“Él está en la ducha… ¿quieres esperarlo?” — la amante de mi esposo no sabía quién era yo

El espejo del tocador reflejaba el rostro de Juana Méndez mientras aplicaba con precisión el labial rojo intenso que reservaba para ocasiones especiales. A sus 42 años, su belleza no había disminuido, aunque las líneas de expresión alrededor de sus ojos contaban historias de risas y preocupaciones acumuladas durante dos décadas de matrimonio con Luis Herrera, uno de los arquitectos más respetados de la Ciudad de México.

Aquella mañana de octubre, el aire acondicionado luchaba contra el calor persistente que se negaba a ceder ante la llegada del otoño. Desde la ventana de su penthouse en Polanco, Juana contemplaba el bosque de Chapultepec mientras deslizaba un arete de diamantes en su lóbulo. La vista que tanto había enamorado a la pareja cuando compraron el inmueble ahora parecía una ironía, un escenario perfecto para una vida que se desmoronaba en silencio.

Otra vez vas a salir. La voz de Luis interrumpió sus pensamientos. Estaba parado en el umbral de la puerta. Su traje impecable contrastaba con la sombra de cansancio bajo sus ojos. Almuerzo con Claudia y Teresa. Lo mencioné la semana pasada”, respondió Juana sin voltearse, observando a su marido a través del espejo.

“¿Tú también sales hoy?” Luis consultó su Rolex, regalo del décimo aniversario que Juana había mandado grabar con un Eternamente juntos que ahora le provocaba una amarga sonrisa. “Reunión con inversionistas para el proyecto de Santa Fe. No me esperes para cenar.” Juana asintió manteniendo la compostura mientras un nudo se formaba en su garganta.

Tres meses atrás habría creído aquella excusa sin cuestionarla. Antes de encontrar aquel mensaje en el celular de Luis, antes de notar los cambios sutiles, las llegadas tarde, el perfume desconocido, las llamadas que atendía alejándose de ella. “Te deseo suerte”, murmuró aplicando una última capa de máscara de pestañas.

Cuando la puerta principal se cerró, Juana esperó 5co minutos exactos antes de tomar su bolso Hermés y salir del apartamento. No había almuerzo con amigas, había seguimiento, como llevaba haciendo durante las últimas tres semanas. El Mercedes de Luis avanzaba por paseo de la Reforma, ajeno a que el Audi de Juana lo seguía a distancia prudente.

La urbanización de Lomas de Chapultepec, con sus calles arboladas y mansiones resguardadas tras altos muros, recibió a Luis, quien estacionó frente a una casa moderna de líneas minimalistas. Juana se detuvo varias casas atrás, observando como su esposo tecleaba un código en el portón eléctrico antes de desaparecer en el interior.

Con dedos temblorosos, Juana anotó la dirección en su teléfono. Esta vez había llegado más lejos que en ocasiones anteriores, cuando solo confirmaba que Luis no estaba donde decía estar. El descubrimiento debería haberla devastado, pero en su interior crecía algo diferente, una determinación fría, calculada.

De regreso en su apartamento, Juana se sentó frente a su computadora. Como abogada especializada en derecho mercantilía investigar. En menos de una hora había identificado a la propietaria de la residencia, Adriana Cortés, 34 años, diseñadora de interiores. Su perfil profesional mostraba colaboraciones con el despacho de arquitectura de Luis en varios proyectos.

Las piezas encajaban con dolorosa precisión. Juana cerró el portátil. y se sirvió una copa de vino tinto. Las lágrimas no acudieron a sus ojos. En su lugar, su mente analítica comenzó a trazar un plan. No sería una confrontación ordinaria. No sería el típico escándalo que alimentaría los chismes de su círculo social por semanas.

Si Luis había construido una elaborada mentira, ella diseñaría una verdad devastadora. Esa noche, cuando Luis regresó oliendo a Colonia Cara y con la mirada evasiva, Juana lo recibió con una sonrisa serena y una cena preparada. Mientras él relataba ficticias reuniones con inversionistas inexistentes, ella asentía y preguntaba detalles, almacenando cada mentira como munición para lo que vendría.

