Multimillonario Mexicano Abandona a su Empleada Embarazada y Se Arrepiente al Volver a Verla Años Después

La gran araña de cristal proyectaba una luz fría sobre el piso de mármol mientras Alexander Pierce, magnate multimillonario de hoteles, señalaba bruscamente hacia la puerta.

—Sal de aquí —dijo, su voz era como el acero.

Clara Dawson, la joven empleada vestida con su uniforme azul impecable, quedó paralizada, sus manos cubriendo instintivamente el pequeño bulto de su vientre. —Por favor, Alexander… es tuyo —susurró.

Su mandíbula se tensó. —No me importa lo que digas. No voy a dejar que me manipulen con esto.

Todo había comenzado meses atrás: noches largas en la mansión, una cercanía silenciosa entre ellos cuando la mayoría del personal ya se había ido. Clara nunca quiso que pasara nada, pero un momento de vulnerabilidad lo cambió todo. Y ahora, estaba embarazada.

Ella había esperado que él asumiera la responsabilidad, que el hombre del que se había enamorado no fuera solo el frío hombre de negocios que todos temían. Pero estaba equivocada.

—Te compensaré —dijo Alexander sin emoción—. Pero no quiero verte aquí otra vez.

Las lágrimas ardieron en los ojos de Clara mientras pasaba junto a él, con el corazón roto no solo por ella, sino por el hijo que ahora sabía que criaría sola.

Pasaron cinco años. Clara había construido una vida modesta pero estable en un pequeño pueblo costero, trabajando como recepcionista en una posada local. Su hijo, Noah, era el centro de su mundo: de ojos brillantes, curioso y con una sonrisa que le recordaba dolorosamente a Alexander.

Una tarde lluviosa, el gerente de la posada se acercó a ella. —Clara, tenemos un huésped VIP llegando. Atiéndelo personalmente.

Al entrar en el vestíbulo, su corazón se detuvo. De pie allí, con un traje azul marino a medida y el cabello salpicado con toques de plata, estaba Alexander Pierce.

Por un momento, él no pareció reconocerla. Luego sus ojos se abrieron, su expresión confiada titubeó. —Clara…

Ella se irguió, manteniendo la voz firme. —Señor Pierce. Bienvenido a Seabreeze Inn.

Fue Noah quien rompió la tensión, corriendo hacia el vestíbulo con un avión de papel en la mano. —¡Mamá! ¡Mira lo que hice! —Se detuvo al ver a Alexander, la semejanza era imposible de ignorar.

La mirada de Alexander bajó hacia el niño, sus labios se separaron ligeramente. —¿Él es…?

—Sí —dijo Clara, con la voz cortante—. Es tuyo.

En los días siguientes, Alexander se sintió atraído por la calidez acogedora de la posada… y por Noah. El niño, ajeno a la historia entre ellos, estaba emocionado de mostrarle sus aviones de papel, sus dibujos, incluso de hacerle preguntas sobre la “gran ciudad”.

Una noche, después de cenar, Alexander le pidió a Clara que hablaran. Se sentaron en una banca frente al mar, las olas rompiendo a lo lejos.

—Fui un tonto —admitió Alexander—. Pensé que me protegía, pero lo único que hice fue perderte… y perderlo a él.

Clara no lo miró. —Tú tomaste tu decisión.

—Quiero tomar una diferente ahora —dijo él, su voz firme pero con un matiz de desesperación—. Déjame ser parte de su vida. Y quizá… intentar ganarme un lugar en la tuya otra vez.

Ella lo estudió, buscando sinceridad. Por primera vez, vio algo en sus ojos que nunca había visto antes: humildad.

—No sé si puedo perdonarte —dijo Clara finalmente—. Pero Noah merece conocer a su padre.

Alexander asintió, sabiendo que era más de lo que merecía, pero era un comienzo.

Mientras el sol se ocultaba en el horizonte, Clara se levantó, llamando a su hijo. Y cuando Noah corrió para unirse a ellos, Alexander se agachó, tomando la pequeña mano en la suya. Esta vez, no lo dejaría ir.