Escríbenos en los comentarios desde qué parte del mundo estás viendo esta historia. Nos encanta leerte. La tormenta no daba tregua. El viento soplaba como si quisiera arrancar los árboles de raíz y la lluvia golpeaba sin misericordia el suelo fangoso.

Entre ese paisaje desolado, un hombre a caballo apareció empapado hasta los huesos. Su nombre era Royce Barret. Su abrigo de cuero estaba tan desgastado como su rostro, y sus botas crujían con cada paso que daba sobre el lodo. No buscaba nada más que un techo donde dormir y una comida que no viniera de una lata vieja. Había cabalgado tres días con destino a Caperry, donde lo esperaban para domar caballos salvajes.

Trabajo duro, sí, pero honesto. El dinero apenas le alcanzaba para llegar, así que no tenía margen para caprichos. Justo cuando creyó que debería dormir bajo la lluvia, vio una construcción antigua con un cartel ladeado que decía el descanso de magnolia. La luz amarilla en las ventanas y las siluetas de dos mujeres detrás del vidrio fueron lo único que le devolvió un poco de esperanza. Antes de que pudiera tocar la puerta, esta se abrió sola.

Una mujer de unos 40, con el cabello recogido en un moño y un vestido azul tan agotado como la casa, lo recibió con una sonrisa que parecía cálida, pero no del todo. Había algo raro en sus ojos, una especie de emoción contenida que no encajaba con la cortesía común. Vaya, vaya, dijo con un tono que era mitad hospitalidad, mitad algo que Royce no supo descifrar.

Pasa antes de que te lleve el frío. Soy Magnolia, pero todos me llaman Maggie. Royce la saludó con un leve gesto de cabeza y entró. La casa estaba limpia, demasiado limpia para un sitio tan aislado. En una mecedora junto a la chimenea, una joven cosía en silencio.

Tenía el cabello rubio claro y los ojos de un azul pálido que no podían disimular el nerviosismo con el que lo miraba. Y ella es Birdie, añadió Magie. Me ayuda con la pensión. No solemos recibir visitas, especialmente con este clima. Roy se quitó el sombrero y dejó que el agua chorreara al suelo de madera sin culpa. Estaba exhausto. Su instinto le decía que algo no encajaba, pero su cuerpo solo pedía descanso.

Royce Barret dijo, “Si tienen cama y comida, puedo pagar por ambas.” Virgie dejó caer su costura como si la aguja le hubiera quemado los dedos. se agachó rápido para recogerla y al levantarse tenía la cara aún más pálida. Lo que Royce no notó fue su mirada fugaz hacia una puerta trasera cerrada, ni que la sonrisa de Magie jamás tocó realmente sus ojos.

El calor de la chimenea comenzó a calarle los huesos, pero no tanto como la sensación de que había cruzado un umbral del que era difícil volver. Royce aceptó la invitación de sentarse en una pequeña mesa de madera mientras Magie se apresuraba en la cocina, sirviendo un espeso guiso marrón con un aroma inusual. Virdie volvió a su costura, pero sus dedos temblaban.

Cada tanto, sus ojos se desviaban hacia la puerta trasera. No era simple distracción, había algo que la inquietaba. Royce, sin embargo, estaba demasiado hambriento para detenerse en gestos. Su estómago rugía. Tomó la cuchara con manos temblorosas del cansancio y probó un bocado.

El sabor era agresivo, demasiado salado y había una nota amarga que no lograba identificar. Aún así, tragó. En la vida del camino no se podía rechazar comida caliente. Dijiste que ibas a Cap Perry, preguntó Magie con un tono amigable, pero con los ojos clavados en él. como quien observa un caballo antes de comprarlo.

“Sí, trabajo con caballos”, respondió Royce sin levantar la vista. Prefería no dar muchos detalles cuando no conocía a quién preguntaba demasiado. “Vaya”, dijo Maggie con una sonrisa más marcada. “Qué útil debe ser eso en estos tiempos. Aquí no viene casi nadie, pero siempre es bueno tener un hombre fuerte cerca.” La frase flotó un segundo en el aire, demasiado directa, demasiado calculada. Birdie, mientras tanto, se pinchó con la aguja.

Dejó escapar un pequeño quejido, pero el comentario de Magie fue tan seco como inesperado. Ten cuidado. No quiero sangre en el mantel de la señora Henderson. Royce no sabía quién era esa señora, pero notó el escalofrío inmediato en Birdie. La joven bajó la cabeza y presionó el dedo contra los labios. No dijo una palabra. Afuera, el viento rugía más fuerte.

Las ventanas vibraban y la lámpara de aceite parpadeó. Royce sintió como la tormenta aislaba aún más aquel lugar. Nadie podría llegar allí esa noche y nadie podría salir tampoco. Agradezco mucho su hospitalidad, señoras. dijo Royce queriendo sonar educado, pero también midiendo cada reacción.