Estoy pensando en retomar mi práctica privada”, comentó Juana casualmente mientras recogía los platos. Tantos años en el bufete corporativo me han alejado del contacto directo con clientes. Luis pareció genuinamente sorprendido y por un momento Juana vislumbró al hombre del que se había enamorado. ¿Estás segura? Siempre dijiste que preferías el trabajo corporativo.

Las personas cambiamos, Luis, respondió ella, sosteniendo su mirada. A veces descubrimos facetas de nosotros mismos que ni siquiera sabíamos que existían. Esa noche, acostada junto al cuerpo dormido de quien había sido su compañero de vida, Juana permaneció despierta, planeando cada detalle de lo que sería su venganza más sofisticada, la verdad, servida en pequeñas dosis letales.

El despacho de arquitectura herrera en asociados ocupaba dos pisos completos en un edificio corporativo en reforma. Luis había construido su reputación durante 15 años, transformándose en el arquitecto favorito de la élite mexicana. Sus diseños modernos, pero con toques que evocaban la tradición mexicana, eran reconocibles a primera vista y su nombre aparecía regularmente en revistas especializadas.

Juana conocía bien ese mundo. Lo había acompañado en cenas de negocios, eventos de inauguración y galas benéficas donde Luis captaba nuevos clientes. Ahora utilizaría ese conocimiento para su propósito. A través de un correo electrónico enviado desde una cuenta recién creada, Juana solicitó una cita con Adriana Cortés, presentándose como Marina Robles, una empresaria interesada en renovar un hotel boutique en Coyoacán.

sabía que un proyecto de esa magnitud atraería la atención inmediata del despacho y específicamente de la diseñadora de interiores que compartía algo más que proyectos profesionales con su marido. La respuesta llegó al día siguiente. Adriana personalmente atendería la consulta inicial. La cita quedó programada para el viernes a las 11 am.

Durante los tres días siguientes, Juana se sumergió en crear la identidad de Marina Robles. Compró una peluca de cabello corto castaño rojizo, lentes de contacto verdes y estudió fotografías de hoteles boutique para hablar con autoridad sobre el tema. practicó un acento ligeramente diferente con inflexiones que recordaban a un origen norteño.

El viernes, mientras Luis salía temprano para supervisar una obra en Condesa, Juana se transformó meticulosamente en marina. El reflejo que le devolvía el espejo era el de una desconocida, sofisticada, segura, con un aire de autoridad que inspiraba confianza inmediata. A las 10:45, Marina Robles cruzaba las puertas de cristal de Herrera a inasociados.

La recepcionista la registró sin un atisbo de reconocimiento, a pesar de haberla visto en múltiples eventos corporativos como la esposa del jefe. “La señorita Cortés la recibirá en un momento”, informó la joven con una sonrisa profesional. Sentada en el área de espera, Juana observaba el ir y venir de los empleados.

Algunos la habían conocido durante años, pero ninguno parecía sospechar nada. Las fotografías de proyectos adornaban las paredes. En una de ellas, Luis y ella aparecían sonrientes en la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, uno de los diseños más aclamados de su esposo. Señora Robles. Una voz femenina interrumpió sus pensamientos.

Juana se giró para encontrarse cara a cara con Adriana Cortés. Era más hermosa en persona, alta, esbelta, con el cabello negro recogido en un moño elegante que acentuaba sus pómulos pronunciados. Vestía un traje sastre color crema que evidenciaba un gusto impecable. Señorita Robles, por favor”, corrigió Juana con una sonrisa calculada extendiendo su mano.

“Agradezco que haya podido recibirme personalmente.” Adriana la condujo hasta una sala de reuniones con vistas panorámicas a la ciudad. Sobre la mesa de Caoba reposaban catálogos, muestras de materiales y una tablet que Adriana utilizó para proyectar imágenes en la pantalla de la pared. He revisado su solicitud y me parece un proyecto fascinante”, comenzó Adriana con entusiasmo profesional.

