en que me miras, la forma en que me haces sentir importante. Eres importante. Lo sé. Ahora lo sé. Ella dio un paso hacia él, se acercó. Pero tengo miedo. Miedo de volver a salir lastimada. Miedo de encariñarme y perder. Yo también tengo miedo. Pero quizá podamos tener miedo juntos e ir despacio sin prisa. Ella sonrió. Despacio, sin prisa, él le devolvió la sonrisa.
Se quedaron ahí, mirándose el uno al otro con el pasillo silencioso a su alrededor. Fue Valentina quien se acercó primero. Despacio le dio un beso ligero en la mejilla. Buenas noches, Mateo. Buenas noches, Val. se fue a su cuarto, pero esta vez no era el cuarto de servicio, era el cuarto de huéspedes en el segundo piso, el que Mateo había preparado para ella. Se acostó en la cómoda cama, se cubrió con el suave edredón y por primera vez en dos semanas durmió en paz.
Los días siguientes fueron de reconstrucción. Valentina volvió a formar parte de la rutina de la casa, pero no como empleada, como parte de la familia. Ayudaba en la cocina cuando quería, jugaba con Sofía, conversaba con Mateo sobre la investigación de Daniel, pero aún quedaban heridas, aún sentía miedo. Una mañana, Sofía pidió hacer galletas. Valentina aceptó. Las dos estaban en la cocina cuando sonó el timbre. Doña Elvira fue a abrir. Regresó con un repartidor. Traía una caja grande.
Es para el señor Mateo, pero no está. Puede firmar. Valentina iba a firmar cuando dudó. Mejor esperar a que regrese. Pero es solo una firma, señorita, lo sé, pero prefiero no meterme con sus cosas. Sofía se dio cuenta cuando el repartidor se fue, tomó a Valentina de la mano. Todavía tienes miedo de que mi papá no te crea, ¿verdad? Un poquito. Pero él lo prometió. Lo sé, pero las promesas solo se creen cuando se cumplen. Por la noche, Mateo llegó y vio la caja.
¿Por qué no firmaron? Doña Elvira le explicó. Él miró a Valentina. No tienes que tener miedo de firmar las cosas, lo sé, pero prefiero ir con calma hasta poder confiar de nuevo. Él asintió, comprendiendo, “Está bien, a tu tiempo.” Más tarde, Mateo le pidió a Valentina que lo acompañara a una reunión con el investigador. Era sobre Daniel. Se encontraron en un café. El investigador trajo documentos, fotos antiguas, un mapa con marcas. Señor Garza, logré localizar al trabajador social que se encargó del caso de su hermano.
Se acuerda de todo. Dijo que una pareja adoptó al niño ilegalmente. La pareja vivía en Puebla. Murieron en un accidente cuando el niño tenía 9 años. Fue entonces cuando terminó en el orfanato. Valentina confirmó, “Eso coincide con lo que sé. Daniel llegó con 9 años. Decía que sus padres habían muerto. Y hay más, continuó el investigador. Logré rastrear a amigos de Daniel después de que se escapó del orfanato. Uno de ellos dijo que se fue a trabajar como ayudante de cocina en un restaurante en Guadalajara.
Eso fue hace unos 10 años. Mateo se inclinó hacia adelante. ¿Sigue ahí? No. Estuvo ahí unos 3 años. Después se fue, pero conseguí el nombre del restaurante. Voy a llamar para ver si alguien sabe a dónde se fue. Valentina le tomó la mano a Mateo por debajo de la mesa. Él le devolvió el apretón. Estamos cerca, susurró. Muy cerca. Pero la búsqueda todavía iba a llevar tiempo. El investigador necesitaba seguir cada pista, hablar con cada persona, unir las piezas poco a poco.
Mientras tanto, la vida seguía. Valentina empezó a ir a terapia una vez por semana. La terapeuta la ayudaba a procesar sus traumas, a entender que lo que había pasado no había sido su culpa. Mateo también volvió a terapia. trabajaba su miedo a confiar, el miedo a perder, el duelo por su esposa que aún no había procesado por completo. Y Sofía continuaba con sus sesiones. La terapeuta dijo que la niña estaba mejorando, pero que tomaría tiempo. Los traumas no se curan de la noche a la mañana.