Oh, cariño rió Magie, un poco más alto de lo natural. Aquí creemos en tratar bien a los viajeros. Siempre es bueno tener compañía. Él por un rato quedó implícito. Roy se frotó las sienes. El calor del fuego y el guiso empezaban a hacer efecto, pero no del modo habitual. No era la somnolencia normal tras una comida caliente. Era más denso, más turbio.

Parpadeó varias veces como intentando despejar una niebla que se iba instalando en su mente. Su cuerpo no le respondía con la agilidad de siempre y eso lo puso en alerta. Demasiados kilómetros cabalgados le habían enseñado a distinguir el cansancio de otra cosa. La habitación está lista. anunció Magie sin que nadie se lo hubiera pedido.

Segunda puerta a la derecha, escaleras arriba, sábanas limpias. Dormirás como un muerto. Royce sintió una punzada en el estómago. ¿Por qué lo dijo así? No le gustó la elección de palabras. Como un muerto. Virdie volvió a pincharse con la aguja. Esta vez ni siquiera lo disimuló. dejó escapar una inhalación brusca como si algo se le hubiera quebrado dentro. Royce la miró por el rabillo del ojo.

Estaba pálida, no del susto, de angustia. Se levantó lentamente, tambaleándose apenas. Algo no andaba bien en su cuerpo. El equilibrio, la visión, incluso el juicio. Todo se sentía desplazado, como si el mundo se hubiese torcido un par de grados. Mientras subía las escaleras, tuvo que sujetarse de la varanda. Cada peldaño se le hacía más pesado.

Oyó sus propios pasos como si vinieran de lejos y debajo, apenas perceptibles voces. Mai y Birdie murmurando. Urgentes, rápidas, casi ansiosas, demasiado bajas como para entenderlas, pero no lo suficiente para ignorarlas. La puerta de la habitación estaba entreabierta. Royce la empujó. Era pequeña pero pulcra.

Cama hecha, lavabo brillante, ventana sellada por la lluvia. Todo demasiado limpio para un lugar que, según Maggie, casi no recibía huéspedado perfecto. Se sentó en el borde de la cama. Su visión bailaba. La náusea lo obligó a cerrar los ojos. Eso no era cansancio, era veneno o droga. Y él ya había sentido eso antes. En Colorado, cuando unos bandidos lo doparon para robarle la montura.

Esa vez sobrevivió por suerte. Esta vez tendría que ser más que suerte. Royce forzó su cuerpo a levantarse. No podía darse el lujo de desplomarse allí. No todavía. Algo dentro de él, un viejo instinto de supervivencia le gritaba que observar era más urgente que dormir. Miró alrededor el lavabo, las esquinas bien dobladas de la cama, el piso recién barrido, nada de polvo ni una telaraña.

Para un lugar que apenas recibía visitantes, esa habitación tenía el orden de un hotel en plena ciudad. Algo brilló debajo de la cama. Royce se arrodilló con dificultad, estiró el brazo y sus dedos tocaron algo frío. Cuando lo sacó, supo que lo que temía era real, un cuchillo, pero no cualquier cuchillo. Reconoció de inmediato la empuñadura de hueso y el tallado distintivo.

Pertenecía a un tal Morrison, un comprador de ganado al que había visto tres semanas atrás en Silverc. El hombre viajaba al sur con mucho dinero y nunca llegó. Con los latidos golpeándole en las sienes, Royce revisó debajo del lavabo otro hallazgo, un reloj de bolsillo, guantes caros, una bolsa pequeña con monedas de oro.

Eran pertenencias, pero no suyas. Eran de otros que habían pasado por aquí. Hombres como él que buscaban un techo, una sopa caliente y encontraron su final. Desde abajo las voces cesaron. Un nuevo sonido cortó el silencio. Pasos, varios botas pesadas cruzando el porche. Royceo no estaba solo con Magie y Birdie. No había sido casualidad que lo invitaran a pasar sin preguntar. No era hospitalidad.

Era una trampa y él estaba dentro. Los pasos en el porche no eran de una sola persona. Royce contaba al menos tres pares de botas moviéndose con decisión. No eran viajeros, no buscaban refugio, venían por él. Su corazón se aceleró, pero su cuerpo iba a otra velocidad.

La droga seguía dentro, entorpeciendo su reacción. buscó su arma dentro de las alforjas y ahí, cosida con cuidado en un compartimento oculto, también estaba su insignia. Marshal de los Estados Unidos. Llevaba meses siguiendo la pista de una red que se dedicaba a desaparecer viajeros, casi todos hombres solos de paso.

Y este lugar, este descanso de Magnolia, estaba en su lista. Ahora no quedaban dudas, la había encontrado. Escuchó un crujido en las escaleras. Su bien, con manos temblorosas, Royce logró cargar el arma. Sabía que no tendría fuerza para aguantar un tiroteo, pero una bala bien colocada podía darle una oportunidad.

