Grupo de estudiantes desaparece en los Apalaches en 1999: diez años después, hallan restos en un viejo barril

Dieciséis años de silencio terminaron con el sonido de una pala golpeando metal. Era una mañana calurosa de agosto de 2015 en Georgia, y dos trabajadores, contratados para instalar un nuevo sistema de drenaje, se detuvieron al sentir el golpe sordo bajo una capa de arcilla roja espesa, en el patio trasero de una casa común y corriente. No era una piedra ni una tubería. Era un barril de acero de 200 litros, completamente oxidado pero aún conservando su forma. Lo abrieron ahí mismo. Dentro, mezclados con tierra y tela en descomposición, había fragmentos ennegrecidos de huesos humanos. Entre ellos, una pesada bota militar con los huesos de un pie aún dentro y una pequeña placa de identificación metálica, ya opaca. Grabado en ella, solo un nombre: Maya Sharma.

Ese momento, registrado en un informe policial fechado el 12 de agosto de 2015, fue el último capítulo de una historia que había comenzado en otro lugar y en otro tiempo. Una historia que, durante 16 años, fue considerada un misterio imposible de resolver. Uno más entre los muchos casos de personas desaparecidas sin dejar rastro en la naturaleza salvaje de Estados Unidos.

Todo empezó en un frío día de octubre de 1999, en las Montañas Apalaches, a cientos de millas de ese patio en Georgia. Tres estudiantes de la Universidad de Boston —Liam Okonnell, de 21 años; Maya Sharma, de 20; y Samuel Jones, de 22— fueron reportados como desaparecidos tras no regresar de una excursión de tres días en el Parque Nacional Shannondoa, Virginia. El viaje había sido planeado como una escapada corta en la naturaleza durante las vacaciones de otoño.

Liam, estudiante de historia, era el organizador del grupo. Tenía algo de experiencia en caminatas cortas en Massachusetts y, según sus amigos, había pasado meses estudiando mapas y rutas del Sendero de los Apalaches. Maya, estudiante de ciencias ambientales, tenía un interés activo en la flora y fauna de la región, y veía el viaje como una oportunidad para reunir material para un trabajo final. Samuel, estudiante de ingeniería, era conocido por su enfoque pragmático y resistencia física, y se encargaba del equipo técnico del grupo. Aunque no eran excursionistas profesionales, su preparación se consideró adecuada para la ruta elegida.

Salieron de Boston temprano la mañana del viernes 8 de octubre de 1999, en el Ford Explorer verde oscuro de Samuel. El viaje de diez horas hasta Virginia fue tranquilo. El último contacto confirmado con los estudiantes fue esa misma tarde. Aproximadamente a las 4:30 p.m., Maya llamó a su madre, Angelie Sharma, desde un teléfono público en una gasolinera del pueblo de Loré, cerca de la entrada al parque. En la breve conversación, Maya informó que habían llegado bien, que el clima estaba claro y tranquilo, y que se preparaban para entrar al parque. Especificó que su itinerario era de tres días y dos noches, y que la siguiente comunicación sería la noche del domingo 10 de octubre, tras regresar. Los registros de la compañía telefónica confirmaron la llamada.

A las 5:15 p.m., su auto fue registrado en la entrada del Parque Nacional Shannondoa. El empleado del parque no recordaba los rostros de los estudiantes, pero quedó constancia de la entrada del vehículo con placas de Samuel Jones. El último contacto confirmado fue alrededor de las 5:45 p.m. en el estacionamiento al inicio del sendero que lleva al antiguo campamento Black Creek. El guardabosques David Peterson hacía su ronda vespertina y conversó brevemente con tres jóvenes que preparaban su caminata. Los identificó por los permisos que presentaron. Según Peterson, estaban de buen ánimo y su equipo —mochilas, tienda, sacos de dormir— era nuevo y de buena calidad. Les advirtió sobre la caída de temperatura prevista para la noche y les recomendó no salirse del sendero marcado. Señaló que el sol ya se estaba ocultando y que debían apresurarse a montar el campamento antes de que oscureciera por completo. Esa fue la última vez que se les vio con vida.

Cuando los estudiantes no llamaron a sus familias ni regresaron a clases el lunes 11 de octubre, sus familias dieron la alarma. El Ford Explorer fue encontrado en el mismo estacionamiento de Black Creek. Estaba cerrado. Dentro había objetos personales no destinados a la excursión: ropa de cambio, libros de texto, la cartera de Liam con algo de efectivo y tarjetas bancarias. No había señales de lucha ni de huida apresurada. Parecía que los tres amigos simplemente habían dejado el auto y se internaron en el sendero, planeando regresar en dos días.

