Mi esposo se fue de viaje con su amante… mientras yo luchaba contra el cáncer/th
El sol de la ciudad de México se filtraba perezosamente a través de las cortinas del consultorio médico, donde Francisca Méndez, una mujer de 42 años, con una determinación que rivalizaba con el acero de los rascacielos de Reforma, permanecía sentada con las manos entrelazadas sobre su regazo. Sus nudillos blancos delataban la tensión que intentaba disimular.
Señora Méndez, lamento informarle que los resultados confirman nuestras sospechas. Es cáncer de mama, estadio 2. Pronunció el doctor Velasco, con la gravedad que solo un oncólogo experimentado podía transmitir. Las palabras flotaron en el aire acondicionado del consultorio como partículas de polvo imposibles de atrapar. Francisca parpadeó tres veces.
Su ritual personal para procesar información difícil. El tiempo pareció detenerse mientras su mente procesaba lo que acababa de escuchar. ¿Cuáles son mis opciones, doctor?, preguntó finalmente, sorprendida por la firmeza de su propia voz. Mientras el médico detallaba el plan de tratamiento, cirugía, quimioterapia, radioterapia, Francisca realizaba cálculos mentales.
Su esposo Fernando estaba muy ocupado preparando una importante presentación de negocios en Tijuana. no había podido acompañarla. Como siempre, al salir del hospital, las calles de la colonia Roma nunca le parecieron tan ruidosas y ajenas. El olor a elotes asados desde un puesto callejero, antes tentador, ahora le provocaba náuseas.
La vida continuaba a su alrededor, como si el mundo no se hubiera fracturado en mil pedazos. Tomó su teléfono para llamar a Fernando. Buzón de voz otra vez en casa. El silencio la recibió como un viejo amigo. Se preparó un té de manzanilla y se sentó frente a la computadora. Era hora de investigar, de entender a lo que se enfrentaba.
El reloj marcaba las 10:43 pm cuando recibió un mensaje de Fernando. Reunión se alargó. Dormiré en el hotel. Te quiero. Francisca dejó el teléfono a un lado y continuó leyendo sobre tasas de supervivencia y opciones de tratamiento. Apenas notó cuando las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. “Te necesito aquí, Fernando”, susurró al vacío de su apartamento en la condesa.
La mañana siguiente llegó con una decisión. No le diría nada a Fernando por teléfono. Esperaría a que regresara en dos días. Necesitaba ver cuando le diera la noticia. Mientras tanto, organizaría su batalla. Llamó a su mejor amiga, Mariana. ¿Puedes venir? Te necesito dijo simplemente. Mariana llegó una hora después con pan dulce de la panadería, la ideal y una botella de mezcal. A las 11 de la mañana, Mariana.
En serio. Francisca esbozó una sonrisa cansada. No vamos a tomar ahora, pero lo tendremos listo para cuando lo necesites, respondió Mariana, abrazándola fuertemente. Cuéntame todo. Y así lo hizo. Le habló del diagnóstico, de los tratamientos, de sus miedos. No mencionó a Fernando. ¿Y Fernando? Preguntó finalmente Mariana.
En Tijuana, un viaje de negocios”, respondió Francisca desviando la mirada hacia la ventana donde las bugambilias trepaban por la pared del edificio vecino. Mariana guardó silencio por un momento, mirando fijamente su taza de café. “Fran, hay algo que debo decirte. El tono de voz de Mariana hizo que Francisca sintiera un escalofrío recorrer su espalda.
Fernando no está en Tijuana por negocios”, continuó Mariana. Claudia, mi prima, que trabaja en la agencia de viajes, lo vio ayer. Estaba comprando boletos para Cancún, iba con una mujer, Fran, y no era un viaje de negocios por la forma en que se comportaban. El segundo diagnóstico del día cayó como una losa sobre Francisca. Las piezas encajaron una claridad dolorosa, las llamadas perdidas, los viajes de negocios cada vez más frecuentes, las llegadas tarde, el distanciamiento emocional.
