“MAMÁ, NO VENGAS A MI BODA… ERES DEMASIADO POBRE, ME AVERGÜENZAS”
La señora Lành vivía en un humilde pueblo rural. Aquella mujer curtida por la vida se había consumido con los años. Sus manos ásperas por el trabajo del campo, su espalda encorvada tras más de treinta años como madre soltera, criando sola a su único hijo. La casa de barro con techo de palma era su “hogar”, el único que construyó con lágrimas y sudor.
Su hijo — Hưng — era el mayor orgullo de su vida. Estudioso, logró ingresar a la universidad en la ciudad y más tarde consiguió trabajo en una gran empresa. El día que Hưng le anunció que iba a casarse, la señora Lành no pudo contener las lágrimas. Se imaginaba vestida con su túnica tradicional, con un pañuelo en la cabeza, sentada mirando a su hijo subir al altar… y su corazón se llenaba de alegría.
Pero todo se derrumbó con una sola llamada.
— “Mamá… creo que… no necesitas venir a mi boda.”
La señora Lành se quedó paralizada.
— “¿Por qué, hijo? Soy tu madre. ¿Cómo que no puedo ir a tu boda?”
— “Lo siento, pero la familia de mi prometida es de clase alta. Si tú vienes, vestida tan simple, con la ropa manchada de tierra, me harás quedar mal. Tú no lo entiendes… Quédate en casa a descansar. Enviaré una invitación a los vecinos en tu nombre, eso bastará.”
Con manos temblorosas, la señora Lành colgó el teléfono. Esa noche, se sentó frente al altar de su difunto esposo, con lágrimas cayendo sin cesar. Desde que enviudó, había hecho de todo para criar a su hijo. Vendió hasta los aretes de oro que su suegra le dejó. Pidió prestado cada centavo para pagar sus estudios. Y ahora… su propio hijo la rechazaba — porque era pobre, porque no era “digna”.
Pero ella no se enojó. En silencio, cosió un vestido azul claro. Ahorró cada moneda para comprar un boleto de autobús y subió a la ciudad el mismo día de la boda.
Permaneció de pie afuera del salón de banquetes — sin atreverse a entrar. Desde lejos, sus ojos siguieron a Hưng: vestido con un traje elegante, de la mano de una novia radiante como una princesa. Nadie sabía que su verdadera madre observaba a unos pocos metros, con un vestido aún arrugado porque en casa no tenía plancha.
Un joven camarero, al verla temblar, se acercó:
— “¿Señora, a quién viene a ver en la boda?”
— “Yo… solo soy una transeúnte. Vi la boda tan bonita que me detuve a mirar un momento.”
Ella sonrió, ocultando las lágrimas en sus manos arrugadas.
Después, se dio la vuelta y regresó en silencio a la estación. En el autobús nocturno, nadie sabía que aquella anciana había sido rechazada por su propio hijo. Solo sostenía con fuerza una invitación de boda — con el nombre de su hijo — pero sin un lugar para la madre que un día dio todo por él.
Tres años después, cuando Hưng y su esposa fracasaron en los negocios, cuando las deudas los ahogaban, los amigos desaparecieron y la familia de su esposa los abandonó… solo una persona lo recibió de vuelta en la vieja casa de barro: la señora Lành — con una sopa de verduras y una cama de bambú crujiente.
Hưng cayó de rodillas:
— “Mamá, me equivoqué. Lo siento…”
Ella no dijo nada. Solo le colocó una vieja manta sobre los hombros mientras él lloraba con la cabeza gacha.
A la luz tenue del candil, ella susurró como cada noche frente al altar:
“Sigue siendo mi hijo… No importa lo que pase. Siempre será mi hijo.”
“VENDÍ LA TIERRA, VENDÍ MI CASA… SOLO QUIERO QUE MI HIJO ESTÉ A SALVO”
Desde que Hưng fracasó, toda la familia de su esposa le dio la espalda. Su esposa se fue llevándose al hijo, y sus amigos y colegas desaparecieron. Las deudas por créditos y malas inversiones lo asfixiaban. Un día, incluso los cobradores fueron a buscarlo hasta la pensión donde dormía. Vivía con miedo y vergüenza… hasta que, sin más opción, llamó a su madre — la misma mujer a la que tres años antes le había prohibido asistir a su boda por ser “demasiado pobre, sucia, una vergüenza”.
La señora Lành no preguntó nada. Solo dijo:
— “Vuelve a casa, hijo. Aquí tu madre te cuida.”
El techo goteaba, la cama crujía… pero los brazos de una madre siempre son más grandes que cualquier desgracia.
Hưng regresó al pueblo, cargando con su vergüenza. Pero un día, su madre escuchó rumores en el mercado:
— “Ese chico Hưng está endeudado hasta el cuello. Si no paga pronto, esos tipos lo van a dejar lisiado…”
Esa noche, la señora Lành no durmió. A la mañana siguiente, fue temprano a la oficina comunal para hacer los trámites.
Vendió el único terreno que le quedaba. Era la tierra heredada de sus padres, donde cultivaba arroz y verduras para sobrevivir. La gente le decía que estaba loca, pero ella solo sonreía:
— “Esa tierra me da de comer… pero ahora mi hijo la necesita más que yo.”
Reunió unos 60 millones de dongs. No era suficiente, así que pidió prestado a parientes y fue al banco para pedir un crédito a su nombre. Algunos la reprendieron:
— “¡Él te negó! ¡Te trató como una carga! ¿Por qué lo salvas ahora?”
Ella bajó la cabeza y respondió suavemente:
— “Yo lo parí. Yo lo crié. Aunque él haya olvidado quién soy… yo sigo siendo su madre.”
El día que le entregó el dinero, no dijo mucho. Solo metió el sobre en las manos temblorosas de su hijo:
— “Toma. Usa esto para vivir con dignidad. Cuando pagues tus deudas, vuelve conmigo. Podemos sembrar verduras juntos. Solo quiero que sigas vivo.”
Hưng se tapó el rostro y lloró. Afuera llovía, pero lo más salado que sentía no era la lluvia… sino sus propias lágrimas. Lágrimas de un hijo que traicionó a su madre y aún así fue salvado por el amor incondicional de ella.
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