“La renovación de casas coloniales para convertirlas en hoteles boutique es precisamente una de nuestras especialidades. Durante 40 minutos, Juana interpretó perfectamente su papel. hablaba con conocimiento sobre estilos arquitectónicos, hacía preguntas pertinentes y demostraba tener un presupuesto considerable.

Cada vez que Adriana mencionaba a Luis como el arquitecto principal que supervisaría personalmente el proyecto, Juana asentía con interés fingido. “Su trabajo con el arquitecto Herrera parece muy cercano”, comentó Juana casualmente mientras examinaba un catálogo. Un rubor casi imperceptible tiñó las mejillas de Adriana.

“El señor Herrera y yo hemos colaborado en numerosos proyectos. Su visión complementa perfectamente mi enfoque en diseño de interiores. Entiendo, Juana sonríó. Las colaboraciones cercanas pueden ser muy productivas. La reunión concluyó con Adriana prometiendo enviar una propuesta preliminar la semana siguiente. Juana como Marina Robles, expresó su deseo de conocer personalmente al arquitecto Herrera antes de tomar una decisión final. Por supuesto, aseguró Adriana.

Le programaré una reunión con él. Estoy segura de que quedará encantada con sus ideas. Mientras se despedían en el vestíbulo, Juana dejó caer intencionalmente. He oído que el señor Herrera es un hombre casado. Su esposa también participa en el negocio. La pregunta tomó por sorpresa a Adriana, cuya expresión se tensó momentáneamente.

La señora Herrera es abogada corporativa respondió con tono neutro. no está involucrada en el despacho. “Qué lástima”, murmuró Juana. “Siempre he creído que las parejas que trabajan juntas tienen una conexión especial.” Con esa semilla plantada, Juana se despidió sabiendo que su plan apenas comenzaba.

La siguiente fase requeriría precisión quirúrgica y, sobre todo, el control absoluto de sus emociones. La oportunidad perfecta se presentó dos semanas después. Luis anunció que viajaría a Guadalajara por tres días para supervisar un proyecto, pero Juana ya había verificado que no existía tal viaje en la agenda oficial del despacho. La mentira era tan elaborada que incluía una reservación de hotel que Luis le había mostrado como prueba.

“Te extrañaré”, mintió Juana besándolo en la mejilla mientras él guardaba su equipaje en el automóvil. Apenas el Mercedes de Luis desapareció por la calle, Juana activó el siguiente paso de su plan. llamó al número privado de Adriana que había obtenido de la tarjeta de presentación durante su reunión. “Señorita Cortés, soy Marina Robles”, dijo con voz serena.

“Lamento la llamada inesperada, pero estoy considerando seriamente su propuesta y me gustaría discutir algunos detalles adicionales. ¿Sería posible vernos hoy?” Hubo una breve vacilación al otro lado de la línea. Hoy es complicado. Tengo compromisos personales. Entiendo, respondió Juana con un tono que sugería decepción. Es una lástima.

Estaba considerando adelantar el cronograma y aumentar el presupuesto inicial. El silencio que siguió confirmó que el anzuelo había sido lanzado con éxito. “Podría recibirla en mi casa esta tarde”, concedió finalmente Adriana. Tengo allí algunos materiales que podrían interesarle. Perfecto. A las 5 le parece bien.

La dirección que Adriana proporcionó era exactamente la misma que Juana había anotado semanas atrás. Las piezas del rompecabezas encajaban con una precisión casi poética. A las 5:05 pm, Marina Robles tocaba el timbre de la residencia en Lomas de Chapultepec. Esta vez su transformación era aún más meticulosa, el cabello recogido en un moño elegante, maquillaje sofisticado y un vestido negro que denotaba poder y refinamiento.

Adriana abrió la puerta con una sonrisa profesional que no llegaba a sus ojos. Vestía más casual que en la oficina, jeans ajustados y una blusa de seda color turquesa que resaltaba su figura esbelta. Adelante, señorita Robles.” La invitó guiándola hacia una sala de estar decorada con un gusto exquisito que mezclaba elementos contemporáneos con toques de artesanía mexicana.

