Senderista desaparece en Congaree: Cinco años después, hallan restos dentro de un bagre gigante

En la historia de la criminología, se han encontrado restos humanos en los lugares más inimaginables: minas abandonadas, cimientos de concreto y el fondo de lagos. Sin embargo, lo que ocurrió en los bosques pantanosos de Carolina del Sur desafió incluso a los expertos más experimentados, haciéndoles cuestionar los límites de lo posible. Todo comenzó con una desaparición aparentemente ordinaria y terminó con un descubrimiento que rompió todas las ideas sobre lo que puede sucederle al cuerpo humano después de la muerte. Un río que guardó sus secretos durante cinco años reveló solo una pequeña, pero aterradora, parte de la verdad, oculta en uno de sus habitantes más antiguos.

La historia no inicia con un hallazgo, sino con una desaparición. El sábado 17 de julio de 2004, Lauren Mills, una estudiante de posgrado en biología en el College of Charleston, salió de su apartamento en King Street. Su destino era una excursión solitaria de un día al Parque Nacional Congaree, a unos 160 kilómetros al noroeste de Charleston. Lauren se especializaba en el estudio de ecosistemas de bosques de llanura inundable antiguos, y Congaree, con sus árboles relictos y su complejo sistema hidrológico, era fundamental para su investigación.

Planeaba pasar no más de seis o siete horas en el parque, recolectar muestras de plantas, tomar algunas fotos para su tesis y regresar antes del anochecer. El clima era típico de Carolina del Sur en pleno verano: temperatura cercana a los 35°C, humedad alta y advertencias meteorológicas sobre posibles tormentas breves por la tarde.

La última persona que habló con Lauren fue su compañera de piso, Jessica Riley, de 25 años. Según Jessica, Lauren salió de casa a las 7:30 a.m., vestida con pantalones oscuros y gruesos de senderismo, botas altas, una mochila azul oscura y una chaqueta cortavientos roja brillante. Jessica recordó que Lauren estaba de buen humor y le describió su plan: conducir hasta el parque, dejar el coche en el centro de visitantes Harry Hampton, recorrer parte del sendero Weston Lake Loop (una ruta circular de 7,5 km) y regresar al coche antes de las 6:00 p.m.

Llevaba consigo un equipo básico: una botella de agua, barras energéticas, cámara, cuaderno, bolsas herméticas para muestras y las llaves del coche. Dejó su teléfono móvil en casa, sabiendo que la mayoría del parque no tenía cobertura. Su coche, un Honda Civic azul de 1988, estaba en perfecto estado y con el depósito lleno.

A las 9:15 a.m., un guardabosques llamado David Chen, en su ronda rutinaria, notó el Honda Civic azul en el aparcamiento del centro de visitantes. No vio al conductor, pero el coche estaba bien aparcado y no parecía sospechoso.

El Parque Nacional Congaree es uno de los bosques de llanura inundable más extensos de Norteamérica, caracterizado por matorrales densos, zonas pantanosas y numerosos arroyos que desembocan en el río Congaree, que bordea el parque por el sur. El río es conocido por su corriente lenta, fondo fangoso y una abundante población de peces de agua dulce, incluyendo bagres de cabeza plana que pueden pesar más de 50 kg. El terreno es difícil de navegar, especialmente tras la lluvia, cuando el nivel del agua sube y muchos tramos del sendero se inundan. La fauna incluye caimanes, jabalíes y serpientes venenosas, por lo que los visitantes deben estar siempre alerta.

Lauren era una excursionista experimentada y había visitado lugares similares muchas veces. Su familia y colegas confiaban en su preparación y capacidad para evaluar riesgos. Conocía las reglas de supervivencia y nunca se desviaba de sus rutas planeadas. Se esperaba que regresara a Charleston antes de las 8 o 9 p.m.

Pero nadie volvió a ver a Lauren Mills con vida.

La noche del 17 de julio, Jessica Riley esperaba a Lauren en su apartamento. Al llegar las 9:00 p.m. sin noticias, pensó que tal vez Lauren se había entretenido en el parque o se detuvo en el camino de regreso. Pero a las 10:00 p.m., la inquietud creció. A las 11:00, Jessica llamó a amigos y conocidos, pero nadie había visto o hablado con Lauren ese día. Intentó llamar al móvil de Lauren, pero el teléfono sonó en la habitación contigua: lo había dejado en casa. Al darse cuenta de que habían pasado más de cinco horas desde la hora prevista de regreso, Jessica contactó a la policía.

A las 12:17 a.m. del 18 de julio, llamó al Departamento de Policía de Charleston y reportó la desaparición. El operador determinó que el incidente probablemente había ocurrido en el Parque Nacional Congaree, bajo jurisdicción del Sheriff del Condado de Richland y el Servicio de Parques Nacionales. La información fue enviada de inmediato.

