Excursionista desaparece en las montañas: ocho años después, su mochila aparece en una letrina del bosque antiguo

El 30 de mayo de 2020, en las montañas de Colorado, un grupo de voluntarios se reunió para limpiar una zona de recreo abandonada cerca del antiguo estacionamiento de South Colony Lakes. Arrancaron maleza, recogieron basura y revisaron edificios que no se usaban desde hacía años. Uno de los participantes se acercó a una vieja caseta de baño de cemento, cuyas puertas estaban aseguradas con tablones y bisagras oxidadas. Nadie recordaba cuándo había sido usada por última vez.

Con esfuerzo, el hombre retiró las tablas y empujó la puerta, liberando un olor rancio y húmedo que llenó el aire. En la esquina, cubierto de polvo y telarañas, yacía una mochila descolorida. Junto a ella, una chaqueta de mujer arrugada, un mapa de rutas de senderismo, una linterna y una bolsa sellada con documentos. Todo parecía haber estado allí por años, intacto y olvidado.

Al revisar los documentos, apareció un nombre que muchos reconocieron de las noticias de hace ocho años: Samantha Jones. De inmediato, la atmósfera se llenó de asombro y tensión. El descubrimiento de la mochila de Samantha traía de vuelta una historia que nunca había encontrado cierre.

En julio de 2012, Samantha Jones, una mujer de 27 años, partió sola para una caminata en el área de South Colony Lakes. Las cámaras del estacionamiento registraron cómo aparcaba su viejo SUV, tomaba su mochila y se adentraba en el sendero. Era una tarde soleada, y Samantha parecía tranquila y preparada.

Tres días después, no regresó. Su auto seguía en el mismo sitio, intacto. Su teléfono estaba apagado. La alarma se encendió y la primera búsqueda comenzó al cuarto día. Rescatistas, voluntarios y guías con perros rastreadores se unieron. Usaron drones y cámaras térmicas para recorrer los senderos, las orillas de los lagos y los riscos. Sin embargo, no hallaron rastro alguno: ni ropa, ni pertenencias, ni huellas.

Una semana después, la búsqueda fue suspendida. La versión oficial era sencilla: Samantha había caído por un barranco o una pared rocosa, y su cuerpo había sido arrastrado por el río o sepultado por un desprendimiento. Su familia, devastada, insistió en continuar la búsqueda, pero los recursos se agotaron. El caso quedó abierto, pero sin avances.

Ahora, en 2020, el hallazgo de la mochila en la vieja caseta devolvía el caso a la luz pública. La policía llegó al lugar, selló la caseta y recogió cuidadosamente cada objeto. A simple vista, todo parecía intacto desde la desaparición de Samantha. En la mochila había comida seca, un botiquín de primeros auxilios, baterías y un cuaderno. Los documentos incluían pasaporte, licencia de conducir y tarjetas bancarias, todo en perfecto estado.

Ese mismo día, los expertos forenses rastrearon la zona. A unos 200 metros de la caseta, entre árboles caídos y maleza, encontraron huesos humanos: un cráneo, varias costillas, partes de la pelvis y extremidades, mezclados con ramas y hojas. El análisis confirmó lo inevitable: eran los restos de Samantha Jones. Las fracturas en la pelvis y el cráneo indicaban lesiones graves, compatibles con una caída desde altura. No había signos de violencia ni rastros de ataque.

Los investigadores reconstruyeron los hechos: Samantha probablemente resbaló en una pendiente y se lesionó gravemente. A pesar del dolor, logró arrastrarse hasta el área de recreo y refugiarse en la caseta, abierta desde dentro. Quizás dejó sus cosas allí para moverse más fácilmente, y en un intento por buscar ayuda, salió de nuevo, pero perdió fuerzas y cayó en el barranco. El caso se cerraba oficialmente, pero las preguntas apenas comenzaban.

¿Por qué dejó su mochila y documentos en la caseta? ¿Por qué nadie revisó ese baño en ocho años? ¿Alguien la encontró en el camino y cambió su destino? Aunque la policía descartó el crimen, las dudas persistían entre los locales, que especulaban sobre accidente o intervención humana.

En 2012, la investigación siguió varias líneas. La primera era el accidente, lo más común en esos parajes. Aunque South Colony Lakes es popular entre turistas, sus senderos son peligrosos, con cambios bruscos de altitud, pendientes de rocas y caminos que terminan en acantilados. El clima puede cambiar en horas: sol por la mañana, niebla o tormenta por la tarde. Los rescatistas advertían que los turistas inexpertos subestimaban estos riesgos.

La policía entrevistó a quienes estuvieron en la zona ese día. Dos excursionistas vieron a Samantha al mediodía, caminando rápido, con auriculares y el mapa en el bolsillo lateral de la mochila. Otros dos la vieron cerca del atardecer, sentada en una roca, escribiendo en un cuaderno. Después de eso, silencio. Nadie más la vio viva.

