Hay un silencio particular que vive debajo de la música en el club Terciopelo. No es la ausencia de sonido, es algo más denso, más calculado. Es el silencio de los secretos que se intercambian con una mirada, del dinero que cambia de manos sin que nadie pronuncie una cifra, del poder que no necesita levantar la voz para hacerse sentir. Ese silencio es mi compañero cada noche, desde hace 3 años.

Me llamo Sofía Reyes y soy invisible. O al menos eso me he esforzado en ser. Detrás de esta barra de caoba pulida, con mi camisa blanca almidonada y mi chaleco negro, sirvo tragos a hombres que deciden el destino de esta ciudad con un apretón de manos. Sirvo champaña a mujeres cuyos diamantes valen más que todo lo que ganaré en mi vida.

Y mientras lo hago, mantengo los ojos bajos, la sonrisa discreta, las manos firmes, porque la invisibilidad no es debilidad. Es supervivencia. Esta noche ese silencio pesa diferente. La puerta principal se abre y algo cambia en el aire. No hay anuncio, no hay fanfarria, pero la multitud se separa como si un campo magnético invisible los empujara hacia los lados. Conversaciones se interrumpen a media frase. Las risas se apagan.

Incluso la música parece bajar de volumen, aunque sé que es solo mi percepción. Lorenzo Vega acaba de entrar. No necesito levantar la vista para saberlo. Los susurros lo confirman. El lobo Vega. No lo mires directamente, pero mi curiosidad es más fuerte que mi prudencia y levanto los ojos apenas un segundo.

Es más joven de lo que imaginaba, tal vez 40 años, aunque es difícil saberlo con certeza. tiene esa cualidad atemporal que tienen los hombres acostumbrados al poder, alto, sólido como una montaña, con un traje que probablemente cuesta lo mismo que mi alquiler de un año entero. Pero no es el traje lo que paraliza, son sus ojos, grises como el acero, fríos como el invierno, recorriendo el lugar con la calma de un depredador que sabe que todo le pertenece. Por una fracción de segundo, esos ojos se encuentran con los míos.

Bajo la mirada inmediatamente mi corazón martillando. Mis manos buscan algo que hacer y empiezo a pulir una copa que ya brilla. El movimiento automático me calma. No atraigas atención. No seas memorable. Sé el fantasma. Vega se dirige hacia el fondo del club donde lo espera una mesa reservada.

Un sequito de hombres de trajes oscuros lo sigue a dos pasos de distancia, pero él no se sienta con ellos. Se separa del grupo y camina directamente hacia mi barra. Cada paso resuena en mi cabeza como una cuenta regresiva. El espacio a mi alrededor se vacía. Los clientes que estaban aquí hace un segundo encuentran razones urgentes para estar en otro lugar. Quedo completamente sola en mi pequeña isla de madera y cristal. Se detiene frente a mí.

No dice nada de inmediato, solo me observa con esa intensidad que hace que todo lo demás desaparezca. Bodka dice finalmente. Su voz es grave, tranquila, pero tiene un peso que hace vibrar algo profundo en mi pecho. Grey Goose, solo sin hielo. Sí, señor, logro decir. Mi voz suena más firme de lo que esperaba.

Me doy vuelta hacia los estantes buscando la botella. Mis manos tiemblan ligeramente, pero logro controlarlas. Tomo el vaso adecuado, el cristal pesado que usamos para clientes importantes. Vierto la medida exacta. Dos dedos, ni más ni menos. Don Lorenzo, qué sorpresa tan grata. La voz de Mateo Cruz me hace saltar.

El subgerente del club aparece de la nada, deslizándose hacia el taburete junto a Vega con esa sonrisa oleosa que siempre me ha puesto nerviosa. Mateo es ambicioso, todos lo saben, demasiado ambicioso para su propio bien. Permítame invitarle esa copa dice Mateo. Su voz demasiado alta, demasiado entusiasta. Antes de que pueda reaccionar, Mateo se inclina sobre la barra y toma el vaso que acabo de preparar. lo coloca frente a Vega con un floreo exagerado.

“Pero no cualquier bodka, don Lorenzo”, continúa Mateo, bajando la voz como si compartiera un secreto íntimo. “Tengo algo especial para usted.” Saca una pequeña botella del bolsillo interior de su chaqueta. No tiene etiqueta. Es de vidrio oscuro, del tamaño de un frasco de perfume.

Mis instintos se disparan como alarmas de nuestro nuevo proveedor”, dice Mateo, desenroscando el tapón con dedos que tiemblan casi imperceptiblemente. La pureza más alta del mercado, solo para clientes muy especiales. Inclina la botella sobre el vaso de bodka. Una sola gota transparente cae y desaparece en el líquido sin dejar rastro.

El mundo se detiene, todo en mí grita. Reconozco esta escena porque la he visto antes, en otra vida, en otro bar, con otro hombre que pensó que era más inteligente de lo que era. Vi como mi padre se llevaba un vaso a los labios. Vi como sus ojos se abrieron con sorpresa primero, con comprensión después, con resignación al final.