¿Estás segura? Preguntó, aunque ya conocía la respuesta. Claudia me envió una foto. Pensé que lo sabías, que tenían algún acuerdo. Lo siento tanto, Fran. Francisca tomó el teléfono de Mariana y miró la imagen. Ahí estaba Fernando, su esposo de 15 años, con el brazo alrededor de una mujer joven, quizás de 30 años comprando boletos en el mostrador de Aeroméxico.
La mujer sonreía radiante mientras Fernando le besaba la mejilla. El dolor y la traición se mezclaron en su pecho con algo inesperado, determinación. En ese momento, algo cambió dentro de Francisca. Si iba a luchar contra el cáncer, también lucharía por su dignidad. Mariana, ahora sí vamos a necesitar ese mezcal, dijo levantándose para buscar vasos.
Y también voy a necesitar tu ayuda para algo más. Lo que sea, amiga, respondió Mariana destapando la botella. Vamos a darle a Fernando una sorpresa que nunca olvidará”, dijo Francisca con una sonrisa que no había mostrado en meses. “Pero primero necesito saber todo sobre esa mujer.” Tres días después, Francisca se encontraba en la sala de espera del Hospital Ángeles, ojeando distraídamente una revista mientras esperaba su primera consulta con el equipo de oncología.
Fernando había regresado el día anterior, bronceado y agotado por tanto trabajo en Tijuana. No había mencionado nada sobre playas ni resorts. Francisca había decidido no confrontarlo inmediatamente. Primero necesitaba información y su amiga Mariana había resultado ser una investigadora sorprendentemente eficiente.
La amante de Fernando se llamaba Valeria Torres, 32 años, ejecutiva de marketing en la misma empresa donde Fernando trabajaba como director financiero. Habían iniciado su aventura hace aproximadamente 8 meses, según las fechas de las fotos que Mariana había encontrado en las redes sociales de Valeria, cuidadosamente escondidas, pero no lo suficiente para los ojos determinados de una mujer traicionada.
“Señora Méndez, puede pasar”, anunció la enfermera interrumpiendo sus pensamientos. La doctora López, una oncóloga con fama de directa y eficiente, la recibió con una sonrisa profesional. Veo que viene sola, señora Méndez. Mi esposo está trabajando, respondió Francisca automáticamente. Entiendo, pero para la próxima cita sería bueno que viniera con alguien de su confianza.
El tratamiento que vamos a iniciar es agresivo y necesitará apoyo. Francisca asintió pensando en la ironía. Mientras ella planeaba su batalla contra el cáncer, Fernando probablemente planeaba su próxima escapada romántica. ¿Ha hablado con su familia sobre el diagnóstico?”, preguntó la doctora mientras revisaba los resultados de los últimos análisis.
Aún no con todos, respondió Francisca, pero lo haré pronto. Al salir del hospital, tomó un taxi hacia la oficina de Fernando. No estaba en sus planes visitarlo, pero algo dentro de ella necesitaba verlo en su ambiente, quizás para confirmar sus sospechas o tal vez para convencerse de que todo era un terrible malentendido. La recepcionista la reconoció inmediatamente.
Señora Méndez, qué sorpresa tan agradable. ¿Viene a ver a don Fernando? Sí, si no está muy ocupado, respondió Francisca con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Déjeme verificar si está disponible. Mientras la recepcionista hacía la llamada, Francisca observó el bullicio de la oficina y entonces la vio Valeria Torres, tal como aparecía en las fotos, caminando con confianza por el pasillo, con una carpeta en mano y una sonrisa que iluminaba su rostro.
Era hermosa, joven, y transmitía una vitalidad que Francisca sintió como una bofetada. Don Fernando dice que pase, señora. Ya sabe dónde es su oficina. Francisca agradeció y caminó hacia el ascensor, sintiendo un nudo en el estómago. Al pasar junto a Valeria, sus miradas se cruzaron brevemente. La joven le sonrió educadamente, sin saber quién era ella.