La habitación giraba y apenas lograba mantenerse en pie apoyado contra la pared. “Ya debería estar inconsciente, ¿no?”, dijo una voz masculina, gruesa desde el pasillo. “La receta de Maggie nunca falla”, respondió otra voz más joven. Royce apretó los dientes. “No, esta vez la receta no funcionó del todo. años de trabajo encubierto le habían dado una resistencia que no muchos esperaban.

Era su única ventaja. La manija de la puerta giró lentamente. Él ya estaba detrás, apoyado en la pared con el revólver en mano. Solo tendría una oportunidad. Un hombre corpulento entró. Linterna en una mano, soga en la otra. Detrás de él, otra silueta esperaba. Ambos venían a rematar a una víctima supuestamente dormida. Pero no fue así.

Royce descargó su arma con toda la fuerza que pudo reunir directo al cráneo del primero. El tipo cayó como un saco de papas. La linterna se estrelló contra el suelo y el aceite se esparció junto con una chispa. fuego. Las llamas comenzaron a lamer las tablas secas del piso y lo que iba a ser una ejecución silenciosa se transformó en un infierno desatado.

El segundo hombre en el pasillo gritó al ver al primero desplomarse. El caos estalló en segundos. Voces, gritos, órdenes. Y el fuego ya no era solo una chispa. Las llamas comenzaban a extenderse como lenguas vivas sobre las tablas de madera alimentadas por el aceite derramado. Royce tambaleó hacia la ventana.

Cada paso era una pelea con su propio cuerpo. Las piernas le fallaban, la cabeza le pesaba como plomo y el humo le raspaba la garganta. La droga seguía empujándolo hacia la inconsciencia, pero el fuego lo obligaba a permanecer alerta. Abajo oyó más voces. No eran solo los hombres de la casa. Había más llegando desde el exterior. Un operativo organizado. Estaba rodeado. Está en la ventana.

Gritó una voz femenina desde fuera. Era birdie. No era una advertencia para ayudarlo, era una orden para detenerlo. Roy se detuvo, pero entonces escuchó algo más. Lloros, soyozos desesperados. Por favor, yo no quería esto. Me obligaron. Tienen a mi hermana. No era Magie, era Birdie.

Y su voz no sonaba calculada ni traicionera, sonaba rota. Roy sintió el golpe como una piedra en el pecho. Virgie era parte del plan o también una prisionera en ese infierno. Los gritos y el humo llenaban la habitación. Una viga ardiente cayó justo detrás de él, bloqueando la puerta. Ya no había opciones, solo una salida. La ventana.

Royce forcejeó con el pestillo de la ventana. El cristal estaba caliente por el fuego y sus dedos torpes apenas lograban moverlo. La habitación era ya un horno y el humo le arañaba los pulmones como si tuviera vida propia. Con un crujido, la ventana cedió. Un viento gélido y empapado de lluvia entró de golpe, limpiando un poco la niebla de su mente.

Afuera, la tormenta seguía azotando, pero el aire frío fue como una cachetada que necesitaba. Se asomó 12 pies hasta el techo del porche. Luego otros 2 metros de caída directa al barro. No era una opción segura, era la única. Royce trepó con dificultad y se lanzó.

El techo del porche lo sostuvo solo unos segundos antes de que las tejas podridas cedieran. Cayó como un saco de piedras y aterrizó con un golpe seco sobre el lodo. Su hombro gritó de dolor, pero la caída, la lluvia y el impacto lo ayudaron a sacudirse parte del veneno que aún recorría su cuerpo. A su alrededor, el caos. La pensión ardía con furia.

Las llamas salían por las ventanas del piso superior y el techo comenzaba a colapsar. El fuego se expandía hacia un granero y un cobertizo cercano. Toda la operación estaba literalmente convirtiéndose en cenizas. Royce se arrastró hasta un barril de agua y se cubrió justo a tiempo. Un disparo estalló contra la madera.

Uno de los hombres lo había visto, respondió el fuego, pero su puntería era pobre. No importaba. Ganó segundos para rodar hacia una pila de leña. Las balas silvaban, pero también los gritos. No todos eran de amenaza. Al fondo, Royce la vio. Birdie, o mejor dicho, lo que quedaba de ella. Magie la arrastraba por el lodo hacia los caballos.

La joven se resistía. No al fuego, no a los hombres. A Magie, “Suéltame”, gritó Birdie. “No voy contigo.” Y entonces Royce lo entendió. No era una simple cómplice, era una reen, o eso creía. El barro salpicaba mientras Royce se abría paso entre las sombras del incendio.

Cada paso era un triunfo sobre la droga que aún lo hacía tambalear. Su única cobertura era el humo que salía por botones de la pensión en llamas. Frente al cobertizo, Magia arrastraba a Birdia la fuerza hacia los caballos. La joven luchaba como nunca antes. Sus manos arañaban, sus rodillas se hundían en el lodo, pero no dejaba de resistirse.