Vi como sus socios sonreían mientras él se ahogaba en su propia sangre. Nunca te metas, Sofía. Me había dicho una vez, si ves algo, miras para otro lado, sobrevives. Pero mirar para otro lado no lo salvó. Y no voy a mirar para otro lado ahora. Mis manos se mueven antes de que mi cerebro termine de procesar la decisión.

Agarro una servilleta de cóctel y un bolígrafo. Mi caligrafía sale temblorosa, pero legible. Cinco palabras. Solo cinco palabras que pueden significar mi salvación o mi condena. Deslizo la servilleta sobre la barra. Se detiene justo al lado del vaso envenenado. No lo bebas. Sonríe y vete. Ahora me doy vuelta hacia el fregadero, fingiendo lavar algo, cualquier cosa.

Mi respiración es superficial. Mi corazón late tan fuerte que estoy segura de que pueden escucharlo. Cada segundo se estira como una eternidad. Y si crees que ya sabes cómo va a terminar esta noche, déjame decirte algo. No tienes idea. Lo que está a punto de pasar cambiará todo, así que quédate conmigo porque este es solo el comienzo.

El silencio detrás de mí es absoluto, tan denso que podría cortarlo con un cuchillo. Luego siento la mano, dedos fuertes se cierran alrededor de mi muñeca con una firmeza que no es violenta, pero es completamente inquebrantable. me jala hacia la barra clavando mi brazo contra la madera pulida. Jadeo y mi cabeza gira bruscamente. Lorenzo Vega me mira fijamente.

No hay furia en sus ojos. No hay sorpresa, hay algo mucho más aterrador. Curiosidad intensa, penetrante, como si pudiera ver directamente a través de todas mis capas de protección hasta llegar a lo que realmente soy. Su pulgar presiona contra mi pulso desbocado. El gesto es íntimo de una manera que hace que mi piel se erice.

¿Por qué? murmura su voz tan baja que solo yo puedo escucharla. ¿Haría eso? No tengo respuesta. Mi garganta está cerrada. Don Lorenzo. La voz de Mateo suena nerviosa ahora. ¿Hay algún problema? La copa está. Vete. Una sola palabra, suave como tercio pelo, filosa como una navaja. Veo por el rabillo del ojo como la cara de Mateo palidece. Balbucea algo incoherente.

Uno de los hombres del séquito de Vega da un paso adelante, una montaña de músculo con una cicatriz que le cruza la ceja. Mateo prácticamente huye desapareciendo entre la multitud. Estamos solos. Bueno, tan solos como se puede estar en un club lleno de gente que finge no estar prestando atención, pero que no pierde detalle. Tu nombre, dice Vega. No es una pregunta, es una orden. Sofía susurro.

Sofía. Prueba mi nombre como si fuera vino, evaluando su sabor. Sofía, que trabaja en este bar hace 3 años. Sofía, que es tan invisible que ni siquiera los guardias de seguridad recordarían su cara. Sofía, que acaba de arriesgar su vida por un completo extraño. Su pulgar acaricia mi muñeca una vez. El gesto me eriza completamente.

Así que te pregunto de nuevo, Sofía, que es invisible. ¿Por qué trago saliva? La botella. Él estaba nervioso, sudando, aunque el aire acondicionado está al máximo. Sus manos temblaban. interceptó tu bebida para darte esa. Es vailo. Es algo que he visto antes. Ambas cejas se levantan ligeramente. ¿Has visto antes? Dije demasiado.

Mi padre tenía negocios complicados. Aprendí a observar. Tu padre está muerto. Sus socios se aseguraron de eso. Algo cambia en su expresión. No es simpatía exactamente, pero tal vez comprensión. Finalmente suelta mi muñeca. La piel donde sus dedos estuvieron se siente fría, marcada por el fantasma de su toque.

Toma tus cosas, dice poniéndose de pie. ¿Vienes conmigo? ¿Qué? No puedo, simplemente tu turno acaba de terminar permanentemente. Ya no trabajas aquí. Su tono no admite discusión. Tienes 2 minutos. Si no estás en la puerta de servicio para entonces, mis hombres vendrán a buscarte. Preferiría que vinieras por voluntad propia.

No es una amenaza, es un hecho. Y en sus ojos grises leo la verdad. Correr sería el peor error que podría cometer. Asiento con la cabeza. Muda. Me dirijo hacia el vestuario con piernas que apenas me sostienen. Otras camareras me miran con una mezcla de terror y curiosidad mórbida. Nadie pregunta, nadie se atreve. Tomo mi bolso del casillero.

Todo lo que poseo que importa cabe en esta bolsa de cuero gastado. Mi billetera, mi teléfono, algunas fotos, una libreta con números de emergencia que nunca he usado. Es deprimente lo poco que se necesita para contener una vida entera. La puerta de servicio se abre a un callejón oscuro que huele a basura y humedad. Está lloviendo ligeramente.

