Turista desaparecido en Oregón: 11 semanas después, hallazgo macabro bajo baño de campamento
Hay lugares que miles de personas recorren cada año, sin sospechar que bajo una capa de tierra, concreto o asfalto se oculta la clave de una tragedia. Son sitios ordinarios: estacionamientos, senderos en el bosque, baños públicos. Espacios pensados para la comodidad, que pasan desapercibidos hasta que el azar o el trabajo revelan su oscuro reverso. En uno de esos lugares, destinado a las necesidades cotidianas y visitado a diario por decenas de turistas, se guardó el secreto de una desaparición durante once semanas. Un misterio que comenzó como una excursión de fin de semana y terminó siendo uno de los casos más sombríos en la historia del Parque Nacional Dashuites.
Viernes 19 de julio de 2019. Evan Michael Pike, un ingeniero civil de 36 años originario de Portland, Oregon, se dirigía al centro del estado. Su destino era el Bosque Nacional Dashuites, famoso por sus paisajes volcánicos, lagos prístinos y densos bosques de pinos. El viaje estaba planeado como una caminata corta en solitario. Evan Pike era un excursionista experimentado; las salidas al aire libre eran parte de su rutina y las dominaba a la perfección. Había escalado solo muchas veces y pasado noches en tiendas lejos de la civilización. Su trabajo como ingeniero lo había vuelto metódico, precavido y atento a los detalles, características que se reflejaban en su pasión por el senderismo. Siempre llevaba el equipo necesario, trazaba su ruta y avisaba a sus seres queridos sobre sus planes.
Este viaje no fue la excepción. Planeó acampar una noche en el Lago Palina y, a la mañana siguiente, subir hasta el mirador en la cima de la cresta volcánica, desde donde se observa la Caldera Newberry. Evan salió de su casa en Portland por la mañana y, tras conducir unos 290 kilómetros, llegó al campamento Little Crater, a la orilla del Lago Palina, por la tarde. El clima era típico de un verano en Oregon: cielo despejado y cálido, con una temperatura de 25°C. Viajaba en su sedán Honda gris. Al llegar, se registró en la entrada, obtuvo el permiso de estacionamiento y fue a su sitio previamente reservado, siguiendo el procedimiento estándar del área recreativa de pago.
Su espacio estaba a unos metros de la orilla y rodeado de altos pinos. Estacionó el auto junto a la tienda y pasó las siguientes horas montando el campamento: armó su tienda para dos personas, acomodó el saco de dormir y la colchoneta, y preparó el área para la fogata. Todo lo hizo con orden, sin llamar la atención. Al atardecer, otros vacacionistas lo vieron en su sitio. Según sus testimonios, Evan Pike se comportó tranquilo y abierto. Encendió una pequeña fogata y se sentó en una silla de camping. Varios paseantes que iban al lago o al baño intercambiaron saludos breves con él. Respondió educadamente y parecía relajado. Nada en su conducta sugería ansiedad o espera. Estaba solo.
Cerca de las 9 de la noche, una familia vecina lo vio cocinar la cena en una estufa portátil. Lo recordaron porque era uno de los pocos campistas solitarios en esa zona, ocupada principalmente por familias y grupos de amigos. La última vez que lo vieron con vida fue alrededor de las 10:30 p.m., aún sentado junto a la fogata ya apagada. El bosque se sumió en la oscuridad y los sonidos del campamento se extinguieron cuando todos se retiraron a sus tiendas y remolques. La noche fue tranquila y sin viento; la temperatura bajó a 10°C. Según su plan, Evan debía prepararse para dormir y salir temprano al amanecer. Su auto estaba estacionado, la tienda lista, y sus pertenencias dentro del campamento. Ese fue el último contacto confirmado.
A la mañana siguiente, Evan Pike desapareció sin dejar rastro. Era sábado 20 de julio de 2019. Con los primeros rayos, el campamento cobró vida: la gente salía de tiendas y remolques, se escuchaban conversaciones y el aroma de desayuno y café flotaba en el aire. Pero el sitio de Evan permanecía silencioso y estático. La tienda gris seguía cerrada y el Honda estaba en el mismo lugar. Las cenizas frías indicaban que la fogata se apagó muchas horas antes.
