Esposa a punto de dar a luz descubre a su esposo con su amante en el mercado
El mercado bullía con risas, charlas y el aroma de café recién tostado. Cadenas de luces brillaban sobre las cabezas, pintando la tarde de dorado. Embarazada y a solo unas semanas de dar a luz, Claire descansaba suavemente la mano sobre su vientre mientras caminaba entre los puestos. Quería elegir mantas suaves y ropita diminuta para su bebé —su bebé, el de ambos. Su esposo, Daniel, le había prometido acompañarla, pero una “reunión de trabajo” de último minuto lo mantuvo lejos.
Claire intentó apartar la decepción. Él trabaja duro por nosotros, se recordó a sí misma. Esbozó una sonrisa al imaginar que algún día le presentaría a su pequeño ese mismo mercado.
Pero entonces, mientras acomodaba su bolsa de compras, se quedó helada. A solo unos pasos, junto a un puesto de joyería, estaba Daniel. Y no estaba solo.
Su pecho se apretó. La mano de Daniel estaba entrelazada con la de otra mujer —una morena alta con un vestido vaporoso. Se inclinaban el uno hacia el otro, susurrando, riendo, sus movimientos casuales, íntimos, demasiado familiares. Los ojos de Daniel brillaban de una forma que Claire no había visto en meses.
El mundo de Claire se tambaleó. Los sonidos del mercado se volvieron un murmullo lejano. Instintivamente, se abrazó el vientre, su bebé pateando como si sintiera su angustia.
Su garganta se cerró, pero su mente iba a mil. ¿Debería enfrentarlos? ¿Gritar? No. En cambio, con los dedos temblorosos, sacó su teléfono.
Escribió un solo mensaje y lo envió.
“Estoy justo detrás de ti.”
Un segundo después, el teléfono de Daniel vibró en su bolsillo. Claire vio cómo su cuerpo se tensaba, su sonrisa se congelaba. Lentamente, él se giró, su rostro perdiendo el color al encontrarse con la mirada de Claire entre la multitud.
En ese momento, el silencio de Claire habló más fuerte que cualquier palabra.
El mercado seguía su curso, pero para Claire y Daniel, el tiempo se detuvo. La otra mujer frunció el ceño hasta que siguió la mirada de Daniel y vio a Claire —visiblemente embarazada, de pie a unos metros, con una expresión indescifrable.
Daniel soltó la mano de la mujer como si lo quemara. “Claire—” balbuceó, con la voz quebrada. “Esto no es—”
Claire levantó la mano, deteniéndolo. Sus labios temblaban, pero su voz era firme. “No. No aquí.”
Sin decir nada más, se dio la vuelta y comenzó a alejarse, su cuerpo pesado, su bebé presionando como si la impulsara a seguir adelante. Las lágrimas nublaban su visión, pero se obligó a avanzar. Daniel la siguió, dejando a la amante parada y desconcertada.
“¡Claire, por favor! No es lo que piensas,” suplicó, abriéndose paso entre la multitud.
Ella se giró, su voz quebrándose. “¿No es lo que pienso? ¡Daniel, acabo de verte tomado de la mano con otra mujer! Mientras yo estoy aquí comprando cosas para nuestro hijo.” Su mano se posó protectora sobre su vientre. “¿Te das cuenta de lo que le has hecho a nuestra familia?”
El rostro de Daniel se desmoronó. “La regué, lo sé. Pero te juro que no fue serio. Fue un error. Tú y el bebé —son todo para mí.”
Su pecho subía y bajaba. La rabia luchaba con el dolor. “Si somos todo para ti, ¿por qué no fue suficiente? ¿Por qué necesitaste a ella?”
Él intentó acercarse, pero ella retrocedió. La traición era demasiado profunda.
A su alrededor, los extraños fingían no mirar, aunque los susurros flotaban en el aire. Las mejillas de Claire ardían de vergüenza. Había creído en su matrimonio, en sus promesas, en las noches que él decía eran “por trabajo”. Ahora veía las grietas, las mentiras, las horas robadas.
Su mano temblaba al tomar el teléfono de nuevo. Un solo mensaje había derrumbado su fachada. Ahora, necesitaba espacio para decidir si su matrimonio —o su confianza— podría sobrevivir.
Esa noche, de regreso en casa, Claire se sentó sola en el cuarto del bebé. La ropita estaba doblada en los cajones, la cuna esperando en la esquina. Pasó los dedos por un pequeño mameluco, sus lágrimas cayendo sobre la tela.
Su mente repetía la escena una y otra vez —la sonrisa de Daniel con otra mujer, la forma en que solo se sintió culpable al ser descubierto. La herida era reciente, pero debajo del dolor ardía una pregunta aún más profunda: ¿Podría confiar en él otra vez?
Daniel tocó suavemente la puerta antes de entrar en la habitación. Su rostro pálido, los ojos enrojecidos. “Claire,” susurró, la voz quebrada, “por favor, escúchame.”
Ella no levantó la mirada. “¿Por qué debería?”
“Porque te lo suplico,” dijo, arrodillándose a su lado. “Fui un imbécil. Fui débil. Pero no significó nada —nada comparado contigo y el bebé. Por favor, no destruyas todo lo que hemos construido.”
Claire finalmente lo miró. Vio miedo —no de perder comodidad o reputación, sino de perderla a ella. Y sin embargo, la imagen de su mano en la de otra persistía como una cicatriz.
“No sé si el amor es suficiente ya,” dijo suavemente. “Has roto algo en mí, Daniel. Y cuando nazca este bebé, necesito estabilidad, no excusas.”
Sus ojos se llenaron de lágrimas. “Entonces déjame demostrarlo. Haré lo que sea. Terapia, transparencia, lo que haga falta. Solo… no me cierres la puerta.”
El silencio se extendió entre ellos. Claire colocó una mano sobre su vientre, sintiendo las pataditas constantes bajo su palma. El futuro de su hijo dependía de la decisión que tomaría.
Finalmente, habló, con voz firme aunque el corazón le temblaba. “No decidiré hoy. Tendrás que ganarte mi confianza de nuevo, día tras día. Y si fallas, Daniel, no solo me perderás a mí —perderás el derecho de ser padre en esta casa.”
Daniel asintió, con lágrimas corriendo, sabiendo que era su única oportunidad.
Mientras Claire volvía la mirada a la cuna, su corazón dolía, pero una fuerza tranquila surgía dentro de ella. Había sido traicionada, herida —pero no estaba rota.
Su único mensaje en el mercado había destrozado sus mentiras. Ahora, el futuro dependía de si él podría reconstruir lo que destruyó —o si ella enfrentaría la maternidad sola.
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