Una llovizna fría que empapa Buenos Aires en esta época del año. Un Rolls-Royce negro espera con el motor encendido. La puerta trasera se abre automáticamente. Lorenzo Vega está sentado adentro, su rostro iluminado por la luz suave del interior. Entra, Sofía. No tengo opción. Subo al auto y la puerta se cierra detrás de mí con un clic definitivo que suena como el cierre de un ataud.

El interior huele a cuero caro y algo más, algo masculino y especiado que debe ser su colonia. Hay tanta distancia entre los asientos que podríamos ser extraños compartiendo un taxi, pero se siente más pequeño que una celda. El auto se desliza suavemente hacia el tráfico de la madrugada porteña. ¿A dónde me llevas? Mi voz suena pequeña en este espacio tan grande, a un lugar seguro.

Ya te dije lo que vi. Eso es todo. Eso me interrumpe sin levantar la voz. Es solo el principio de lo que sabes. Reconociste los signos de un envenenamiento. Actuaste para salvarlo. No eres quien pretendes ser, Sofía Reyes. Y voy a averiguar exactamente quién eres en realidad. Miro por la ventana tintada. Las luces de Buenos Aires se desdibujan en la llovisna.

Estamos dejando atrás Santelmo, dirigiéndonos hacia el norte, hacia Puerto Madero, donde viven los que pueden permitirse vistas al Río de la Plata. Mi padre importaba cosas, digo finalmente, decidiendo que un fragmento de verdad es más seguro que una mentira completa. Tenía socios del tipo que no aparecen en registros oficiales. Crecí viendo cómo hacían negocios. Aprendí a leer señales.

El apretón de manos demasiado fuerte, la sonrisa que no llega a los ojos, la copa que alguien ofrece, pero no ordenó. Mateo mostraba todas las señales, pupilas dilatadas, sudor frío, demasiado ansioso por agradar. Estaba actuando y estaba actuando mal. Vega me observa en silencio. Y tu padre está muerto porque no pudo leer esas señales a tiempo.

Mi padre está muerto porque confió en las personas equivocadas. Entonces, ¿entiendes cómo funciona este mundo. La lealtad es moneda. La traición es el impuesto que todos pagamos. No respondo porque tiene razón. El auto desciende a un garaje subterráneo de un edificio de vidrio y acero que se eleva hacia el cielo nocturno.

La puerta se cierra detrás de nosotros con un sonido de finitud que me hace estremecer. El hombre de la cicatriz que he deducido se llama Raúl por cómo Vega se dirige a él sale primero y escanea el área antes de abrirnos la puerta. Todo es protocolo militar. Todo es preciso.

El elevador requiere tarjeta de acceso y escaneo de huella digital. Ascendemos en silencio hasta el piso superior. Cuando las puertas se abren, contengo el aliento. El pentenhouse es impresionante de una manera fría y minimalista. Toda la pared del fondo es vidrio del piso al techo, ofreciendo una vista panorámica de la ciudad iluminada y el río negro más allá.

El interior es puro diseño contemporáneo. Pisos de concreto pulido, muebles de cuero en tonos oscuros, paredes blancas desnudas, excepto por dos o tres piezas de arte abstracto que probablemente cuestan más que mi educación universitaria completa. Es hermoso, es sofisticado y es completamente carente de calidez humana.

Te quedarás aquí esta noche”, dice Vega, quitándose la chaqueta del traje y colocándola cuidadosamente sobre el respaldo de una silla. Se mueve hacia un bar integrado en la pared y se sirve dos dedos de whisky en un vaso de cristal. No me ofrece. Raúl permanecerá en el pasillo. No intentes salir. No intentes llamar a nadie. Este apartamento es una caja fuerte. Nadie entra o sale sin mi permiso. No puedes mantenerme prisionera.

Las palabras salen antes de que pueda detenerlas. Se gira lentamente el vaso en su mano. Prisionera, no Sofía, eres mi invitada. Una invitada que está bajo mi protección porque ahora mismo es la única persona viva que puede identificar al hombre que intentó asesinarme. El peso de esas palabras me golpea. La única.

Mateo Cruz fue encontrado muerto en su apartamento hace 40 minutos. Aparente suicidio, pastillas y alcohol. Toma un sorbo de su whisky. Pero ambos sabemos que no fue suicidio, ¿verdad? La habitación da vueltas. Muerto. Quien sea que lo contrató no deja cabos sueltos. Lo silenciaron antes de que pudiera hablar conmigo, lo cual significa que son profesionales y significa que tú, Sofía Reyes, eres ahora un cabo suelto muy valioso. El aire se me escapa de los pulmones.

Entonces, estoy en peligro. Estabas en peligro en el momento en que deslizaste esa nota. Me vieron agarrarte. Me vieron traerte aquí. Si son competentes y todo indica que lo son, ya saben tu nombre completo. ¿Dónde vives? ¿Dónde naciste? ¿Cuánto dinero tienes en el banco? ¿Quiénes son tus amigos? Deja el vaso vacío sobre la barra. Por eso estás aquí.