Juana recorrió el espacio con mirada evaluadora, notando cada detalle. Fotografías cuidadosamente enmarcadas de Adriana en diversos destinos internacionales, libros de arquitectura en las estanterías y lo que más le interesaba, sutiles evidencias de la presencia masculina. Un vaso de whisky a medio terminar sobre la mesa lateral, una chaqueta de hombre colgada discretamente en el perchero.

El inconfundible aroma de la colonia de Luis. “Tiene una casa preciosa”, comentó Juana aceptando la copa de vino blanco que Adriana le ofrecía. vive sola. Un destello de incomodidad cruzó el rostro de la anfitriona. “Sí, aunque recibo visitas con frecuencia”, respondió dirigiéndose hacia una mesa donde había dispuesto muestras de materiales y planos.

He preparado algunas opciones adicionales para su proyecto. Durante media hora mantuvieron una conversación profesional sobre diseños, presupuestos y cronogramas. Juana interpretaba perfectamente su papel mientras buscaba el momento preciso para ejecutar la siguiente fase de su plan. La oportunidad llegó cuando el sonido de la ducha en el piso superior se filtró hasta la sala.

Adriana trató de disimular su nerviosismo, aumentando ligeramente el volumen de su voz. Como le decía, estos azulejos artesanales de Puebla darían un toque auténtico. Parece que no está sola después de todo. Interrumpió Juana con una sonrisa enigmática. Adriana se tensó visiblemente, pero mantuvo la compostura.

Un amigo pasó a visitarme brevemente, explicó con voz controlada. Le pedí que me esperara arriba mientras atendía nuestra reunión. El sonido de la ducha cesó. Juana consultó su reloj con deliberada lentitud. Quizás deberíamos continuar en otro momento. No quisiera interrumpir su visita. No es necesario, insistió Adriana, claramente incómoda.

Podemos concluir nuestra conversación. Y un ruido en las escaleras interrumpió sus palabras. Ambas mujeres dirigieron la mirada hacia el vestíbulo, donde Luis, con el cabello húmedo y vistiendo únicamente pantalones y una camiseta blanca, se había quedado paralizado al ver a las dos mujeres en la sala. Adriana, su voz sonaba estrangulada.

Luis, ella es Marina Robles, la clienta de la que te hablé, explicó rápidamente Adriana con pánico creciente en su mirada. Marina, él es el arquitecto Luis Herrera. Juana se levantó lentamente disfrutando del momento que había orquestado con tanta precisión. Con movimientos deliberados, se quitó los lentes de contacto verdes y la peluca castaña, revelando su verdadera identidad.

El rostro de Luis palideció como si hubiera visto un fantasma. Adriana, confundida, miraba alternativamente a ambos. Él está en la ducha. ¿Quieres esperarlo? Citó Juana con voz gélida. Qué amable oferta. Pero no será necesario. Ya nos conocemos bastante bien, ¿verdad, Luis? Juana. Luis apenas podía articular palabra. ¿Puedo explicarlo, Juana? Interrumpió Adriana.

La comprensión Downing en su rostro. Eres su esposa durante 20 años”, confirmó Juana, manteniendo una calma escalofriante. Aunque aparentemente los últimos se meses han sido compartidos. El silencio que siguió era tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Luis, atrapado entre ambas mujeres, parecía haber envejecido 10 años en cuestión de segundos.

Adriana, déjame hablar con mi esposa a solas”, pidió finalmente. “Tu esposa, la voz de Adriana temblaba. Me dijiste que estaban separados, que el divorcio era inminente, que solo mantenían las apariencias por cuestiones profesionales.” Juana sonríó con amargura. “¡Qué curioso, a mí nunca me mencionó nada sobre separación o divorcio.

De hecho, anoche mismo planeábamos nuestro viaje de aniversario a Grecia.” Luis dio un paso hacia Juana, pero ella levantó una mano para detenerlo. No te molestes en explicar. Ya entendí perfectamente la situación, dijo con frialdad. Pero hay algo que Adriana también debería saber. De su bolso, Juana extrajo una carpeta y la depositó sobre la mesa.

