Chica Desapareció Sin Rastro de su Garaje en 2000… Lo que Encontró su Vecino 6 Años Después Es Increíble

**La cartera enterrada y el secreto que cambió todo: la oscura verdad tras la desaparición de Paloma**

Era marzo de 2006 en Puebla. La ciudad, con sus calles antiguas y su historia llena de secretos, fue testigo de un hallazgo que desataría una cadena de revelaciones impactantes y desgarradoras. Manuel Herrera Soto, un hombre que hacía dos años se había mudado a una casa lindante a la colonia San Rafael, caminaba por su jardín trasero sin imaginar que ese día, una simple excavación cambiaría su vida y la de muchas otras.

El suelo, húmedo y con un olor a tierra fresca, fue golpeado por la pala de su excavadora. Pero lo que parecía un simple trabajo de mantenimiento se convirtió en algo mucho más siniestro cuando la pala chocó contra algo metálico. La sorpresa fue mayúscula: era una cartera de piel rosa, manchada, pero aún reconocible. Manuel, con cuidado, limpió el objeto y lo abrió. Lo que encontró en su interior le heló la sangre: la credencial de elector de Paloma Restrepo Vega, nacida el 15 de abril de 1982. La fotografía mostraba a una joven de cabello largo y sonrisa amplia, una muchacha que parecía estar viva en esa imagen, pero que en realidad había desaparecido hacía exactamente seis años.

Dentro de la cartera también había billetes viejos, una foto familiar y un recibo del taller mecánico Hernández Hermanos, fechado el 23 de octubre de 2000, apenas tres días antes de su desaparición. La noticia de aquel hallazgo se extendió rápidamente en el barrio. Los vecinos aún recordaban aquella tarde, aquel día en que Paloma había desaparecido sin dejar pistas, y ahora la evidencia tangible parecía demostrar que no todo había sido como la investigación oficial afirmó.

Paloma Restrepo Vega, hermana menor de Esperanza, tenía 18 años cuando desapareció. La noche del 26 de octubre de 2000, había salido con su auto, un Volkswagen, para una revisión en el taller mecánico de Vicente Morales Castillo, vecino del barrio. Ella misma había mencionado que hacía ruidos extraños y que quería que revisaran los frenos. Pero esa noche, en lugar de regresar a casa, Paloma nunca volvió. La familia la buscó desesperadamente, revisaron el garaje, preguntaron a amigos, revisaron la calle, pero no encontraron nada.

El día siguiente, la familia fue a buscarla al taller. El auto seguía allí, en el mismo lugar, pero Paloma había desaparecido sin dejar rastro. La policía rápidamente cerró el caso, alegando que Paloma probablemente se había ido con algún novio secreto, una joven rebelde que no quería responsabilidades. La investigación oficial concluyó que ella había huido voluntariamente, un caso cerrado por falta de evidencias.

Pero la cartera enterrada en el jardín, la credencial, la foto de Paloma y el recibo del taller, todo eso cambió la narrativa. La evidencia mostraba que Paloma jamás habría abandonado su identificación, que su auto fue revisado días antes de su desaparición y que, además, Vicente Morales Castillo vivía justo al lado de la casa de Paloma cuando desapareció. La conexión parecía demasiado casual, demasiado evidente.

Esperanza Restrepo Vega, con apenas 22 años en aquel entonces, era la hermana menor de Paloma. Trabajaba como secretaria en una oficina gubernamental y dedicaba sus días a mantener viva la memoria de su hermana. Cuando Manuel Herrera le llevó la cartera hallada en su jardín, su corazón se llenó de lágrimas y esperanza. La reconoció al instante: esa era la cartera de Paloma.

— Esto es de mi hermana —susurró, con voz temblorosa—. La tenía en su mano el día que desapareció.

La emoción fue breve, pero intensa. La evidencia sólida que Manuel le entregó indicaba que Paloma nunca abandonó su barrio ni su vida familiar. La había enterrado alguien, y ese alguien podía ser Vicente Morales. La duda creció en ella como una sombra que intentaba envolver su corazón. La noche en que Paloma desapareció, ella recordó con precisión: la joven había cenado con la familia, ayudó a lavar los platos y se despidió normalmente. Dijo que iría al garaje a revisar algo en su auto y que en pocos minutos volvería. Pero nunca volvió.

Manuel y Esperanza decidieron acudir a la Procuraduría General de Justicia para reabrir el caso. La autoridad, el comandante Raúl Sandoval Ruiz, recibió la evidencia con escepticismo. Él había trabajado en la investigación inicial y mantenía la versión de que Paloma se había ido voluntariamente, que era una joven rebelde y que no había motivos para pensar en otra cosa.

Pero la credencial, el recibo del taller y la historia de Vicente Morales no dejaban dudas para Esperanza. Ella sabía que algo más había ocurrido aquella noche. La investigación se reabrió, y con ella, la esperanza de hallar la verdad definitiva.

Vicente Morales Castillo, el mecánico del barrio, había sido el dueño del taller Hernández Hermanos desde 1998. La factura de reparación del 20 de octubre de 2000, justo antes de la desaparición de Paloma, mostraba claramente su nombre. La investigación adicional reveló que Vicente vivía justo al lado de la casa de la familia Restrepo cuando Paloma desapareció. La cercanía, la falta de explicación sobre las fotos que había en su taller y su comportamiento reservado generaron sospechas en la policía, pero en 2000, la investigación fue superficial y sin profundizar.

Las nuevas evidencias, sin embargo, indicaban que Vicente Morales había utilizado su taller para identificar y acosar a jóvenes mujeres en el barrio. Las fotos que encontró en su oficina, las preguntas inapropiadas, los comportamientos extraños, todo apuntaba a un patrón de predador. Además, en su propiedad, en el jardín trasero, se descubrieron restos de ropa y un zapato de mujer, exactamente del tamaño de Paloma, enterrados a unos pocos