No porque seas mi prisionera, sino porque fuera de estas paredes estarías muerta antes del amanecer. Mis piernas ceden y me dejo caer en el sofá de cuero. Es suave, caro y se siente como sentarse en la silla de un dentista. ¿Por cuánto tiempo? Hasta que encuentre a quien ordenó esto, hasta que neutralice la amenaza.

Se acerca y se sienta en la silla frente a mí, inclinándose hacia delante con los codos en las rodillas. Y para hacer eso, necesito que me digas todo lo que recuerdas de esta noche, cada detalle. Cada rostro, cada conversación que escuchaste, tu mente es la única pista que tengo. Entonces, no soy una invitada, soy evidencia, un testigo que necesita ser protegido porque soy útil. Hay una habitación de huéspedes por el pasillo a la derecha, dice poniéndose de pie.

Tiene baño privado. Encontrarás todo lo que necesitas. Descansa. Hablaremos más en la mañana. Y si no recuerdo nada útil, se detiene en el umbral de lo que asumo es su habitación. Me mira por encima del hombro. Entonces, ambos tenemos un problema, pero algo me dice, Sofía, que ves mucho más de lo que aparentas.

La puerta se cierra detrás de él y quedó sola en este vasto espacio de lujo y silencio. Me dirijo a la habitación de huéspedes. Es tan impersonal como el resto del lugar. Kama king size con sábanas blancas impecables. Baño de mármol que es más grande que mi habitación anterior, un vestidor vacío, excepto por una bata de felpa blanca.

Me siento en el borde de la cama, todavía con mi bolso colgando del hombro. No puedo quitarme la sensación de que si lo suelto, si me instalo, aunque sea un poco, estoy aceptando esta nueva realidad. Mateo está muerto. Alguien lo mató para silenciarlo y ese mismo alguien sabe quién soy yo. Saco mi teléfono sin señal. Por supuesto.

Vega probablemente tiene bloqueadores o algo así. Pienso en mi amiga Lucía. Teníamos planes para el branch del domingo. Va a preocuparse cuando no aparezca. Va a llamar. va a mandar mensajes y no voy a poder responder. Mi apartamento, mi pequeño destartalado, pero mío apartamento en Boedo con mis libros, mis plantas que probablemente ya están muertas, mi vida, todo desapareció en el espacio de una nota de cinco palabras.

Me acuesto finalmente sin siquiera quitarme los zapatos y miro el techo. No duermo. No creo que pueda dormir nunca más. Afuera la ciudad sigue su curso, ajena al hecho de que mi mundo acaba de implosionar. Y en algún lugar ahí fuera alguien está planeando su próximo movimiento. Alguien que quiere ver muerto a Lorenzo Vega y que ahora probablemente también me quiere muerta a mí. El amanecer llega sin que yo haya dormido.

Escucho movimiento en el penthouse. Voces bajas, pasos controlados. Me ducho y salgo a encontrar que alguien ha dejado ropa doblada en la silla de mi habitación. Jeins oscuros de mi talla exacta, un suéter de cachemira suave. Ropa interior nueva, aún con etiquetas. La precisión es inquietante.

¿Cómo saben mi talla? ¿Cuántos saben de mí? Cuando salgo, Vega está en la mesa del comedor con una tablet ya vestido impecablemente a pesar de la hora temprana. Hay café, frutas, pan recién horneado. Mi estómago gruñe a pesar de todo. Siéntate, dice sin levantar la vista. Obedezco. Me sirvo café solo porque necesito algo que hacer con las manos.

Anoche, después de que te fuiste, mi gente revisó las cámaras de seguridad del club. Comienza todavía concentrado en su tablet. Encontramos imágenes interesantes. Mateo llegó nervioso, pero antes de acercarse a mí recibió algo. Desliza la tablet hacia mí. En la pantalla, un video en blanco y negro muestra el área cerca de los baños del club. Un hombre con sobre todo gris, sombrero bajo, se acerca a Mateo.

Le entrega un sobre. La conversación dura menos de 30 segundos. El hombre del sobre todo, digo, mi pulso acelerándose. Lo vi, pero no claramente. Mira sus manos. Vega amplía la imagen. Está granulada, pixelada, pero cuando el hombre saca la mano del bolsillo para entregar el sobre, algo brilla en su dedo. Meñique. Un anillo.

¿Puedes describirlo? Entreciierro los ojos concentrándome plateado, con una piedra oscura, tal vez onx. Y había algo grabado. Hago memoria forzando mi cerebro a recuperar ese destello fugaz. Un símbolo, como un pájaro con alas extendidas, un halcón. Vega se queda completamente inmóvil. ¿Estás segura? La luz lo capturó por un segundo cuando movió la mano.

