CONTRATO “SIN DORMIR JUNTOS” 💔 PERO ÉL LA ABRAZÓ TODA LA NOCHE AL ESCUCHAR SUS PESADILLAS
Él se casó con ella para asegurar su herencia, poniendo una extraña cláusula en el contrato que le prohibía tocarla o compartir la misma cama. Sin embargo, una noche la escuchó gritar entre pesadillas y no pudo resistir la tentación de correr a su lado. Él rompió el contrato y la abrazó fuerte para calmarla, pero lo que pasó después cambiaría sus vidas para siempre, porque a partir de esa noche él se convirtió en el guardián de sus sueños y ella sin saberlo, en la sanadora de su soledad. Antes de comenzar, dale like a este
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Mateo Alcántara era un hombre tallado en granito y ambición, un SEO cuyo mundo giraba en torno a cifras, contratos y el peso del imperio familiar que descansaba sobre sus hombros. A sus 34 años había construido una reputación de ser implacable en los negocios y hermético en su vida personal. Su apartamento, un pentouse minimalista con vistas a toda la ciudad, era un reflejo de su alma, ordenado, impecable, frío y solitario.
Sin embargo, su controlada existencia estaba a punto de ser dinamitada por una cláusula en el testamento de su padre para tomar el control total y definitivo de Alcántara Holdings. Debía casarse antes de su 35º cumpleaños y permanecer casado durante al menos un año. La noticia le cayó como una sentencia, una intrusión arcaica y personal en su mundo puramente profesional.
Su principal rival, su primo Ricardo, un hombre oportunista y sin escrúpulos, ya estaba frotándose las manos, esperando que Mateo fallara. Por eso, Mateo hizo lo que mejor sabía hacer. Abordó el matrimonio como un negocio más. Necesitaba una esposa de conveniencia, una socia para un contrato de un año.
Fue su abogado quien le presentó el caso de Clara Valverde. Clara, de 28 años, era una artista talentosa cuya luz se había apagado. Estaba huyendo, no de la pobreza, sino de un pasado que la acechaba como una sombra. Su ex prometido, Javier, un hombre carismático en público, pero un monstruo controlador en privado, la había dejado con cicatrices emocionales tan profundas que la habían hecho abandonar su arte y su vida en su ciudad natal.
Necesitaba desaparecer, empezar de cero en un lugar donde nadie la conociera. Y el acuerdo que Mateo le ofrecía era un salvavidas inverosímil, seguridad financiera, un techo sobre su cabeza y, lo más importante, anonimato. Se encontraron en la fría oficina del abogado.
Mateo la observó mientras ella leía el contrato, sus ojos grandes y asustados repasando cada cláusula. Era hermosa de una manera frágil, como una flor que se había marchitado un poco por la falta de sol. Había algo en ella que le generaba una extraña punzada de protección. “Hay una cláusula que quiero añadir”, dijo Clara, su voz apenas un susurro. “Quiero habitaciones separadas y sin contacto físico, ninguno.” Mateo arqueó una ceja sorprendido, pero también aliviado.
“Era perfecto.” “De acuerdo,”, respondió con su habitual tono de negocios. Cláusula 5 B. No habrá cohabitación en el mismo dormitorio. Cláusula 5 C. Las partes mantendrán una estricta distancia física, absteniéndose de cualquier contacto no esencial. Para él era la guinda del pastel de un trato ya conveniente. Para ella era un muro necesario para proteger los pedazos rotos de sí misma.
Se casaron una semana después en una ceremonia civil rápida y sin testigos. Esa noche, Mateo la condujo a su nueva casa, una mansión enorme y silenciosa en las afueras. Le mostró su habitación, un espacio elegante y despersonalizado. Esta es tu habitación, dijo quedándose en el umbral.
La mía está al final del pasillo. Si necesitas algo, no dudes en, bueno, en enviar un mensaje. La incomodidad era palpable. Clara asintió abrazándose a sí misma. Gracias. Las primeras semanas fueron un ejercicio de convivencia fantasmal. Compartían la misma casa, pero vivían en universos paralelos.
Desayunaban en silencio, cada uno en un extremo de una larga mesa de comedor. Se cruzaban en los pasillos con un murmullo de permiso o una inclinación de cabeza. Mateo se sumergió en su trabajo utilizando las largas horas en la oficina como excusa para no estar en casa. Ricardo, su primo, no dejaba de lanzarle pullas en las reuniones de la junta.
Y la feliz esposa Mateo, o es que el contrato no incluye apariciones públicas, se burlaba. Mateo lo ignoraba, pero la presión aumentaba. Por su parte, Clara exploraba la casa como un alma en pena. Se pasaba horas en la biblioteca leyendo o en el jardín mirando la nada. No pintaba.
Sus lienzos y pinturas estaban guardados en sus cajas, mudos testigos de una pasión dormida. Una noche, mientras caminaban hacia sus respectivas habitaciones, Clara tropezó con una alfombra. Mateo, por puro instinto, se lanzó hacia delante y la sujetó por la cintura para evitar que cayera. Fue el primer contacto. La corriente que pasó entre ellos fue tan inesperada como potente.
Él sintió la calidez de su cuerpo a través de la fina tela de su blusa, la curva de su cintura encajando perfectamente en su mano. Su corazón dio un vuelco que no esperaba. Ella, por su parte, se quedó paralizada. El contacto humano, el toque de un hombre le provocó un relámpago de pánico, pero debajo de ese pánico sintió algo más, firmeza, seguridad.
El agarre de Mateo no era posesivo ni agresivo, era protector. Olía a colonia cara y a algo intrínsecamente masculino y limpio. Se separaron torpemente. “Lo siento”, murmuraron ambos a la vez. Rompí la regla”, añadió Mateo, su voz un poco ronca. Clara negó con la cabeza sin poder mirarlo. Fue un accidente. Corrió a su habitación y cerró la puerta, apoyándose en ella con el corazón desbocado.
Esa noche, el pasado la visitó con más fuerza que nunca. Las pesadillas la arrastraron a la oscuridad. Se veía de nuevo atrapada en su antigua vida con Javier. sus palabras dulces convirtiéndose en veneno, sus caricias volviéndose jaulas. En el sueño él le gritaba, la menospreciaba, rompía sus cuadros. “Nunca serás nada sin mí”, resonaba su voz.
