
En el polvo ardiente del desierto de Arizona, bajo un sol que quemaba como el infierno mismo, el vaquero conocido como ya el serpiente Harlen cabalgaba solo, con su sombrero calado hasta las cejas y una cicatriz fresca en el hombro que aún sangraba bajo el vendaje improvisado. ¿Pero qué demonios? De repente, un silvido agudo cortó el aire y una flecha apache rozó su carne, abriendo una herida que ardía como fuego líquido.
Jack cayó del caballo rodando por la arena. Mientras sombras guerreras emergían de las rocas como fantasmas vengadores. Sobreviviría a esta emboscada o sería el fin de su rastro de sangre y secretos. Jack se arrastró detrás de una roca sacando su revólver con mano temblorosa. El corazón le latía como un tambor de guerra.
Los apaches, liderados por una mujer feroz llamada Nayeli, la hija del jefe tribal, avanzaban con arcos tensos. Nayeli, con sus trenzas negras como la noche y ojos que brillaban con furia ancestral, había jurado venganza contra los blancos que robaban sus tierras. Pero en ese momento, al ver a Ya querido, algo la detuvo. Era piedad o el destello de un secreto compartido en noches prohibidas.
El vaquero disparó al aire, no para matar, sino para advertir. No quiero pelear, sea gritó en un español rústico aprendido en las cantinas de Sonora. Los apaches retrocedieron, pero Nayeli se acercó, su cuchillo reluciendo. Impactante revelación. En el hombro de Jack, la flecha no era cualquiera.
Llevaba una marca que ella reconocía, la de su propio hermano perdido. Horas antes, en la cantina polvorienta de Tomstone, Jack había bebido tequila hasta que el mundo giraba. Un forajido borracho lo retó a un duelo, pero Jack, con su astucia de serpiente, sacó un as de la manga, una víbora de cascabel disecada que guardaba en su entrepierna como amuleto de la suerte.
Mira esto, cabrón”, exclamó y el forajido palideció huyendo como un coyote. Pero ahora en el desierto esa excentricidad lo salvó. Nayeli, al ver el bulto extraño en sus pantalones mientras lo desarmaba, retrocedió horrorizada. “Vaquero, ¿por qué tienes una serpiente de cascabel entre las piernas?”, gritó la mujer a Pachen Soc, su voz resonando en las cañadas como un trueno.
Jack río entre dientes, tosiendo sangre. No es lo que piensas, India. Es mi talmán. Me salvó de la orca en Juárez. Nayeli, intrigada y furiosa, lo ató y lo arrastró a su campamento. Allí, bajo las estrellas, comenzó la verdadera historia. Jack no era un vaquero común. Había sido marsal en Texas con 5co años de servicio marcados en su piel como surcos de arado.
Pero un traidor en su propio equipo lo vendió a bandidos mexicanos y escapó cruzando el río grande con una bala en la pierna y un secreto enterrado, un mapa a un tesoro apache robado por colonos. Sería Nayel y su aliada o su verdugo. El suspense crecía como una tormenta en el horizonte. En el campamento, rodeado de guerreros con pinturas de guerra, Jack fue interrogado.
Nayeli, con su vestido de cuero adornado con flecos y botas altas que crujían al caminar, se plantó frente a él. Dime la verdad, gringo, o te corto esa serpiente tuya. Jack, sudando bajo la luna llena, confesó parte de su pasado. Había crecido en un rancho en Nuevo México, huérfano tras un ataque comanche que mató a sus padres.
sobrevivió con la resiliencia de la juventud, uniéndose a una banda de vaqueros errantes. Pero en una noche fatídica, en las confines estrechas del Cañón del luchó contra apaches rivales, matando a uno que resultó ser el prometido de Nayeli. Golpe inesperado. Ella lo reconoció por la cicatriz en forma de media luna en su cuello, la que le había infligido años atrás.