A las 2:34 a.m., el agente Mark Jenkins fue enviado a la entrada principal del parque. A las 3:00 a.m., encontró el Honda Civic azul en el aparcamiento casi vacío. El coche estaba cerrado, sin señales de entrada forzada ni lucha. En el asiento del pasajero había un mapa del parque. El coche confirmaba el temor inicial: Lauren había entrado al parque pero no había regresado.

Se inició una operación de búsqueda y rescate a gran escala. Al amanecer del 18 de julio, se instaló un centro de mando móvil en el parque. Participaron empleados del Servicio de Parques Nacionales, agentes del condado y equipos de búsqueda y rescate. El sendero Weston Lake Loop y un radio de 500 metros alrededor fueron designados como área principal de búsqueda.

Equipos de cinco o seis personas peinaron meticulosamente la zona. Las condiciones eran difíciles: el suelo pegajoso y resbaladizo por la tormenta, la vegetación densa y ramas bajas limitaban la visibilidad a pocos metros. La humedad cercana al 100% y las altas temperaturas agotaban a los buscadores. Al final del primer día, no se encontraron pistas: ni fragmentos de ropa, ni equipo abandonado, ni rastros de que Lauren se hubiera desviado del sendero.

El 19 de julio, se incorporaron perros de búsqueda, pero el nivel alto de agua y los múltiples olores de animales salvajes dificultaron su labor. Simultáneamente, equipos acuáticos patrullaron los arroyos y la orilla del río Congaree, revisando zonas de vegetación densa y troncos sumergidos, pero sin éxito.

Durante tres días, la búsqueda se amplió. Helicópteros sobrevolaron el área, pero la densa copa de los árboles dificultaba la observación. Al mediodía del 21 de julio, la fase activa de la búsqueda estaba por concluir. Más de cien personas habían rastreado decenas de kilómetros cuadrados sin encontrar ninguna evidencia física sobre el destino de Lauren Mills. Desapareció sin dejar rastro.

Una semana después, el 24 de julio, se decidió terminar la búsqueda activa. El caso pasó de búsqueda y rescate a investigación criminal. El detective Robert Peterson, especialista en casos de desapariciones, asumió el caso. La investigación se centró en la identidad de Lauren y las circunstancias previas a su desaparición.

Se consideraron varios escenarios: accidente en el parque, caída, mordedura de serpiente venenosa, ataque de caimán o ahogamiento. Pero todos enfrentaban la contradicción de no haber ninguna evidencia material. Incluso en ataques de depredadores, suelen quedar rastros. La ausencia de cuerpo era inusual: la corriente del río no era lo suficientemente fuerte para arrastrar un cuerpo lejos, y los patrullajes acuáticos lo habrían encontrado.

Se investigó la posibilidad de crimen violento, revisando registros de visitantes y entrevistando al personal y turistas. Nadie recordó a una chica sola con chaqueta roja ni reportó incidentes sospechosos. También se revisó la vida personal de Lauren: familiares, amigos, profesores. Todos la describieron como una persona equilibrada, decidida y sin enemigos ni problemas financieros. No hubo transacciones bancarias extrañas ni indicios de fuga voluntaria.

Pasaron semanas, luego meses, sin novedades. La familia Mills, insatisfecha, contrató a un detective privado y organizó búsquedas con voluntarios, pero sin éxito. El interés público se desvaneció y las noticias cesaron. En diciembre de 2004, cinco meses después de la desaparición, el caso fue clasificado como no resuelto, un “cold case”. El expediente quedó archivado y Lauren Mills se convirtió en una estadística más.

El parque parecía haberla tragado, dejando ningún rastro, y el secreto parecía destinado a permanecer para siempre. Los años pasaron. Cada 17 de julio, la familia Mills publicaba un anuncio con la foto de Lauren y un llamado a quien tuviera información. Nunca hubo respuesta.

El 12 de agosto de 2009, Douglas Harris, jubilado de 58 años de Gadston, lanzó su bote de aluminio en el río Congaree. Harris era pescador experimentado y conocía el río desde niño. Prefería pescar en lugares apartados, lejos de rutas turísticas. Ese día buscaba bagres y eligió un sitio llamado Catfish Hole, una profunda poza donde el fondo está lleno de árboles sumergidos, hábitat ideal para grandes depredadores.

Usaba una caña resistente, línea trenzada y carnada de pez fresco. A las 4:00 p.m., tras horas de espera, uno de sus flotadores se hundió de golpe. La fuerza fue tal que la caña se arqueó casi rompiéndose. Harris supo que había enganchado un ejemplar excepcional. La lucha duró más de 30 minutos; el pez se sumergía profundamente y la línea chillaba. Finalmente, logró subir al bagre gigante a la superficie. Medía casi 1,5 m y pesaba unos 50 kg.

Contento, Harris llevó el pez a casa para cortarlo y compartirlo con vecinos. No sabía que ese día resolvería un misterio de cinco años y que el secreto más oscuro del río Congaree no estaba en el fondo, sino dentro del bagre que había capturado.