Clara comenzó a soylozar en sueños, pequeños gemidos ahogados que atravesaron las paredes de la silenciosa mansión. Mateo, que estaba en su estudio revisando unos informes, escuchó los sonidos. Al principio pensó que era el viento, pero luego oyó un claro soyoso, seguido de un grito ahogado. No, déjame. Sintió un escalofrío. El sonido venía de la habitación de Clara.
Se levantó y caminó por el pasillo, deteniéndose frente a su puerta. Dudó. La cláusula del contrato era clara. Su acuerdo se basaba en la distancia, pero los sonidos que venían del otro lado eran de pura angustia. Otro soyo, más fuerte esta vez, como el de un animal herido. A la el contrato pensó. Abrió la puerta con cuidado. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que se filtraba por la ventana.
Clara se retorcía en la cama, su rostro bañado en sudor y lágrimas. su cuerpo tenso como un arco. Estaba atrapada, luchando contra demonios que él no podía ver. “Por favor, no”, gimió. El corazón de Mateo, ese órgano que él creía puramente funcional, se contrajó con una fuerza dolorosa.
La imagen de esa mujer frágil, rota por un tormento invisible, deshizo todas sus barreras. cruzó la habitación rompiendo una docena de reglas no escritas y una muy explícita. Se sentó en el borde de la cama. Por un momento no supo qué hacer. Extendió una mano y con una delicadeza que no sabía que poseía, apartó un mechón de pelo húmedo de su frente.
Ella se estremeció, pero no se despertó. Sus gritos se habían convertido en un murmullo continuo de súplicas. Sin pensarlo más, la rodeó con sus brazos y la acercó a su pecho. Clara se tensó por un segundo, como si luchara contra él, pero luego, como por arte de magia, algo en su cuerpo pareció reconocer la seguridad en el abrazo. Dejó de luchar y se acurrucó contra él.
Mateo la sostuvo sintiendo los temblores que recorrían su cuerpo. Apoyó su mejilla en su cabeza sintiendo la suavidad de su pelo. Sh. H tranquila le susurró al oído su voz baja y profunda. Estoy aquí. Estás a salvo. Es solo un sueño. Repitió esas palabras una y otra vez como un mantre. Y lentamente, milagrosamente funcionó. Los temblores de Clara disminuyeron.
Su respiración, antes entre cortada y agónica, se volvió más lenta y regular. Sus manos, que habían estado agarrando las sábanas con fuerza, se relajaron y una de ellas encontró su camisa, aferrándose a ella como un niño busca refugio. Mateo no se movió, se quedó allí en la penumbra, sosteniendo a su esposa de conveniencia, sintiendo el peso de su cuerpo y el calor de su aliento contra su pecho. El instinto protector que había sentido la primera vez que la vio se magnificó mil veces.
No era solo protección, era una necesidad visceral de alejar cualquier dolor de ella, de ser su escudo. Pasó el resto de la noche así, sentado en la cama, abrazándola mientras ella dormía profundamente por primera vez en semanas. Observó como la luz del amanecer comenzaba a pintar la habitación de tonos suaves y se dio cuenta de algo profundo.
Por primera vez en años, no se sentía solo. La cláusula de distancia se había hecho añicos. y en su lugar se estaba forjando un nuevo contrato, uno no escrito, sellado con un abrazo en mitad de la noche. Cuando los primeros rayos de sol iluminaron completamente el rostro de Clara, ella comenzó a moverse. Sus párpados se agitaron y se abrieron lentamente.
Su primera sensación fue de una calidez y seguridad que no había sentido en años. Estaba cómoda, envuelta en algo fuerte y sólido. Su cerebro, aún nublado por el sueño, tardó unos segundos en procesar que esa fuente de calor era un pecho humano, que un brazo firme rodeaba su cintura y que el aroma que la envolvía era el de Mateo.
Levantó la cabeza de golpe, sus ojos encontrándose con los de él, que la observaban con una intensidad tranquila. La vergüenza y el pánico la inundaron. se apartó bruscamente como si se hubiera quemado. Yo, yo no. ¿Qué haces aquí? Balbuceó retrocediendo hasta chocar con el cabecero de la cama. Mateo levantó las manos en un gesto de paz, sin moverse del sitio. Tenías una pesadilla. Estabas gritando.
El recuerdo la golpeó como una ola. La voz de Javier, el miedo, la desesperación. Se llevó las manos a la cara. mortificada. Que él la hubiera visto así en su momento más vulnerable era una humillación insoportable. “Lo siento mucho. No volverá a pasar”, dijo con la voz quebrada. Mateo frunció el ceño.
No era eso lo que le preocupaba. No tienes que disculparte por tener pesadillas, Clara. se levantó de la cama dándole espacio. Yo soy el que debería disculparse. Rompí nuestro acuerdo. Clara lo miró. No había rastro de molestia en su rostro, solo una extraña preocupación que la desconcertó.
se fijó en sus ojos oscuros, en las leves ojeras que indicaban que no había dormido. Se había quedado con ella toda la noche. “Tú me ayudaste”, susurró ella. Él asintió levemente. “Parecía que lo necesitabas.” El silencio se extendió entre ellos, pero ya no era incómodo. Era un silencio nuevo lleno de preguntas sin formular. Mateo caminó hacia la puerta.
El desayuno estará listo en 20 minutos dijo, su tono de negocios volviendo a medias. Pero antes de salir se detuvo y la miró por encima del hombro. Clara, dijo su voz seria, no volverás a pasar una noche sola. Y con esas palabras salió dejando a Clara con el corazón latiendo a un ritmo nuevo y confuso.
La promesa implícita en esa frase era más poderosa que cualquier cláusula escrita. Esa mañana en el desayuno algo había cambiado. Mateo no se sentó en el extremo opuesto de la mesa, sino en la silla a su lado. El espacio entre ellos, que antes era un abismo, ahora se sentía como una conexión. ¿Estás mejor? Preguntó él sirviéndole café. Clara asintió. Sí, gracias. No hablaron de la pesadilla, pero su sombra estaba allí y extrañamente la presencia de Mateo la hacía menos aterradora.
