El misterio de la desaparición en Tennessee: 6 años después, la verdad escalofriante bajo el viejo tanque

Durante seis largos años, un viejo tanque de hierro enterrado en el suelo del territorio de un campamento abandonado de Boy Scouts permaneció como un sarcófago silencioso, guardando un secreto que nadie imaginaba. En 2019, cuando un grupo de trabajadores fue contratado para desmantelar los edificios en ruinas, la zona comenzó a ser limpiada tras décadas de campamentos de verano y excursiones. Entre los objetos a retirar estaba un enorme tanque refrigerado, utilizado para almacenar hielo y agua, que resultó demasiado pesado para moverlo. Al intentar abrir la oxidada tapa metálica con una herramienta de corte, el aire se llenó de un espeso y nauseabundo olor a descomposición. Dentro, entre los restos descompuestos de tela y escombros, yacía un esqueleto humano. Los huesos, oscurecidos por el tiempo y la humedad, estaban entrelazados con los restos de ropa que hacía tiempo había perdido su color y forma. Los trabajadores detuvieron inmediatamente lo que estaban haciendo y llamaron a la policía. Aún no sabían que acababan de resolver un caso de persona desaparecida que llevaba seis años sin solución. No se dieron cuenta de que estaban ante los restos de Amanda Brown, una turista de 29 años.

Para entender cómo los restos humanos acabaron sellados en un tanque metálico en el corazón del bosque nacional Cherokee, hay que retroceder seis años, hasta julio de 2013.

Amanda Brown era una excursionista experimentada. El senderismo no era solo un hobby para ella, sino parte de su estilo de vida. Creció escuchando historias sobre la conquista de la naturaleza y pasó su juventud explorando los senderos cercanos a su casa los fines de semana. Para ella, las excursiones en solitario eran una forma de poner a prueba su fuerza, despejar su mente y estar a solas con la naturaleza. Planificaba cuidadosamente cada ruta, estudiaba los mapas y las condiciones meteorológicas, y siempre llevaba el equipo necesario. En el verano de 2013, Amanda planeó una excursión en solitario de varios días por una de las zonas más pintorescas y desafiantes del bosque nacional Cherokee en Tennessee. Este bosque, que cubre más de 650,000 acres, es conocido por sus densos matorrales, empinadas pendientes y condiciones meteorológicas impredecibles.

Amanda eligió una ruta que le tomaría unos días completar. Planeaba tomar los senderos menos populares para evitar multitudes y disfrutar plenamente de la soledad. Una semana antes del viaje, terminó todos sus preparativos: compró botas nuevas para caminar, revisó el estado de su tienda de campaña y saco de dormir, y compró comida liofilizada para cinco días, con una pequeña reserva. Su mochila estaba equipada con todo lo necesario: sistema de filtración de agua, botiquín de primeros auxilios, mapas, brújula, teléfono satelital para emergencias y su fiel cámara digital para capturar el paisaje.

El 22 de julio de 2013, Amanda se despidió de su familia. Esa noche hizo su última llamada telefónica a su madre, una conversación de quince minutos en la que informó que había llegado sana y salva a un pequeño pueblo en la frontera del bosque nacional y que se alojaría en un motel para pasar la noche. Una vez más enumeró su ruta, nombró los puntos de control e informó que su fecha prevista de regreso era el 27 de julio. Estaba animada, llena de ilusión por la excursión, y aseguró a su madre que tendría cuidado y se pondría en contacto tan pronto como volviera a tener cobertura. Esa fue la última vez que su familia escuchó su voz.

A primera hora de la mañana del 23 de julio, Amanda Brown aparcó su sedán plateado en un pequeño estacionamiento al inicio de la ruta conocida como Dear Creek Trail. El clima era claro y cálido, y los pronósticos anunciaban varios días sin lluvia. Alrededor de las ocho de la mañana, otro excursionista la vio: un hombre de mediana edad que estaba terminando su caminata matutina. Según él, una joven con una gran mochila salió del coche, se ajustó los cordones de los zapatos, se colgó la mochila al hombro, le saludó con la cabeza y se adentró con confianza en el bosque. Él fue la última persona que vio a Amanda Brown viva y sana. Ella entró en el bosque y, a partir de ese momento, se perdió su rastro.