¿Qué es esto?, preguntó Luis con evidente temor en su voz. La verdad, respondió Juana, o más específicamente la verdad sobre tus finanzas, sobre cómo has estado desviando fondos del despacho a cuentas personales, sobre los proyectos ficticios que has estado facturando, sobre el dinero de clientes que nunca llegó a las cuentas oficiales.

El rostro de Luis perdió el poco color que le quedaba. Adriana, boquiabierta, tomó la carpeta con manos temblorosas y comenzó a revisar los documentos. Eres abogada corporativa, murmuró Luis. Sabes que esto es confidencial. Es ilegal que hayas accedido a esta información. Ilegal. Juana soltó una risa sin humor. Qué interesante que menciones la legalidad justo ahora.

Estos documentos no los obtuve como tu esposa, Luis. Los obtuve como miembro de la junta directiva de constructora Azteca, tu cliente más importante, la misma constructora que contrató una auditoría externa hace 3 meses cuando detectaron irregularidades en los presupuestos de tus proyectos. La revelación cayó como una bomba.

Adriana dejó los documentos sobre la mesa, su expresión transformándose de confusión a horror. ¿Es cierto esto, Luis?, preguntó con voz quebrada. Has estado malversando fondos. Luis se desplomó en el sofá derrotado. No lo entiendes murmuró. Los últimos años han sido difíciles. La competencia es feroz. Los márgenes se reducen. Los márgenes se reducen.

Repitió Juana con desdén. Mientras tanto, compraste un Rolex de 100,000 pes, un Mercedes último modelo y aparentemente financiaste un segundo hogar para tu amante. Adriana se alejó de Luis como si fuera contagioso. Me dijiste que este lugar lo pagabas con tus ahorros personales, susurró que querías construir un futuro para nosotros.

Juana recogió su peluca y se dirigió hacia la puerta. Tienen mucho de qué hablar, parece. En cuanto a mí, tengo una reunión mañana a primera hora con la junta directiva de Constructora Azteca y el Departamento Legal. Les entregaré copias de todos estos documentos, a menos que Luis levantó la mirada, una mezcla de súplica y terror en sus ojos.

A menos que, ¿qué? A menos que mañana a las 9 a en punto esté sobre mi escritorio un acuerdo de divorcio firmado, cediendo el 70% de nuestros bienes comunes y renunciando a cualquier reclamo futuro. Con esas palabras, Juana salió de la casa, dejando tras de sí los escombros de lo que alguna vez había creído un matrimonio sólido. El restaurante Pujol, considerado uno de los mejores de Ciudad de México, bullía de actividad aquella noche de viernes.

En una mesa discreta ubicada en un rincón privilegiado, Juana, elegantemente vestida con un traje sastre rojo intenso, compartía una cena con Teresa y Claudia, sus amigas más cercanas. Entonces firmó sin protestar, preguntó Teresa inclinándose sobre su copa de vino tinto. Juana asintió, una sonrisa serena dibujándose en sus labios.

A las 8:45 de la mañana siguiente, el documento estaba sobre mi escritorio cuando llegué, junto con las llaves del Mercedes, y una nota de disculpa que ni siquiera me molesté en leer. Habían pasado tres meses desde la confrontación en casa de Adriana. El divorcio se había finiquitado con una rapidez inusual gracias a la cooperación absoluta de Luis, quien había abandonado el país una semana después.

Según rumores, se había establecido en Costa Rica intentando reconstruir su carrera lejos del escándalo que amenazaba con estallar en México. Y la amante inquirió Claudia mientras probaba el mole negro que había ordenado. Adriana renunció al despacho el mismo día explicó Juana. Me contactó una semana después.

queriendo hablar. Nos reunimos en una cafetería en Condesa. Juana recordaba vívidamente aquel encuentro. Adriana había llegado puntual, con ojeras pronunciadas y una expresión de derrota que contrastaba dramáticamente con la mujer segura que había conocido en el despacho. “Quería disculparse”, continuó Juana.

