Excursionista desaparece misteriosamente: Dos años después, hallan su cuerpo congelado en un altar
En el corazón del Parque Nacional de las Grandes Montañas Humeantes, donde la niebla se cuela entre los árboles centenarios y los senderos serpentean en silencio, la naturaleza esconde secretos que desafían la comprensión humana. Knoxville, Tennessee, una ciudad universitaria vibrante, fue el punto de partida para una de las historias más perturbadoras jamás ocurridas en los bosques de Estados Unidos. Caroline Foster, estudiante de 20 años en la Universidad de Tennessee, amante de la botánica y experimentada excursionista, se preparaba para una expedición de un solo día a la famosa ruta de Alam Cave. Pero lo que comenzó como una simple caminata se transformaría en un enigma aterrador, una leyenda oscura que aún hoy estremece a quienes la escuchan.
La mañana del viernes 16 de octubre de 1988, el clima era fresco y despejado. Caroline desayunó con sus padres, David y Sarah Foster, compartiendo sus planes de recorrer solo una parte del sendero y regresar a casa para la cena. A las 7:30 a.m., salió de casa en su Honda Civic verde oscuro. El trayecto hasta la entrada del parque tomó una hora y media. A las 9:00 a.m., según registros oficiales, su coche ingresó al parque. Poco después, Caroline llamó a su madre, confirmando que había llegado y estaba lista para comenzar la caminata. Aquella llamada fue la última vez que alguien tuvo noticias de ella.
La tarde transcurrió y, al llegar la noche, Caroline no volvió a casa. Sus padres, angustiados, intentaron llamarla sin éxito; todas las llamadas iban directo al buzón de voz. A las 9:00 p.m., contactaron a los guardabosques del parque para reportar la desaparición. Un patrullero revisó el estacionamiento de Alam Cave Trail a las 10:30 p.m. y encontró el Honda Civic de Caroline, cerrado. Lo inquietante fue descubrir su mochila y celular en el asiento del pasajero. Para una excursionista experimentada, dejar atrás agua, comida, mapa y equipo de supervivencia resultaba inexplicable. Dentro de la mochila había una botella de agua, una barra energética, una cámara pequeña, una guía de plantas y un rompevientos ligero. La ausencia de la mochila en el sendero indicaba que Caroline apenas había iniciado su caminata o que algo interrumpió sus planes antes de comenzar.
Al amanecer del 17 de octubre, se lanzó una operación de búsqueda y rescate. Más de cien personas participaron, incluyendo guardabosques, policías, voluntarios y perros rastreadores. Un helicóptero sobrevoló la zona en busca de rastros. Los equipos peinaron el sendero, arroyos, cuevas y barrancos, pero no hallaron ni una sola pista: ni ropa, ni objetos, ni huellas. Los perros perdían el rastro tras unos metros desde el coche. La búsqueda se mantuvo intensa durante dos semanas, pero, al finalizar octubre, se suspendió. Caroline Foster fue declarada oficialmente desaparecida. Su caso quedó abierto, pero sin pistas, la investigación se estancó.
Durante año y medio, no surgió información nueva. Los padres de Caroline contrataron investigadores privados y repartieron volantes en centros turísticos y estaciones de gasolina, pero nada cambió. Sus cuentas bancarias y su número de seguro social permanecieron inactivos. Era como si las montañas la hubieran devorado. Diecinueve meses después, el caso fue catalogado como “cold case”. La familia Foster nunca dejó de buscar, mientras la desaparición de Caroline se convertía en leyenda local.
Todo cambió el 20 de mayo del año 2000. Ese sábado, tres espeleólogos aficionados —Marcus Thorne, Daniel Reed y Jessica Alvarez— exploraban una zona poco visitada cerca de una mina de cobre abandonada. El lugar, a cinco kilómetros al noreste del sendero Alam Cave, era de difícil acceso, cubierto de rododendros y pendientes escarpadas. Por eso, nunca fue incluido en las búsquedas iniciales.