Esa noche, Douglas y su esposa Mary preparaban el pescado en su patio. Mary, encargada de limpiar el pez, hizo una incisión profunda en el vientre. De inmediato, notó que el contenido del estómago era inusual. Entre restos de peces y basura del río, había una masa compacta de aspecto extraño: un fragmento de tela roja brillante, otro de tela azul oscura similar a una mochila, un objeto alargado que resultó ser un hueso humano, probablemente un fémur. También hallaron un trozo de suela de bota y, finalmente, un llavero con tres llaves, una claramente de Honda.

Al darse cuenta de la gravedad del hallazgo, Douglas prohibió a su esposa tocar nada más y llamó a la policía. Veinte minutos después, dos agentes llegaron y confirmaron la presencia de restos humanos y objetos personales. La noticia llegó rápidamente a la división de homicidios.

El detective de turno, al recibir información sobre el lugar y los objetos encontrados, comprobó la base de datos de casos no resueltos. Inmediatamente surgió la coincidencia con Lauren Mills, desaparecida en el parque cinco años atrás. El bagre y su contenido fueron incautados como evidencia y enviados al forense.

El 13 de agosto, el Dr. Alistister Finch examinó los restos. Separó y catalogó cada fragmento: un fémur humano, tres vértebras torácicas, un fragmento de pelvis, dos costillas, tela roja y azul, parte de una suela de bota y el llavero. El análisis mostró que los restos pertenecían a una mujer de 25 a 30 años, coincidiendo con Lauren Mills. Las pruebas de ADN confirmaron la identidad con un 99.9% de certeza.

Pero el forense encontró algo más: una de las costillas tenía una fractura parcialmente curada, causada por un golpe contundente, no por una caída. Este detalle puso en duda la teoría del accidente.

La identificación era concluyente, pero la causa de la muerte seguía siendo un misterio. ¿Fue accidente o asesinato? El sheriff anunció el hallazgo y la reapertura del caso, pero omitió el detalle de la fractura. El detective Peterson retomó la investigación, entrevistando de nuevo a testigos y familiares. Pero los recuerdos habían desvanecido y no surgieron nuevos datos.

La investigación consideró dos teorías opuestas. La primera: accidente. Lauren podría haber resbalado y golpeado el pecho contra un objeto duro, perdiendo el conocimiento y ahogándose. Esta versión explicaba la fractura y la presencia del cuerpo en el río, pero tenía debilidades: la naturaleza de la lesión era más compatible con un golpe focal, y Lauren era cautelosa, evitando zonas peligrosas.

La segunda: asesinato. Lauren pudo haber encontrado a alguien en el sendero, surgió un conflicto y fue golpeada con un objeto contundente, luego arrojada al río para ocultar el crimen. Pero no había sospechosos ni motivos claros.

Tras meses de análisis, la geografía del parque apoyaba ambas teorías: muchos lugares donde alguien podía caer accidentalmente y otros ideales para un ataque. Los analistas buscaron conexiones con otros crímenes, pero no hallaron nada. La última esperanza fue un llamado público, pero las respuestas fueron vagas.

En 2010, el caso fue nuevamente archivado como no resuelto. El certificado de defunción señaló “probable ahogamiento”, pero en circunstancias “no esclarecidas”. Para la familia Mills, la fractura era prueba de violencia y rechazaron la versión oficial, retirándose de la vida pública, convencidos de que el asesino nunca fue encontrado.

La historia impactó a la comunidad y al parque, que implementó nuevas reglas de seguridad y patrullas. El caso de Lauren Mills se convirtió en leyenda local, advertencia sobre los peligros ocultos en los pantanos. Para los criminólogos, es ejemplo de cómo el tiempo y el entorno borran casi todas las pruebas, y cómo incluso el hallazgo de restos no garantiza respuestas.

Douglas Harris volvió a su vida tranquila; el detective Peterson se retiró años después, considerando el caso uno de los más inquietantes de su carrera. Diez años después, y más de veinte desde la desaparición, la pregunta principal sigue sin respuesta, perdida entre dos historias irreconciliables: accidente trágico o asesinato frío.

La historia de Lauren Mills, que comenzó como una desaparición rutinaria, se transformó en uno de los misterios criminales más extraños y perturbadores de Carolina del Sur. Todo lo que podía descubrirse, se descubrió. Todo lo que podía analizarse, se analizó. Pero no hay una verdad definitiva, solo dos versiones imposibles de probar. El río Congaree devolvió a Lauren su nombre y una tumba, pero guardó el secreto de sus últimos momentos en sus aguas oscuras. Lo que realmente ocurrió aquel día caluroso de julio de 2004 quedará para siempre en el sendero cubierto de maleza junto al río fangoso y adormecido. Es una historia que volvió de las profundidades, pero permanece incompleta.