Es un detalle extraño para recordar, pero sí, estoy segura. Silas Halcón, dice en voz baja, más para sí mismo que para mí. Claro, tiene sentido. ¿Quién es un fantasma? Un facilitador. No trabaja para nadie específicamente. Conecta gente, organiza transacciones complejas. Si Alcón entregó el pago a Mateo, significa que el ataque vino de fuera de mi organización.

Alguien con recursos considerables contrató a un profesional. Se pone de pie y camina hacia la ventana, sus manos en los bolsillos. Esto no es un golpe interno simple, es algo más grande. La puerta del elevador se abre y entra un hombre de mediana edad con cabello oscuro y expresión seria.

Lleva una tablet y la tensión en sus hombros es palpable. Franco Vega lo saluda con un gesto. Sofía, él es Franco Delgado. Mi mano derecha. Franco me evalúa con una mirada que no es hostil, pero tampoco amigable. Soy una variable desconocida en su ecuación. Tenemos un problema, dice Franco. Sin preámbulos.

Hice una auditoría de rutina después de lo de anoche. Encontré irregularidades financieras, pagos pequeños recurrentes a una empresa de seguridad que no existe. ¿Desde cuándo? 6 meses. Las credenciales de autorización pertenecen a Antonio Richi. El nombre cuelga en el aire como una sentencia de muerte. Vega cierra los ojos brevemente, el único signo de emoción que muestra Antonio, repite, 15 años conmigo. Lo siento, Lorenzo.

Vega se gira hacia Franco. Muéstrame. Franco coloca la tablet en la mesa. Veo filas de transacciones con descripciones corporativas anodinas. Servicios de consultoría estratégica. Análisis de riesgo operacional. Asesoramiento en seguridad empresarial. ¿Puedo ver? Pregunto antes de poder detenerme. Vega me mira sorprendido, pero empuja la tablet hacia mí.

Leo las descripciones cuidadosamente. Algo no encaja. El español está mal. Digo finalmente. La gramática es técnicamente correcta, pero las construcciones son torpes. Prestación de servicios de consultoría proporcionados. Es redundante. Un nativo no escribiría así. está copiando frases de facturas reales, pero sin entender completamente la estructura.

Franco me mira con nueva atención. Nuestros contadores no notaron eso en 6 meses. Antonio tiene un primo que llegó de Italia hace un año. Dice Vega lentamente. Marco trabaja en la sala de correo. Su español es básico. Las piezas encajan. Tendría acceso a documentos reales. Digo, podría copiar el formato, pero no la fluidez del idioma. Trae a Antonio, ordena Vega. Su voz es calmada, pero hay acero debajo.

Dile que necesito su opinión sobre la expansión europea. Nada más quiero en esta sala en una hora. Franco asiente y se va. Tú, Vega, me mira. Estarás en el estudio, escucharás, me dirás simiente. ¿Cómo sabré? Lo sabrás. Una hora después estoy escondida en el estudio oscuro con la puerta apenas entreabierta.

Desde aquí puedo ver un fragmento de la sala de estar. Vega está sentado casualmente revisando papeles. Pero conozco la verdad de lo que está a punto de pasar. El elevador se abre. Antonio Richi entra con una sonrisa cansada. Es un hombre de unos 50 años con entradas pronunciadas y un traje que ha visto días mejores. Parece un contador de clase media, un buen hombre, un hombre leal. Lorenzo, me alegra verte.

Los documentos de Milán están casi listos. Solo necesito que Siéntate, Antonio. Algo en el tono hace que Antonio se detenga. Se sienta lentamente en el sofá. Hay una discrepancia en los libros, dice Vega, su voz perfectamente modulada. Pagos a una empresa de seguridad. Las credenciales de autorización son tuyas.

Mías, Antonio parpadea. Eso es imposible. Debe ser un error del sistema. La empresa no existe. Las descripciones de las facturas están mal escritas, como si las hubiera escrito alguien que no domina completamente el español. Pausa como tu primo Marco. El cambio es instantáneo. Los hombros de Antonio se tensan.

Sus manos, que estaban relajadas se cierran en puños sobre sus muslos. Marco no tiene nada que ver con esto. Dice demasiado rápido. No te estoy preguntando por Marco, dice Vega suavemente. Te estoy preguntando por ti. El silencio se estira. Veo como Antonio lucha internamente, como su rostro pasa por una docena de emociones en segundos.

Era solo un poco de dinero, susurra finalmente. Para los tratamientos de mi hija, el seguro no los cubre y son muy caros. Y yo, ¿cuánto tiempo, Antonio? Se meses. Las palabras salen como una confesión. Solo tomaba un poco cada mes. Iba a devolverlo, lo juro. Y Sergio, el nombre es una bala. ¿Cuándo se enteró? Antonio palidece.

¿Cómo? ¿Cuándo? Hace tres meses. Me encontró. Dijo que sabía lo del dinero, que podía arruinarme, destruir a mi familia, a menos que se quiebra. A menos que le diera información. Solo pequeñas cosas. Dijo. Tu agenda. Rotaciones de seguridad. dijo que era para política interna, para negociaciones. Nunca dijo, Nunca pensé que intentarían matarte, Lorenzo. Lo juro por la vida de mi hija.