Un sábado por la tarde, Mateo llamó a Valentina a su oficina. Hay algo que necesito hacer y quería que estuvieras conmigo. ¿Qué? Él tomó el alajero, sacó el collar, el collar que lo había causado todo. Este collar está maldito. Solo ha traído dolor para ti, para Sofía, para mí. ¿Qué vas a hacer con él? Lo guardaré en una caja fuerte, en un lugar donde nadie lo vea, porque ya no representa amor, representa dolor y ya no quiero más dolor en esta casa.
Él le tomó la mano, pero antes de guardarlo, quería pedirte una cosa. ¿Qué? Perdóname. De verdad, no solo con palabras, sino con el corazón. Valentina lo miró, vio sinceridad en él, vio arrepentimiento, vio amor. Te perdono, pero va a tomar tiempo para volver a confiar en ti por completo. Lo sé y voy a esperar el tiempo que sea necesario. Guardó el collar en la caja fuerte, la cerró con llave. Listo, ahora empezamos de nuevo. Sin fantasmas del pasado.
Valentina sonrió. Sin fantasmas. Los dos salieron de la oficina, encontraron a Sofía en la sala dibujando. ¿Qué estás dibujando, hija? Mateo se acercó. El dibujo mostraba a tres personas tomadas de la mano. Un hombre, una mujer, una niña y un sol amarillo brillante arriba. Somos nosotros, nuestra familia. Valentina sintió que le ardían los ojos. Está hermoso, Sofi. ¿Puedo ponerlo en el refrigerador? Claro, claro que puedes. La niña corrió a la cocina, pegó el dibujo en el refrigerador con un imán, se quedó mirándolo satisfecha.
Ahora sí, ahora somos una familia de verdad. Y lo eran, no de sangre, sino de elección, de amor, de permanencia, del tipo de familia que se construye con paciencia, con perdón, con nuevos comienzos. Pasaron dos meses, la rutina se había establecido. Valentina ya era parte de la familia de verdad. Cenaba con ellos todos los días. Salía a pasear con Sofía, conversaba con Mateo hasta tarde sobre todo y nada. El proceso contra Jimena estaba en marcha. Su abogada intentó llegar a un acuerdo.
Mateo se negó. quería un juicio. Quería que ella pagara públicamente por lo que había hecho. Y la investigación sobre Daniel continuaba lenta, pero continuaba. Un martes por la mañana, el investigador llamó, “Señor Garza, creo que lo encontramos.” ¿Qué? Un hombre llamado Daniel Garza trabaja como chef de comida callejera en Querétaro. Cubre eventos, fiestas, ese tipo de cosas. tiene un perfil en redes sociales. Le envié el enlace. Mateo abrió su celular, entró al perfil y se quedó helado.
Las fotos mostraban a un hombre de 33 años, barba corta, cabello oscuro, ojos idénticos a los suyos. Incluso había una foto antigua, el hombre de niño, con los mismos rasgos del retrato que Mateo guardaba. Es él, susurró Mateo. Dios mío, es él. Llamó a Valentina, le mostró las fotos, ella se llevó la mano a la boca. Dani, es Dani, lo reconozco. ¿Estás segura? Sí. Su forma de sonreír, la forma de su rostro es él. Mateo le devolvió la llamada al investigador.
Puede conseguir su dirección. ¿Dónde vive? ¿Dónde trabaja? Ya la tengo. Trabaja por su cuenta, pero tiene un puesto fijo en una plaza los sábados. Cocina ahí. ¿Qué plaza? El zócalo. De 10 a 3 de la tarde. Hoy es martes. Mateo miró el calendario. Sábado. 4 días. Mateo llamó a Sofía. Se lo contó. Encontramos al tío Daniel. De verdad. De verdad. ¿Puedo ir contigo cuando vayas a hablar con él? ¿Puedes? Claro que puedes. Los días siguientes pasaron lentamente.
Mateo apenas durmió. Intentaba imaginar qué iba a decir, cómo iba a presentarse. “Hola, soy tu hermano gemelo al que no has visto en 29 años. ” Parecía una locura. Valentina notó su nerviosismo. ¿Tienes miedo? Mucho. ¿Y si no se acuerda de mí? ¿Y si no quiere saber de mí? Sí querrá. Daniel siempre habló de ti, siempre quiso encontrarte, pero han pasado tantos años. Puede que haya cambiado, puede que se haya rendido o puede que haya estado esperando este momento toda su vida, igual que tú.