Durante el día, Clara sintió un impulso que había estado enterrado durante mucho tiempo. Fue al trastero y abrió las cajas que contenían sus materiales de arte. El olor a óleo y trementina la llenó de una nostalgia dolorosa, pero también esperanzadora. Sacó un lienzo en blanco y lo colocó en un caballete en una de las salas de estar que daban al jardín, una habitación inundada de luz.
No pintó, pero el simple hecho de preparar el espacio fue un paso gigante. Esa noche la ansiedad comenzó a crecer en su pecho a medida que se acercaba la hora de dormir. El miedo a las pesadillas era casi tan malo como las pesadillas mismas. Después de cenar, cuando se dirigían al pasillo, Clara se detuvo. Mateo la miró expectante. Mateo, empezó ella con la voz temblorosa.
¿Crees que podrías? No podía terminar la frase. La idea de pedírselo era humillante, pero el miedo era mayor. Él pareció entender al instante. ¿Quieres que me quede contigo?, preguntó suavemente sin juicio. Ella asintió con los ojos llenos de una gratitud desesperada. Él no dudó. Ve a tu habitación. Iré en un momento. Clara se metió en la cama, sintiéndose como una niña pequeña.
Minutos después, Mateo entró vestido con un pantalón de pijama y una camiseta. No se metió bajo las sábanas, sino que se acostó por encima de espaldas a ella, creando una barrera de calidez y presencia sin cruzar del todo la línea de la intimidad. Estoy aquí, Clara. Intenta dormir, dijo a la oscuridad. Y ella lo hizo.
Con la seguridad de su presencia en la misma habitación, se durmió sin pesadillas por primera vez en más de un año. Este ritual se repitió durante varias noches. Él entraba, se acostaba sobre las sábanas y montaba guardia mientras ella dormía. No hablaban mucho, pero la comunicación silenciosa entre ellos crecía cada día. Mateo se encontró esperando ese momento de la noche, esa extraña calma que sentía al saber que ella estaba durmiendo a salvo a su lado. Una tarde, el teléfono de Mateo sonó.
Era su madre, Elena, una mujer formidable y matriarca de la familia Alcántara. Mateo, querido, es hora de que presentes a tu esposa a la familia. La gala benéfica anual es en dos semanas. Espero veros a los dos. Mateo sintió un nudo en el estómago. La gala era el evento social del año y Ricardo estaría allí observando cada uno de sus movimientos. Tenía que presentar a Clara y tenían que parecer una pareja enamorada.
Se lo comunicó a Clara durante la cena. Ella palideció. En público con toda tu familia. Es necesario, dijo Mateo. Tenemos que ser convincentes. Clara se levantó y caminó hacia la ventana. No sé si puedo hacerlo, Mateo. No soy buena actuando. Y la gente, las multitudes. Su voz se apagó. Mateo se acercó a ella.
Te ayudaré. Estaré a tu lado en todo momento. No te dejaré sola ni un segundo. Clara se giró y lo miró. ¿Por qué haces esto? Podrías haberme dejado tener mis pesadillas. Podrías forzarme a ir a esta gala, pero en lugar de eso, eres amable. Mateo buscó las palabras. No lo sé, Clara. Supongo que el contrato no cubría esto.
Esto es diferente. Sus ojos se encontraron y la tensión en la habitación cambió, volviéndose más densa, más íntima. Se estaban acercando y no solo físicamente. La noche antes de ir de compras para la gala, Clara tuvo otra pesadilla. Esta vez fue peor. En el sueño, Javier la encontraba. Se presentaba en la mansión. sonriendo con esa sonrisa que antes le parecía encantadora y ahora era depredadora.
“Creíste que podías escapar de mí, ¿verdad?”, le decía. Los soyosos de Clara despertaron a Mateo. Entró en la habitación y esta vez no dudó. Se metió directamente en la cama bajo las sábanas y la abrazó por la espalda, envolviéndola completamente con su cuerpo. “Soy yo, Clara. Soy Mateo, le susurró al oído.
¿Estás conmigo? Él no está aquí. Ella se giró entre sus brazos, con los ojos abiertos de par en par, llenos de terror. Se aferró a él, enterrando el rostro en su pecho, absorbiendo su fuerza. Tengo tanto miedo, soy él la abrazó con más fuerza, su mano acariciando su pelo. No tienes por qué tenerlo. No, mientras yo esté aquí.
Se quedaron así, abrazados hasta que su llanto cesó. Pero esta vez, cuando la calma llegó, no se separaron. Clara no se apartó y Mateo no la soltó. El calor de sus cuerpos, el sonido de sus corazones latiendo al unísono creó una burbuja de intimidad que ninguno de los dos quiso romper. Lentamente, Clara levantó la vista.
Sus rostros estaban a centímetros de distancia. Podía sentir el aliento de Mateo en su piel, ver el deseo y la protección ardiendo en sus ojos. Él bajó la mirada a sus labios. No pidió permiso, no con palabras. lo pidió con sus ojos y ella se lo concedió inclinándose ligeramente hacia él. El beso fue suave al principio, un rose tentativo, una pregunta.
Pero luego, cuando Clara le devolvió el beso, una corriente de pasión contenida se desató. El beso se volvió más profundo, más hambriento. La mano de Mateo se deslizó desde su pelo hasta la curva de su espalda, acercándola más a él hasta que no hubo espacio entre sus cuerpos. Sus músculos se tensaron bajo la fina tela de su camiseta, un torso fuerte y poderoso contra el que ella se sentía pequeña y segura. Clara rodeó su cuello con los brazos, sus dedos endedándose en su pelo.
Una de sus manos descendió por el pecho de Mateo, sintiendo el duro relieve de sus pectorales, el latido de su corazón bajo la palma. Un gemido escapó de sus labios cuando la mano de Mateo se deslizó más abajo por su espalda, hasta el hueco de su cintura y luego sobre la curva de su cadera, un toque firme y posesivo que la hizo jadear. Mateo”, susurró ella contra sus labios.
Él se apartó un centímetro, sus frentes todavía tocándose. Clara, su voz era un murmullo ronco, lleno de una emoción que ella nunca antes había escuchado. “No sé qué me estás haciendo, pero no quiero que te detengas.” Ella le respondió con otro beso, esta vez más atrevido. Le mordió suavemente el labio inferior y la respuesta de él fue un gruñido bajo que vibró a través de su cuerpo.