A las dos de la tarde, avanzando por un profundo barranco húmedo, los exploradores notaron una anomalía: una plataforma artificial, despejada de vegetación, con una estructura en el centro que parecía un altar. Medía metro y medio de alto, con una base de troncos gruesos formando un rectángulo y una losa de pizarra gris de dos metros de largo por uno de ancho, pulida de manera antinatural. Sobre la losa yacía un cuerpo, pero no eran simples restos: la figura estaba encerrada en una sustancia dura y translúcida de color ámbar. Parecía un sarcófago de resina, que envolvía el cuerpo de una joven acostada boca arriba, manos cruzadas sobre el pecho, cabeza girada hacia la pendiente. Las capas de resina, aplicadas una y otra vez, preservaban la ropa y ocultaban los rasgos faciales. La luz filtrada por el bosque daba a la escena una atmósfera surrealista.
Marcus, el más experimentado, reconoció de inmediato que se trataba de una escena de crimen. Ordenó no tocar nada y tomar fotos desde lejos, registrando las coordenadas con GPS. Al pie del altar, encontraron tres candelabros tallados en hueso de ciervo y restos de cera. No había objetos personales ni señales de lucha. El grupo regresó y, una vez en zona de cobertura, reportaron el hallazgo a las autoridades, proporcionando las coordenadas exactas.
Una fuerza especial de investigadores, forenses y guardabosques se movilizó de inmediato. Llegaron al lugar al anochecer y, por seguridad, decidieron esperar hasta el amanecer para no contaminar la escena. Al despuntar el sol, comenzaron la inspección meticulosa: fotos, videos, análisis de la estructura y los objetos. Determinaron que los troncos fueron cortados con sierra manual, no eléctrica, y la losa de piedra fue trasladada con gran dificultad. Los candelabros de hueso contenían restos de cera recolectados para análisis químico. Alrededor, en la corteza de varios árboles, encontraron símbolos tallados: círculos con una cruz en el interior, similares a cruces celtas o miras telescópicas. Había siete marcas, hechas posiblemente un año atrás.
Preparar el traslado del cuerpo fue una tarea monumental: la losa, junto con la resina y el cuerpo, pesaba más de 300 kilos. Se requirió equipo especial y ocho personas para moverlo hasta una carretera donde esperaba una furgoneta forense. El altar fue llevado al centro médico regional de Knoxville para su análisis.
El 22 de mayo, en el laboratorio forense, comenzó una operación sin precedentes. Bajo la dirección del patólogo jefe, Dr. Alistair Reed, se realizaron radiografías y tomografías para examinar el interior del sarcófago de resina sin dañarlo. El esqueleto estaba intacto, sin fracturas ni objetos metálicos. La extracción física de la resina fue lenta y precisa, usando instrumentos dentales y disolventes químicos aplicados con pipetas. Tras días de trabajo, liberaron el rostro y la mandíbula, permitiendo comparar radiografías dentales con los registros médicos de Caroline Foster: coincidencia absoluta. Una muestra de médula ósea confirmó la identidad por ADN.
El análisis de la resina reveló una mezcla de resinas de pino y abeto, aplicadas en capas durante 19 meses. Las capas más profundas contenían polen de plantas que florecen en otoño, correspondientes a la fecha de desaparición; las intermedias, polen de invierno y primavera de 1999; las externas, polen de primavera de 2000. Esto demostraba que el proceso fue un ritual prolongado: alguien regresó al altar una y otra vez, añadiendo nuevas capas de resina para preservar el cuerpo.
La autopsia reveló una sola lesión fatal: una marca de estrangulamiento alrededor del cuello, con fibras de cuero viejo incrustadas y fractura del hueso hioides, típico de muerte por asfixia. Caroline no tenía zapatos, solo calcetas de lana. Diez días después, el laboratorio confirmó el ADN y la identidad de la víctima.
La investigación cambió de rumbo: ahora era un homicidio ritual. El detective Robert Miles convocó una rueda de prensa, informando que los restos pertenecían a Caroline Foster y que su muerte había sido violenta. No reveló detalles del ritual para evitar pánico y proteger la investigación.
El análisis del caso llevó a dos posibles escenarios: Caroline fue atacada y secuestrada en el estacionamiento o al inicio del sendero, o bien, dejó voluntariamente sus pertenencias para encontrarse con alguien conocido. El FBI elaboró un perfil del asesino: hombre blanco de 30 a 50 años, con habilidades de supervivencia, conocimiento profundo del parque, fuerza física y creencias idiosincráticas. El asesino era un ermitaño, antisocial, obsesionado con la tierra y la soledad.
