Padre e hija desaparecen en día de pesca; cazador encuentra cámara con verdad aterradora

Se suponía que sería un día sencillo en el lago. En la fresca mañana del 14 de septiembre de 1998, Mark Thompson, de 34 años, cargó su pequeño bote de remos con una hielera, cañas de pescar y una vieja cámara Dresden que le encantaba usar. Su hija Sophie, de 8 años, llevaba una gorra roja y un chaleco salvavidas azul, sentada emocionada en la proa, balanceando las piernas y haciendo preguntas sin parar sobre los peces que podrían atrapar.

Los vecinos recordaban a Mark como un padre soltero devoto que nunca perdía la oportunidad de pasar tiempo con Sophie. Su madre se había ido cuando tenía solo tres años, y las excursiones de pesca se convirtieron en su ritual. Aquella mañana, Mark le dijo a su hermana Karen que volverían al atardecer.

Pero el atardecer llegó y la casa de los Thompson seguía en silencio. Para la medianoche, Karen llamó al sheriff. Equipos de búsqueda peinaron el lago, arrastrando redes y alumbrando la superficie oscura con reflectores. El bote fue hallado dos días después, medio sumergido entre los juncos. La hielera seguía adentro, sin abrir. Una sola caña de pescar yacía rota sobre el asiento.

Pero Mark y Sophie habían desaparecido.

La investigación arrojó pocas pistas. Los reportes meteorológicos mostraron condiciones tranquilas: sin tormenta, sin vientos repentinos. Las pruebas toxicológicas en el bote no revelaron nada inusual. Los detectives manejaron teorías: tal vez Mark resbaló y Sophie intentó salvarlo, o ambos cayeron al agua. Sin embargo, jamás aparecieron cuerpos y el lago no devolvía nada.

Durante años, el caso atormentó al pequeño pueblo. Fotos de Mark y Sophie—él arrodillado junto a ella en una feria escolar, ella sobre sus hombros en un desfile—adornaban los tablones de anuncios en la oficina del sheriff. Pero con el tiempo, la esperanza se desvaneció. Los lugareños susurraban que el lago estaba maldito. Karen, quien se convirtió en tutora legal de Sophie ante la ausencia de respuestas, nunca dejó de presionar a las autoridades para nuevas búsquedas, pero ninguna trajo consuelo.

El expediente fue finalmente marcado como caso frío. Mark y Sophie Thompson se habían desvanecido en aguas quietas, dejando solo dolor y preguntas.

Entonces, doce años después, en el otoño de 2010, un cazador tropezó con algo en el bosque cerca del lago—algo que poco a poco desentrañaría el misterio.

El cazador, Daniel Price, seguía el rastro de un venado por un sendero lodoso a un kilómetro de la orilla norte del lago cuando su bota golpeó algo metálico. Apartando las hojas, desenterró una cámara Dresden maltrecha, con el cuero despegado y la superficie cubierta de óxido. Por curiosidad, se la llevó a casa.

A simple vista, parecía demasiado deteriorada para importar, pero Daniel recordó el caso Thompson. Llamó al departamento del sheriff, y pronto la cámara estaba en manos de los técnicos de evidencias.

Para sorpresa de todos, al abrirla con cuidado, el rollo de película seguía intacto—dañado por el agua, pero recuperable. Especialistas en un laboratorio estatal pasaron semanas restaurando los negativos con sumo cuidado.

Cuando finalmente se revelaron las fotografías, provocaron escalofríos en el equipo de investigación.

Las primeras imágenes eran inocentes: Sophie sonriendo con su caña de pescar, Mark remando, la orilla boscosa de fondo. Pero los últimos fotogramas contaban otra historia. En una, la expresión de Mark era tensa, con la cabeza girada bruscamente como si hubiera escuchado algo entre los árboles. En otra, Sophie lucía asustada, aferrándose a su chaleco salvavidas.

La última fotografía fue la más escalofriante. Estaba borrosa, inclinada, como si la cámara hubiera caído. En una esquina, Sophie era visible, con los ojos muy abiertos. Detrás de ella, parcialmente oculto entre los juncos, se distinguía la silueta tenue de un hombre de pie en la orilla, observándolos.

La foto dejó atónitos a los detectives. Durante doce años, la desaparición se había considerado un trágico accidente. Pero la cámara sugería algo más oscuro: que alguien estuvo allí ese día, alguien que jamás se presentó.

Los investigadores reabrieron el caso, revisando antiguas declaraciones de testigos, buscando a cualquiera que hubiera sido visto cerca del lago el 14 de septiembre de 1998. Las sospechas recayeron en un vagabundo local llamado Raymond Cole, arrestado por allanamiento en la zona semanas después de la desaparición. Pero Cole llevaba tiempo muerto, y sin pruebas sólidas más allá de la inquietante foto, la pista volvió a enfriarse.

Para Karen, sin embargo, las fotos eran suficientes. “Mark no simplemente cayó,” dijo a los reporteros, aferrando la imagen de Sophie. “Alguien estuvo allí. No se ahogaron por accidente. Alguien se los llevó.”

El hallazgo de la cámara no resolvió el caso Thompson, pero lo cambió todo. Lo que se había descartado como un ahogamiento pasó a ser investigado como probable secuestro. El FBI fue consultado brevemente, aunque sin nuevas pistas, su participación fue limitada.

Equipos forenses peinaron la orilla donde se había tomado la foto, pero doce años de erosión y vegetación habían borrado cualquier rastro de huellas o fogatas. Aun así, la foto se ingresó a archivos nacionales, como un recordatorio inquietante de cómo el destino de una familia puede depender de una sola imagen.

Karen, ya en sus cuarentas, se convirtió en la vocera no oficial del caso. Organizaba vigilias anuales en el lago, hablando sobre la seguridad infantil y la importancia de no rendirse ante los casos fríos. “Si ese cazador no hubiera encontrado la cámara, todavía creeríamos que fue un accidente,” solía decir. “Esa cámara fue el último acto de Mark—su manera de decirnos la verdad.”

La historia ganó atención nacional cuando un documental de crímenes reales presentó las fotografías. Espectadores de todo el país debatieron sobre la figura sombría entre los juncos. Algunos insistían en que era solo un juego de luces y ramas. Otros juraban ver la silueta de un hombre, los hombros encorvados, observando.

Aunque nunca se acusó a nadie, el caso dejó una huella permanente en la comunidad. Los padres se volvieron más cautelosos, los visitantes del lago más recelosos. El antes tranquilo lugar de pesca ahora cargaba un aire de inquietud.

Para Karen, el dolor nunca se fue, pero la cámara le dio algo que no había tenido en más de una década: vindicación. Colocó la foto restaurada de Sophie sonriendo con su caña de pescar sobre la repisa, junto a una de Mark.

“Eran felices esa mañana,” dijo en voz baja. “Así es como elijo recordarlos—no por cómo se fueron, sino por el amor entre ellos.”

El misterio de Mark y Sophie Thompson perdura, un escalofriante recordatorio de que a veces el agua no solo esconde accidentes—esconde secretos. Y a veces, todo lo que se necesita es una cámara oxidada para sacarlos a la luz.