Mateo sonrió. Gracias por estar aquí, por todo. Ella le tomó la mano. Siempre lo estaré. Llegó el sábado. Los tres se despertaron temprano. Desayunaron en silencio. La tensión era palpable. Subieron al coche. Tardaron casi dos horas en llegar a Querétaro. Cuando llegaron al Zócalo eran las 11:30. El lugar estaba lleno. Había puestos de artesanías, música en vivo, familias paseando y en una esquina cerca de un árbol grande había un puesto de comida. El letrero decía Daniel Garza, comida callejera gurmet.
Mateo se detuvo. El corazón le latía tan fuerte que le dolía. Es ahí. Valentina le tomó la mano. Respira. Todo va a salir bien. Los tres caminaron despacio hacia el puesto. Había una fila pequeña, gente esperando para comprar. Y detrás del mostrador, preparando los platillos con movimientos precisos, estaba él. Daniel era idéntico a Mateo, los mismos ojos oscuros, la misma forma de la cara, la misma expresión concentrada cuando cocinaba. Llevaba un delantal sencillo. Sus manos se movían rápido, sazonando, montando los platillos con cuidado.
Valentina lo vio primero. Le apretó la mano a Mateo. Es él. De verdad, es él. Mateo no podía moverse. Se quedó ahí, parado a 10 m de distancia, mirando al hermano que había dado por muerto hacía tantos años. Sofía lo jaló de la mano. Anda, papá. Ve a hablar con él. Pero Mateo estaba paralizado. Casi 30 años de culpa, de añoranza, de dolor, todos saliendo a la superficie de golpe. Fue Valentina quien tomó la decisión, le soltó la mano y caminó hacia el puesto.
Ya no había fila. Daniel limpiaba el mostrador, preparándose para la siguiente tanda de clientes. Daniel, él levantó la vista. Sonrió amable. Hola, ¿qu ordenar? Valentina sintió un nudo en la garganta. Esa sonrisa era la misma del niño del orfanato. Daniel soy yo, Valentina, del orfanato Santa Clara. Él se detuvo, la miró bien, su expresión cambió. Val, mi val. Ella asintió llorando. Soy yo. Daniel salió de detrás del mostrador. La miró como si viera un fantasma. Dios mío, pensé que nunca más volvería a verte.
La abrazó con fuerza. Los dos se quedaron allí llorando, abrazándose fuerte. Cuando se soltaron, Daniel se secó las lágrimas. ¿Cómo me encontraste? No fui yo quien te encontró, fue tu hermano. Mi hermano Valentina señaló. Mateo estaba allí a pocos metros con Sofía a su lado. Daniel miró, se puso pálido. Los dos hombres se quedaron inmóviles, mirándose el uno al otro, viendo su propio reflejo, lo que podría haber sido si la vida no los hubiera separado. Fue Daniel quien dio el primer paso.
Caminó lentamente hacia Mateo, se detuvo frente a él. Tú eres Mateo. Mateo apenas pudo hablar, asintió. Soy tu hermano, tu hermano gemelo. Nosotros nos separaron cuando éramos pequeños. Creí que habías muerto, pero estabas vivo todo este tiempo. Daniel lo miró, luego a Valentina y de nuevo a Mateo. Siempre supe que tenía un hermano. Nunca lo olvidé. Pensé que me habían abandonado, que no querían buscarme. No, nunca te busqué. Toda la familia te buscó. Pero dijeron que te habías ahogado.
Dijeron que no había nada que hacer. Las lágrimas comenzaron a rodar por el rostro de Daniel. No morí. Estaba aquí esperando. Lo sé y lo siento mucho. Siento mucho no haberte encontrado antes. Daniel dio un paso al frente y abrazó a su hermano. Los dos se quedaron ahí abrazados en medio de la plaza, llorando, casi 30 años de separación. de dolor, de añoranza. Todo se liberaba en ese abrazo. La gente a su alrededor se detuvo a mirar.
Algunos tomaban fotos, otros lloraban con ellos. Cuando se soltaron, Daniel miró a Sofía. ¿Y quién es esta princesita? Mateo tomó a su hija en brazos. Ella es Sofía, mi hija, tu sobrina. Sofía saludó con la mano tímida. Hola, tío Daniel. Daniel sonró. Esa misma sonrisa torcida que tenía Mateo. Hola, Sofía, es un placer conocerte. Valentina se acercó secándose las lágrimas. Dani, hay tantas cosas que contarte. Lo sé. Daniel miró a su hermano. Tenemos toda una vida para ponernos al día.