Francisca le devolvió la sonrisa pensando en lo surreal de la situación. La oficina de Fernando era exactamente como la recordaba, impecable, moderna, con vista al paseo de la reforma. Él se levantó sorprendido al verla entrar. “Francisca, ¿qué haces aquí? ¿Pasó algo?”, preguntó besándola mecánicamente en la mejilla.
“Estaba cerca y pensé en invitarte a comer”, mintió ella. “Hace tiempo que no lo hacemos.” Fernando consultó su reloj. visiblemente incómodo. “Tengo una reunión en media hora. No puedo cancelarla. ¿Por qué no me avisaste? Quería sorprenderte”, respondió ella, observando cuidadosamente sus reacciones. “Pero veo que estás ocupado. No te preocupes.
Será otro día. Te compensaré este fin de semana. Lo prometo”, dijo él rodeando su escritorio para acompañarla a la puerta. “Todo bien, te noto algo pálida.” Por un momento, Francisca consideró decirle todo allí mismo. El cáncer que sabía de su aventura, que había visto a su amante hacía apenas unos minutos, pero algo la detuvo. No era el momento ni el lugar.
Estoy bien, solo un poco cansada, respondió. Te veré en casa. Al salir del edificio, Francisca no tomó un taxi de regreso. En lugar de eso, caminó hasta un pequeño café al otro lado de la calle. Desde allí podía ver la entrada del edificio. Se sentó junto a la ventana y ordenó un expreso. La espera fue más corta de lo que esperaba.
Apenas 45 minutos después, vio a Fernando y Valeria salir juntos del edificio. No iban tomados de la mano, mantenían una distancia profesional, pero había algo en la manera en que él se inclinaba para hablarle, en cómo ella sonreía mirándolo a los ojos que lo decía todo. Lo siguió discretamente.
Subieron a un taxi y Francisca tomó otro indicándole al conductor que no los perdiera de vista. Terminaron en un restaurante elegante en Polanco. A través de la ventana, Francisca los vio brindar con champaña. Tomó su teléfono y llamó a Mariana. Los estoy viendo juntos ahora mismo. Dijo, sin preámbulos. Estoy lista para el siguiente paso del plan.
Esa noche, cuando Fernando llegó a casa, Francisca lo esperaba con una cena preparada y una sonrisa serena que ocultaba la tormenta en su interior. ¿Cómo estuvo tu día?, preguntó ella. sirviendo vino en las copas. Agotador. Problemas con los reportes financieros del último trimestre, respondió él aflojándose la corbata.
Y el tuyo, interesante, dijo ella, mirándolo directamente a los ojos. Fui al médico hoy. Fernando detuvo el tenedor a medio camino hacia su boca. ¿Por qué? ¿Estás enferma? Era el momento de la verdad, pero Francisca decidió en el último segundo guardar su diagnóstico como un as bajo la manga. Solo un chequeo de rutina, mintió.
Todo está bien. Fernando asintió visiblemente aliviado y continuó comiendo. No notó la mirada de Francisca calculadora y determinada, ni cómo ella apenas tocaba su comida. “Por cierto”, dijo ella, casualmente, “tengo que ir a Guadalajara la próxima semana. Mi prima Elena necesita ayuda con algunos asuntos familiares.
¿Cuánto tiempo estarás fuera? Preguntó él. Y Francisca casi pudo ver el destello de anticipación en sus ojos. Probablemente toda la semana. Salgo el lunes. Fernando tomó un sorbo de vino, ocultando mal su entusiasmo. Tómate el tiempo que necesites. Sabes que tu familia es importante. Francisca sonró.
La primera fase del plan estaba en marcha. El lunes por la mañana, Francisca besó a Fernando en la mejilla y le recordó que estaría fuera toda la semana. “Te llamaré cuando llegue a casa de Elena”, prometió mientras él la ayudaba a subir su maleta al taxi. “Cuídate, amor”, respondió él con un entusiasmo apenas disimulado por su partida.