Los vecinos que lo vieron la noche anterior no se preocuparon. Les parecía lógico que un excursionista experimentado saliera antes del amanecer para alcanzar la cima al salir el sol y evitar el calor. El trayecto al mirador tomaba varias horas, y empezar temprano era común. El día transcurrió entre paseos, pesca y paseos en bote. Al caer la tarde, el campamento volvió a llenarse de sonidos de cena y pláticas. Pero en el sitio de Evan nada había cambiado. La tienda seguía cerrada y el auto no se movió. Esto despertó las primeras dudas entre los que notaron la ausencia. El hombre que salió al amanecer solía regresar al atardecer. Sin embargo, nadie dio la alarma. Tal vez tomó una ruta más larga o se unió a otros turistas.
El domingo 21 de julio, la situación se volvió extraña. La mayoría de los vacacionistas empacaban para irse. El sonido de colchones desinflándose, sillas plegándose y bolsas cerrándose llenaba el aire. Al mediodía, muchas áreas estaban desiertas. El sitio de Evan Pike seguía intacto. Ahora era motivo de preocupación. La familia vecina miró varias veces su tienda mientras empacaba. Comentaron que no lo habían visto en casi dos días. Antes de irse, el jefe de familia avisó al encargado del campamento que el turista no había regresado y su sitio estaba igual desde el viernes. El encargado registró el dato, prometió revisar el sitio y los registros, pero no tomó medidas de emergencia. Retrasos de viajeros solitarios no eran inusuales.
La verdadera alarma se dio el lunes 22 de julio, a cientos de kilómetros en Portland. Evan Pike no llegó a trabajar en la empresa de ingeniería donde era especialista senior. Era algo fuera de lo común para él, conocido por su responsabilidad y puntualidad. Su supervisor intentó llamarlo, pero la llamada fue directo al buzón. Tras varios intentos fallidos, contactó a la hermana de Evan, registrada como contacto de emergencia. Ella confirmó que Evan había ido solo al Bosque Nacional Dashuites y debía volver el domingo. Había intentado llamarlo desde la noche anterior, sin éxito. Tras la conversación, la familia de Evan reportó oficialmente su desaparición a la policía. El reporte se recibió en la policía de Portland, pero al ser el posible lugar de desaparición el Bosque Dashuites, el caso pasó a la jurisdicción del Sheriff del Condado Dashuites.
Por la tarde, el primer ayudante del sheriff se trasladó al campamento de Lago Palina. Al llegar, encontró la escena descrita por el encargado y los turistas: el Honda gris estacionado, la tienda en su sitio. El sheriff inspeccionó el perímetro. No había señales de lucha ni desorden. Mirando por la ventana del auto, vio una mochila grande en el asiento trasero, claramente la que Evan usaba. Dentro se veían pertenencias. Una cartera estaba en el asiento delantero, detalle crítico: ningún excursionista experimentado dejaría su mochila principal, agua, equipo de navegación y documentos en el auto. La tienda estaba cerrada por fuera. Con permiso, el sheriff abrió la tienda: dentro, el saco de dormir extendido sobre la colchoneta, un libro y una linterna cerca. Todo parecía indicar que alguien había dormido allí. Sin embargo, los hechos apuntaban a lo contrario: Evan no tomó nada necesario para la caminata. Su mochila, cartera y equipo seguían allí. Solo faltaban Evan, su celular y posiblemente sus llaves.
La investigación inicial no dio respuestas, solo planteó una contradicción central. Todo indicaba que Evan no salió a su excursión planeada, pero no estaba en el campamento. El reporte del sheriff cambió el estatus del caso de desaparecido a desaparición bajo circunstancias sospechosas. La contradicción entre el campamento intacto y la ausencia del hombre era demasiado evidente.
El Sheriff del Condado Dashuites inició una operación de búsqueda y rescate a gran escala. La noche del 22 de julio, el área del campamento de Evan fue acordonada con cinta amarilla, convirtiéndose en el punto de partida de la investigación. Detectives comenzaron a inspeccionar el auto y la tienda, catalogando los objetos encontrados: una mochila de 65 L con ropa de repuesto, tienda en su funda, filtro de agua y comida para varios días. En la cartera, licencia de conducir, tarjetas y unos 80 dólares. Solo faltaba el celular, detalle clave: en 2019, nadie, menos un excursionista solitario, se aleja sin su teléfono. Al amanecer del martes 23, se instaló un puesto de mando móvil en la entrada del campamento Little Crater. Desde ahí se coordinó la operación.