Vega se pone de pie, camina hacia la ventana, su espalda hacia Antonio. El silencio es más terrible que cualquier grito. ¿Dónde está Sergio ahora? No lo sé. desapareció después de esa noche. Dijo que si algo salía mal, tenía un plan de contingencia. Antonio soyoza abiertamente ahora.

Dijo que te habías vuelto blando, que el lobo había perdido sus colmillos. Vega se gira, cruza la habitación y se arrodilla frente a Antonio, mirándolo directamente a los ojos. Tienes una hija que te necesita, dice su voz sorprendentemente gentil. Franco te llevará a un lugar seguro. Escribirás todo lo que le diste a Sergio.

Cada fecha, cada conversación, cada detalle. Si tu información me lleva a él, tu hija conservará a su padre. ¿Entiendes? Antonio asiente, incapaz de hablar, lágrimas corriendo por sus mejillas. Franco aparece como si hubiera estado esperando la señal. Ayuda a Antonio a levantarse y lo guía hacia el elevador. Cuando se van, salgo del estudio.

Vega sigue de pie en el mismo lugar, mirando la vista de la ciudad. Le diste misericordia, digo suavemente. Le di una oportunidad. Hay una diferencia. No me mira. Los niños no deberían pagar por los errores de sus padres. Es una lección que aprendí muy joven. Me acerco lentamente. Tu padre. Era un hombre brutal.

Creía que el poder se mantenía solo con miedo. Mi madre, ella pensaba que el amor podía cambiarlo, no pudo. Finalmente me mira. Este mundo devora a los románticos, Sofía. Por eso siempre los he evitado. El aire entre nosotros cambia. Se carga con algo eléctrico. Necesitas descansar, dice, pero no se mueve. No estoy cansada. mentirosa.

Hay algo casi como una sonrisa en sus labios. Explora si quieres. La biblioteca está por ese pasillo. Tal vez encuentres algo que te distraiga. La biblioteca es una revelación. Dos pisos de altura con escalera de caracol de hierro forjado. Las paredes están completamente cubiertas de libros. Libros reales con lomos de cuero gastado que huelen a papel viejo y sabiduría acumulada.

Es la primera cosa en todo este penhouse que se siente viva. Paso los dedos por los lomos mientras camino. Borges, Cortazar, García Márquez, filosofía alemana, historia romana y poesía, mucha poesía. Subo la escalera de Caracol. En el segundo nivel hay un escritorio pequeño con una lámpara de lectura y un sillón de cuero desgastado. Y en el escritorio, como si me estuviera esperando, hay un libro de sonetos.

Lo recojo. Es viejo. Las páginas amarillentas. Benedetti. El libro se abre en una página específica, El lomo quebrado por lecturas repetidas. Hay un poema marcado con lápiz suave. Cuando te beso, cuando te beso. Cierro el libro rápidamente. Mi corazón haciendo algo extraño en mi pecho. Esto es privado. Es una ventana a algo que Lorenzo Vega no muestra al mundo.

El hombre brutal que ordena ejecuciones lee poesía de amor en secreto. Lo encontraste. Su voz me hace saltar. Está al pie de la escalera, mirando hacia arriba. Lo siento, yo no debería. Era de mi madre. Sube la escalera lentamente. Era poeta, no muy buena, pero amaba las palabras. Creía que podían salvar almas. Se detiene a un metro de mí. En este espacio pequeño, su presencia es abrumadora.

¿Y tú? Pregunto, ¿crees que las palabras pueden salvar? Creo que las palabras son lo único que tenemos para darle sentido al caos. Toma el libro de mis manos. Sus dedos rozan los míos. Por eso te entiendo, Sofía. Tú también buscas sentido. Por eso observas. Por eso recuerdas detalles que otros olvidan.

No somos tan diferentes, digo, antes de poder detenerme. No se acerca un paso. No lo somos. Ambos sobrevivimos viendo lo que otros no ven. Ambos sabemos que un detalle perdido puede significar la muerte. El aire está espeso, cargado. Esto es peligroso, susurro. Muy peligroso. Pero su mano sube para rozar mi mejilla.

El toque es ligero, casi reverente. Por eso deberías alejarte. No puedo. Y es la verdad. No quiero. Algo se rompe en su expresión. La máscara cae y luego su boca está en la mía. No es gentil, es hambre contenida liberándose. Es meses, tal vez años de soledad encontrando eco en otra soledad.

Sus manos enmarcan mi rostro y yo me aferro a su camisa, tirando de él más cerca. El libro de sonetos cae al suelo con un golpe sordo que ninguno de nosotros nota. Me guía hacia atrás hasta que mi espalda toca el escritorio. Papeles se dispersan. No importa. Nada importa, excepto esto. El calor de su boca, la solidez de su cuerpo contra el mío, la forma en que mis manos encuentran su cabello y lo atraen más cerca.