El taxi se alejó, pero en lugar de dirigirse al aeropuerto, Francisca le pidió al conductor que la llevara al apartamento de Mariana en la colonia del Valle. ¿Lista para la operación Karma?, preguntó Mariana al abrirle la puerta. Más que lista”, respondió Francisca dejando su maleta en el recibidor. Las siguientes horas las pasaron preparando todo.
Mariana había conseguido acceso a las cámaras de seguridad del edificio donde vivía Francisca gracias a un primo que trabajaba en la empresa de vigilancia. También habían creado un perfil falso en Instagram con el que habían contactado a Valeria semanas atrás, haciéndose pasar por una agencia de marketing que quería contratarla para una campaña.
Como Francisca había predicho, Fernando no perdió tiempo. A las 2:17 pm, las cámaras mostraron a Valeria entrando al edificio, claramente nerviosa, pero sonriente. Fernando la recibió en el lobby con un abrazo que duró más de lo apropiado para un jefe y su subordinada. “¡Qué descarado”, murmuró Mariana observando la pantalla con indignación.
“¿Estás segura de que quieres ver esto? Necesito verlo todo,”, respondió Francisca con una calma que sorprendió incluso a ella misma. A las 7:45 pm, mientras Fernando y Valeria disfrutaban de una cena romántica en la casa que Francisca había decorado con tanto amor, ella y Mariana ejecutaron la siguiente fase del plan.
Francisca llamó a Fernando. “Amor, cambio de planes”, dijo con voz ligeramente agitada. “Estoy volviendo a casa esta noche.” “¿Qué? ¿Por qué?” La alarma en su voz era palpable incluso a través del teléfono. Elena tuvo que salir de emergencia. Me siento mal quedándome sola en su casa. Llegaré aproximadamente en dos horas. Pero, Fernando Balbuceo, podrías haberte quedado en un hotel.
¿Por qué haría eso teniendo mi propia casa? Preguntó Francisca con fingida inocencia. Addemás, te extraño. Después de colgar, Francisca y Mariana observaron el caos a través de las cámaras. Fernando y Valeria se movían frenéticamente por el apartamento, recogiendo evidencias de su presencia. Mientras tanto, el hermano de Mariana, que trabajaba como conductor de Uber, se había estacionado estratégicamente cerca del edificio.
Tal como esperaban, Valeria salió apresuradamente 15 minutos después, mirando nerviosamente a su alrededor. El plan marchaba a la perfección, pero lo que Francisca no había previsto era lo que sucedería a continuación. Mientras veía a Valeria alejarse en el auto, un mensaje de texto llegó al teléfono que habían usado para el perfil falso.
Gerad de Valeria, lo siento, no podré asistir a la entrevista mañana. Tengo una emergencia médica. ¿Podríamos reprogramar? Francisca frunció el seño. Una emergencia médica. ¿O solo era una excusa para pasar más tiempo con Fernando cuando ella supuestamente estaría fuera de la ciudad? ¿Deberíamos responder? sugirió Mariana.
Mantener la fachada sin problema. Todo bien, escribieron. La respuesta llegó casi inmediatamente. Tengo que hacerme unos estudios urgentes. Nada grave, espero, pero necesito atenderlo cuanto antes. Algo en el tono del mensaje hizo que Francisca sintiera una punzada de inquietud. Decidió ignorarla. Valeria probablemente estaba mintiendo, como mentían todos los involucrados en una aventura.
Dos horas después, tal como había anunciado, Francisca llegó a su apartamento. Fernando la recibió con una sonrisa tensa y un abrazo demasiado entusiasta. “¡Qué sorpresa tan agradable”, exclamó él. Justo estaba por llamarte. El apartamento olía a limpiador de superficies y ambientador. Las sábanas de la cama habían sido cambiadas apresuradamente, pero Francisca notó que el detergente que Fernando había usado no era el habitual.
“¿Cenaste? preguntó ella dejando su maleta en la entrada. Eh, sí, pedí algo de comida china, mintió él señalando un contenedor de comida para llevar que obviamente había comprado después de la llamada de Francisca. “De dragón dorado. Creí que no te gustaba ese lugar”, comentó ella reconociendo el logotipo. Fernando se encogió de hombros visiblemente incómodo.