El beso se convirtió en una exploración. Sus manos comenzaron a moverse, a aprender la forma del otro. La camiseta de él se sintió de repente como una barrera insoportable. Ella tiró del dobladillo una invitación silenciosa. Él entendió. Se incorporó lo justo para quitársela, revelando un torso esculpido. Los músculos definidos por años de disciplina.
Era una vista impresionante que la dejó sin aliento. Él volvió a ella, su piel caliente contra la de ella a través del fino camisón que ella llevaba. El contacto piel con piel fue eléctrico. La noche que había comenzado con miedo y lágrimas se estaba transformando en algo completamente diferente, algo salvaje, apasionado y profundamente sanador.
La barrera del contrato no solo estaba rota, había sido pulverizada y convertida en cenizas. En esa cama no eran un SEO y su esposa de conveniencia, eran un hombre y una mujer encontrándose en la oscuridad, sanándose mutuamente de formas que nunca habían creído posibles. Y mientras la luna observaba a través de la ventana, Mateo se convirtió en mucho más que el guardián de sus sueños.
Se estaba convirtiendo en el hombre que reclamaría su corazón. La mañana siguiente llegó con una claridad que era a la vez hermosa y aterradora. Clara se despertó envuelta en los brazos de Mateo, su cabeza apoyada en su hombro desnudo. El recuerdo de la noche anterior, de su pasión y su entrega la hizo sonrojarse. Habían cruzado un punto de no retorno.
Abrió los ojos y lo encontró observándola. Una pequeña sonrisa jugando en sus labios. “Buenos días”, dijo él. Su voz aún ronca por el sueño. Buenos días, respondió ella en un susurro. No había incomodidad, solo una nueva e intensa conciencia del otro. Se quedaron así durante un largo rato, simplemente mirándose, aprendiendo los contornos del rostro del otro a la luz de la mañana. Fue Mateo quien rompió el silencio.
“Hoy tenemos que comprar tu vestido para la gala”, dijo su pulgar acariciando suavemente su brazo. Clara sintió un escalofrío, pero esta vez no era de miedo. De acuerdo. El viaje a las boutiques más exclusivas de la ciudad fue una experiencia surrealista. Mateo la trató no como una obligación, sino como si estuviera vistiendo a la mujer más importante de su mundo.
Descartó vestidos que consideraba demasiado simples o no lo suficientemente elegantes. Ese no. El color no le hace justicia a tus ojos decía, o demasiado sobrio. Quiero que todos te miren a ti cuando entres. Clara, que siempre se había sentido invisible, se sintió vista por primera vez. Finalmente encontraron el vestido perfecto. Era de un color azul profundo, como el cielo nocturno, que se ce señía su cuerpo y luego caía en una cascada de seda hasta el suelo.
Tenía una espalda descubierta que era a la vez elegante y atrevida. Cuando se lo probó y salió del probador, Mateo se quedó sin palabras. Simplemente la miró, su expresión una mezcla de asombro y pura posesividad masculina. Ese es”, dijo finalmente, su voz firme. “Es perfecto.” De vuelta en el coche, la energía entre ellos crepitaba. Mateo tomó su mano entrelazando sus dedos con los de ella.
En la gala comenzó, “Quiero que te mantengas a mi lado, pero no porque te lo diga el contrato. Quiero que estés a mi lado porque quieres estarlo.” Clara apretó su mano. Lo estaré. La noche de la gala llegó demasiado rápido. Mientras se preparaba, Clara sintió que los viejos nervios volvían.
¿Y si alguien se daba cuenta de que todo era una farsa? ¿Y si Javier de alguna manera la veía? Se estaba maquillando cuando Mateo entró en la habitación. Él ya estaba vestido con un smoking impecable que lo hacía parecer aún más imponente. Se detuvo en la puerta observándola. Estás temblando”, dijo suavemente. Ella asintió sin poder hablar.
Él se acercó y le puso las manos en los hombros, mirándola a través del espejo. “Mírame, Clara, esta noche no eres la mujer que huye de su pasado. Eres Clara Alcántara, mi esposa. Eres la mujer más bella de esta sala y eres mía. Cualquiera que intente hacerte sentir pequeña, tendrá que pasar por encima de mí primero. Sus palabras fueron como un bálsamo para su alma ansiosa.
Respiró hondo. Gracias, Mateo. Él sonrió y le tendió una caja de terciopelo. Esto es para ti. Dentro había un collar de diamantes y zafiros, una pieza exquisita que combinaba a la perfección con su vestido. era deslumbrante. Mateo, no puedo aceptar esto. Sí, puedes, la interrumpió él. Permíteme. Con manos sorprendentemente gentiles, apartó su pelo y le colocó el collar.
El frío metal contra su piel caliente le envió un delicioso escalofrío. Cuando se abrochó, se inclinó y le susurró al oído, su aliento haciéndola temblar. Ahora estás perfecta, tan hermosa que me va a costar un infierno mantener mis manos quietas esta noche. Su voz era baja y llena de una promesa tan sensual que las mejillas de claras se encendieron.
Se miró al espejo a la mujer que le devolvía la mirada. Ya no parecía asustada, parecía poderosa. Cuando llegaron al salón de baile, todas las miradas se volvieron hacia ellos. La entrada de Mateo Alcántara, el solitario e inaccesible SEO, del brazo de una mujer desconocida y deslumbrante fue la comidilla del evento.
Mateo mantuvo una mano firmemente en la parte baja de su espalda, un gesto de posesión y apoyo que la anclaba. Inmediatamente fueron abordados por Elena Alcántara, la madre de Mateo. Era una mujer elegante y de mirada penetrante. Examinó a Clara de pies a cabeza con una mirada crítica. Así que tú eres Clara”, dijo Elena, su tono tan helado como los diamantes en su cuello.
“Mi hijo ha sido muy discreto contigo, madre”, dijo Mateo, su voz una advertencia, pero Clara se mantuvo firme. Miró a Elena a los ojos y sonrió con calma. “Es un placer conocerla finalmente, señora Alcántara. Mateo me ha hablado mucho de usted. La respuesta, educada pero no sumisa, pareció sorprender a Elena. Antes de que pudiera responder, Ricardo, el primo de Mateo, se acercó a ellos con una sonrisa falsa pegada en el rostro. Mateo, por fin nos presentas a la misteriosa novia.