Los primeros días de su ausencia no causaron mucha preocupación a su familia. Todos conocían su experiencia y entendían que en la naturaleza podían producirse pequeños retrasos. En la mayor parte del bosque nacional Cherokee no había cobertura de teléfono móvil, por lo que no esperaban que llamara antes de la fecha prevista para su regreso. Pasó el 27 de julio, pero Amanda no llamó. El 28 de julio, su teléfono seguía sin cobertura. Por la tarde del 29 de julio, dos días después de su regreso previsto, su madre, incapaz de contener más su ansiedad, contactó a la oficina del sheriff y denunció la desaparición de su hija, proporcionando toda la información: marca y matrícula del coche, descripción de la ruta y características físicas de Amanda.

A partir de ese momento comenzó la búsqueda oficial. La primera medida fue revisar el estacionamiento al inicio del sendero Dear Creek Trail. A primera hora del 30 de julio, un ayudante del sheriff llegó al lugar. Entre varios autos, divisó fácilmente el sedán plateado de Amanda. El vehículo estaba cerrado con llave y en el asiento del copiloto había un mapa de carreteras de Tennessee y una botella de agua vacía. No había signos de entrada forzada ni de lucha. El coche parecía como si su dueña lo hubiera dejado allí solo unas horas antes. La presencia del vehículo fue la primera confirmación física de que Amanda había entrado al bosque y, por razones desconocidas, no había regresado.

Este hecho sirvió de base para el despliegue inmediato de una operación de búsqueda y rescate a gran escala. El centro de mando se instaló justo al pie del sendero. Participaron el departamento del sheriff, los guardabosques del Servicio Forestal Nacional y varios equipos voluntarios de búsqueda y rescate especializados en terrenos montañosos y forestales. El mapa de la ruta proporcionado por la madre de Amanda se convirtió en el punto de referencia central. La zona que ella planeó recorrer en cuatro días se dividió en cuadrados. La fase inicial de la búsqueda se centró directamente en el sendero y en las zonas circundantes en un radio de cien metros. Decenas de personas se alinearon en cadena y peinaron metódicamente cada metro de terreno, registrando barrancos, matorrales y buscando debajo de árboles caídos. Buscaban cualquier rastro: un objeto perdido, un fragmento de ropa, una huella de zapato fuera del sendero. Sin embargo, el primer día de búsqueda, que se prolongó hasta el anochecer, no dio ningún resultado. El bosque parecía haber engullido por completo a la mujer.

Al día siguiente, se trajeron recursos adicionales. Se envió un helicóptero para sobrevolar la ruta presunta de Amanda. Sin embargo, la densa cobertura forestal hizo que el reconocimiento aéreo fuera ineficaz. Desde arriba solo se podían ver las copas de los árboles y algunas zonas abiertas, pero era casi imposible divisar a una persona bajo ese dosel verde.

Paralelamente, los detectives comenzaron a entrevistar a todas las personas que podrían haber visto a Amanda. Se contactó de nuevo al excursionista que la vio al inicio del sendero, pero no pudo añadir nada nuevo. Los detectives revisaron los registros de los campings y moteles cercanos, sin encontrar datos relevantes. Los equipos de búsqueda en tierra enfrentaron dificultades extremas: el terreno en esta parte del bosque nacional Cherokee era accidentado, con subidas empinadas, descensos pronunciados, afloramientos rocosos y tierras bajas pantanosas. El clima cálido y húmedo agotaba a los buscadores y la densa vegetación ralentizaba su avance. Al final del segundo día de búsqueda no se había encontrado ni una sola pista. No había rastros ni pruebas de que Amanda se hubiera desviado del sendero o tenido un accidente.

La alarma creció. Las situaciones habituales (una caída, una lesión, desorientación) suelen dejar rastros, pero aquí no había ninguno. El primero de agosto, las unidades caninas se unieron a la búsqueda. Se soltaron perros entrenados para buscar personas por el olfato desde el coche de Amanda. Varios perros siguieron el rastro durante unos tres kilómetros por el bosque, pero en un momento dado, en una zona abierta donde el sendero cruzaba el lecho seco de un antiguo arroyo, todos los perros perdieron el rastro. Daban vueltas, se confundían y no podían determinar la dirección a seguir. Los adiestradores repitieron el intento con diferentes perros, pero el resultado fue el mismo: el rastro de Amanda Brown terminó abruptamente, como si hubiera desaparecido en ese punto. Esta anomalía dejó perplejos a los investigadores.

La búsqueda continuó durante otra semana. El radio de la operación se amplió considerablemente. Los rescatistas registraron antiguas cabañas abandonadas, refugios e incluso cuevas situadas a varios kilómetros de la ruta principal. Los buzos revisaron el fondo de pequeños lagos y ríos del bosque, pero fue en vano. El 8 de agosto, tras diez días de búsqueda continua e infructuosa, se suspendió la fase activa de la operación. Se habían agotado los recursos y peinado minuciosamente la zona disponible. Los responsables concluyeron que si Amanda estaba en la zona, viva o muerta, ya la habrían encontrado. El caso pasó de ser una operación de búsqueda y rescate a una investigación por desaparición.

