Kayakista desaparece misteriosamente: Kayak hallado en cráter, restos atrapados en vieja red de pesca

Era un día de verano claro cuando Anthony Rivers se despidió de la orilla norte del Lago Katusa, en Louisiana, con la intención de recorrer sus aguas en solitario. Nadie imaginaba que ese viaje sería el último. Rivers, de 40 años, era conocido entre los locales como un kayakista experimentado, participante frecuente en competencias y amante de las travesías solitarias por los canales y bahías que la lluvia reciente había transformado. Su partida, sin testigos directos ni señales de colisión, dejó a amigos y familiares sumidos en la incertidumbre. ¿Dónde estaba Anthony? ¿Qué había sucedido en el lago aquel día?

La búsqueda comenzó de inmediato, pero los días pasaron sin noticias. El clima había sido favorable, la ruta conocida, y Rivers era precavido: nunca salía sin su chaleco salvavidas y siempre llevaba consigo un contenedor impermeable con documentos y equipo. Sin embargo, tras horas de rastreo y entrevistas, la única pista era el testimonio de dos pescadores que lo vieron remar hacia el sureste. Pronto, la esperanza se transformó en angustia y la investigación reveló detalles inquietantes que apuntaban a un misterio mucho más oscuro de lo que nadie imaginaba.

El viernes 13 de julio de 2018, Anthony Rivers llegó en su Nissan Xtera azul oscuro al muelle de madera cercano a una base de pesca abandonada. Llevaba su kayak verde de una plaza, un contenedor estanco con pertenencias, chaleco salvavidas, remo de fibra de carbono y una cámara Canon protegida en el maletero. Vestía camisa clara de manga larga, gorra y gafas oscuras. Dos pescadores locales estaban en el muelle y declararon haberlo visto partir, aunque no lo conocían.

A las 11:00 a.m., el teléfono de Rivers emitió su última señal a una torre en el sur del lago. Después, silencio absoluto. Sus amigos intentaron llamarlo por la tarde, pero el teléfono ya estaba fuera de cobertura. Al no regresar ni comunicarse, su hermano Michael reportó la desaparición a la policía. Esa misma noche, el auto de Rivers fue encontrado en el lugar de partida, con ropa seca y una botella de agua dentro.

La búsqueda comenzó de inmediato: cuatro lanchas motoras y un equipo de buzos rastrearon la costa y canales cercanos. Durante tres días, el centro del lago y sus alrededores fueron inspeccionados sin hallar remos, partes del kayak ni chaleco salvavidas. Los residentes aseguraron que no había corrientes fuertes ese día, imposible que el kayak se hubiera desplazado lejos. Sin embargo, cerca del área donde Rivers debía pasar, había una sección de costa colapsada, formada por las lluvias de julio. Se hablaba de pozos y cráteres submarinos, pero no se reportaron deslizamientos en ese momento, por lo que la hipótesis de que el kayak hubiera sido tragado por un sumidero no se consideró prioritaria.

Rivers era cuidadoso, nunca salía sin chaleco y siempre aseguraba su equipo. La policía solicitó grabaciones de cámaras de vigilancia, pero los registros eran incompletos. El único testimonio fiable era el de los dos pescadores. Tras una semana sin avances, las operaciones activas se suspendieron. Los informes sugerían un posible accidente y ahogamiento, pero no había pruebas. El auto fue trasladado a un estacionamiento seguro y las pertenencias entregadas a la familia.

Siete días después de la desaparición, el 20 de julio, un deslizamiento parcial ocurrió en la zona sur del lago, a 5.5 kilómetros del punto de partida. Los pescadores locales notaron cómo la tierra se desmoronaba, el agua se oscurecía y burbujas emergían a la superficie. El servicio de protección acuática llegó para evaluar riesgos y encontró que el colapso había abierto un cráter submarino, un embudo de más de 4 metros de profundidad conectado a un canal por un túnel subacuático.