Ricardo Alcántara dijo ofreciéndole la mano a Clara. Cuando ella se la dio, él la retuvo un segundo más de lo necesario. Encantado. Aunque debo decir que estoy sorprendido. Nunca pensé que mi primo se casaría y menos con alguien tan radiante. El cumplido estaba cargado de veneno. Mateo dio un paso adelante, su cuerpo interponiéndose sutilmente entre Ricardo y Clara.
Ricardo, qué sorpresa verte lejos de la sección de finanzas. No deberías estar revisando los márgenes de beneficio en lugar de molestar a mi esposa. La tensión era palpable. Ricardo soltó una risa forzada. Siempre tan serio, primo. Solo estaba siendo amable. se alejó, pero Clara sintió su mirada clavada en ellos durante toda la noche.
La velada transcurrió en una bruma de presentaciones y conversaciones superficiales. Mateo nunca se apartó de su lado, presentándola con un orgullo innegable en su voz. Esta es mi esposa Clara. Durante el baile la condujo a la pista. Mientras se movían al ritmo de una melodía lenta, él la acercó más.
Lo estás haciendo de maravilla”, le susurró al oído. “No pareces asustada en absoluto.” “Es porque estoy contigo”, respondió ella, apoyando la cabeza en su hombro. En ese momento se sentían como una pareja de verdad. Todo el salón, todo el contrato desapareció. Solo eran ellos dos, moviéndose como uno solo. Fue entonces cuando ocurrió. Clara levantó la vista y su corazón se detuvo.
Al otro lado del salón, cerca de la barra, había un hombre observándola. Era Javier. El aire se le escapó de los pulmones. Era imposible. Estaba a cientos de kilómetros de distancia. Debía ser su imaginación, pero no. Él la miró directamente a los ojos y sonrió. esa sonrisa que una vez la había cautivado y ahora le helaba la sangre. Mateo sintió cómo se tensaba en sus brazos.
Clara, ¿qué pasa? Siguió la dirección de su mirada, pero Javier ya se había mezclado con la multitud. No es nada. Creí ver a alguien que conocía”, mintió ella, su voz temblorosa. Pero el daño estaba hecho. La burbuja de seguridad se había roto. Pasaron el resto de la noche con Clara lanzando miradas nerviosas a su alrededor.
No volvió a ver a Javier, pero su presencia fantasmal envolvía. De camino a casa, el silencio en el coche era denso. Mateo sabía que algo iba mal. Clara, háblame. ¿A quién viste? Ella negó con la cabeza. No era nadie, de verdad. Estoy cansada. Eso es todo. Pero en cuanto llegaron a casa, la fachada se derrumbó.
En el momento en que se cerró la puerta principal, se echó a llorar, soyosos secos y angustiados que sacudían todo su cuerpo. Mateo la rodeó con sus brazos al instante, sujetándola mientras se desmoronaba. Era él, ¿verdad? El hombre de tus pesadillas. Ella asintió contra su pecho. Javier, mi ex prometido. No sé cómo me ha encontrado. Mateo, tengo mucho miedo.
La ira que sintió Mateo fue primitiva y helada. La idea de que algún hombre fuera la causa del terror que había visto en los ojos de Clara, la causa de sus gritos en la noche, le llenó de una furia asesina. La levantó en brazos como si no pesara nada y la llevó escaleras arriba. No a su habitación, sino a la de él.
La depositó suavemente en su cama y cerró la puerta con llave. Se quitó el saco y la corbata y se sentó a su lado tomando sus manos. Escúchame, Clara. No voy a permitir que ese hombre se te acerque. ¿Me oyes? Eres mi esposa. Estás bajo mi protección. Voy a poner a mi equipo de seguridad a investigar cómo te encontró y me aseguraré de que no vuelva a molestarte.
La miró fijamente, su mandíbula apretada. Pero necesito que me cuentes todo. ¿Quién es él? ¿Qué te hizo? Y así, en la seguridad de la habitación de Mateo, con el vestido de gala azul arrugado a su alrededor y las lágrimas corriendo por su rostro, Clara finalmente habló. le contó todo sobre Javier, como al principio era encantador y atento el hombre de sus sueños, como poco a poco empezó a controlarla, su ropa, sus amigos, su tiempo, como empezó a menospreciar su arte llamándolo un pasatiempo tonto. Le contó como aisló de su familia y amigos, como sus celos
se convirtieron en una obsesión paranoica. le habló de la noche en que ella finalmente decidió dejarlo, de como él se enfureció y en un ataque de ira destruyó su estudio de pintura, rompiendo cada lienzo, cada pincel, mientras le gritaba que ella no era nada sin él. “No me pegó”, susurró Clara, pero me rompió por dentro. Destruyó la única cosa que me hacía sentir viva.
Por eso huí, cambié mi número, me mudé. El acuerdo contigo era mi única oportunidad de desaparecer por completo. Mateo la escuchó en silencio, su rostro endureciéndose con cada palabra. Cuando ella terminó su voz apenas un susurro, él la trajó hacia sí y la abrazó con una ternura feroz.
Ese hombre no destruyó nada Clara, solo lo escondió. Sigue ahí dentro toda esa luz, toda esa fuerza y voy a ayudarte a encontrarla de nuevo. Se quedaron abrazados durante mucho tiempo. El miedo de Clara comenzó a ser reemplazado por una nueva sensación, una ira justa y una determinación creciente. La protección de Mateo no la hacía sentir débil, la hacía sentir fuerte.
Esa noche durmieron en la cama de Mateo entrelazados. Por primera vez no era el quien la protegía de las pesadillas. Eran ellos juntos creando una fortaleza contra el mundo. Al día siguiente, Mateo cumplió su palabra. Un equipo de seguridad discreto comenzó a vigilar la casa y a investigar a Javier Mendoza.