Comenzó una de las búsquedas más grandes en la historia del Parque Shannondoa. Pero en las semanas, meses y años siguientes, no se halló ningún resultado. El sendero que se adentraba en las montañas Apalaches fue el último lugar conocido de los estudiantes, el punto más allá del cual su rastro desapareció por completo.

La operación de búsqueda comenzó el lunes 11 de octubre de 1999 a las 8:00 a.m. El grupo inicial consistía en 12 guardabosques, incluido Peterson. Su tarea era recorrer los primeros 5 km del sendero marcado, conocido como Whispering Pines. El procedimiento era estándar: buscar pistas evidentes como equipo abandonado, restos de fogatas o señales de que el grupo se había salido del camino. El clima ese día era claro, con temperaturas que no superaban los 10°C.

Al final del día, no se hallaron rastros del grupo, salvo algunas huellas borrosas en el lodo cerca del arroyo, que no pudieron identificarse con certeza. El martes 12 de octubre, la operación se expandió considerablemente. Se estableció un puesto de mando en el sitio, ahora bajo coordinación de la Oficina del Sheriff de Augusta County y la Policía Estatal de Virginia. Las familias Okonnell, Sharma y Jones llegaron al parque, se alojaron en un motel cercano y recibieron un oficial de enlace para mantenerlos informados.

Ese día se sumaron tres equipos caninos especializados en rastreo y un helicóptero Bell 47 para reconocimiento aéreo. El área de búsqueda se definió en un radio de 8 km desde el estacionamiento, cubriendo unos 200 km². El terreno en esta zona del parque es altamente complejo: bosque caducifolio denso, matorrales espesos, pendientes empinadas, afloramientos rocosos y barrancos profundos. En octubre, el suelo está cubierto por una gruesa capa de hojas caídas que oculta casi por completo la tierra, dificultando la detección de rastros.

Los equipos se dividieron en grupos de cuatro a cinco personas, cada uno asignado a un cuadrante por recorrer metódicamente. Los perros comenzaron desde el vehículo de los estudiantes. Dos de los tres captaron el olor y avanzaron por el sendero casi un kilómetro en el bosque. Sin embargo, en el área rocosa de Black Creek, ambos perdieron el rastro y no lograron recuperarlo, pese a varios intentos. El tercer perro no pudo captar un olor estable desde el auto.

Para la noche del miércoles 13 de octubre, más de 100 personas participaban en la operación, incluyendo voluntarios de rescate locales. El helicóptero realizó varias salidas, pero el dosel de árboles impedía la observación práctica del suelo. No se encontraron señales de campamento, fogatas, señales de auxilio ni fragmentos de ropa.

El jueves 14 de octubre, la situación empeoró dramáticamente. Un frente frío llegó del noroeste, trayendo lluvia persistente y ráfagas de viento fuertes. La temperatura bajó a 4°C y cayó bajo cero por la noche. Los vuelos en helicóptero se suspendieron por la nubosidad y la baja visibilidad. Las operaciones terrestres se volvieron extremadamente difíciles y peligrosas: las pendientes se convirtieron en lodazales y las rocas y raíces mojadas aumentaron el riesgo de lesiones para los rescatistas. La lluvia, que duró casi dos días, destruyó cualquier rastro olfativo que pudiera haber quedado.

La esperanza de encontrar a los estudiantes vivos se desvanecía. Según expertos, sin refugio adecuado y equipo especial, era prácticamente imposible sobrevivir más de un día en esas condiciones. La investigación reveló que el grupo no llevaba equipo para clima extremo; su tienda y sacos eran para otoño estándar. Aunque el clima mejoró hacia el fin de semana, la búsqueda siguió siendo infructuosa. Cientos de voluntarios se sumaron, peinando el área cuadrante por cuadrante. Se revisaron todas las cuevas, edificios abandonados y cabañas de cazadores dentro del área de búsqueda. Buceadores inspeccionaron el fondo de lagos y pozas profundas: nada.

La ausencia total de evidencia material desconcertó incluso a los rescatistas más experimentados. Ni una sola pertenencia de sus mochilas, ni un zapato, ni un pedazo de tela se encontró. Parecía que los tres jóvenes y todo su equipo se habían desvanecido en el aire en apenas 1.5 km de sendero.

El 25 de octubre de 1999, tras 14 días de búsqueda infructuosa, la fase activa de la operación se suspendió oficialmente. El puesto de mando fue desmontado y los equipos regresaron a sus bases. El caso pasó de ser una operación de búsqueda y rescate a una investigación de desaparición de personas. El estatus oficial de Liam Okonnell, Maya Sharma y Samuel Jones cambió a “desaparecidos en circunstancias desconocidas”.

Pequeños grupos de guardabosques y voluntarios siguieron patrullando la zona en los meses siguientes, pero ya no era sistemático. El invierno trajo nieve, cubriendo las montañas con un manto grueso y enterrando la última esperanza de un hallazgo casual.

