“Senderista desaparece en el desierto de Sonora: 14 años después, un hallazgo escalofriante”

El desierto de Sonora, con su vasto paisaje de médanos que se mueven con el viento y campos de lava negra que arden bajo el sol, es un lugar tan hermoso como implacable. En este escenario, un domingo de marzo de 1997, María Fernanda Salcido, una joven de 26 años, salió de su casa en Hermosillo para realizar una de sus habituales caminatas en solitario. Sin saberlo, esa sería la última vez que alguien la vería con vida.
María Fernanda era una mujer tranquila, con una vida sencilla pero llena de pequeñas aventuras. Trabajaba en una oficina administrativa de lunes a viernes, con un horario fijo y una rutina que a menudo le resultaba monótona. Pero los domingos eran diferentes. Ese día lo reservaba para ella misma, para escapar de la rutina y sumergirse en la inmensidad del desierto. Su costumbre era sencilla: llenaba su mochila con una botella de agua, una manzana y una bolsa de cacahuates, tomaba su cámara desechable y salía a caminar. No buscaba rutas complicadas ni aventuras extremas; solo quería respirar el aire del desierto, tomar fotografías y regresar antes de que el sol alcanzara su punto más alto.
Aquella mañana de marzo, María Fernanda dejó una nota en la mesa de la cocina para avisar a sus padres: “Fui al desierto, regreso a las 4”. Era algo que hacía siempre, y sus padres, acostumbrados a su rutina, no tenían motivos para preocuparse. Vestía su ropa habitual: camisa beige de manga larga, pantalón cargo color arena, botas marrones gastadas y una gorra negra que protegía su rostro del sol. Con su mochila al hombro, salió de casa temprano, mientras el aire aún estaba fresco.
El destino que había elegido ese día era una zona del Gran Desierto de Altar que conocía de vista, pero que nunca había recorrido por completo. Según un folleto turístico que había leído, desde un mirador en esa área se podía apreciar la Sierra del Rosario, un lugar perfecto para tomar fotografías. Condujo su viejo automóvil, un Nissan Tsuru blanco, hasta el inicio de la vereda, donde estacionó junto a otros dos vehículos. Saludó a una familia que preparaba termos de café y comenzó su caminata hacia el este, siguiendo las marcas de piedras que indicaban el camino.
Los primeros 20 minutos de su caminata transcurrieron sin problemas. María Fernanda avanzaba despacio, deteniéndose de vez en cuando para tomar fotos de los cactus y las montañas lejanas. El desierto, aunque aparentemente vacío, estaba lleno de vida discreta: huellas de coyotes en la arena, el graznido de un cuervo en la distancia, el aroma de la tierra seca mezclado con la creosota.
En un momento, un grupo de excursionistas que venía en sentido contrario la saludó desde lejos. Uno de ellos levantó la mano, y María Fernanda respondió con una sonrisa. Esa imagen, una joven caminando sola con su mochila y su gorra negra, sería la última vez que alguien la vería con claridad.
Poco después, el viento comenzó a soplar con más fuerza, levantando una tolvanera que redujo la visibilidad. María Fernanda continuó avanzando, confiando en que las marcas de piedra reaparecerían más adelante. Sin embargo, en algún momento, sin darse cuenta, se desvió ligeramente hacia la izquierda, adentrándose en un terreno más rocoso y sin señales claras del camino.
Cuando el viento se calmó, se dio cuenta de que algo no estaba bien. Los cactus estaban más dispersos, las formaciones de lava eran diferentes, y no había rastro de las marcas que indicaban la vereda. Intentó regresar sobre sus pasos, pero las huellas que había dejado en la arena se habían borrado con el viento.
El sol estaba ahora en lo alto del cielo, y el calor comenzaba a ser sofocante. Consciente del peligro de perderse en el desierto, María Fernanda decidió detenerse bajo la sombra de una roca grande. Bebió un poco de agua y trató de pensar con claridad. Sabía que lo mejor era quedarse en un lugar seguro y esperar ayuda, confiando en que alguien notaría su ausencia cuando no regresara a casa.
Lo que María Fernanda no sabía era que en esa parte del desierto, el terreno escondía grietas profundas y pozos volcánicos cubiertos por capas delgadas de arena y lava. Lugares que podían ceder bajo el peso de una persona, tragándola sin dejar rastro.
Cuando el auto de María Fernanda seguía estacionado junto a la brecha al anochecer, un guardaparques que hacía su ronda final del día se detuvo a revisar. El vehículo estaba cerrado con llave, sin señales de robo o forcejeo. Al no encontrar a nadie cerca, el guardaparques reportó un posible caso de persona extraviada.
Esa misma noche, los padres de María Fernanda recibieron una llamada de las autoridades informándoles de la situación. Angustiados, se dirigieron al lugar, donde ya había patrullas de la policía estatal y una unidad de la Cruz Roja. Les pidieron una descripción detallada de su hija y una foto reciente. La búsqueda comenzó al amanecer del lunes.
Equipos de protección civil, guardaparques y voluntarios peinaron la zona durante días, utilizando perros rastreadores y helicópteros. Revisaron cuevas, grietas, arroyos secos y formaciones rocosas, pero no encontraron ningún rastro de María Fernanda. La arena borraba las huellas en cuestión de horas, y el calor dificultaba el trabajo de los equipos.