Descubrieron que Javier había utilizado un detective privado para localizarla. Aún más alarmante fue el descubrimiento de que Ricardo, el primo, de Mateo, había sido visto reuniéndose con el mismo detective privado la semana anterior. La pieza que faltaba en el rompecabezas encajó de repente. “Ricardo”, dijo Mateo con voz gélida, mirando los informes. Él trajo a Javier aquí.
está tratando de usar tu pasado para desestabilizarme, para hacerme parecer débil antes de la votación final de la junta directiva. Clara sintió un escalofrío. Quiere usarme para hacerte daño a ti Mateo se levantó y la miró. No quiere usaros a los dos para sus propios fines, pero no se saldrá con la suya. Ninguno de los dos.
Si antes su matrimonio era un contrato, ahora era una alianza. Se habían convertido en un equipo. Clara, envalentonada por el apoyo incondicional de Mateo, hizo algo que no había hecho en más de un año. Fue a su estudio improvisado, cogió un pincel y empezó a pintar. Al principio, sus manos temblaban, pero luego el recuerdo de la seguridad en los brazos de Mateo y la ira contra Javier fluyeron a través de ella. y empezó a pintar con una ferocidad que nunca antes había conocido.
No pintaba paisajes bonitos, pintaba sus emociones, la oscuridad del miedo, el rojo de la rabia y los destellos dorados de la esperanza. Mateo la encontró allí horas después, cubierta de pintura, con el rostro concentrado y vivo. El lienzo era un torbellino de colores y emociones, caótico, pero increíblemente poderoso.
Era la obra más honesta que había creado en su vida. Él no dijo nada, simplemente la observó con el corazón lleno de una admiración y un amor tan profundos que le dolían. Vio a la verdadera Clara, la artista, la luchadora. resurgiendo de las cenizas. Sufrir juntos una experiencia traumática puede crear lazos increíblemente fuertes entre las personas.
Y para Mateo y Clara, la amenaza de Javier había solidificado su relación más allá de la pasión. Ahora estaban unidos por la lealtad y la protección mutua. Si estás disfrutando de esta historia de amor y superación, no olvides darle a me gusta y suscribirte al canal. Tu apoyo significa mucho para nosotros. Cuéntanos en los comentarios qué harías tú en el lugar de Clara. Ahora continuemos con su historia.
La amenaza externa tuvo un efecto inesperado en su intimidad. La necesidad de consuelo y seguridad se mezcló con un deseo creciente. Las noches en la cama de Mateo ya no eran solo para protegerla de las pesadillas. Se convirtieron en un santuario donde exploraban su conexión. Cuando me tocas”, le susurró Clara una noche mientras sus dedos trazaban los contornos de su pecho.
Siento que todas las piezas rotas vuelven a su sitio. Mateo la besó profundamente, su mano deslizándose bajo su camisón para acariciar la piel suave de su espalda. Y cuando tú me tocas”, respondió él con voz ronca, “siento que mi mundo, que siempre fue en blanco y negro, se llena de colores.” Sus conversaciones se volvieron más profundas.
Él le habló de la presión de llevar el apellido Alcántara, de su padre exigente y de su soledad en la cima. Ella le habló de sus sueños antes de Javier, de su deseo de tener una galería de arte algún día. Eran dos almas solitarias que se habían encontrado de la manera más extraña y ahora no podían imaginar la vida el uno sin el otro. Pero la sombra de Javier y Ricardo se cernía sobre ellos.
Un día, Clara recibió un paquete. Dentro había una de sus antiguas pinturas, una que creía destruida con una acuchillada en medio de lienzo. La tarjeta solo decía el arte verdadero nunca muere, solo se transforma. Era un mensaje de Javier, una amenaza velada, una demostración de que podía llegar a ella cuando quisiera. Se lo enseñó a Mateo temblando.
La furia en los ojos de Mateo fue aterradora. Ya es suficiente, bruñó. Esa tarde Mateo organizó una confrontación. No iba a esperar a que sus enemigos hicieran el siguiente movimiento. Iba a llevarles la guerra. El escenario sería la próxima reunión de la junta, donde Ricardo planeaba hacer su jugada final.
Su amor, forjado en el silencio de las pesadillas y sellado en el crisol de la adversidad estaba a punto de ser puesto a prueba. Ya no luchaban solo por un contrato o una herencia, luchaban por su futuro juntos. La semana previa a la reunión de la junta directiva fue la más tensa de sus vidas. Mateo se movía con la precisión de un general preparando una batalla, reuniendo pruebas, hablando con aliados leales dentro de la empresa y preparando una contraofensiva legal y corporativa.
Clara, por su parte, encontró su propia forma de luchar. Canalizó toda su ansiedad, su rabia y su recién descubierta fuerza en su arte. El estudio se convirtió en su campo de batalla personal. creó una serie de pinturas increíblemente poderosas y emotivas que contaban la historia de su viaje, desde la opresión y el miedo hasta la liberación y el empoderamiento.
Eran oscuras, sí, pero también estaban llenas de una luz desafiante. Una noche, Mateo entró en el estudio después de un día agotador. La encontró de espaldas a él, dando las últimas pinceladas a un gran lienzo. Era un retrato doble, una figura femenina emergiendo de una oscuridad turbulenta, alcanzando a una figura masculina que era a la vez su ancla y su faro. Era una representación inconfundible de ellos dos.
“Clara”, dijo Mateo, su voz llena de asombro. Es extraordinario. Ella se giró con los ojos brillantes. “Es nuestra historia.” Él se acercó y la tomó de las manos, ignorando la pintura que las manchaba. Miró de sus ojos al cuadro y de vuelta a ella. “Tú eres extraordinaria”, corrigió él. Se inclinó y la besó.
Un beso lleno de respeto, admiración y un amor que ahora era inquebrantable. Mañana acabaremos con esto juntos. El día de la reunión, el aire en la sala de juntas de Alcántara Holdings estaba cargado de electricidad. Todos los miembros de la junta estaban presentes, incluida Elena Alcántara, cuya expresión era indescifrable. Ricardo llegó con una confianza arrogante, sonriendo a los presentes.
Mateo y Clara entraron juntos mano a mano. La presencia de Clara sorprendió a todos, pero ella caminó con la cabeza alta, su mirada firme. Ricardo comenzó la reunión. Señores, los he convocado hoy porque tengo serias preocupaciones sobre el liderazgo de Mateo.
Su reciente y apresurado matrimonio no es más que una farsa para cumplir con los requisitos del testamento de mi tío. Y tengo pruebas de que su esposa tiene un pasado inestable que podría dañar la reputación de esta empresa. Proyectó en la pantalla grande foto de Javier sonriendo y carismático. Este es Javier Mendoza, un respetado empresario y el ex prometido de Clara.