“Quería probar algo diferente.” Francisca asintió, permitiéndose una pequeña sonrisa interna. La tercera fase del plan comenzaría mañana. La mañana siguiente amaneció con un cielo nublado sobre la Ciudad de México, como si el clima reflejara el estado de ánimo en el apartamento de los Méndez. Fernando se había ido temprano a la oficina, claramente aliviado de escapar de la atmósfera tensa que Francisca había creado intencionalmente durante el desayuno.
“Estaré ocupada hoy”, le había dicho ella mientras él se apresuraba a salir. “No me esperes para cenar. En realidad, Francisca tenía su primera sesión de quimioterapia programada para esa tarde. Mariana la acompañaría, pero antes tenía una última tarea en su plan de venganza. A las 10:00 en punto, Francisca entró al edificio donde trabajaban Fernando y Valeria.
Esta vez no fue a la recepción. Con la determinación de quien ya no tiene nada que perder, se dirigió directamente al departamento de marketing. Valeria estaba en su oficina concentrada en su computadora. Cuando levantó la vista y vio a Francisca en la puerta, el color abandonó su rostro. “Señora Méndez”, balbuceó, reconociéndola inmediatamente.
“¿Puedo ayudarla en algo? Creo que es hora de que tú y yo tengamos una conversación, Valeria”, dijo Francisca cerrando la puerta tras ella. Valeria se puso de pie, visiblemente nerviosa, pero manteniendo la compostura. “No sé de qué habla, señora. Sabes perfectamente de qué hablo,”, respondió Francisca. Colocando sobre el escritorio las fotos que mostraban a Valeria y Fernando entrando a su apartamento el día anterior.
Ayer estuviste en mi casa, en mi cama con mi esposo. Valeria se dejó caer nuevamente en su silla derrotada. Señora Méndez, yo comenzó, pero se detuvo al ver que Francisca levantaba una mano. No vine a escuchar excusas ni disculpas, dijo Francisca con una calma que contrastaba con la tormenta en su interior. Vine a entregarte esto.
Colocó sobre el escritorio un sobre Manila. Valeria lo miró con desconfianza. ¿Qué es esto? Ábrelo. Con manos temblorosas, Valeria abrió el sobre y extrajo su contenido, una serie de documentos médicos. Su expresión pasó de la confusión al shock. Tengo cáncer de mama, explicó Francisca. Me diagnosticaron hace una semana, el mismo día que descubrí que mi esposo se iba de vacaciones a Cancún contigo mientras yo enfrentaba esta noticia sola.
Valeria palideció aún más si eso era posible. Yo no sabía murmuró. Por supuesto que no sabías, continuó Francisca. Fernando tampoco lo sabe. Decidí no decírselo cuando descubrí su traición. Valeria levantó la mirada y Francisca vio algo inesperado en sus ojos. No era culpa ni vergüenza, sino un terror profundo y personal.
Señora Méndez, Francisca”, dijo Valeria con voz temblorosa, “hay algo que usted no sabe.” Valeria abrió un cajón de su escritorio y sacó una carpeta similar a la que Francisca le había entregado. “Yo también tengo cáncer de mama. Me diagnosticaron hace tres meses. El silencio que siguió fue tan denso que podía cortarse. Francisca miró los documentos que Valeria le había entregado, confirmando su declaración.
La fecha del diagnóstico, los resultados de las biopsias, el plan de tratamiento, todo estaba allí. La emergencia médica de ayer comenzó Francisca. Era verdad, completó Valeria. Tenía una cita con mi oncólogo para revisar los resultados de mis últimos estudios. La quimioterapia no está funcionando como esperábamos.
Francisca se sentó lentamente tratando de procesar esta información inesperada. Fernando lo sabe, preguntó finalmente. Valeria negó con la cabeza. No quería que me viera como una enferma. No quería su lástima. Cada vez que tengo tratamiento le digo que estoy en un viaje de negocios o visitando a mi familia en Monterrey.