Con el paso de las semanas, la búsqueda se fue reduciendo. Los recursos eran limitados, y el desierto, inmenso. Los padres de María Fernanda continuaron yendo al desierto cada fin de semana, pegando carteles con su foto en gasolineras y tiendas, pero las pistas eran escasas y las esperanzas, cada vez más débiles.
Catorce años después, en noviembre de 2011, las lluvias torrenciales del monzón abrieron nuevas grietas en el desierto de Sonora, dejando al descubierto secretos que habían estado enterrados durante años. Durante un recorrido de rutina, un guardaparques experimentado encontró algo que lo dejó helado: un pozo volcánico de casi dos metros de diámetro, con un bulto envuelto en lona verde suspendido sobre su boca.
El bulto estaba asegurado con cadenas oxidadas y candados de distintos tamaños, anclados a las paredes del pozo con argollas metálicas. Parecía haber estado ahí durante años, expuesto al sol y al viento. El guardaparques no tocó nada y llamó de inmediato a las autoridades.
Cuando los equipos de criminalística llegaron al lugar, acordonaron el área y comenzaron a trabajar con extremo cuidado. El bulto fue retirado utilizando un sistema de poleas, y lo trasladaron a un laboratorio en Hermosillo para examinarlo en condiciones controladas.
Dentro de la lona, los peritos encontraron objetos personales: una credencial de elector con el nombre de María Fernanda Salcido, un reloj digital con la pantalla rota, una cámara desechable con el rollo aún dentro y un pañuelo azul bordado. Aunque no había restos humanos, esos objetos confirmaron que pertenecían a la joven desaparecida en 1997.
El hallazgo reabrió el caso, pero también generó nuevas preguntas. ¿Quién había colocado esos objetos en el pozo? ¿Por qué utilizar tantas cadenas y candados? ¿Qué había sucedido realmente con María Fernanda?
Las investigaciones revelaron que las cadenas y los candados eran de distintos modelos y épocas, lo que sugería que no habían sido colocados al mismo tiempo. Sin embargo, no se encontraron huellas dactilares ni ADN en los objetos. Las hipótesis iban desde un accidente en el desierto hasta la posibilidad de que alguien hubiera encontrado sus pertenencias años después y las hubiera ocultado deliberadamente.
Los padres de María Fernanda enfrentaron el descubrimiento con una mezcla de alivio y dolor. Por un lado, finalmente tenían una prueba de que su hija había estado en ese lugar. Por otro, el misterio de su desaparición seguía sin resolverse, y la imagen del bulto suspendido en el pozo les provocaba pesadillas.
Con el tiempo, el caso de María Fernanda volvió a perder relevancia en los medios y en las prioridades de las autoridades. Aunque la investigación permanecía abierta, no surgieron nuevas pistas ni testimonios concluyentes.
Los padres de María Fernanda, ahora mayores, continuaron visitando el desierto cada año en el aniversario de su desaparición. Colocaban flores cerca del pozo donde se encontraron las pertenencias de su hija, como un gesto privado de recuerdo y amor.
El desierto de Sonora, con su inmensidad y su silencio, sigue siendo un lugar lleno de secretos. La historia de María Fernanda Salcido es solo una de las muchas que permanecen sin respuesta, un recordatorio de que el tiempo y la naturaleza pueden guardar misterios que quizás nunca se resuelvan.
News
“¡Impactante! Francisca Sorprende a su Esposo con una Prueba de Amor que Dejó a Todos Sin Palabras”
“¡Impactante! Francisca Sorprende a su Esposo con una Prueba de Amor que Dejó a Todos Sin Palabras” Francisca sorprendió a…
“¡Increíble Revelación! Crusita y sus Dos Pequeñitos de la Misma Edad, ¡Pero No Son Gemelos!”
“¡Increíble Revelación! Crusita y sus Dos Pequeñitos de la Misma Edad, ¡Pero No Son Gemelos!” Crusita llamó la atención al…
“Catleya: La Maravillosa Fusión de Belleza y Arte Natural que Te Dejará Sin Palabras”
“Catleya: La Maravillosa Fusión de Belleza y Arte Natural que Te Dejará Sin Palabras” Catleya se ha convertido en el…
“La Despedida que Conmovió a Lina Luaces: Un Gestito de una Niña que Rompe Corazones”
“La Despedida que Conmovió a Lina Luaces: Un Gestito de una Niña que Rompe Corazones” Lina Luaces vivió un momento…
“Francisca Habla Sin Filtros: ¿Se Haría una Cirugía Postparto?”
“Francisca Habla Sin Filtros: ¿Se Haría una Cirugía Postparto?” Ella, Francisca Lachapel, decidió abrir su corazón sin filtros al hablar…
“Natti y Raphy: La Cuenta Regresiva Hacia el Amor que Todos Esperaban”
“Natti y Raphy: La Cuenta Regresiva Hacia el Amor que Todos Esperaban” Natti y Raphy están viviendo los últimos instantes…
End of content
No more pages to load