Los símbolos tallados en los árboles fueron analizados por expertos en simbología y antropología, quienes los asociaron con signos precristianos y cultos neopaganos, pero no pudieron vincularlos a ninguna secta conocida. El detective Miles indagó en la historia local, encontrando leyendas sobre sociedades secretas y rituales de preservación de cuerpos con resina para atar el alma al bosque.
La investigación de verano fue ardua y poco fructífera. No se halló ADN ajeno en la ropa de Caroline ni en los objetos del altar. Las herramientas encontradas —sierra manual y cuchillos de tallar— coincidían con las marcas en los troncos y huesos, pero no eran pruebas concluyentes. El detective se centró en encontrar personas que encajaran con el perfil: ermitaños, propietarios de tierras aisladas, personas sin registros oficiales. Tras meses de trabajo, solo surgieron agricultores introvertidos y veteranos en busca de paz.
En septiembre de 2000, un ex guardabosques recordó haber visto a un hombre viviendo ilegalmente en el parque a principios de los noventa. Vestía ropa hecha de pieles de animales, evitaba el contacto y tallaba símbolos en los árboles, similares a los encontrados en la escena del crimen. Vivía en la zona de Porter Creek, cerca de donde se halló el altar. El grupo de investigación organizó una expedición secreta y, tras varios días, encontró una cabaña abandonada, camuflada entre rocas y musgo. Dentro, hallaron los mismos símbolos tallados en las paredes, herramientas manuales, ollas de barro con resina y hierbas secas.
A 20 metros de la cabaña, descubrieron un sistema para recolectar savia de los árboles, evidencia de la recolección de resina. Aunque la cabaña estaba abandonada desde hacía años, las últimas capas de resina en el cuerpo de Caroline se aplicaron en la primavera de 2000, lo que sugería que el asesino seguía regresando o tenía otro escondite.
El hallazgo de la cabaña fue decisivo. Se recogieron muestras de todo, incluyendo cabellos en el lecho. El análisis de ADN identificó a un hombre desconocido, sin antecedentes ni registros oficiales. El perfil genético fue comparado con bases de datos nacionales sin éxito.
El avance final llegó gracias a un archivista local, quien relató la historia de una familia que fue expulsada de sus tierras sagradas cuando se creó el parque en los años treinta. Uno de sus descendientes, nacido en 1928, nunca aceptó la pérdida y regresó a vivir como guardián secreto en las montañas. El detective reconstruyó el árbol genealógico y localizó a un sobrino nieto, quien aportó recuerdos y una foto de su tío: un hombre de mirada fanática, obsesionado con la tierra robada. El ADN del sobrino nieto confirmó el parentesco con el hombre de la cabaña.
La investigación concluyó que el asesino, tras vivir aislado por casi 40 años, consideraba el parque su propiedad sagrada. La presencia de Caroline fue vista como una profanación y la muerte, un acto de justicia según su retorcida lógica. El ritual de cubrir el cuerpo con resina era su forma de devolverla a la tierra y convertirla en parte del bosque, un ídolo pagano.
El destino del asesino permanece incierto. Probablemente murió tras su última visita al altar en la primavera de 2000, anciano y enfermo, su cuerpo absorbido por el bosque igual que su víctima
News
Joven derrama leche sobre una niña: El millonario explota y revela un gran secreto
Joven derrama leche sobre una niña: El millonario explota y revela un gran secreto El corazón de Richard Whitman latía…
Magnate se disfraza de pobre para poner a prueba a su hijo: La verdad que lo destrozó
Magnate se disfraza de pobre para poner a prueba a su hijo: La verdad que lo destrozó Cuando Francisco se…
Magnate viudo y su hija muda: El milagro inesperado de una niña de la calle
Magnate viudo y su hija muda: El milagro inesperado de una niña de la calle El sábado a las once…
Cada noche mi esposo se encerraba en el baño: El escalofriante secreto tras los azulejos
Cada noche mi esposo se encerraba en el baño: El escalofriante secreto tras los azulejos Últimamente, mi esposo había estado…
“¿Crees que él vendrá esta noche?” — El misterio de la novia desaparecida tras su despedida en Puebla, 1991
“¿Crees que él vendrá esta noche?” — El misterio de la novia desaparecida tras su despedida en Puebla, 1991 La…
“¿Estás seguro que este es el camino?” — El enigma de la familia desaparecida en la Sierra Madre, 1994
“¿Estás seguro que este es el camino?” — El enigma de la familia desaparecida en la Sierra Madre, 1994 Abril…
End of content
No more pages to load