Como el área estaba dentro de la zona de búsqueda, los buzos descendieron. En minutos, hallaron un objeto verde brillante en el fondo: el kayak, intacto, sin grietas ni daños visibles, con la cuerda de amarre aún atada y el cordón elástico de carga en la cubierta. Dentro del compartimento, una bolsa amarilla de PVC sellada bajo las correas. Al abrirla, encontraron la licencia de conducir de Anthony Rivers, tarjetas bancarias, la cámara Canon y baterías de repuesto. La cámara estaba apagada, la tarjeta de memoria intacta. No había señales de lucha ni daños en la tela o el chaleco. Lo más extraño: el chaleco salvavidas no estaba cerca del kayak, algo que desconcertó a los investigadores.

El remo tampoco apareció en el cráter ni en el lecho adyacente. El equipo registró las coordenadas y buscó meticulosamente, hallando solo ramas rotas y objetos metálicos oxidados, restos de antiguos equipos de pesca. No se exploró más profundo por la baja visibilidad y el riesgo de colapso de las paredes del embudo.

El hallazgo del kayak llevó a dos teorías principales: un accidente en el que el kayak fue succionado por el cráter, o que fue colocado deliberadamente para ocultar rastros. La segunda hipótesis tomó fuerza, ya que la orilla estaba estable al momento del colapso y era improbable que el kayak cayera accidentalmente el día de la desaparición. La cámara fue enviada a forenses para extraer datos. Las últimas fotos, tomadas el 13 de julio entre las 10 y 11 a.m., mostraban fragmentos de la costa, plantas acuáticas y objetos fotografiados a distancia. En una imagen, se distinguía la silueta de una lancha motora en el muelle de la base de pesca abandonada.

Este detalle atrajo la atención de los investigadores, pues la base llevaba más de cinco años cerrada y su dueño, registrado en archivos parroquiales, tenía antecedentes por pesca furtiva. Sin embargo, no había pruebas directas que vincularan la lancha con la desaparición de Rivers.

Tras recuperar el kayak y los objetos, la búsqueda del cuerpo continuó cuatro días más, sin éxito. El examen de la costa y aguas cercanas no arrojó nuevos hallazgos. La investigación quedó abierta, pero suspendida, con solo testimonios y fotografías en el expediente.

El 27 de agosto de 2019, poco más de un año después, la policía recibió un informe de actividad reciente en la base de pesca abandonada. Un inspector detectó huellas frescas, restos de fogata y envases plásticos con fechas recientes. El lugar estaba en ruinas: muelles colapsados, almacenes con puertas metálicas y un acceso cubierto de maleza.

El 29 de agosto, cuatro oficiales y dos guardacostas inspeccionaron el sitio. En uno de los almacenes, entre redes viejas y remos rotos, encontraron una pila de equipo de pesca húmedo. Al mover una red grande de cuerda sintética, oyeron un crujido. Al desmontarla, hallaron huesos humanos envueltos en la red y atados con sogas. Forenses determinaron que los restos habían estado en el agua semanas antes de ser arrastrados a la orilla y dejados en la red. Junto a los huesos, encontraron dos mosquetones metálicos, fragmentos de tela de chaleco salvavidas y una pieza plástica de remo. Todo fue enviado a laboratorio.

Ese mismo día, compararon los restos con la base de datos de personas desaparecidas. El caso de Anthony Rivers apareció como posible coincidencia. El 25 de septiembre, la prueba de ADN confirmó la identidad: los huesos pertenecían a Rivers. La familia fue notificada y el caso reclasificado como homicidio.

En una segunda revisión del sitio, hallaron evidencia adicional: bajo el piso de un almacén, un escondite con bidones viejos, rollos de cuerda, una caja de anzuelos y un cuchillo con mango dañado. El análisis mostró corrosión y micropartículas orgánicas que coincidían con el ADN de Rivers.

Los investigadores centraron la atención en el dueño del sitio, Gerald M. Sawyer, de 62 años, con tres condenas previas por pesca ilegal y tráfico de equipo. Archivos mostraban antecedentes por contrabando de pescados y mariscos, y vínculos con narcotráfico por vía marítima. Vecinos confirmaron que Sawyer era visto en la base por las noches, aunque oficialmente estaba abandonada. Algunos lo vieron en su lancha cerca del lugar donde Rivers tomó sus últimas fotos. Con esta información, obtuvieron una orden de cateo para la casa de Sawyer.