Ha venido hasta aquí profundamente preocupado por su bienestar, alegando que ella es emocionalmente frágil y sugestionable. Murmullos recorrieron la sala. Elena miró a Mateo con una mezcla de conmoción y preocupación. Mateo permaneció impasible. “¿Has terminado?” Ricardo preguntó con una calma escalofriante. Ricardo sonrió. Casi.
Solo quería sugerir que por el bien de la compañía la junta debería votar para transferir el control a un miembro de la familia más estable, es decir, a mí. Interesante teoría, dijo Mateo levantándose, pero está incompleta. Verás, has omitido algunas partes clave de la historia. Presionó un botón y la foto de Javier fue reemplazada por una grabación de audio.
La sala se quedó en silencio mientras escuchaban la voz de Javier grabada en secreto durante una llamada telefónica con Ricardo. Sí, la tengo justo donde quiero. Está aterrorizada. Un empujoncito más y se derrumbará. Tu primo parecerá un tonto por casarse con una mujer loca. El puesto deseo será tuyo y yo recuperaré lo que es mío.
La grabación continuó detallando su plan de acoso psicológico y como Ricardo le había facilitado la información para encontrar a Clara. La cara de Ricardo se volvió blanca como el papel. Eso es una falsificación, una trampa. No lo es, intervino Clara, su voz clara y fuerte, captando la atención de todos. Yo soy la mujer de la que hablan.
Y no soy frágil ni loca, soy una superviviente. Caminó hacia el frente de la sala. Este hombre, Javier Mendoza, no era mi prometido, era mi carcelero. Me maltrató psicológicamente, destruyó mi confianza y mi carrera. Cuando finalmente escapé, su primo Ricardo lo trajo de vuelta a mi vida usándome como un peón en su patético juego de poder.
Miró directamente a Elena Alcántara. Señor Alcántara, entiendo sus dudas sobre mí. Nuestro matrimonio empezó como un contrato, es cierto, pero lo que no sabe es que su hijo Mateo me salvó. No solo de este monstruo, sino de mí misma. me mostró lo que es la verdadera fuerza. Me dio la seguridad para volver a ser quién soy.
Mateo proyectó entonces otra cosa en la pantalla, imágenes de las pinturas que Clara había creado. Los rostros de los miembros de la junta mostraron asombro ante el talento y la emoción cruda en los lienzos. Esto, dijo Mateo, su voz resonando con orgullo, no es el trabajo de una mujer frágil, es el trabajo de un artista brillante y una mujer increíblemente fuerte.
Ricardo no solo ha conspirado para cometer fraude corporativo, sino que se ha asociado con un acosador para aterrorizar a mi esposa. No solo es indigno de liderar esta empresa, es indigno de llevar el apellido Alcántara. El silencio en la sala era total. Elena se levantó, su rostro ya no era frío, sino que estaba lleno de una furia protectora. Miró a Ricardo con un desprecio absoluto.
Estás acabado, Ricardo. No solo en esta empresa, sino en esta familia. La votación fue unánime. Ricardo fue despedido con efecto inmediato y se anunció una investigación legal completa sobre sus acciones y las de Javier. Cuando la reunión terminó y la gente comenzó a salir, Elena se acercó a Mateo y Clara puso una mano en el brazo de Clara. Querida, me has demostrado que estaba muy equivocada.
Tienes una fuerza que yo no había visto. Has hecho de mi hijo un hombre mejor. Luego miró a Mateo. Estoy orgullosa de ti, hijo. Era la primera vez que Mateo escuchaba esas palabras de su madre. La emoción lo embargó. Cuando Elena se fue, Mateo y Clara se quedaron solos en la sala de juntas.
Se miraron el uno al otro, una sensación de alivio y triunfo abrumador lavando la tensión de las últimas semanas. “Lo hicimos”, susurró Clara. “Lo hicimos”, confirmó Mateo. La atrajó hacia sí y la besó. Un beso que no tenía nada de la desesperación o la pasión febril de sus encuentros anteriores. Era un beso de paz, de victoria y de un futuro prometedor.
Esa tarde recibieron una llamada de la policía. Javier Mendoza había sido arrestado por acoso y extorsión gracias a las pruebas presentadas. La pesadilla había terminado de verdad. De vuelta en casa, la mansión ya no se sentía silenciosa ni vacía. estaba llena de la promesa de su vida juntos. Se dirigieron a la habitación de Mateo, que ahora era inequívocamente su habitación.
Mateo sacó un documento de su maletín. Era su contrato de matrimonio. “Creo que esto ya no es necesario”, dijo. Juntos rompieron el papel en pedazos y los tiraron a la chimenea, observando como las llamas consumían las palabras que una vez los habían mantenido separados.
Clara Valverde, dijo Mateo, arrodillándose ante ella, tomándola completamente por sorpresa. Nuestro comienzo fue un negocio, pero te has convertido en el centro de mi universo. Me has enseñado a sentir, a amar, a proteger. No quiero ser tu esposo por contrato. Quiero ser tu esposo de verdad en todos los sentidos.
Por el resto de nuestras vidas, Clara, ¿te casarías conmigo de nuevo? Las lágrimas brotaron de los ojos de Clara, pero esta vez eran de pura felicidad. Sí, soyó. Sí, Mateo, mil veces sí. Se lanzó a sus brazos y él la levantó, girando con ella en un círculo de pura alegría. Se casaron un mes después. No fue una ceremonia civil rápida, sino una hermosa celebración en el jardín de su casa, rodeados de unos pocos amigos verdaderos y de la recién aprobada y feliz Elena.
Clara no llevaba un vestido azul prestado, sino uno que ella misma había ayudado a diseñar, radiante y lleno de vida. Bajo el sol intercambiaron votos que escribieron ellos mismos, promesas de amor, protección y compañerismo eterno. Los meses que siguieron se convirtieron en años de felicidad tranquila y productiva. Clara abrió su propia galería de arte en el centro de la ciudad, que se convirtió en un éxito rotundo.