“Deja de pelear conmigo, tonta”, gritaba Magie. Tenemos que salir de aquí antes de que todo se derrumbe. Un nuevo disparo rompió el aire y destrozó el barril de agua donde Royce se había ocultado segundos antes. Se giró y respondió al fuego. Esta vez su puntería fue certera. El hombre cayó, pero sabía que ese disparo lo había delatado otra vez.

Tenía segundos. usó el cobertizo como escudo y giró hasta tener ángulo sobre el corral de los caballos. Y entonces los vio más caballos de los que había hombres. ¿Por qué? Porque aún no todos los miembros de la pandilla habían salido. Algunos esperaban entre la tormenta y la oscuridad, rodeándolo, acechando, calculando.

Royce apretó los dientes. No era una simple banda improvisada, era una red, una estructura, un negocio criminal bien montado, pero lo que ocurrió a continuación no estaba en sus cálculos. Virdie, cubierta de lodo y con sangre en la cara, se liberó de un tirón y se giró con voz firme.

Una que Royce no había oído antes en ella. “Alto ahí”, gritó Royce, apuntando a Magie con su arma. “Soy Marshall federal. Suéltala y aléjate de los caballos.” Maie se detuvo en seco, girando lentamente. Su cara ya no tenía simpatía, solo rabia y desesperación. No tienes idea de lo que has hecho, gruñó. Esta operación alimenta a familias enteras en tres territorios. Pero no fue Magie quien terminó la conversación.

Fue Virdie. Miente. Gritó. No se trata de familias. Se trata de codicia y muerte. Royce giró hacia ella. Ya no estaba temblando, ya no actuaba torpe. Virdie, la chica débil de la costura, metió la mano en su vestido y sacó algo que lo dejó sin palabras. Una insignia federal. Rut Calbell dijo con voz firme. Alguacil adjunta de Estados Unidos.

Llevo dos meses infiltrada. Royce la miró como si viera un fantasma. Birdie no era víctima, era aliada y había jugado mejor que nadie. Royce no podía creerlo. Frente a él, empapada por la lluvia, con la cara llena de lodo y la voz firme como un disparo, Rut, ya no birdie, sostenía una insignia igual a la suya.

¿Todo fue un acto?, preguntó Royce sin bajar el arma. Cada puntada, cada torpeza, cada mirada nerviosa asintió ella. No podía darme el lujo de fallar. Si se daban cuenta, estaba muerta. Y mi misión también. La cara de Magie se desfiguró. Ya no era la mujer amable que abría la puerta a los viajeros.

Era la jefa de una red criminal que acababa de descubrir que había tenido a un agente federal durmiendo en su propia casa. Pequeña bruja, escupió Magie llevando la mano a su delantal, pero Ruth fue más rápida. Un disparo seco directo al hombro. La mujer mayor giró por la fuerza del impacto y su arma cayó al lodo.

Gritó de dolor, pero aún tenía fuego en los ojos. Royce no tuvo tiempo para celebrarlo. A su espalda, el crujido de ramas y un leve chasquido de madera lo hizo girar. El último miembro de la banda emergía del humo con un rifle en alto. Dos disparos retumbaron casi al mismo tiempo. El cuerpo del hombre cayó pesadamente al barro. Royce giró la cabeza. Ruth lo había hecho de nuevo.

Su segundo disparo había sido letal. Y así lo que había comenzado como una noche de tormenta, sopa caliente y una cama blanda, se había convertido en el desmantelamiento de una red asesina. Una operación clandestina que había desaparecido a viajeros por años acababa de arder junto con su sere. Entre el fuego y la lluvia, Royce y Rut se miraron.

Ya no eran extraños, eran compañeros y cada uno había salvado la vida del otro. La tormenta comenzaba a calmarse. Las llamas, tras consumir todo lo combustible, daban paso a columnas de humo espeso que se alzaban como testigos silenciosos de lo que había ocurrido esa noche. Royce bajó el arma con lentitud.

Tenía la ropa empapada, el hombro adolorido y el corazón latiéndole aún con fuerza. A su lado, Ruth, aún con la pistola firme, respiraba hondo, no por miedo, por el peso que se le acababa de liberar del pecho. ¿Desde cuándo sabías?, preguntó Royce con la voz rasposa por el humo. Desde que escuché por radio que Morrison nunca llegó a su destino, respondió ella sin rodeos. Me infiltré como ayudante doméstica.

Pensaban que era solo una niña sin opciones. Funcionó. El silencio entre ambos no era incómodo. Era respeto. A sus pies, Magi jimoteaba sosteniéndose el hombro herido. La furia se le había apagado y lo único que quedaba era una mujer derrotada por su propia ambición. ¿Qué vas a hacer ahora?, preguntó Royce.

Terminar lo que empecé, dijo Ruth mirando los restos humeantes de la pensión. Este lugar era solo una pieza del rompecabezas. Hay más casas, más víctimas, más familias que merecen respuestas. Royce asintió. El trabajo aún no terminaba y ahora que sabía que no estaba solo, el camino se veía menos pesado. Nunca pensé que acabaría agradeciendo esa sopa tan salada.