Sofía dice contra mis labios, mi nombre maldición. Si no paras ahora, no pares. Las palabras salen sin pensarlas. Por favor, no pares. Y no lo hace. Después, acostados en el sofá de cuero del estudio al que nos movimos en algún momento, con una manta que alguien dejó sobre el respaldo cubriéndonos, el mundo exterior regresa lentamente.

Eso fue empiezo. Un error, termina él, pero su brazo alrededor de mí se aprieta contradiciéndose. ¿Te arrepientes? ¿Debería? Gira su cabeza para mirarme. Pero no. ¿Y tú no? Nos quedamos en silencio. Afuera la ciudad sigue su curso. Adentro algo ha cambiado irrevocablemente entre nosotros.

Hay una gala mañana, dice finalmente en el Museo Nacional, políticos, empresarios. Alcón frecuenta esos eventos, es donde hace sus contactos. Me incorporo ligeramente. ¿Y qué tiene que ver conmigo? Necesito que vengas conmigo como mis ojos. Su mano acaricia mi brazo distraídamente. Alcón estará allí y cuando aparezca tú lo reconocerás.

Tal vez alguien que conoces necesita escuchar una historia como esta, una sobre decisiones que cambian todo, sobre precios ocultos que pagamos. Si es así, compártela ahora mismo y suscríbete a El precio del poder para más historias que nos recuerdan que todo tiene un costo. La noche de la gala llegó a estar más nerviosa de lo que he estado en años.

Una mujer llamada señora Petrova apareció durante el día con maletas llenas de opciones. Terminé con un vestido verde esmeralda que se ajusta como si hubiera sido hecho para mí, porque probablemente lo fue. Cuando salgo de la habitación, Vega espera en Smoking. Se ve devastador, peligroso de una manera diferente.

Sus ojos me recorren y veo algo oscurecerse en ellos. hermosa, dice simplemente. En mi muñeca coloca una pulsera platino con un diamante negro en forma de lágrima. Es elegante, cara, y se siente como un collar, una marca que dice, “Mía, no protesto.” El museo resplandece de luces y lujo cuando llegamos. Limusinas descargan a la élite de Buenos Aires.

Fotógrafos capturan a cada invitado importante. Vega me ofrece su brazo. Esta noche eres la mujer más importante en esta sala porque eres mis ojos. No lo olvides. Entramos juntos y las conversaciones se detienen. Las miradas nos siguen, algunas con curiosidad, otras con miedo mal disimulado. El salón principal es impresionante.

Techos abovedados con frescos del siglo XIX. Candelabros de cristal que proyectan luz dorada. El poder está tan concentrado aquí que casi puedes probarlo. Circulamos. Vega saluda a socios. a políticos. Yo permanezco a su lado sonriendo educadamente, diciendo poco, pero observando todo y entonces lo veo.

Al principio es solo un rostro familiar, un hombre delgado con traje gris oscuro. Lo he visto antes en el club cerca de Mateo. Aprieto el brazo de Vega ligeramente. Se inclina hacia mí, su mejilla rozando mi cabello en lo que parece un gesto íntimo. Dos en punto traje gris. Estaba en el club la noche del atentado.

Javier Soto, murmura Vega. Si él está aquí, Alcón también. Seguimos moviéndonos, pero ahora hay urgencia. Vega me guía sutilmente usando la multitud como cobertura, acercándonos en espiral. Y entonces lo veo. Un hombre alto, cabello gris acero, perfectamente peinado, traje impecable.

Y en su mano derecha, mientras sostiene una copa de champagne, brilla un anillo de plata con piedra negra. El halcón grabado apenas visible bajo las luces. Silas halcón. Está conversando con alguien, un hombre que reconozco de las noticias. Alejandro Mendoza, el concejal que ha hecho su carrera política atacando al crimen organizado.

El mismo que ha pedido públicamente la cabeza de Lorenzo Vega. Lorenzo, susurro. 10 en punto, cerca de la galería de esculturas. Es alcón y está hablando con Mendoza. Vega se queda perfectamente inmóvil por un segundo. Luego me guía hacia una columna desde donde podemos ver sin ser obvios. Las voces nos llegan en fragmentos. Los términos son aceptables, dice Mendoza. su voz tensa.

Pero cuando Vega caiga, necesito garantías de que todo será limpio. Interrumpe Alcón con voz suave y culta. Sergio entiende la importancia de la estabilidad. Usted tendrá su ciudad limpia, concejal, y él tendrá lo que le corresponde. Y Vega Alcón sonríe. Es una sonrisa fría, calculada. Vega será historia. Pronto.

Las piezas encajan con claridad aterradora. Esto no es solo un golpe interno, es una conspiración entre el crimen y la política. Sergio obtiene el poder. Mendoza obtiene legitimidad política y control. Alcón obtiene su comisión y Lorenzo obtiene una bala. Esta no es la reunión real, susurro. El lenguaje corporal de Mendoza está incómodo.