La ironía de la situación golpeó a Francisca como una ola fría, ambas mujeres unidas por el mismo hombre y por la misma enfermedad, ocultando su condición por razones completamente diferentes. ¿Por qué me muestras esto ahora? preguntó Francisca. “Porque entiendo tu miedo, tu rabia, tu sentimiento de traición”, respondió Valeria.
“Y porque creo que ambas merecemos algo mejor que un hombre que no está presente cuando más lo necesitamos.” Francisca sintió que las lágrimas que había estado conteniendo durante días finalmente encontraban su camino. No eran lágrimas de tristeza ni de rabia, sino de un extraño alivio. “Mi sesión de quimioterapia es esta tarde”, dijo secándose las lágrimas.
“La primera.” Valeria asintió. Es difícil al principio, pero te acostumbras. Si quieres, puedo recomendarte algunos trucos para manejar los efectos secundarios. Un silencio diferente se instaló entre ellas, ya no cargado de tensión, sino de un entendimiento mutuo que trascendía su complicada situación. “¿Qué vamos a hacer con Fernando?”, preguntó finalmente Valeria.
Francisca miró por la ventana de la oficina hacia el horizonte de la ciudad que amaba y por primera vez en días sonrió genuinamente. “Tengo una idea”, dijo, “pero necesitaré tu ayuda.” Tres días después, Fernando recibió un mensaje de texto de Valeria pidiéndole que se reuniera con ella en un restaurante en Coyoacán.
Cuando llegó, encontró no solo a Valeria, sino también a Francisca, sentadas juntas en una mesa apartada. El color abandonó su rostro mientras caminaba hacia ellas, anticipando lo peor. “Siéntate, Fernando”, dijo Francisca con una calma que lo desconcertó. “Tenemos mucho de qué hablar.” Fernando se sentó mirando nerviosamente a ambas mujeres.
“¿Puedo explicarlo?”, comenzó, pero Valeria lo interrumpió. “No hay nada que explicar, Fernando. Ambas sabemos todo.” “¿Pero lo que no sabes?”, Continuó Francisca colocando sobre la mesa los documentos médicos, tanto los suyos como los de Valeria. Es esto. Fernando miró los papeles con confusión, luego con horror, a medida que comprendía su contenido.
Ambas tenemos cáncer, Fernando, dijo Francisca. Y ambas decidimos no decírtelo porque cada una a su manera sabíamos que no podíamos contar contigo. El rostro de Fernando reflejaba una mezcla de shock, vergüenza y culpa. Yo no sé qué decir”, murmuró finalmente. “No necesitas decir nada”, respondió Valeria.
“De hecho preferimos que escuches. Vamos a enfrentar esta enfermedad juntas”, explicó Francisca. Valeria y yo hemos decidido apoyarnos mutuamente durante el tratamiento. Y en cuanto a ti, continuó Valeria, puedes decidir qué papel quieres jugar en todo esto, pero debes saber que las cosas han cambiado.
Fernando miró a ambas mujeres finalmente comprendiendo la magnitud de sus acciones y omisiones. “Quiero estar para las dos”, dijo con una sinceridad que sorprendió a Francisca. “Haré lo que sea necesario.” Francisca y Valeria intercambiaron una mirada. No sería fácil. Y el camino por delante estaba lleno de incertidumbre. Pero en ese momento, bajo el sol de Coyoacán, ambas sintieron algo que habían perdido.
Esperanza. Entonces, dijo Francisca, levantando su vaso de agua en un brindis improvisado. Por los nuevos comienzos, Valeria levantó también su vaso y después de un momento de vacilación, Fernando hizo lo mismo. Mientras el sol de la tarde bañaba la plaza de Coyoacán, tres personas unidas por el engaño, la enfermedad y quizás la redención comenzaban un capítulo completamente nuevo e inesperado en sus vidas.
Y aunque el futuro era incierto, Francisca sabía una cosa con certeza, ya no lucharía sola.
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