Mateo asintió. Toda una vida. Daniel cerró el puesto más temprano ese día. Los cuatro fueron a una cafetería cercana. Se sentaron en una mesa apartada y conversaron durante horas. Daniel lo contó todo. Cómo fue secuestrado en la presa? Cómo despertó en una casa extraña, cómo la pareja que lo secuestró le dijo que ahora era su hijo. Cómo creció pensando que eso era normal hasta que sus padres murieron en el accidente, cómo terminó en el orfanato, como conoció a Valentina, cómo se escapó a los 16 para buscar a su familia.
Regresé a esa presa, ¿sabes? Fui hasta allá. Pensé que tal vez alguien me recordaría, pero no había nadie. Fue entonces cuando me di por vencido. Mateo tomó la mano de su hermano. Yo nunca me di por vencido, nunca dejé de buscar, solo que no sabía dónde buscar. Y fue Val quien me encontró. Ella fue quien se acordó de mí. Ella fue quien te lo contó. Daniel miró a Valentina con gratitud. Nos salvaste, Val. nos salvaste a los dos.
Ella negó con la cabeza. Yo solo hice lo correcto. Mateo le contó sobre su esposa, sobre su мυerte, sobrefía y su fobia social, sobre cómo Valentina lo había ayudado. Daniel miró a su sobrina con cariño. Eres muy valiente, ¿sabías? Sofía sonrió. Val también dice eso. Porque es verdad, se quedaron hasta que cerró la cafetería. Cuando salieron ya estaba oscureciendo. “Ven a pasar unos días con nosotros”, le pidió Mateo. “Todavía tenemos tanto de qué hablar.” Daniel dudó. No quiero ser una molestia.
No eres ninguna molestia. Eres mi familia. Daniel miró a su hermano. Vio sinceridad en sus ojos. vio el mismo anhelo que él sentía, el deseo de recuperar el tiempo perdido. “Está bien, voy.” Regresaron juntos a la ciudad de México. Daniel en el coche con ellos, conversando durante todo el camino. Cuando llegaron a la mansión, Daniel se detuvo en la puerta. Aquí es donde vives. Sí. Vaya, es es enorme. Mateo se rió. Anda, pasa. Doña Elvira casi se desmaya al ver a los dos hermanos juntos.
Dios mío, son idénticos. Daniel se rió. Eso dicen. Los días siguientes fueron de reconexión. Daniel conoció el restaurante de Mateo. Cocinaron juntos, intercambiaron recetas, se rieron de sus similitudes, descubrieron que tenían los mismos gestos, la misma forma de sujetar el cuchillo, la misma manera de probar la comida antes de servirla. “Lo heredaste de papá”, explicó Mateo. Él también era chef. te enseñó cuando eras pequeño. Recuerdo, a veces me vienen flashes, una cocina grande, un hombre con un sombrero blanco, pero pensé que era un sueño.
No lo era, era un recuerdo. Daniel conoció la historia de la familia, supo de la madre que murió de pena, del padre que se mató trabajando, de la búsqueda incesante que nunca se detuvo. extrañaron todos los días hasta el último día de sus vidas. Daniel lloró. Lloró por los padres que no llegó a conocer de verdad, por los años robados, por la infancia perdida. Pero también sonró porque había encontrado a su hermano, porque tenía una familia de nuevo.
Sofía se encariñó con su tío rápidamente. Daniel tenía una paciencia infinita con ella. Jugaba con ella. dibujaba, le enseñaba trucos de cocina. Una noche, Sofía preguntó, “Tío Daniel, ¿vas a vivir con nosotros?” Daniel miró a Mateo. “No sé, princesa, tengo mi trabajo en Querétaro, pero puedes trabajar aquí.” Mateo se acercó. Ella tiene razón. Puedes trabajar conmigo en el restaurante o abrir tu propio negocio aquí, lo que quieras, solo quédate. Daniel se quedó en silencio. Pasé casi 30 años solo, creyendo que no tenía a nadie.
Y ahora ustedes me están ofreciendo una familia. No te estamos ofreciendo. Ya eres familia. Siempre lo has sido. Daniel se secó los ojos. Entonces acepto. Me quedo. Sofía saltó de alegría. abrazó a su tío con fuerza. Valentina observaba desde lejos sonriendo. La familia estaba completa, por fin completa. Esa noche los cuatro cenaron juntos. Doña Elvira preparó un banquete, comida como para alimentar a 10 personas. Esto es una celebración. La familia está reunida. Comieron, rieron, contaron historias. Daniel habló del orfanato, de las travesuras que hacía con Valentina, de cómo ella lo salvaba de los brabucones.
