“El viaje que cambió todo”

El reloj marcaba las 6:12 de la mañana cuando Leticia salió corriendo del departamento 302, arrastrando a su hijo Emiliano de siete años con una mano, y con la otra, la mochila y un tupper con huevos revueltos fríos. Era lunes, y como todos los lunes, se le había hecho tarde.

—¡Ándale, Emiliano! Si perdemos el autobús, me descuentan el día —dijo con la voz entre dientes.

Emiliano bostezaba, sus ojos hinchados aún de sueño. Traía el suéter del uniforme mal abrochado y el pelo alborotado. Leticia no tenía tiempo de peinarlo, ni de desayunar ella. Solo tenía tiempo de correr.

Cuando llegaron a la esquina de Eje Central con Arcos de Belén, el autobús 431 ya estaba con las puertas medio cerradas. Leticia gritó:

—¡Espere, por favor!

El chofer, un hombre grande de barba canosa y cara adormilada, los miró con fastidio, pero abrió de nuevo. Subieron. Había pocos asientos, pero alcanzaron dos juntos en la parte media del autobús.

El trayecto de Leticia era diario y largo: desde el centro de la Ciudad de México hasta Naucalpan, donde trabajaba como secretaria en una notaría. Lo que no esperaba ese lunes era que el viaje cambiaría su vida.


Capítulo 1: El incidente

Apenas llevaban diez minutos de trayecto cuando una mujer embarazada subió. Nadie se levantó. Leticia observó a su alrededor y vio que todos evitaban mirarla.

Ella miró a Emiliano. Él jugaba con su lonchera, ajeno al mundo.

—Emi, párate y deja que la señora se siente —le dijo con tono suave.

El niño frunció el ceño, pero obedeció. La mujer, con una barriga visible de unos siete meses, le agradeció con una sonrisa cansada y se sentó.

—Gracias, señora. No todos tienen su educación —dijo la mujer embarazada mirando al frente.

Leticia solo sonrió, sin ganas de hacer conversación.

Pero Emiliano, que se había quedado de pie junto a su madre, comenzó a balancearse. Su mochila chocaba cada tanto con la cabeza de la mujer embarazada. Primero leve. Luego, más fuerte.

—Hijito, ten cuidado —susurró Leticia.

Pero Emiliano parecía no escuchar. Estaba aburrido, soñoliento, y comenzaba a hacer sonidos con la boca, luego a patear suavemente el asiento de la mujer.

La mujer embarazada se volteó.

—¿Podrías controlar a tu hijo, por favor?

Leticia se mordió el labio. A su alrededor, la tensión creció.

—Está cansado. Es un niño —respondió, sin mirarla.

—Y yo estoy embarazada. No es excusa —dijo la mujer, ya con tono molesto.

Emiliano, sintiendo la energía del momento, tomó el termo de agua que Leticia llevaba colgado. En un acto impulsivo, lo destapó… y el agua voló. Cayó justo sobre las piernas de la mujer.

Silencio.

Una exclamación contenida.

Leticia se quedó petrificada. Miró a su hijo, luego a la mujer, que tenía el vestido empapado y los ojos clavados en ella con furia y dolor.

—¡Discúlpese ahora mismo! —gritó Leticia, volteando a Emiliano, que comenzaba a llorar.

Pero entonces ocurrió lo inesperado.


Capítulo 2: Lo inesperado

Una señora mayor, sentada al frente, se levantó con esfuerzo y dijo en voz clara:

—¡Ya basta! Todos los días lo mismo. Todos estresados, todos maltratando a todos. ¿Y saben qué? Nadie sabe por lo que el otro está pasando.

El autobús quedó en silencio.

—La señora va a trabajar para mantener a su hijo. La embarazada carga una vida en su vientre. El niño es solo eso, un niño. ¡Pero nosotros somos adultos! ¿Cuándo dejamos de tener compasión?

Sus palabras, lejos de parecer regaño, sonaban como un susurro de conciencia.

La mujer embarazada cerró los ojos y respiró hondo. Luego miró a Leticia.

—Yo… perdón si fui dura. Solo estoy cansada. Y asustada. Es mi primer bebé. Estoy sola.

Leticia se tragó las lágrimas. Sacó un pañuelo de su bolsa y se lo ofreció.

—Mi hijo no debió hacer eso. Yo… también estoy sola. A veces siento que ya no puedo más.

Ambas mujeres se quedaron viéndose. Entonces la mujer embarazada se movió un poco y dijo:

—Siéntese. Sentemos al niño entre las dos. Así va tranquilo.

Leticia dudó. Pero Emiliano ya estaba sentado entre ellas, con ojos de disculpa.

Y el resto del viaje fue distinto.

Hablaron. Rieron un poco. Se contaron nombres. La embarazada se llamaba Carmina, trabajaba medio turno como recepcionista. Leticia le compartió un poco de su historia, sus miedos, sus sueños.

Cuando bajaron, Leticia la ayudó a sostener la bolsa.

Y antes de despedirse, Carmina le dijo:

—Si un día necesitas que alguien cuide a Emiliano mientras trabajas… tal vez podamos ayudarnos.


Capítulo 3: Lo que vino después

Lo que empezó como un día de caos, fue el inicio de una amistad improbable.

En los meses siguientes, Leticia y Carmina se hicieron inseparables. Compartían turnos, ayudaban una a la otra con los niños, con comida, con compañía.

Cuando nació la hija de Carmina, Leticia fue la primera en sostenerla.

Y Emiliano, el niño que había lanzado agua sin querer, fue el primero en hacerla reír.


Epílogo: Cinco años después

Cinco años pasaron. Leticia y Carmina ahora tienen una pequeña cooperativa de alimentos saludables que distribuyen en varias colonias de la ciudad.

Emiliano, ya en secundaria, ayuda con el diseño de etiquetas.

Y la pequeña Aitana, la hija de Carmina, dice que su tía Leti es su segunda mamá.

Todo cambió aquel día en el autobús.

Todo cambió… por un accidente, por una disculpa… y por la decisión de escuchar, en lugar de juzgar.