La misteriosa desaparición de una familia de Iztapalapa en Teotihuacán: Un año después, algo aparece y sacude a todo México
Era un domingo cualquiera de abril de 2001 cuando la familia Mendoza dejó atrás su rutina en Iztapalapa para cumplir un sueño largamente postergado: visitar juntos, por primera vez, las pirámides de Teotihuacán. Roberto, el padre, había ahorrado durante meses para costear el paseo. Carmen, la madre, se levantó temprano para preparar tortas de frijol con chile chipotle y agua de jamaica, mientras Sofía, la hija menor, revisaba emocionada su álbum de estampas, esperando conseguir las últimas postales de Teotihuacán. Alejandro, el hijo mayor, repasaba datos históricos sobre la ciudad sagrada, listo para compartirlos con su familia.
El ambiente en la colonia Santa Marta Catitla era de entusiasmo. Roberto revisó el SUV blanco que su cuñado Miguel le había prestado. Todo estaba en orden: motor, neumáticos, gasolina suficiente para el viaje redondo. Carmen organizó la mochila con mudas de ropa, un botiquín básico y los boletos del metro para el regreso. Alejandro preparó su cuaderno de notas y Sofía guardó su monedero con ahorros para postales.
A las 8:30 am, la familia partió. El trayecto fue tranquilo; el paisaje urbano cedía paso al rural y las expectativas crecían. Llegaron al estacionamiento principal de Teotihuacán a las 10:15 am, encontraron sombra bajo unos árboles y, tras revisar sus pertenencias, se dirigieron a la entrada principal. Compraron los boletos, recibieron un mapa y escucharon las recomendaciones del empleado: recorrer primero la Calzada de los Muertos y luego, si el tiempo lo permitía, subir a la Pirámide del Sol.
La primera impresión fue abrumadora. Alejandro comenzó a dibujar las pirámides, Sofía corrió hacia los puestos de artesanías, Carmen preguntó precios y Roberto tomó la primera foto familiar con la Pirámide del Sol de fondo. El plan era claro: recorrer sin prisa, disfrutar y regresar antes del anochecer.
La familia avanzó por la Calzada de los Muertos, deteniéndose para fotos y anotaciones. Sofía encontró el puesto con las estampas que completaban su álbum, pero Carmen le pidió esperar hasta el final del paseo. El calor aumentaba y Carmen compartió la sombrilla con Sofía. Decidieron almorzar bajo la sombra cerca de la Pirámide del Sol, disfrutando de las tortas y galletas Marías.
Tras el almuerzo, Roberto anunció que iría al coche por más agua y a abrir las ventanas. Carmen llevó a los niños al baño público cercano. Todo parecía normal. Se reunieron en el kiosco de información, donde los niños exploraron folletos y mapas. Sofía consiguió un folleto con fotos de pirámides y Alejandro copiaba información en su cuaderno.
Roberto no regresaba. Carmen, inquieta, decidió ir al estacionamiento a buscarlo, dejando instrucciones a los niños de no moverse del kiosco. Alejandro pidió quedarse unos minutos más. Carmen caminó hacia el SUV, lo encontró abierto, con la bolsa del lunch y una cámara desechable en el tablero; pero Roberto no estaba. Preguntó a visitantes y revisó baños, sin éxito.
Regresó al kiosco a la 1:05 pm, pero Alejandro y Sofía tampoco estaban. El empleado confirmó que los niños se habían alejado hacia el interior del sitio. Carmen supuso que Roberto los había recogido y continuó el recorrido. Buscó por las rutas principales, preguntó a guardias y vendedores. Un vendedor de elotes recordaba haber visto a Carmen y Sofía cerca de la Pirámide de la Luna, pero no a Roberto ni Alejandro.
A las 2 pm, Carmen volvió al SUV. Notó la bolsa del lunch revuelta, una cámara faltante y la sombrilla desaparecida. Esperó, pero la inquietud crecía. Finalmente, a las 2:30 pm, acudió al puesto de seguridad para reportar la desaparición. El guardia activó el protocolo de búsqueda interna. A las 3 pm, los altavoces difundieron el mensaje: “Roberto Mendoza, Alejandro Mendoza y Sofía Mendoza, preséntense en el puesto de seguridad principal”. No hubo respuesta.
La búsqueda oficial comenzó. Guardias recorrieron las pirámides, la Calzada de los Muertos y áreas semirrestringidas. Carmen llamó a Miguel, quien llegó a las 6:30 pm con vecinos para ayudar. A las 7 pm, el último anuncio se transmitió antes del cierre del sitio. Carmen regresó a casa sin respuestas, con el SUV blanco y el álbum de Sofía como únicos recuerdos de ese día.
La búsqueda se intensificó los días siguientes. Policía municipal, estatal y la Procuraduría General de la República colaboraron. Revisaron estructuras, terrenos baldíos, entrevistaron empleados y visitantes. Los resultados eran negativos. Los carteles de búsqueda se distribuyeron por toda la ciudad, pero los reportes eran confusos o falsos.
En marzo de 2002, tras lluvias intensas, el equipo de mantenimiento detectó obstrucciones en el drenaje de un corredor técnico restringido, alejado del circuito turístico. Al abrir el portón, hallaron cuatro toneles metálicos encadenados y envueltos en plástico negro, con manchas rojizas en las paredes. La escena fue documentada y los toneles enviados a laboratorio.
El análisis forense reveló restos humanos en tres toneles: un adulto masculino, un menor masculino y una menor femenina. Las edades coincidían con Roberto, Alejandro y Sofía. El cuarto tonel contenía objetos personales: ropa, una cámara desechable, efectos identificados por Carmen. La causa de muerte fue asfixia, seguida de procesamiento químico para acelerar la descomposición.
La investigación apuntó a Manuel Cordero, ex supervisor de mantenimiento en Teotihuacán, con acceso a áreas restringidas y antecedentes de comportamiento errático. Había comprado cadenas similares y desaparecido de su domicilio poco antes del hallazgo. Su paradero sigue desconocido.
La confirmación de los restos puso fin a once meses de incertidumbre para Carmen, pero abrió un proceso legal y emocional devastador. Los funerales se realizaron en agosto de 2002, en ceremonia privada. El caso Mendoza se convirtió en uno de los expedientes más documentados de la región, pero también en un símbolo de las limitaciones del sistema de justicia mexicano.
Carmen reconstruyó su vida, mudándose a una casa más pequeña y manteniendo la memoria de su familia. El SUV blanco fue vendido, las visitas a Teotihuacán cesaron y el álbum de estampas de Sofía permanece incompleto, como testimonio de una vida interrumpida abruptamente.
Las autoridades mantienen la orden de aprehensión contra Cordero, pero la investigación activa concluyó sin su captura. El sitio arqueológico fue remodelado y los protocolos de seguridad reforzados, pero nada puede borrar lo ocurrido en 2001 y 2002. Carmen encontró consuelo en el apoyo de otras madres víctimas de violencia, canalizando su experiencia hacia el acompañamiento mutuo.
Hoy, más de dos décadas después, el caso sigue abierto, pero la justicia permanece ausente. Teotihuacán recibe millones de visitantes cada año, ajenos a la tragedia de la familia Mendoza. La historia queda como advertencia silenciosa: incluso los sueños familiares más sencillos pueden terminar en pesadilla por la acción de quien conoce y explota las vulnerabilidades del sistema.
El álbum de Sofía nunca se completó, y el recuerdo de aquel domingo de abril de 2001 sigue siendo una herida abierta en la memoria de Carmen y de quienes la acompañaron en su búsqueda.
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