Mateo habló de su infancia, de los juegos en el jardín, de cómo los dos eran inseparables. Sofía solo escuchaba fascinada, conociendo un pasado que nunca había imaginado. Cuando terminaron, Daniel levantó su copa, un brindis por la familia, por Bal que nos encontró, por Mateo, que nunca se rindió, por Sofía, que nos enseña a ser fuertes, y por nuestros padres, que donde quiera que estén deben de estar felices. Todos brindaron llorando y sonriendo al mismo tiempo. Después de la cena, Mateo y Daniel salieron al jardín, se quedaron ahí.
mirando las estrellas. “Todavía parece irreal”, dijo Daniel. Después de tantos años pensando que estaba solo, descubrí que me estuviste buscando todo el tiempo. Prometí que te encontraría el día que desapareciste. Lo prometí. Tomó tiempo, pero cumplí. Daniel miró a su hermano. Gracias por no rendirte. Nunca iba a rendirme. Eres mi hermano, mi otra mitad. Ambos se quedaron en silencio. Un silencio cómodo, el silencio de quienes se entienden sin necesidad de hablar. Adentro Valentina estaba acostando a Sofía.
Val. Sí. Somos la familia más genial del mundo, ¿verdad? Valentina sonrió. Claro que sí, porque no somos familia de sangre, pero nos elegimos. Es verdad. Y a veces la familia que uno elige es mejor que la familia que nos toca. Sofía cerró los ojos sonriendo. Los elijo a ustedes, a todos ustedes. Y nosotros te elegimos a ti también, Sofi, siempre. Pasaron tres meses desde que Daniel llegó. Se había mudado definitivamente a la Ciudad de México. Abrió un negocio de cthering con Mateo.
Los dos trabajaban juntos creando menús y atendiendo eventos. La conexión entre ellos era natural, como si los 29 años de separación nunca hubieran existido. Sofía estaba mejor, mucho mejor. Volvió a la escuela, hizo amigos. Todavía tenía días malos, pero eran raros. Y Valentina, Valentina había encontrado su lugar en el mundo, pero todavía había algo sin resolver entre ella y Mateo. Eran cercanos, muy cercanos. Conversaban durante horas, reían juntos, cuidaban de Sofía juntos, pero nunca habían hablado de sus sentimientos, de lo que había entre ellos.
Hasta que una noche, después de acostar a Sofía, Mateo llamó a Valentina al jardín. Quería mostrarte algo. ¿Qué cosa? Él la llevó a la parte trasera, donde había un cantero nuevo con flores de todos los colores. Planté esto para ti. Cada flor representa algo. Las rosas amarillas son por la amistad, las margaritas por la inocencia y las violetas. hizo una pausa. Las violetas son por la valentía, porque ha sido la persona más valiente que he conocido. Valentina sintió que le ardían los ojos.
No soy valiente. Claro que lo eres. Has pasado por tanto, tanto sufrimiento y seguiste siendo amable. Seguiste creyendo en la gente. Esa es la verdadera valentía. Ella miró las flores luego a él. ¿Por qué hiciste esto? Porque necesitaba decirte algo y no sabía cómo. Así que planté un jardín. Mateo, ¿no tienes que Sí, es necesario. Le tomó las manos. Hace tres meses que volviste, tres meses que hemos estado reconstruyendo todo. Y con cada día que pasa, estoy más seguro de una cosa.
¿De qué? Que te amo. No como una amiga, no como parte de la familia. sino como mujer, como la persona que quiero a mi lado para siempre. Valentina sintió que el corazón se le aceleraba. Sé que es pronto. Sé que todavía nos estamos recuperando, pero ya no puedo fingir que no siento esto. Ya no puedo contenerlo. Se acercó un paso más. Transformaste mi vida. Trajiste a mi hermano de regreso. Salvaste a mi hija. Me salvaste a mí.