Equipos profesionales de rescate peinaron el área de radio cero, dentro de 2.5 km del último punto donde se vio a Evan. Grupos de cuatro o cinco personas avanzaban en línea, revisando cada arbusto, barranco y árbol caído. Se prestó especial atención a la orilla del lago y el bosque denso. Unidades caninas olfatearon objetos de Evan y siguieron el rastro, pero no obtuvieron resultados. Los perros siguieron la pista de la tienda al baño público y al lago, pero después de cierta distancia, el rastro se perdió, como si Evan se hubiera esfumado.
Días pasaron sin avances. La operación se expandió; al final de la primera semana, más de cien personas participaban diariamente, incluyendo residentes y turistas familiarizados con el área. La búsqueda cubrió decenas de kilómetros cuadrados, abarcando la red de senderos desde el lago hasta la cresta volcánica. Detectives entrevistaron a todos los presentes en el campamento ese fin de semana. Los testimonios coincidieron: Evan era tranquilo, solitario, no conflictivo ni llamativo. Nadie oyó gritos ni sonidos extraños la noche del viernes al sábado.
A principios de agosto, se sumaron aeronaves: un helicóptero de la Guardia Nacional de Oregon sobrevoló el área con cámaras térmicas y de alta resolución, revisando zonas inaccesibles a pie. Pero tampoco hubo pistas. El follaje denso ocultaba el suelo y el paisaje volcánico no mostraba huellas. Analistas revisaron datos digitales: el celular de Evan estuvo activo por última vez la noche del viernes 19, en la torre del área del lago Palina. Después, el teléfono se apagó, quedó sin batería o fue destruido. Su cuenta bancaria no tuvo movimientos después del pago de gasolina ese viernes. Evan desapareció del mundo físico y digital.
La búsqueda, una de las más grandes en la historia del condado, llegó a un callejón sin salida. Pese a los esfuerzos y miles de horas hombre, no se halló ningún objeto de Evan, ni una huella, ni evidencia de que hubiera salido del campamento. La búsqueda organizada se redujo a patrullas periódicas. A finales de agosto, el caso se consideró oficialmente sin resolver, un caso frío.
En septiembre de 2019, la fase activa de búsqueda terminó. El puesto de mando fue desmontado, los últimos voluntarios se fueron y la vida en el campamento del Lago Palina volvió a la normalidad. Los turistas volvieron a instalarse en el sitio 14, donde estuvo la tienda de Evan, ignorando que ese lugar fue epicentro de una tragedia reciente. Solo los folletos con la foto de Evan y la petición de información en los tablones del parque recordaban lo sucedido.
Para el Sheriff del Condado Dashuites, el caso estaba archivado y asignado a un detective encargado de monitorear casos similares, revisar cuerpos no identificados y seguir cualquier pista nueva. Pero no hubo pistas. Las líneas abiertas para tips permanecieron mudas. Para la familia Pike, fue el periodo más difícil: la incertidumbre, la falta de información o pistas era agónica. Tuvieron que recoger las pertenencias de Evan en la oficina del sheriff. Su auto, tienda, mochila y equipo, embalados por los forenses, les fueron entregados. Cada objeto era testigo silencioso de las últimas horas tranquilas de su vida. La familia mantuvo una página en redes sociales, actualizó información en foros y contactó investigadores privados, pero todo fue en vano: no había testigos, escena de crimen ni motivo, solo un sitio vacío y hechos que no cuadraban.
Mientras tanto, el otoño llegaba al Bosque Dashuites. El turismo disminuía, las noches se volvían largas y frías, y las hojas cambiaban de color. El parque seguía funcionando: guardabosques patrullaban y los trabajadores mantenían limpio el lugar. Uno de los procedimientos rutinarios del Servicio Forestal de EE.UU. es el mantenimiento de baños autónomos, llamados vault toilets: estructuras de concreto o plástico, no conectadas al drenaje, donde los desechos se almacenan en tanques subterráneos sellados. Estos tanques se vacían periódicamente por contratistas externos, según el plan de mantenimiento.