Bromeó con una leve sonrisa. Rut soltó una risa cansada. Nunca pensé que acabaría disparando junto a un marsal que olía a barro y humo respondió. Eran dos extraños, dos armas con placas, dos sobrevivientes y tal vez dos almas que empezarían a reconocerse en medio de una misión compartida. El amanecer llegó con un cielo gris, pero sin tormenta.

El viento frío soplaba entre las cenizas del descanso de Magnolia, llevando consigo el olor a madera quemada, pólvora y tierra mojada. Royce se acercó a los restos carbonizados del salón principal. Entre las ruinas encontró parte de lo que habían buscado durante semanas, documentos, listas, nombres, mapas de rutas de carretas.

Todo parcialmente chamuscado, pero aún legible. Esto conecta al menos tres territorios, dijo Royce tendiéndole un papel a Rut. No era solo un punto de paso, era el centro logístico de algo más grande. Ella asintió leyendo con rapidez. Magie tenía contactos en el paso, en Tucon y hasta en Kansas. Este lugar era solo la fachada. Por eso los hombres rotaban tanto, solo eran piezas reemplazables.

Mientras cargaban lo que podían rescatar en los caballos, entre ellos las pertenencias robadas a las víctimas, Royce notó algo. ¿Dónde aprendiste a disparar así? Preguntó sin mirarla directamente. Mi padre era Ranger, respondió Ruth. Me entrenó desde los 11.

me enseñó a no confiar en nadie, pero también a no abandonar a quien necesita ayuda. Royce la miró por fin. No era la misma joven que fingía no saber en una aguja junto a la chimenea. Ahora era Rut, alguacil y compañera, “¿Qué haremos con Magie?” “Entregársela al juez federal en Caperry”, respondió ella con firmeza. Y con lo que tenemos, no solo irá presa, podríamos desmantelar todo el círculo.

Royce montó con dificultad, sintiendo el hombro aún resentido. Lista para cabalgar, Ru? Siempre lo estuve, dijo ella. Solo estaba esperando al compañero correcto. Y así, entre el humo que aún flotaba en el aire, partieron no como fugitivos, sino como portadores de justicia. Los caballos avanzaban con paso firme por la vereda embarrada.

A lo lejos, el humo del descanso de Magnolia todavía se alzaba como un monumento silencioso al fin de una red de muerte. Royce cabalgaba en silencio. Ru a su lado, no quitaba la vista del camino. Ambos sabían que la parte difícil no había terminado. Entregar a Magie viva y con pruebas era vital. Pero más importante aún, mantenerse vivos en el intento.

¿Crees que la red ya lo sabe?, preguntó Roy sin mirar atrás. Si no lo saben, lo sabrán pronto, respondió Rut. Esa mujer llevaba años operando. Alguien notará su silencio. El sol asomaba entre las nubes cuando llegaron a un claro. Allí decidieron hacer una pausa. Royce bajó con esfuerzo. Su hombro no dejaba de pulsar dolor. Rut lo ayudó a desmontar.

Déjame ver”, dijo ella sacando una pequeña bolsa de hierbas secas y vendajes. “No es la primera vez que cuido a un terco con balas cerca del corazón.” Él soltó una media sonrisa. Muchos compañeros así, uno. Pero no vivió para contarlo. El silencio se volvió espeso. “Lo siento”, murmuró Roy. “Yo también”, dijo ella. Por eso sigo cabalgando.

El momento se interrumpió con un chasquido. Algo se movía entre los árboles. Ru se puso en pie de inmediato, desenfundando su arma. Royce hizo lo mismo. De entre la maleza apareció un caballo sin jinete. El animal llevaba la silla desajustada y manchas de sangre en los flancos. Rut se acercó con cautela. Este caballo susurró, es uno de los que estaba amarrado detrás del cobertizo. Royce frunció el ceño.

Eso significa que no todos murieron en el incendio o que alguien más llegó después. Ambos giraron al escuchar un leve crujido en el bosque. Ya no estaban solos y el pasado no había quedado completamente atrás. Royce y Rut se miraron sin necesidad de palabras. El crujido se repitió esta vez más cerca. Quien fuera que estuviera allí los observaba.

Medía, esperaba. Royce se agachó junto al caballo sin jinete. Las huellas en el barro no mentían. Un par de botas pesadas había salido del claro y vuelto a ocultarse entre los árboles. Las pisadas eran recientes. A lo sumo minutos. No huyó con los demás”, susurró Rut. Se quedó atrás, “Tal vez porque tenía órdenes o porque quiere terminar el trabajo. Roy asentía el rostro tenso.

Está herido”, añadió señalando el rastro de sangre. Pero no lo suficiente como para no seguirnos. Un silvido cortó el aire. Ambos se tiraron al suelo justo antes de que una bala silvara por encima de sus cabezas y se incrustara en el tronco de un roble. Royce rodó hacia la derecha buscando cobertura entre los arbustos.