Sigue mirando alrededor. No firmaría nada aquí con testigos. Esto es solo coordinación. preliminar. Vega me mira con algo como admiración. ¿Dónde será la reunión real? No lo sé, pero pronto Alcón sigue mirando su reloj. Está en cronograma. La conversación termina. Mendoza se excusa y desaparece en la multitud.

Halcón se queda un momento más tomando su champañ, increíblemente sus ojos encuentran los míos. Es solo una fracción de segundo, pero en ese instante sé que me ha visto, me ha identificado, me ha catalogado como amenaza, sonríe. Una pequeña inclinación de cabeza como si dijera, “Te veo.” Luego se da vuelta y se aleja con calma absoluta. Nos identificó. Digo, mi voz tensa. Lo sé. Vega, toma mi mano. Vamos, ahora.

Salimos de la gala sin correr, pero sin detenernos. En el auto, Vega ya está llamando a Franco. Quiero vigilancia en Mendoza y Halcón. 247 y encuentra dónde está Sergio. Antonio dijo que tenía un plan de contingencia. Encuéntralo ahora. Cuelga y me mira. Esta noche probaste que eres más que testigo. Eres clave. ¿Para qué? Para terminar esto.

Su mano encuentra la mía. Juntos. Los siguientes días son un torbellino. Franco y su equipo siguen cada pista. La información de Antonio llevó a un hombre, Esteban Ruiz, operador del puerto con conexiones a Sergio. Tiene un almacén en Puerto Madero dice Franco una noche alejado. Pocas cámaras. Sergio podría estar escondiéndose allí.

Vega asiente. Iremos esta noche. Equipo pequeño. No digo inmediatamente. Es una trampa. Posiblemente. Entonces, no vayas. Se gira hacia mí. Si hay posibilidad de que Sergio esté allí, tengo que ir. Es mi única oportunidad de terminar esto. Y si te matan, entonces muero. Lo dice con tal naturalidad que me hiela, pero no sin pelear.

Lorenzo, tú te quedas aquí con Raúl y dos hombres más. El pentenhouse está asegurado. No voy a esconderme mientras tú. Si lo harás. Su voz es acero. No te traje hasta aquí para perderte en una emboscada. Esto es mi guerra, no la tuya. Te amo. Las palabras salen antes de poder detenerlas. Crudas, honestas, aterradoras. Se queda inmóvil.

¿Qué? Te amo. No sé cuándo pasó, pero es verdad. Me acerco a él. Así que no puedes pedirme que me quede aquí sin hacer nada mientras vas a lo que podría ser tu muerte. Por un largo momento no dice nada. Luego su mano toma mi rostro con una ternura que contrasta brutalmente con todo lo que es. Y yo a ti, dice en voz baja, por eso debes quedarte a salvo.

Si algo me pasa, Franco tiene instrucciones. Te sacará del país. Nueva identidad, dinero suficiente para empezar de nuevo. No quiero una nueva identidad. Te quiero a ti y me tendrás. Cuando vuelva me besa. Es suave, prometedor, confía en mí y se va. Las horas siguientes son tortura. Me siento en la sala mirando las luces de la ciudad, el teléfono en mi mano, aunque no tengo a quien llamar.

Medianoche, una de la madrugada, dos. Y entonces, a las 2:47 a elevador se abre. Vega sale primero vivo, pero golpeado. Tiene un corte sobre la ceja, sangre en la camisa, cojea ligeramente. Detrás de él vienen Franco y dos hombres arrastrando a alguien entre ellos. Un hombre con el rostro ensangrentado y ojos llenos de terror.

Sergio, lo conseguimos dice Vega. Su voz ronca. Pero Franco tiene razón. Era una trampa. Perdimos un nombre. Me muevo hacia él sin pensar. Mis manos alcanzan su rostro inspeccionando el corte. Estás herido. Estaré bien, pero no se aleja de mi toque. Franco y los hombres llevan a Sergio al estudio. La puerta se cierra. Déjame limpiar eso digo en su baño.

Lo hago sentar mientras busco el botiquín. Limpio la herida con cuidado. Es superficial, pero sangrará mucho si no se trata. Creí que podrías no volver, susurro mientras aplico antiséptico. Yo también. Sus manos encuentran mi cintura. Sergio luchó como animal acorralado. Sabía que no habría misericordia.

Y ahora, ahora canta o muere lento su elección. Debería horrorizarme, pero ya no. He visto demasiado. Entiendo demasiado. Y después de Sergio, ¿qué? Alcón. Sus ojos encuentran los míos. Y cuando lo encontremos, esto termina, todo termina. Y nosotros, nosotros, sus manos aprietan mi cintura. Nosotros apenas estamos comenzando. Me atrae hacia él y nos quedamos así en el baño de mármol, mientras afuera Sergio empieza a confesar sus secretos y la noche se acerca a su fin.

Porque en este mundo todo poder tiene un precio. Y esta noche, mientras el amanecer se acerca sobre Buenos Aires, ese precio finalmente está siendo cobrado.