Tres baños de este tipo estaban instalados en el campamento Little Crater. El más cercano al sitio de Evan era usado a diario por decenas de personas. El vaciado planeado de los tanques estaba programado para finales de septiembre, antes de la preparación invernal. Un trabajo rutinario, sucio pero necesario.
El miércoles 25 de septiembre de 2019, un camión séptico de una empresa privada llegó al campamento. Dos trabajadores, un hombre mayor y su joven ayudante, estacionaron junto al primer baño, desenrollaron la manguera y se acercaron a la pared trasera. Allí, a nivel del suelo, había una tapa metálica pesada con candado. El trabajador mayor sacó una llave universal, abrió el candado y levantaron la tapa, listos para comenzar la rutina. Nada indicaba que esa tarea cotidiana se convertiría en un llamado de emergencia y un giro en el caso de Evan Pike.
Al levantar la tapa, un olor acre y penetrante los golpeó. No era el hedor normal de desechos orgánicos, sino el olor intenso de descomposición, señal de algo grave. Con experiencia, supieron que el origen no era el uso habitual del baño. El trabajador mayor iluminó el tanque con una linterna potente. El haz atravesó el líquido turbio y reveló algo sólido, voluminoso y de forma inquietantemente humana. Rápidamente, bajaron la tapa sin perturbar la escena. El trabajador mayor llamó al 911 y reportó el hallazgo de restos humanos en el tanque subterráneo del baño en el campamento Little Crater.
En minutos, los policías del condado llegaron, interrogaron a los trabajadores y verificaron la presencia del cuerpo. Desde ese momento, la situación se volvió crítica. El campamento fue cerrado, los turistas desalojados y el área alrededor del baño, incluyendo el sitio 14, fue acordonada. Se convocó al equipo de investigación, incluyendo al detective a cargo del caso de Evan Pike, forenses y representantes del médico forense estatal de Oregon. La tranquila mañana otoñal dio paso a la actividad policial.
La extracción del cuerpo fue compleja y peligrosa por razones toxicológicas. Solo comenzó cuando llegó un equipo especializado con trajes y respiradores. El primer paso fue bombear el contenido del tanque a recipientes sellados para análisis. Al bajar el nivel de líquido, los restos se hicieron visibles: era el cuerpo de un hombre adulto, en avanzado estado de descomposición. Cuando el tanque estuvo casi vacío, dos especialistas entraron, aseguraron el cuerpo y lo izaron con una camilla. El forense lo recibió y lo colocó en una bolsa hermética para su transporte.
El examen preliminar no permitió identificar ni determinar la causa de muerte, pero era claro que el hombre no pudo entrar accidentalmente a la cámara, cerrada desde fuera. Mientras el cuerpo era enviado al forense estatal, los expertos revisaron el tanque. En la pared, a media altura, hallaron una huella borrosa pero reconocible de suela de zapato: alguien intentó salir empujando con el pie. Fue fotografiada y medida; era la única evidencia física hallada.
Once semanas después de la desaparición, la policía tenía un cuerpo y una escena del crimen en el lugar más inesperado. El cuerpo fue enviado al forense de Clackamus, cerca de Portland, siguiendo protocolos estrictos. En el laboratorio, dos tareas primordiales: identificar al fallecido y determinar la causa de muerte. Por el daño químico y descomposición, la identificación visual era imposible. Se recurrió a métodos científicos: se examinó la ropa, y en el bolsillo trasero del pantalón hallaron una cartera de cuero. Aunque dañada, en un compartimento plástico se conservó casi intacta una licencia de conducir de Oregon. La foto era ilegible, pero el nombre sí: Evan Michael Pike. Era una confirmación preliminar, pero no definitiva.
Se contactó a la familia Pike y, tras recabar información, se solicitó el expediente dental de Evan a su clínica en Portland. En horas, el sheriff recibió radiografías completas. Un odontólogo forense comparó las radiografías del cuerpo con las del expediente: cada relleno, cada raíz, cada curvatura coincidía exactamente. El 27 de septiembre, dos días después del hallazgo, el cuerpo fue identificado oficialmente. Esa noche, dos detectives visitaron a la familia Pike para dar la noticia, poniendo fin a la espera, pero iniciando una nueva etapa de dolor.