Durante la búsqueda, hallaron cajas plásticas similares a las usadas en la base y lonas idénticas a la que envolvía los restos de Rivers. El 4 de octubre de 2019, Sawyer fue detenido para interrogatorio. No opuso resistencia y negó relación con la desaparición. Los investigadores le mostraron fotos de la cámara de Rivers: una mostraba la lancha en el muelle y a un hombre parecido a Sawyer. Él negó ser el de la foto y afirmó que la lancha había sido vendida.

La interrogación duró horas. Se le presentaron pruebas forenses: el ADN de Rivers en el cuchillo, coincidencias entre la cuerda de la red y la encontrada en su casa, y datos telefónicos que ubicaban a Sawyer cerca de la base el día de la desaparición. Bajo presión, admitió haber estado en el lago ese día, pero negó haber visto a Rivers. Alegó que el cuchillo era antiguo y que la similitud de las cuerdas era coincidencia.

El punto de inflexión llegó cuando los expertos mostraron que el logo en la lancha de la foto coincidía con el de la embarcación registrada a nombre de Sawyer, vendida solo cuatro meses después de la desaparición. Sawyer pidió un receso y, al volver, confesó todo.

Según su declaración, Rivers presenció la descarga de sustancias prohibidas en la base durante la noche y grabó el hecho con su cámara. Sawyer lo descubrió al día siguiente, cuando Rivers pasaba en kayak. Sawyer lo alcanzó en lancha y, bajo pretexto de hablar, lo golpeó con un remo, tirándolo al agua. Rivers intentó alejarse, pero Sawyer lo atrapó con una red y lo hundió. Después, llevó el cuerpo a un área profunda y lo dejó en el agua, mientras el kayak fue empujado al cráter submarino para ocultarlo. Esperaba que la corriente arrastrara el cuerpo, pero la red se enredó y, finalmente, los restos fueron arrastrados a la orilla y dejados entre el equipo de pesca.

Sawyer afirmó haber arrojado la cámara a una ciénaga, pero nunca fue encontrada. Con la confesión, las pruebas y el análisis de expertos, la fiscalía lo acusó de homicidio y tráfico de drogas. Por sus antecedentes, el tribunal lo sentenció a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.

Después de la confesión, los investigadores reconstruyeron la cronología del día en que Rivers desapareció, utilizando fotos, metadatos y datos de GPS de la lancha de Sawyer. Las imágenes mostraban el recorrido de Rivers, la foto clave de la lancha a las 10:42 a.m., y el momento en que Sawyer salió en persecución. Testigos confirmaron que vieron la lancha en el lago a la hora del ataque.

Expertos en hidrología concluyeron que el cráter ya existía al momento del crimen y que Sawyer empujó deliberadamente el kayak al embudo. El análisis del nivel de agua tras las lluvias permitió entender cómo Sawyer maniobró en aguas poco profundas y ocultó el kayak. La reconstrucción minuto a minuto confirmó que Sawyer actuó con premeditación, ocultando el cuerpo y destruyendo pruebas.

El juicio de Sawyer inició el 5 de mayo de 2020. La evidencia fue contundente: el cuchillo con ADN, la red, las fotos, los testimonios y los registros telefónicos. Los intentos de la defensa por desacreditar las pruebas no prosperaron ante la confesión grabada y la secuencia de hechos. El 12 de junio, el jurado lo declaró culpable de homicidio, destrucción de evidencia y tráfico de narcóticos. El juez dictó cadena perpetua, agravada por el intento de ocultar otros delitos graves.

Al finalizar, Michael Rivers, hermano de Anthony, agradeció a los investigadores y lamentó que la cámara no fuera hallada, dejando los últimos minutos de Anthony en el misterio. La historia de Anthony Rivers quedó marcada por la búsqueda incansable de la verdad y la justicia, un testimonio de cómo la persistencia puede iluminar hasta los rincones más oscuros de la tragedia humana.