El auto de Samantha seguía en el estacionamiento, con una botella de agua y una envoltura de dulce vacía. No había señales de robo ni violencia. La segunda línea de investigación fue el posible crimen. Aunque no había evidencias claras, los investigadores interrogaron a todos los presentes esos días: turistas, pescadores, empleados del parque. Algunos fueron cuestionados varias veces por inconsistencias, pero no se halló vínculo alguno.

Un punto curioso surgió cuando un hombre afirmó haber visto a una mujer parecida a Samantha acompañada por un hombre alto y barbudo en un sendero. Nadie más confirmó este testimonio y las cámaras solo registraron a Samantha. La pista se consideró poco fiable.

La tercera línea fue la desaparición voluntaria. Se revisó la vida personal de Samantha: trabajaba en una tienda turística en Colorado Springs, vivía sola, sin deudas ni conflictos. Sus redes sociales no mostraban deseos de desaparecer. El clima fue clave: la noche de su desaparición hubo lluvia intensa y temperaturas cercanas a cero. Si estaba en la cima, mojada y lesionada, sus posibilidades de sobrevivir eran mínimas.

La búsqueda fue exhaustiva. Helicópteros peinaron la zona, pero la nubosidad dificultaba el acceso. Los perros rastreadores hallaron rastros débiles, pero se perdían en la pendiente. Lo extraño era que algunas huellas coincidían con el tamaño de Samantha, pero no seguían la ruta principal, sino que se dirigían al bosque denso, donde el rastro desaparecía.

Tras el hallazgo de la mochila en la caseta, muchas teorías resurgieron. Si Samantha llegó al área de recreo, ¿por qué dejó sus pertenencias y siguió adelante? ¿Quién selló la puerta después de su desaparición? La caseta fue examinada como posible escena de crimen. Todo estaba seco y cubierto de polvo, sin señales de animales ni descomposición. El olor era rancio, pero no fuerte. La mochila estaba bien colocada en la esquina, la chaqueta arrugada en el suelo, y los documentos colgaban en una bolsa plástica.

El mapa en la mochila mostraba dos rutas: la principal hacia los lagos y un sendero secundario a una cabaña abandonada, destruida en 2012. No había pruebas de que Samantha hubiera ido allí, pero la teoría se consideró.

En entrevistas con residentes, algunos recordaron a un vagabundo que vivía cerca del estacionamiento, con barba espesa y mochila vieja. Pedía comida a los turistas y dormía en edificios abandonados. La policía intentó localizarlo, sin éxito. Nunca se estableció su identidad ni vínculo con el caso.

El detalle más debatido fue el cierre de la puerta. El pestillo funcionaba desde dentro, pero no podía cerrarse por fuera sin los tablones. Nadie recordaba quién los colocó ni cuándo. Algunos decían que las casetas fueron selladas en los 2000 para evitar que turistas entraran, pero no podían precisar sobre esa en particular.

A 200 metros de la caseta, entre árboles caídos, yacían los huesos de Samantha. El cráneo tenía una fractura masiva y la pelvis estaba rota, lesiones típicas de una caída de 2 a 3 metros sobre rocas. No había ropa ni zapatos cerca, lo que los forenses atribuyeron al paso de los años y la acción de animales. Sin embargo, algunos expertos dudaban, ya que los tejidos suelen durar más tiempo.

La policía revisó el área en busca de otros indicios: restos de ropa, huellas, objetos metálicos. Solo hallaron una lata oxidada y un trozo de cuerda, sin relación con el caso.

Durante el análisis de fotos y videos de la búsqueda de 2012, en una imagen tomada por un dron apareció una mancha oscura cerca de los árboles, justo donde se hallaron los restos. En ese momento se pensó que era una sombra; ahora creen que pudo haber sido la víctima o alguna prenda, pero la imagen era demasiado borrosa.

Cuando todo fue revisado, la policía concluyó que Samantha murió en un accidente. Cayó, sufrió heridas graves, dejó sus pertenencias en la caseta y, al intentar volver al sendero, perdió fuerzas y cayó en el barranco. Para la familia, el cierre fue agridulce: por fin pudieron sepultarla, pero las preguntas persistían.

¿Por qué no llevó su mochila? ¿Por qué sus cosas quedaron en una caseta sellada ocho años? ¿Quién la cerró? ¿Alguien estuvo cerca cuando ella aún vivía? El caso se cerró oficialmente, los restos fueron entregados a los familiares y sus pertenencias devueltas. Pero en las montañas de South Colony Lakes, turistas y locales aún recuerdan el hallazgo en la vieja caseta de cemento y cómo, incluso en lugares transitados, una persona puede desaparecer sin dejar rastro.