En paralelo, el forense realizó la autopsia. Al examinar el esqueleto, halló múltiples lesiones incompatibles con una caída accidental. Primero, una fractura deprimida en el cráneo, resultado de un golpe fuerte con un objeto pesado, causa probable de muerte inmediata. Segundo, una fractura transversal en el cúbito derecho, típica de defensa: cuando alguien levanta el brazo para protegerse de un golpe. La autopsia no dejó dudas: causa de muerte, traumatismo craneal por objeto contundente; forma de muerte, homicidio. El caso pasó de desaparición misteriosa a investigación de asesinato.
Ahora los detectives tenían a la víctima, cómo fue asesinada y el lugar donde se ocultó el cuerpo: una cámara de concreto bajo un baño público. El misterio estaba resuelto: Evan Pike fue asesinado y su cuerpo escondido. Quedaba la pregunta clave: ¿quién lo hizo y por qué?
La investigación entró en una nueva fase activa: buscar al culpable. Los detectives revisaron la lista de empleados, contratistas y trabajadores temporales con acceso al campamento ese verano. El laboratorio analizó la única evidencia física: la huella de zapato en la pared del tanque. El procesamiento digital permitió identificar la marca, modelo y talla: una bota de trabajo de una marca popular entre obreros y reparadores. Con esta información, los investigadores revisaron a cada empleado y su calzado. El proceso fue largo; muchos usaban botas similares, pero el patrón o la talla no coincidían.
Hasta que llegó el turno de Trevor Lang, un reparador temporal de 49 años que trabajó en varios campamentos, incluido Little Crater. Al preguntarle por sus botas, admitió usar el modelo investigado. Al comparar sus botas, la coincidencia fue perfecta: el patrón, la talla y los desgastes únicos coincidían con la huella del tanque. Trevor Lang pasó de testigo a principal sospechoso.
Los detectives enfocaron su atención en Lang. Obtuvieron una orden para revisar los videos de las cámaras del campamento. Aunque su función era registrar placas, grababan todo el tráfico. Al revisar las grabaciones del 19 de julio, hallaron una clave: a las 11:50 p.m., tras el cierre oficial, la cámara registró la vieja camioneta pickup de Trevor Lang entrando al campamento. Esto probaba que Lang estuvo en el lugar del crimen a la hora en que Evan Pike fue asesinado.
Con la huella y el video, los detectives obtuvieron una orden para revisar la casa y el taller de Lang. En el granero, entre herramientas y basura, hallaron un celular en funda protectora, apagado y con la pantalla rota. El análisis forense confirmó que era el celular de Evan Pike. Los expertos accedieron a la memoria interna: el último archivo era un video grabado a las 10:45 p.m. del 19 de julio. El video, corto y entrecortado, mostraba la pickup de Lang y a Lang transfiriendo gasolina con una manguera. De fondo, la voz de Evan, que grababa, diciendo algo inaudible. La cámara enfocó el rostro de Lang, quien dijo claramente: “Dude, put the camera away.” El video se cortó ahí.
El motivo del crimen quedó claro: no fue robo ni conflicto personal, sino encubrimiento de un delito menor, robo de gasolina a turistas. Trevor Lang fue arrestado y, ante las pruebas: la huella, el video, el celular y la grabación, admitió todo. Confesó que esa noche, como otras, robaba gasolina. Evan lo sorprendió y grabó con su celular; Lang exigió que borrara el video, Evan se negó. Lang, temiendo perder su empleo y ser arrestado, perdió el control y lo golpeó con una llave inglesa. Al ver lo que hizo, decidió ocultar el cuerpo en el tanque del baño, creyendo que nadie lo encontraría.
En 2021, un jurado declaró a Trevor Lang culpable de homicidio en primer grado y ocultamiento de cadáver. Fue sentenciado a cadena perpetua sin posibilidad de libertad.
Así terminó una historia donde una salida rutinaria de fin de semana fue interrumpida por un robo menor, y la verdad sobre un asesinato brutal permaneció oculta bajo tierra durante once semanas, hasta que dos trabajadores comunes la sacaron a la luz.
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