Ruth se deslizó al lado opuesto, su revólver firme entre las manos. Desde lo alto de una pequeña elevación, una sombra se movía con rapidez. El tirador había escogido bien su punto. Los tenía expuestos abajo y él conocía el bosque mejor que ellos. “Salgan y terminen con esto.” Rugió una voz. “No tienen idea de con quién se metieron.” Royce reconoció el tono.

No era uno de los hombres que había enfrentado dentro de la pensión. Este hablaba con más autoridad, como alguien que había dado órdenes desde las sombras. ¿Quién eres? Gritó Rut cubriéndose detrás de un tronco hueco. El que los va a enterrar aquí mismo si no me entregan a la mujer. Espetó el hombre. Ya me costaron demasiado.

Royce frunció el ceño. No habla de Maggie, dijo en voz baja mirando a Rut. Habla de ti. Ella asintió. Entonces, ya no es solo una red criminal, es una venganza personal. Roy se asomó brevemente, calculando, tenían que moverse. El tirador tenía la altura y la ventaja.

Si querían salir vivos, debían forzarlo a bajar. “Lista para una distracción”, murmuró él. Siempre, respondió Ruth con la mirada de acero. Royce recogió una rama gruesa del suelo y la envolvió con su poncho mojado. La empapó con un poco de aceite del frasco de su alforja. Ru entendió al instante. Lo vas a quemar.

lo suficiente para hacerle pensar que escapamos por otro lado. Royce prendió la rama en la parte menos visible del claro, la lanzó hacia el borde opuesto y luego disparó una bala hacia el fuego. “¡Corre!”, gritó y ambos se internaron en la maleza, no en dirección del fuego, sino rodeando la elevación desde un costado más cubierto. Desde lo alto, el hombre disparó de nuevo, apuntando a la distracción.

Los tengo”, gritó convencido de que sus presas huían en pánico, pero Royce y Rut se acercaban en silencio, rodeándolo. El tirador bajó unos metros para acercarse a la zona iluminada. No quería dejar testigos, menos a ella. Fue entonces cuando Royce se emergió del follaje como una sombra empapada. Lo golpeó con fuerza en el brazo del rifle.

El disparo se desvió, pero no sin dejar un fumbido aterrador cerca del oído de Rut. El tirador retrocedió forcejeando. Era más grande que Royce, pero no más determinado. Ambos rodaron por el barro y chocaron contra el tronco de un árbol. El arma cayó unos metros más allá. Ruth corrió hacia ellos, pero el hombre logró zafarse y tiró un puñetazo directo a la mandíbula de Royce, que cayó de espaldas.

¿De verdad pensaste que podrías terminar con nosotros?”, espetó el atacante sacando un cuchillo corto y curvo del cinto. Ru levantó su arma. “Suéltalo”, dijo con voz firme. El hombre sonrió con desprecio. “¿Tú? Una niñita jugando a la ley.” “No juego”, respondió ella y disparó. La bala impactó en la pierna del hombre que cayó de rodillas con un rugido de rabia.

Roy se incorporó y lo desarmó con una llave rápida. El sujeto jadeaba vencido. ¿Quién eres?, preguntó Ruth apuntándolo con el revólver a un humeante. Tarde o temprano vendrán por ustedes. No están acabando con una red, están abriendo una guerra, murmuró el hombre antes de desmayarse. Royce y Rut se miraron.

La cacería había terminado, pero la amenaza recién comenzaba. El hombre ycía inconsciente en el suelo, con la pierna ensangrentada y el cuchillo a unos metros. Ruth se arrodilló para revisar sus bolsillos mientras Royce vigilaba el perímetro. ¿Crees que decía la verdad? preguntó él con el rostro serio. Rut sacó una pequeña libreta mojada, casi destruida, pero con varias hojas protegidas entre una doble tapa de cuero. Al abrirla, ambos se quedaron en silencio.

Nombres, fechas, códigos, iniciales, rutas de transporte, señales de contacto. Esto no es un simple bandido”, dijo Ruth pasando las páginas. Es un enlace entre células, un conector. Royce miró hacia el horizonte. Si lo entregamos, nos lo quitan antes de que hable. Si lo interrogamos, quizás quizás descubramos hasta dónde llega esto. Terminó Ru.

Era una decisión difícil. Había leyes, procedimientos, pero también había víctimas que jamás tendrían justicia si se limitaban al protocolo. “Lo llevamos a Caperry”, preguntó Royce. Rut dudó apenas. “Lo llevamos, pero hacemos una parada primero. ¿Dónde? Hay alguien en Ford Delani, un juez militar retirado que trabaja en la sombra con el Departamento de Justicia.

Si este hombre sabe algo importante, él sabrá sacarlo. Royce asintió. Entonces cambia la ruta. Mientras amarraban al herido a uno de los caballos de repuesto, Royce volvió a mirar a Rut. Su tempel no era fingido. No era una mujer jugando a ser fuerte. Era fuerte. Nunca conocí a nadie como tú, dijo él. Yo tampoco, respondió ella sin mirarlo, con la voz cargada de algo más que gratitud.