El departamento del sheriff distribuyó folletos con la foto de Amanda por todo el estado y las regiones vecinas. Su nombre se introdujo en la base de datos nacional de personas desaparecidas. Para la familia de Amanda Brown comenzó el periodo más difícil: la incertidumbre. El bosque permaneció en silencio. No hubo nuevos testigos, ni demandas de rescate, ni pistas. Parecía que el bosque nacional Cherokee nunca revelaría su secreto.

Los investigadores analizaron cuatro versiones principales: accidente, ataque de animal salvaje, desaparición voluntaria y secuestro/asesinato. La primera, la del accidente, parecía poco probable dada la magnitud de la búsqueda y la ausencia total de rastros. La segunda, ataque de oso negro, fue descartada por expertos en vida silvestre, ya que tal ataque habría dejado rastros evidentes. La tercera, desaparición voluntaria, fue descartada tras revisar las finanzas, redes sociales y testimonios; Amanda no tenía motivos para huir. Así, solo quedaba la teoría más inquietante: secuestro y asesinato. Sin embargo, no había sospechosos ni motivos.

A unos kilómetros al este del último rastro de Amanda estaba el campamento abandonado de Yahula, cerrado desde 2011. El terreno, lejos de la ruta informada de Amanda, no se incluyó en la búsqueda principal. La patrulla inspeccionó brevemente el perímetro, asegurando que las puertas estuvieran cerradas y sin huellas recientes. Sin motivo razonable para registrar una propiedad privada, la policía no pudo continuar. Así, el lugar quedó fuera del alcance de la investigación.

Pasaron los años. El caso de Amanda Brown acumulaba polvo en los archivos. Cada aniversario, los medios recordaban el misterio. La familia mantenía una página web, pero no recibía información. Para la mayoría, su historia se convirtió en una de las muchas leyendas tristes de los Apalaches.

Mientras tanto, el campamento Yahula seguía deteriorándose. La naturaleza recuperaba poco a poco su territorio. Entre quienes conocían cada rincón del campamento estaban antiguos empleados e instructores. Ellos recordaban la existencia de instalaciones ocultas, como un antiguo tanque de refrigeración instalado a mediados del siglo XX, detrás del comedor, entre la maleza.

En octubre de 2019, los nuevos propietarios del terreno decidieron limpiar la zona para una nueva construcción. El 11 de octubre, un equipo de trabajadores llegó al antiguo campamento Yahula. Tras días de demolición, detrás del comedor principal, entre matorrales, descubrieron el enorme tanque de acero parcialmente enterrado. Era imposible moverlo con maquinaria pesada, así que decidieron cortarlo en pedazos. Al abrir la cubierta metálica, un olor insoportable llenó el aire. Dentro, una masa de materia orgánica descompuesta, basura y huesos humanos. El trabajo se detuvo. El capataz llamó al 911.

Veinte minutos después, la primera patrulla del sheriff llegó al lugar. La zona fue declarada escena del crimen. Pronto llegaron detectives, forenses y un equipo de investigación. Comenzó el minucioso trabajo de extraer y documentar el contenido del tanque, tratado como una cápsula sellada que había conservado restos y posibles pruebas durante años. El equipo forense fotografió y grabó el tanque y su contenido. Usando herramientas especiales, retiraron capa por capa cada objeto, fragmento de hueso y tejido, describiéndolos y empaquetándolos cuidadosamente. En el fondo del tanque, bajo hojas y escombros húmedos, se descubrió un esqueleto humano casi completo, con un tono marrón oscuro por el contacto prolongado con productos de descomposición y óxido. Alrededor había restos de tela gruesa, posiblemente denim, y fragmentos de material más ligero, quizá una camisa o chaqueta. Los pies aún conservaban botas resistentes, coincidiendo con la descripción de las botas de montaña de Amanda. También se encontraron objetos metálicos pequeños: una hebilla de cinturón, botones y una cremallera corroída.

Todos los materiales recuperados, incluidas muestras de tierra y escombros, se enviaron a laboratorio. Los restos fueron trasladados a la oficina del médico forense para examen antropológico e identificación. Los detectives consultaron los archivos de desaparecidos en la zona. El caso de Amanda Brown, desaparecida en 2013 a pocos kilómetros del campamento, se convirtió en la principal teoría. Se solicitaron sus registros dentales. El examen de los huesos pélvicos y el cráneo permitió determinar con alta probabilidad que los restos pertenecían a una mujer caucásica de entre 25 y 35 años. La estatura calculada coincidía con los datos de Amanda. La confirmación definitiva llegó al comparar radiografías postmortem de las mandíbulas con los registros dentales: coincidencia del 100%. Seis años después, Amanda Brown fue declarada oficialmente encontrada.