Y ahora no puedo imaginar un solo día sin ti. Ella ya estaba llorando. Yo también te amo. Tengo miedo de decirlo, miedo de salir lastimada, pero te amo. Mateo sonrió. Esa sonrisa que ella amaba. Entonces, estemos juntos y enfrentemos el miedo juntos. Y si sale mal, y si sale bien. Ella rió entre lágrimas. Él se acercó lentamente. Le dio tiempo de retroceder si hubiera querido, pero no lo hizo. Se quedó ahí esperando. Y cuando la besó, fue como si todo por fin cobrara sentido.
Como si todo el dolor del pasado hubiera valido la pena solo para llegar a ese momento. Cuando se separaron, se quedaron ahí con las frentes pegadas, respirando al unísono. “Te amo”, susurró él. Yo también te amo. Desde el segundo piso, Sofía miraba por la ventana, sonriendo, corrió a la habitación del tío Daniel. Tío, tío, mi papá besó a Val. Daniel se rió. Se tardó, ¿verdad? Se tardó mucho. Los dos miraron por la ventana. Vieron a la pareja en el jardín, abrazados, riendo.
“Creo que ahora sí somos una familia completa”, dijo Daniel. Sofía asintió. Ahora sí, seis meses después, la vida se había asentado en un ritmo agradable. Mateo y Daniel llevaban el negocio juntos. Sofía estaba feliz, saludable. Valentina había empezado a estudiar pedagogía en la universidad. Siempre quiso trabajar con niños. El proceso contra Jimena había terminado. Fue condenada a pagar una alta indemnización y a prestar servicio comunitario. Perdió el empleo, la reputación, todo. Mateo no sintió satisfacción con eso, solo el alivio de que todo había terminado.
Un sábado por la noche, Mateo organizó una cena especial en el restaurante. Solo la familia. Sofía, Daniel, Valentina. Daniel había ayudado a preparar todo. Un menú especial. Buen vino, música en vivo. Cuando llegaron, Sofía abrió los ojos como platos. Wow, todo está tan bonito. Es una ocasión especial, explicó Mateo. ¿Qué ocasión? Ya lo verás. cenaron lentamente, saboreando cada platillo, conversando, riendo. Cuando llegó el postre, Mateo le hizo una seña al músico. La música cambió, se volvió más suave, más romántica.
Daniel se levantó. Ven, Sofía, vamos a dar una vuelta afuera, pero quiero comer el postre. Lo comes después. Anda, ven. Se llevó a la niña afuera, dejando a Mateo y Valentina solos. Ella lo miró recelosa. ¿Qué estás tramando? Nada. Él sonrió. Solo quería un momento a solas contigo. Llegó el postre. Un petit gato perfecto con helado derritiéndose encima. Valentina tomó la cuchara, cortó el pastel y se quedó helada. Adentro había un anillo, un anillo sencillo, pero hermoso, de oro blanco, con un diamante pequeño.
Mateo se levantó, se arrodilló a su lado. Valentina Rojas Morales, entraste en mi vida como empleada doméstica, pero te convertiste en mucho más que eso. Te convertiste en la madre de Sofía, en la hermana de Daniel. Te convertiste en la dueña de mi corazón. Ella estaba llorando sin poder hablar. Sé que hemos pasado por cosas difíciles. Sé que me equivoqué mucho, pero me diste una segunda oportunidad y quiero pasar el resto de mi vida demostrando que merecía esta oportunidad.
Tomó el anillo, le limpió el chocolate. Cásate conmigo. No como patrón y empleada, no como amigos, sino como marido y mujer, como una verdadera familia. Valentina lo miró. Vio amor en él, amor verdadero del tipo que pensó que nunca encontraría. Sí, acepto. Él le puso el anillo en el dedo, se levantó, la besó con pasión. Afuera, Daniel y Sofía estaban escondidos detrás de la ventana. Dijo que sí, gritó Sofía. Daniel la tomó en brazos. Ahora sí somos una familia para siempre.
Entraron al restaurante. Sofía corrió hacia Valentina. Vas a ser mi mamá. Valentina abrazó a la niña. Ya lo soy desde hace mucho, pero ahora es oficial. Daniel abrazó a su hermano. Felicidades, hermano. Te lo mereces. Gracias por todo, por haber aceptado ser parte de esto. Me diste una familia, eso no tiene precio. Los cuatro se quedaron allí abrazados, riendo y llorando. Doña Elvira, que había ido al restaurante solo para ver, lloraba en un rincón. Por fin, ya se estaban tardando.