Y por primera vez desde que todo comenzó, Royce sintió que aquella noche en el descanso de Magnolia no había sido una simple trampa, sino el inicio de algo mucho más grande y tal vez más humano. Habían cabalgado mediodía con el prisionero inconsciente amarrado al caballo.

El bosque cedía paso a terreno más despejado y las montañas al fondo anunciaban que Fortelani estaba cerca. Royce estaba más callado que de costumbre. Rut lo notó. ¿Te duele el hombro o estás pensando demasiado? Ambas cosas, respondió él con una sonrisa rápida, pero sin brillo. ¿Qué te preocupa? Royce tardó unos segundos antes de responder. Ese juez en Ford de Lani, ¿cómo se llama? El juez Samuel Kern, dijo Rut.

Roy se detuvo en seco. Su caballo bufó. Samuel Kers, ¿estás segura? Claro, lo conoces. Royce bajó la vista al suelo como si la Tierra le ofreciera una salida que ya no existía. Ese hombre me condenó hace 7 años. Por desobediencia durante una operación encubierta. Me degradaron. Me exiliaron de la división.

Ruth lo miró sorprendida y después me redimí, pero no gracias a él. KS nunca creyó que yo valiera la pena. Rud asimiló la información. El silencio entre ellos se hizo denso. ¿Quieres que lo evitemos? Royce negó con la cabeza. No, si alguien puede sacarle información a este tipo, es él.

Solo que no sé si me va a ayudar o si va a usar esto para terminar lo que empezó hace años. Ru lo observó con más atención. Quizá es hora de cerrar ese ciclo de frente. No por venganza, sino por justicia. Royce respiró hondo. Nunca lo dije en voz alta, pero me marcó más de lo que creí.

No por lo que me hizo, sino por cómo me hizo sentir, como si no mereciera redimirme. Pues ahora tienes pruebas, un caso, una misión. Y a mí él levantó la vista. A ti, sí. como testigo, como agente y como alguien que te vio pelear por la verdad cuando pudo haberte costado la vida. Royce tragó saliva. Gracias, Ru. Vamos. El juez espera. Y esta vez cabalgaron sin mirar atrás.

Ford de Lani no era imponente, pero tenía algo aún más intimidante. Sobriedad. Sin banderas, sin soldados visibles, solo un portón de madera y dos centinelas silenciosos que con una mirada sabían quién venía con intenciones limpias y quién no. Ruth mostró su insignia.

Royce desmontó en silencio con los ojos fijos en el portón que se abría lentamente. Al fondo, el juez Samuel Kens los esperaba. No había cambiado mucho desde la última vez que Royce lo vio, delgado, erguido, con rostro de piedra y mirada de acero. Pero ahora llevaba un bastón, una herida de guerra quizás, o del tiempo. Agente Calvel dijo con un tono neutro. No esperaba verla tan pronto y el acompañante Royce dio un paso al frente.

Marshall Royce Barret, señor KS no parpadeó, solo ladeó la cabeza. Barret, el mismo que abandonó a su escuadrón en el paso del río frío. Silencio. Rut intervino firme. El mismo que salvó la vida de cinco viajeros desmanteló una red de asesinatos encubiertos en Magnolia Rest y capturó a un operador clave con información sensible. Kernó largo rato.

¿Y por qué no me sorprende que haya fuego donde usted pisa, Marshall? Royce sostuvo la mirada. Quizás porque el fuego siempre estuvo ahí, señor. Yo solo dejé de correrle. Kern apretó los labios, luego señaló hacia el interior. Tráiganlo. La sala está lista. Mientras caminaban hacia el pequeño edificio central, Rut se acercó a Royce. No le caes bien, susurró.

Nunca lo hice, respondió él. Pero esta vez no vine a pedir perdón. Entonces Royce respiró hondo. Vine a demostrar que estaba hecho para esto. Con pruebas y con ella. Ru le sonrió sin mostrar dientes, pero con los ojos llenos de complicidad. Entonces, hagámoslo.

El prisionero fue llevado a una sala austera, paredes de madera, una lámpara de aceite, una silla con correas de cuero y al centro el juez Kern con su bastón apoyado firmemente entre las piernas. Nombre, ordenó con voz seca. El hombre escupió al suelo. Ustedes creen que ganaron, pero ni siquiera saben a qué tocaron. Royce y Ruth estaban a los lados.

Observaban, esperaban. Habían acordado que Kens dirigiera el interrogatorio, pero cualquier intento de juego sucio sería interrumpido. El juez no se inmutó. Cada minuto que guardes silencio, será una razón más para que los fiscales te olviden en una celda sin número. El prisionero rió entre dientes. Ya estuve en lugares peores. Pero si hablo no será gratis.