Para las familias, los investigadores y el público, comenzó un largo periodo de incertidumbre. La historia de la desaparición de los estudiantes en Shannondoa se volvió una leyenda local, un misterio sombrío sin pistas. El caso fue archivado, donde permanecería durante 16 largos años.

Con la búsqueda activa suspendida, el caso pasó a la División de Investigación Criminal de la Policía Estatal de Virginia. El detective Robert Miles, con 20 años de experiencia y fama de metódico en casos sin pistas, fue asignado como investigador principal.

Miles revisó sistemáticamente todas las versiones posibles que fueran más allá de un accidente. La teoría de que los estudiantes se perdieron y murieron de hipotermia o lesiones se consideró poco probable. La magnitud de la búsqueda y la total ausencia de rastros hacían esa hipótesis casi insostenible. Estadísticamente, en el 99% de los casos, los turistas perdidos son hallados vivos o sus restos aparecen en el área de búsqueda en el primer año. Este caso no encajaba en el modelo estándar.

El detective Miles se centró en dos alternativas: desaparición voluntaria y acto criminal de un tercero. La primera requería examinar a fondo la vida y psicología de los desaparecidos. Se realizaron decenas de entrevistas en Boston: amigos, compañeros de cuarto, profesores, ex parejas. Se analizaron diarios personales, correos electrónicos y archivos de computadora. Los resultados no indicaron que alguno hubiera planeado huir y empezar una nueva vida. Los tres tenían registros académicos estables, planes para el futuro y relaciones cercanas con sus familias. El análisis financiero mostró que sus cuentas bancarias permanecieron intactas desde que salieron de Boston. No hubo retiros de dinero sospechosos antes del viaje ni uso de tarjetas de crédito. La revisión de registros de terminales de transporte, estaciones de autobús, tren y aeropuertos no arrojó coincidencias. Hacia principios de 2000, la teoría de desaparición voluntaria se descartó oficialmente.

Sólo quedaba una línea de investigación: crimen violento. Pero la falta total de pistas lo dificultaba. No había escena del crimen, ni testigos, ni motivo. Los detectives revisaron a todas las personas con antecedentes violentos en un radio de 80 km del parque. Se entrevistó a ermitaños, cazadores furtivos y otros habitantes solitarios. Ninguno tenía conexión con los estudiantes ni alibis que pudieran refutarse. Se comparó el caso con otras desapariciones sin resolver en la ruta de los Apalaches, buscando patrones, pero el caso de los estudiantes de Boston era único. La ausencia de cuerpos o pistas lo diferenciaba de otros casos donde las víctimas suelen ser halladas.

Pasaron los años. En octubre de 2000, en el primer aniversario de la desaparición, las familias ofrecieron una recompensa de $50,000 por información. Esto generó un breve auge de interés público y muchas llamadas, pero ninguna aportó datos confiables. El caso se enfrió. El detective Miles se jubiló en 2006, dejando cajas de archivos a su sucesor en la unidad de casos fríos. Para el nuevo investigador, era uno más entre decenas de carpetas amarillas sin perspectivas.

En los años siguientes, la policía recibió varias pistas falsas. En 2008, un preso en Ohio afirmó que su ex compañero de celda se jactaba de haber matado a tres estudiantes en Virginia, pero la investigación demostró que era mentira. En 2011, un turista encontró una mochila en descomposición en un bosque a 30 km del área original, pero los expertos determinaron que no pertenecía a los desaparecidos. Cada pista se investigó a fondo y cada vez se descartó, reforzando el estatus de caso imposible. Para 2015, la historia de Liam, Maya y Samuel se había desvanecido casi por completo de la memoria pública, sólo permanecía en foros de internet dedicados a misterios sin resolver y en los corazones de sus familias, que nunca celebraron un funeral.

Dieciséis años sin una sola respuesta, sin una pista, sin una chispa de esperanza. La investigación había llegado a un callejón sin salida, convertida en un simple documento de archivo. Parecía que el misterio permanecería oculto para siempre bajo el dosel del bosque de Shannondoa. Nadie imaginaba que la respuesta estaba cientos de millas al sur, bajo tierra en el patio de una tranquila casa suburbana, esperando el golpe casual de una pala.

El 12 de agosto de 2015, en la ciudad de Mon, Georgia, dos trabajadores instalaban una zanja de drenaje en el patio trasero de una casa en Seven Piper Lane. Cerca de las 11:00 a.m., una pala golpeó algo duro a unos 1.5 metros de profundidad. Pensando que era un viejo tanque de combustible o parte de una fosa séptica, siguieron cavando hasta descubrir la parte superior de un barril estándar de acero. La policía del condado de Bib fue llamada al sitio. La patrulla notó la corrosión severa y decidió abrir el barril ahí mismo, pues era imposible transportarlo con seguridad.