Sus pinturas, llenas de su historia de resiliencia conmovieron a críticos y coleccionistas por igual. se convirtió en una voz para otras mujeres que habían sufrido en silencio. Mateo, libre de la presión de sus rivales y con el amor de Clara como su ancla, lideró Alcántara Holdings a nuevas cotas de éxito, pero nunca más dejó que el trabajo consumiera su vida.
Sus noches ya no estaban dedicadas a informes, sino a su esposa. A menudo la encontraba en su estudio, ahora ampliado y lleno de luz, y simplemente se sentaba a verla pintar, maravillándose de la mujer en la que se había convertido. Una tarde, unos dos años después de su segunda boda, Clara lo llamó al estudio. Tenía una sonrisa traviesa en los labios.
Tengo una nueva obra que mostrarte”, dijo. Señaló un pequeño lienzo en un caballete cubierto con una tela. Él se acercó curioso. Cuando ella retiró la tela, no vio una pintura. Vio la imagen borrosa de una ecografía. Mateo se quedó helado mirando la pequeña imagen en blanco y negro.
Luego miró a Clara, sus ojos llenándose de una emoción que nunca había sentido antes. “Estás.” No pudo terminar la frase. Ella sintió las lágrimas de alegría corriendo por sus mejillas. “Vamos a tener un bebé.” Mateo la levantó en un abrazo exuberante, su risa llenando la casa que una vez fue silenciosa. La besó con todo el amor de su corazón, un amor que había nacido en la oscuridad de una pesadilla y había florecido hasta convertirse en la luz más brillante de sus vidas.
El contrato que los había unido bajo la premisa de la distancia se había convertido en la base de la familia más unida que se pueda imaginar. El guardián de su sueño se había convertido en su compañero de vida y ella, la artista que había perdido su voz, ahora pintaba el futuro más hermoso para ambos.
Los siguientes años fueron un torbellino de felicidad que Mateo y Clara nunca habían imaginado. Su primer hijo, un niño al que llamaron Leo, nació con los ojos oscuros y serios de su padre y la sonrisa luminosa de su madre. La mansión, que una vez fue un símbolo de soledad, ahora resonaba con el sonido de pequeñas risas y los pasos apresurados de un niño pequeño.
Mateo descubrió una faceta de sí mismo que no sabía que existía. El implacable SEO se convirtió en un padre que llegaba a casa temprano para construir fortalezas con cojines, que leía cuentos con voces dramáticas y que podía pasar horas simplemente viendo a su hijo jugar en el jardín.
Ver a Mateo con Leo llenaba el corazón de Clara de una ternura tan profunda que a veces le costaba respirar. Él era un padre natural, protector y juguetón, dándole a su hijo toda la calidez y atención que a él le había faltado en su propia infancia. Clara, por su parte, floreció. Ser madre no disminuyó su pasión por el arte, la amplificó. Sus obras adquirieron una nueva profundidad, una celebración de la vida. La familia y el amor renacido.
Su galería se convirtió en un espacio no solo para exhibir arte, sino para apoyar a nuevos artistas, especialmente a mujeres que luchaban por encontrar su voz. Dos años después de Leo llegó su hija Luna. Era una niña vivaz y curiosa, la viva imagen de Clara. Con su llegada, su familia se sintió completa.
Las noches de pesadillas eran un recuerdo lejano, reemplazadas por las interrupciones nocturnas para alimentar a un bebé o consolar a un niño pequeño después de un mal sueño. Y en cada una de esas ocasiones, Mateo y Clara se enfrentaban a ello juntos como un equipo. se convirtieron en ese tipo de pareja que todavía se cogía de la mano, que compartía miradas cómplices a través de una habitación llena de gente y cuyo amor era una presencia tangible y cálida en su hogar.
Las cláusulas de su antiguo contrato se habían convertido en una broma privada entre ellos. A veces por la noche, cuando estaban acurrucados en la cama con los niños durmiendo profundamente en sus habitaciones, Mateo la abrazaba por la espalda y le susurraba al oído. Estoy rompiendo la cláusula cinco. C bromeaba él, su voz llena de amor, y Clara se reía, una risa suave y feliz.
Creo que la hemos pulverizado por completo. Ricardo desapareció de sus vidas, despojado de su fortuna y su estatus, obligado a vivir con la vergüenza de sus acciones. Años más tarde se enteraron de que vivía una vida modesta y solitaria, una sombra del hombre arrogante que había sido. Javier Mendoza cumplió una corta condena y al salir intentó rehacer su vida, pero su reputación estaba manchada para siempre.
A veces, desde la distancia veía noticias sobre la exitosa galerista Clara Alcántara y su poderoso esposo. Cada foto de ella, sonriendo y rodeada de su hermosa familia, era una daga en su orgullo. Él la había tenido, la había roto, creyendo que su poder sobre ella era absoluto, pero la vio renacer, no solo recuperarse, sino volverse más fuerte, más feliz y más amada de lo que él jamás podría haberla hecho.
El arrepentimiento y los celos le enseñaron la elección más dura de su vida. El control no es amor y el verdadero poder no reside en dominar a otros, sino en ayudarles a florecer. La historia de Mateo y Clara es un poderoso recordatorio de que el verdadero valor de una relación no reside en contratos ni en apariencias, sino en la compasión, el respeto mutuo y la valentía de romper las reglas por amor.
A veces las segundas oportunidades no son para recuperar lo que perdimos, sino para convertirnos a través de la sanación y el amor incondicional en la persona que siempre debimos ser. Su historia comenzó con un pacto de distancia nacido de la necesidad y el miedo. Él, un hombre atrapado en una jaula dorada de soledad, ella, una mujer huyendo de las sombras de su pasado.
Pero el sonido de un grito en la noche, el simple acto humano de un abrazo consolador derribó todos los muros. Él rompió el contrato para protegerla de sus pesadillas y al hacerlo la encontró a ella. Y ella, al despertar en la seguridad de sus brazos, encontró no solo un guardián, sino un hogar.
Juntos no solo vencieron a los demonios externos, sino también a los internos, construyendo un amor tan fuerte que pudo sanar todas las heridas y crear una vida más hermosa de lo que cualquiera de los dos se había atrevido a soñar. Si esta historia de transformación, sanación y amor te ha conmovido, dale un me gusta a este video, suscríbete a nuestro canal y activa las notificaciones.
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