La siguiente tarea era determinar la causa de muerte. El patólogo examinó cada hueso en busca de traumatismos ante mortem. No se encontraron fracturas características de caída, ni rastros de balas u objetos punzantes. Sin embargo, al examinar el hueso hioides, se descubrió una fractura fina pero clara, clásica prueba de muerte por estrangulamiento. La conclusión forense fue inequívoca: Amanda Brown había sido asesinada, estrangulada. El caso pasó a investigación por asesinato.

La investigación se centró en una pregunta clave: ¿quién más, además de Amanda, estaba en el campamento abandonado de Yahula en el verano de 2013? ¿Quién podía saber de la existencia del tanque refrigerado oculto? Los detectives recopilaron una lista de antiguos empleados e instructores, interesados principalmente en quienes conocían profundamente la zona: cuidadores, intendentes e instructores superiores. La lista se cotejó con bases de datos para identificar antiguos empleados residentes cerca del bosque nacional Cherokee en el verano de 2013. Pronto, un nombre llamó la atención: Martin Grey, de 57 años, instructor de supervivencia en la naturaleza durante más de 15 años hasta el cierre del campamento en 2011.

Tras el cierre, Grey siguió viviendo en un pueblo a 30 millas de la entrada del bosque. Otros empleados lo describieron como solitario, poco sociable, experto en la flora y fauna locales, acostumbrado a excursiones solitarias. Los detectives lo invitaron a la oficina del sheriff. Durante la entrevista, se mostró tranquilo y sereno. Confirmó que trabajó en el campamento, pero afirmó no haber vuelto tras el cierre. Al mostrarle una foto de Amanda, dijo no haberla visto nunca y afirmó tener una coartada circunstancial, no corroborada por testigos.

A pesar de sus negativas, la conexión de Grey con el lugar era demasiado fuerte para ignorarla. Basándose en su profundo conocimiento del campamento, residencia en la zona en el momento del crimen y falta de coartada fiable, los detectives obtuvieron una orden de registro para su casa. El registro fue realizado por el mismo equipo forense. La casa era pequeña y modesta, sin nada sospechoso a primera vista. Sin embargo, en el sótano, detrás de cajas viejas, hallaron un cofre de madera cerrado con candado. Grey afirmó haber perdido la llave hacía años. Al abrirlo, encontraron viejos mapas de senderismo, varios cuchillos y objetos personales de su época en el campamento. En el fondo, envuelta en una camisa de franela, había una cámara digital. El modelo y marca coincidían exactamente con la cámara que la familia de Amanda había denunciado como desaparecida. Fue un hallazgo crucial.

La cámara fue enviada al laboratorio criminalístico. Los expertos lograron extraer los datos de la tarjeta de memoria, aunque no se había usado en seis años. En la tarjeta se hallaron cientos de fotos. Amanda tomó las primeras en excursiones anteriores; la última serie fue tomada en el bosque nacional Cherokee el 23 de julio de 2013. Entre las fotos, algunas mostraban el paisaje del sendero; otras, imágenes borrosas del suelo y hojas, como si la cámara se hubiera activado durante una caída o lucha. La prueba definitiva llegó al comprobar el número de serie de la cámara: coincidía exactamente con los documentos de compra de la familia de Amanda.

Con esta prueba, los detectives arrestaron a Martin Grey por asesinato en primer grado. Durante el segundo interrogatorio, al mostrarle la cámara, perdió la compostura y se negó a hacer más declaraciones.

El juicio de Martin Grey tuvo lugar en 2020. La fiscalía presentó al jurado una cronología completa. Según su versión, Grey se encontró con Amanda en el bosque; los motivos de sus acciones nunca quedaron claros. Aprovechando su conocimiento de la zona, la atrajo o llevó por la fuerza al campamento abandonado, donde cometió el asesinato y ocultó el cuerpo en el tanque refrigerado, el escondite más fiable y discreto que solo él podía conocer. La principal prueba fue la cámara de Amanda, hallada en su casa seis años después.

Tras una breve deliberación, el jurado declaró a Martin Grey culpable de secuestro y asesinato en primer grado. El tribunal lo condenó a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional. El misterio de la desaparición de Amanda Brown fue resuelto. La justicia que su familia había esperado durante seis largos años finalmente prevaleció.