K lo observó. Habla primero. Sobrevive después. Y fue entonces cuando el hombre dijo lo inesperado. No era Magie la jefa. Ella obedecía como todos los demás. Era una pieza que servía a alguien más grande. Rut frunció el ceño. ¿Quién? El hombre bajó la voz.

Alguien que no se ensucia las manos, que no necesita usar armas porque tiene documentos, sellos y sillas en las asambleas. Royce sintió un escalofrío. ¿Estás hablando de alguien dentro del gobierno? El prisionero sonríó. ¿De verdad creen que operaciones como Magnolias Rest funcionan solas? Sacó una carta escondida en su bota. El papel estaba húmedo, pero las palabras eran claras.

Una lista, nombres, algunos tachados, otros con números al lado. Kns la tomó con guantes, revisó. Esto es, susurró, más grande de lo que pensaba. Rut respiró hondo. Entonces, todo esto fue apenas la superficie. Exactamente, dijo el prisionero. Y si no me creen, vayan al nombre marcado con doble círculo. Está en Caperry. Él los está esperando porque sabe que sobrevivo. Royce y Rut se miraron.

Ya no era solo un caso, era una red y ellos acababan de convertirse en sus nuevos objetivos. Las alas se volvió un nido de hielo. La carta en manos del juez Kens ardía más que cualquier fuego. La lista era real. Nombres conocidos, autoridades locales, incluso algo en activo implicados en la red. ¿Quién es el de Caper Ri? preguntó Ruth con el ceño fruncido.

Lo reconocerán, dijo el prisionero, o él se encargará de que no salgan de allí para contarlo. Roy sintió como algo se tensaba en el ambiente, no en el prisionero. En Kerns, el juez no decía nada. Sus ojos leían el documento una y otra vez, pero no con sorpresa, sino con algo más difícil de identificar. contención. Royce dio un paso adelante.

¿Lo conoces? Kern levantó la vista. Su rostro seguía tan rígido como siempre. Ese hombre fue mi protegido durante años. Royce no estaba convencido. Algo no cerraba. Ru también lo sintió. Había algo en el aire y entonces ocurrió un disparo seco, preciso, sin advertencia. El prisionero cayó hacia atrás con un agujero limpio en la frente.

Royce y Rut reaccionaron de inmediato, pero nadie más había entrado a la sala. Kern bajó el arma que aún sostenía con la mano derecha. No dejaré que ese bastardo destruya más vidas”, dijo sin temblor en la voz. “Pero Royce no compró la excusa. O evitaste que siguiera hablando?” Kens lo miró.

“¿No tienes idea de lo que estás enfrentando, Barret?” “Yo sí y por eso sigo vivo.” Rut dio un paso adelante interponiéndose. Ese disparo no fue por justicia. Kern se giró hacia ella. Ese disparo fue por control. Silencio. Por primera vez, Ru y Royce entendieron que el fuego al que se enfrentaban no venía solo de forajidos y cobardes.

Venía también de hombres con placas, con autoridad y con miedo a que la verdad los arrastrara con ella. El cuerpo del prisionero aún estaba tibio cuando Royce cerró los ojos con fuerza. Rut no dijo nada. Pero su mirada lo dijo todo. Habían llegado buscando justicia y se encontraron con un sistema que prefería matar testigos antes que encarar verdades incómodas.

Ken se volvió hacia la ventana como si la conversación hubiera terminado. No entenderían murmuró. Si supieran lo que hay detrás de esta red, los nombres, las familias. A veces para proteger el país hay que enterrar algunas verdades. Royce dio un paso hacia él. Enterrar o encubrir, el juez lo enfrentó. Lo que ustedes iniciaron esta noche va a despertar a monstruos que no olvidan.

Yo lo intenté una vez y lo pagué con todo. Ru levantó su voz. Y nosotros no vamos a repetir ese error. No, esta vez Royce dejó un sobre la mesa. Dentro una copia de la carta y de los nombres que el prisionero había entregado. Ya enviamos una copia por mensajero a Denver. Si nos pasa algo, no será en vano. Kern apretó los labios.

sabía que no podía detenerlos, no sin arriesgarlo todo. “Entonces váyanse”, dijo. Pero entiendan esto, ahora no solo son agentes, son una amenaza para gente muy poderosa. Tienen enemigos que no usan pistolas, usan sellos y sentencias. “Ya lo éramos”, respondió Royce. “Solo que ahora lo sabemos.” Salieron sin mirar atrás.

Cabalgaron bajo el cielo gris de la mañana, sabiendo que lo que venía era incierto, pero por primera vez no cabalgaban solos. Royce miró a Rut. ¿Qué harás cuando todo esto termine? Ella pensó un momento. Buscar una vida donde nadie tenga que fingir que es débil para sobrevivir. Él asintió. Y si no termina, entonces seguiremos. Ambos se perdieron en el horizonte.

con los caballos pesados, los corazones alertas y la convicción de que aunque el mundo no siempre recompense al justo, la historia merece ser contada. Y eso, eso ya era suficiente para seguir cabalgando.