“Me juró que Luis le había asegurado que estábamos separados, que solo manteníamos las apariencias. Lo creí. Era evidente que ella también había sido engañada. ¿Le contaste sobre los documentos, sobre el fraude?, preguntó Teresa. Juana negó con la cabeza. No fue necesario. Ella misma había empezado a sospechar.

Cuando revisó los registros del despacho después de nuestra confrontación, encontró más irregularidades. Fue ella quien presentó una denuncia formal ante la Fiscalía Anticorrupción. Las tres amigas guardaron silencio mientras el camarero servía el plato principal. Cuando se alejó, Claudia miró fijamente a Juana. Nunca tuviste miedo de ser descubierta durante tu plan de las consecuencias legales.

Juana meditó la pregunta mientras cortaba meticulosamente un trozo de pescado. El miedo estuvo presente cada minuto admitió finalmente. Pero sabes que descubrí que el miedo puede ser un motor poderoso cuando lo canalizas correctamente. Durante 20 años construí mi identidad alrededor de ser la esposa de Luis Herrera. Cuando esa identidad se vio amenazada, tuve que redescubrir quién era yo realmente.

¿Y quién eres? Preguntó Teresa con genuina curiosidad. Juana sonríó, esta vez con auténtica calidez. Soy Juana Méndez, abogada corporativa con especialización en derecho mercantil, recién nombrada socia de Garza in Aociados, propietaria de un Penhouse en Polanco y un Mercedes que conduzco yo misma y principalmente una mujer que ya no tiene miedo de estar sola. Las tres brindaron.

El tintineo de las copas parecía sellar un pacto de renovación. ¿Sabes qué es lo más irónico?, añadió Juana después de un sorbo de vino. Luis siempre me reprochaba que era demasiado predecible, demasiado conservadora, que me faltaba pasión, aventura. Creo que mi pequeña actuación como Marina Robles habría desmentido esa teoría.

Las risas llenaron la mesa. La conversación derivó hacia otros temas. Los proyectos profesionales de cada una. Un viaje planeado a Oaxaca para el próximo mes. La nueva exposición en el museo Tamayo. Al salir del restaurante, mientras esperaban sus respectivos automóviles, Teresa abrazó a Juana con fuerza. Estoy orgullosa de ti, murmuró.

No por cómo manejaste a Luis, sino por cómo te estás manejando a ti misma ahora. Bajo el cielo estrellado de la Ciudad de México, Juana inspiró profundamente el aire nocturno. El dolor no había desaparecido por completo. Dudaba que alguna vez lo hiciera. Las traiciones dejan cicatrices que el tiempo atenúa, pero nunca borra totalmente.

Sin embargo, había descubierto una verdad fundamental, que la vida continúa transformándose en algo diferente, pero no necesariamente peor. Mientras conducía de regreso a casa por paseo de la reforma, con las luces de la ciudad destellando como joyas a su alrededor, Juana encendió la radio. Una vieja canción de maná sonaba clavado en un bar.

Sonrió ante la ironía y subió el volumen. Su teléfono vibró con una notificación. Era un mensaje de Adriana. ¿Podemos hablar? Hay algo importante que necesito mostrarte. Juana detuvo el automóvil en un semáforo en rojo y contempló el mensaje. Durante sus encuentros posteriores había descubierto en Adriana a una mujer inteligente y determinada que, como ella, había sido víctima de las elaboradas mentiras de Luis.

Una alianza inesperada había surgido entre ambas, basada en el respeto mutuo y la comprensión compartida de haber amado al mismo hombre, aunque a versiones diferentes de él. Mañana 10 a, cafetería Artemisia en Roma Norte”, respondió Juana justo cuando el semáforo cambiaba a verde. Mientras aceleraba hacia el futuro, con la ciudad extendiéndose ante ella como un lienzo de posibilidades, Juana pensó en lo lejos que había llegado desde aquella mañana en que había descubierto la infidelidad de Luis.

El camino no había sido fácil, pero cada paso la había acercado más a una versión de sí misma que nunca hubiera imaginado. Más fuerte, más auténtica, más libre. Y esa quizás era la venganza más dulce de todas. M.