Me dejó por no poder ser madre, hoy mis gemelos sólo los ve por TV

Cuando me casé con Chima, tenía 24 años, llena de esperanza. Él era banquero, apuesto, admirado por mi familia. Durante tres años intentamos tener un hijo. Soporté visitas al hospital, medicinas amargas, noches sin dormir y meses de decepción. Cada menstruación se sentía como un fracaso personal.

Al principio, Chima me consolaba. Poco a poco, su amor se volvió frío. Se quedaba fuera hasta tarde, evitaba volver a casa y, cada vez que discutíamos, me escupía: «¿Qué clase de mujer no puede darle un hijo a su esposo?»



En el quinto año, trajo a otra mujer a nuestra casa. Una noche, arrojó mi maleta afuera y dijo: «Vete. Necesito una verdadera esposa que pueda darme hijos.» Supliqué. Cerró la puerta de un portazo.

De vuelta en la casa de mis padres, caí en depresión. Los susurros del pueblo me llamaban “estéril” y “inútil”. Pero mi madre me dijo algo que cambió mi vida: «Tu vientre no es tu vida. Dios tiene un plan más grande. Levántate y vive.»

Trabajé duro, me entregué a mi carrera, solicité becas y me mudé al extranjero. En el Reino Unido conocí a un hombre que amaba mi corazón, no mi pasado. Nos casamos en silencio. Dos años después, los médicos confirmaron lo que creía imposible: estaba embarazada.

La ecografía reveló gemelos. Lloré en el suelo del hospital, recordando cada insulto, cada lágrima, cada noche de oración. El mes pasado, nuestros rostros y mis gemelos aparecieron en la portada de una revista nigeriana para padres.

El día que salió, recibí un mensaje en WhatsApp — Chima. «Te vi a ti y a los gemelos. Por favor… ¿puedo verlos? ¿Puedo explicarme?»

No he respondido.

Si fueras yo… ¿le permitirías conocer a los niños, o mantendrías la puerta cerrada para siempre?