“LA DEUDA DE UNA CANASTA DE CAMOTES” — LA HISTORIA DE UNA MADRE POBRE Y UNA CUÑADA SIN CORAZÓN


1. Los años de paz antes de la tormenta

Antes, nuestra familia vivía feliz y tranquila.
Mi padre era maestro en una escuela primaria, amable y dedicado a su trabajo. Mi madre vendía en el mercado—siempre ocupada, pero con una sonrisa constante. Nuestra pequeña casa, aunque humilde, estaba llena de risas y amor.

Cada tarde, mi padre se sentaba bajo la casa a remendar una canasta de bambú rota, mientras mi madre cocinaba camotes hervidos. El dulce aroma llenaba todo el patio. Mi hermano y yo esperábamos ansiosos, estudiando mientras escuchábamos la voz de papá leyendo el periódico y la risa suave de mamá.
Era una vida sencilla, tranquila y feliz… hasta que llegó la enfermedad que lo destruyó todo.


2. Cuando la felicidad cayó al abismo

Un día, papá enfermó gravemente. Pasó años postrado, sin poder levantarse. Poco a poco se agotaron nuestros ahorros, la tierra, y hasta el pequeño campo que teníamos—todo vendido por mamá para pagar los tratamientos.
Incluso pidió préstamos, pero nunca perdió la esperanza.

Al tercer año, papá murió. Ya no teníamos casa ni tierra.
Mamá quedó viuda, sin rumbo, con dos hijos hambrientos y sin refugio.

Después del entierro, no quedaba casi nada para comer.
Una tarde, al ver que solo quedaba media taza de arroz, mamá decidió ir a la casa del hermano mayor de papá a pedir prestado—aunque fuera un poco de dinero para prepararnos algo.


3. El precio de una canasta de camotes

Cuando mamá llegó, mi tío no estaba. Quien la recibió fue mi tía—una mujer conocida por su orgullo y desprecio hacia los pobres.
Al oír el ruego de mamá, sonrió con crueldad:

—No tengo dinero. Pero si quieres llevar algo de comer para tus hijos… puedo encargarte algo.

Mamá tembló.
—¿Qué cosa, hermana?

Mi tía señaló a su perro, que yacía en un rincón, rascándose sin parar.

—Quítale todas las pulgas a mi perro. Límpiale bien el pelaje. Cuando termines, te daré una canasta de camotes.

Mamá se quedó muda.
Pero al vernos a los dos, flacos y hambrientos, apretó nuestras manos y asintió.

Pasó todo el día bajo el sol, arrancando pulgas una por una con los dedos temblorosos. Su sudor se mezclaba con lágrimas.
Cuando terminó, mi tía le arrojó la canasta de camotes y cerró la puerta sin decir palabra.

Nosotros la esperamos emocionados mientras los camotes hervían.
El vapor olía dulce. Pero antes de probarlos, llegó corriendo la sirvienta de mi tía, jadeando, y arrebató la canasta.

—Dijo la señora que al perro le quedó una pulga. ¡El trabajo no está pagado!

Nadie habló. Mamá nos abrazó y fue la primera vez que lloró con todo el dolor—un llanto de vergüenza, cansancio y dignidad herida.


4. Quince años de sacrificio y el milagro de la fortaleza

Desde aquel día, mamá juró no volver nunca a esa casa.
Trabajó en lo que fuera: pescando, atrapando camarones, lavando platos, cargando sacos de arena.
Pasaron quince años de sudor, hambre y lucha. Sus manos se volvieron ásperas, su cabello se volvió blanco.
Pero gracias a ella, terminamos los estudios y construimos una pequeña casa en la ciudad.

Nos llevamos a mamá con nosotros para cuidarla en su vejez.
Pensamos que allí terminarían todas las lágrimas.


5. El regreso del pasado

Una tarde, alguien tocó la puerta.
Al abrir, apenas reconocí a mi tía. Estaba flaca, los ojos hinchados de tanto llorar.

—Sobrinos… su tío está enfermo. No tenemos dinero, vendimos todo. Nuestros hijos no trabajan. No tenemos qué comer… por favor, ayúdennos.

Mamá la miró en silencio.
Después de un rato, entró en la cocina, tomó una bolsa con camotes hervidos y se la entregó.

—Llévala. Es para tu hermano. Son de mi huerto. Son dulces, no los desperdicies.

Mi tía no dijo nada, solo asintió y se fue con la bolsa en las manos.

Horas después, sonó el teléfono. Era ella, llorando al otro lado.

—Hermana… ¡hay mucho dinero dentro de la bolsa de camotes! ¿Tú me lo diste?

Mamá sonrió levemente y respondió:

—No. Eso es el pago de tu deuda… por la canasta de camotes de hace quince años.

Del otro lado solo se oyó un llanto suave:

—Perdóname, hermana… el cielo ya me está castigando.


6. La lección de la historia

Esta sencilla pero poderosa historia nos recuerda la ley del karma y la fuerza del corazón de una madre.
Aquella mujer que fue humillada nunca buscó venganza. Escogió trabajar con dignidad, criar a sus hijos con amor y enseñarles la bondad en lugar del odio.
Y cuando el destino puso de rodillas a quien la había despreciado, ella respondió con perdón y compasión.

El verdadero triunfo de una persona no se mide en dinero ni en bienes, sino en humildad, bondad y fortaleza interior—virtudes que heredamos de nuestra madre, la mujer que una vez defendió su dignidad por una simple canasta de camotes.