Tras cortar la tapa con herramienta hidráulica, se extrajo parte del contenido: tierra compacta, restos de cal, tela podrida y numerosos fragmentos de huesos humanos. El trabajo se detuvo de inmediato. El área fue acordonada como escena del crimen y se llamó a un equipo forense. La exhumación minuciosa del barril tomó más de un día. Los expertos determinaron que los restos pertenecían al menos a tres personas diferentes. Los huesos estaban fragmentados y mezclados, indicando que los cuerpos probablemente habían sido desmembrados antes de ser colocados en el barril.

Se hallaron varios objetos clave: la suela de una bota de excursionismo Vasque, fragmentos de una mochila de nylon y una pequeña placa metálica en el resto de un cierre. En la placa, claramente grabado, el nombre Maya Sharma. Este nombre fue la clave que desbloqueó un caso de 16 años. Una revisión en la base nacional de personas desaparecidas conectó el hallazgo con el caso de los estudiantes de Boston.

La información fue enviada a la unidad de casos fríos de la Policía Estatal de Virginia. Materiales archivados, incluyendo registros dentales y muestras de ADN proporcionadas por las familias en 1999, fueron enviados a un laboratorio en Georgia. En las semanas siguientes, el examen forense confirmó las identidades de los tres. Fragmentos de cráneo con dientes preservados identificaron a Liam Okonnell y Samuel Jones. El análisis de ADN mitocondrial confirmó que el tercer conjunto de restos era de Maya Sharma. El misterio de su paradero estaba resuelto. Ahora comenzaba la investigación por asesinato.

Toda la atención se centró en el dueño de la casa donde se hallaron los restos: Arthur Jenkins, veterano de Vietnam de 68 años, residente desde 2001. Jenkins llevaba una vida extremadamente solitaria, casi sin contacto con sus vecinos y sin antecedentes penales en Georgia. Sin embargo, una revisión de su pasado reveló un detalle crucial: de 1995 a 2001, Jenkins había sido dueño de un terreno con casa deteriorada en Augusta County, Virginia, colindante con el Parque Shannondoa y atravesado por un sendero no oficial que conectaba con la red principal de caminos, incluyendo Whispering Pines.

Jenkins vendió la propiedad y se mudó a Georgia menos de dos años después de la desaparición de los estudiantes. Una investigación más profunda en su historial militar y médico reveló que fue condecorado por valentía, pero dado de baja en 1973 con diagnóstico de grave trastorno de estrés postraumático. En los años siguientes, fue tratado en hospitales de veteranos, con quejas de paranoia, alucinaciones y brotes de agresión. Estaba convencido de que lo vigilaban constantemente.

El 28 de septiembre de 2015, Jenkins fue arrestado y llevado a interrogatorio. Al principio negó todo, pero al ver las fotos de las pruebas, incluida la placa con el nombre de Maya Sharma, su actitud cambió. Su relato fue caótico e incoherente. Dijo que en octubre de 1999 vivía solo en Virginia. Una noche, vio a tres personas en camuflaje vigilando su casa desde el bosque. En su mente distorsionada por el PTSD, no eran estudiantes, sino exploradores enemigos. Preparó una emboscada en el sendero que creía usaban. Cuando el grupo pasó, les disparó con un rifle semiautomático. Mató a los tres, creyendo haber neutralizado una amenaza. Luego, durante la noche, movió los cuerpos al sótano, los desmembró y los colocó en un barril de acero que usaba para recolectar agua de lluvia. El barril permaneció en su sótano alrededor de un año. En 2001, tras vender la casa, transportó el barril en su camioneta a Georgia, donde lo enterró en el patio de su nueva casa.

El juicio de Arthur Jenkins comenzó en 2016. Su defensa alegó que estaba loco al momento del crimen por estrés postraumático agudo. La fiscalía argumentó que las acciones posteriores —ocultar los cuerpos, transportarlos y enterrarlos— demostraban que era consciente de la naturaleza criminal de sus actos. El jurado lo declaró culpable de tres cargos de asesinato en primer grado. Fue sentenciado a tres cadenas perpetuas sin posibilidad de libertad condicional.

Así terminó un caso que había permanecido sin resolver durante 16 años. Un encuentro casual entre tres estudiantes y un veterano cuya mente seguía en los campos de batalla de una guerra terminada, condujo a una tragedia sin sentido. El misterio de su desaparición no fue causado por fuerzas sobrenaturales ni conspiraciones complejas, sino por los ecos de un dolor antiguo que resonó en los bosques de los Apalaches aquella tarde de otoño.