Aquella noche fue de celebración. Le llamaron a la hermana Magdalena, le contaron la noticia. La monja lloró de felicidad. Valentina, hija mía, mereces toda la felicidad del mundo. Gracias, hermana, por todo, por haberme criado, por haberme enseñado a ser fuerte. Siempre fuiste fuerte. Solo necesitabas a alguien que lo viera. Cuando colgaron, Valentina miró el anillo en su dedo. Todavía parecía irreal. Mateo se acercó por detrás, la abrazó por la cintura. ¿Estás arrepentida? Nunca. Ella se volteó en sus brazos.
Solo tengo miedo de despertar y descubrir que es un sueño. No es un sueño. Es real y será para siempre. Para siempre. Él le besó la frente. Te amo. Yo también te amo. Sofía apareció corriendo. ¿Cuándo va a ser la boda? Puedo ser la pajecita. Puedo escoger el vestido. Los dos se rieron. Calma, Sofí, una cosa a la vez, pero quiero ayudar en todo. Claro que vas a ayudar. Valentina la tomó en brazos. Vas a ser la pajecita más hermosa del mundo y el tío Daniel será el padrino.
Daniel hizo una pose. Obvio. ¿Quién más podría ser? Todos se rieron. Ahí en ese restaurante con buena comida y sus seres queridos, la vida por fin tenía sentido. No había sido fácil, había habido dolor, había habido pérdidas, había habido injusticia, pero había valido la pena porque al final el amor había vencido y habían encontrado lo que siempre buscaron, una familia de verdad para siempre. La boda fue tres meses después, sencilla, hermosa, en el jardín de la mansión.
Valentina llevaba un vestido blanco sencillo pero elegante, el cabello suelto, sin mucho maquillaje, natural como siempre había sido. Sofía estaba radiante con su vestido rosa de paje. Llevaba una canastita con pétalos que arrojaba en el camino de su mamá, porque ahora era su mamá de verdad. iba a adoptarla oficialmente después de la boda. Daniel era el padrino de Smoking, orgulloso al lado de su hermano. La ceremonia fue emotiva. Mateo lloró al ver entrar a Valentina. Ella también lloró al decir sus votos.
Prometo amarte en los días buenos y en los malos. Cuando creas en mí y cuando dudes, aquí estaré siempre. Él tomó sus manos. Prometo protegerte, respetarte, creer en ti, incluso cuando tú no creas en ti misma, porque eres la mujer más increíble que he conocido. Se besaron bajo una lluvia de pétalos. Sofía gritó de felicidad. Los invitados aplaudieron. Doña Elvira lloraba. Don Jorge se secaba los ojos disimuladamente. La hermana Magdalena, que vino de lejos, bendijo a la pareja.
La fiesta estuvo muy alegre. Buena comida preparada por Mateo y Daniel. Música en vivo. Baile. Valentina bailó el bals con Mateo, luego con Daniel, después con Sofía en brazos. Cuando la fiesta terminó y los invitados se fueron, la familia se quedó en el jardín. Sofía dormía en el regazo de Valentina. Daniel y Mateo conversaban en voz baja. ¿Quién lo diría? No, dijo Daniel. Dos huérfanos y una viuda formando una familia. La mejor familia, completó Mateo. Valentina miró al cielo, las estrellas brillaban.
¿Crees que sus padres nos están viendo?, preguntó ella. Estoy seguro. Y están felices, porque finalmente estamos juntos. Daniel se levantó. Voy a llevar a Sofía a su habitación. Ustedes merecen un tiempo a solas. Tomó a la niña con cuidado y la subió por las escaleras. Mateo y Valentina se quedaron solos, abrazados en silencio. ¿Eres feliz? Preguntó él. Mucho más de lo que jamás pensé que sería. Yo también. Se quedaron allí hasta tarde mirando las estrellas, haciendo planes para el futuro.
Querían tener más hijos, querían viajar, querían crecer juntos, envejecer juntos, pero sobre todo querían seguir siendo lo que ya eran. Una familia construida con amor, con perdón, con nuevos comienzos. En su habitación, Sofía se despertó por un momento, miró por la ventana, vio a sus padres en el jardín abrazados, sonríó, abrazó a su osito de peluche y volvió a dormir. Y allá arriba en el cielo, si creemos en esas cosas, los padres de Mateo y Daniel también sonreían porque sus muchachos se habían reencontrado, porque la familia estaba completa, porque el amor había vencido el tiempo, la distancia y todo el dolor.
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