Tú eres el demonio que mató a mi amor. Rugió Nayelly sacando su Tomah. Los guerreros se prepararon para el sacrificio, pero Jack con astucia reveló el mapa. Es tuyo, pero solo si me ayudas a vengarme del traidor que me persigue, el capitán Vargas, un bandido mexicano que roba a tu gente también. El aire se cargó de tensión. Alianza imposible.
Nayeli dudó recordando sus propias cicatrices visibles en sus brazos de batallas y ocultas en su alma por pérdidas interminables. La tribu murmuraba, el viento y un coyote ululaba en la distancia como presagio de muerte. Al amanecer partieron juntos Jack, Nayeli y tres guerreros leales. Cabalgaron por desiertos abrazadores, cruzando arroyos secos donde el agua era un recuerdo.
En una emboscada en el Cañón Rojo, Vargas y sus hombres atacaron. Escena de infarto. Balas silvaban, flechas volaban. Jack, con su revólver humeante cubrió a Nayeli mientras ella disparaba un rifle robado. “Cuidado atrás”, gritó él, empujándola justo cuando una bala rozó su trenza. Luchando en los confines angostos del cañón se atrincheraron detrás de rocas.
Un guerrero cayó atravesado por una lanza y la sangre tiñó el suelo arenoso. Nayeli, con lágrimas de rabia, cargó contra Vargas, pero el bandido la capturó poniéndole un cuchillo en la garganta. ¿Quieres tu india de vuelta, serpiente? Entrégame el mapa. Jack, herido de nuevo en el hombro donde la flecha apache había rozado, sintió el mundo desmoronarse, pero recordó su tiempo como marsal, 5 años cazando forajidos, aprendiendo trucos sucios.
Sacó la víbora disseada de su entrepierna y sorpresa macabra y la lanzó a la cara de Vargas. El bandido gritó soltando a Nayeli, creyendo que era viva. En el caos, Jack disparó, acertando en el pecho del traidor. Vargas cayó gorgoteando sangre, revelando en su último aliento, el tesoro está en la mina abandonada.
Pero maldito seas, vaquero. Con Vargas muerto, el grupo se reagrupó. Nayeli, jadeante, miró a Jack con ojos nuevos. Eres loco, pero valiente. Juntos cabalgaron a la mina un agujero oscuro en las montañas de Sonora, custodiado por leyendas de fantasmas y trampas. Al entrar, el suspense era palpable. Ecos de goteras, sombras danzantes a la luz de antorchas.
Encontraron el tesoro. Oroche robado, joyas ancestrales. Pero twist impactante. Una trampa se activó derrumbando rocas. Jack empujó a Nayeli a salvo, quedando atrapado bajo escombros. “Vete, lleva el oro a tu gente”, gritó con piernas inmovilizadas. Nayeli, con el corazón partido, cabó con manos sangrantes. No te dejo, serpiente.
Tus cicatrices son como las mías, visibles e invisibles. Con la resiliencia de la juventud, ella apenas 25, el 32 lo liberaron. emergieron al sol ricos pero marcados. En el porche de una cabaña abandonada, Nayeli confrontó a Jack una vez más. Apuntándolo con el dedo, exclamó, “Vaquero, esa serpiente entre tus piernas casi nos mata a todos.
” Él sonrió quitándosela. “Era mi suerte, pero ahora tú eres mi talmán.” Los días siguientes fueron de fuga, perseguidos por remanentes de la banda de Vargas y patrullas del ejército. En una tormenta de arena se refugiaron en una cueva donde confesiones fluyeron como tequila. Jack habló de sus años como marsal, de duelos ganados y amigos perdidos.
Nayeli compartió su dolor, la pérdida de su tribu por enfermedades traídas por blancos, su juramento de venganza. Pero en esa intimidad surgió algo prohibido, un beso robado bajo el trueno, apasionado y salvaje. Amor en medio del caos. El desierto no perdonaba romances interrushels. Al final, en la frontera con México, decidieron separarse.
Nayeli regresó con el oro a su pueblo, fortaleciendo su tribu. Jack, con cicatrices frescas, cabalgó al atardecer, pero prometió volver. Si el destino quiere, nos encontraremos en el cañón”, dijo ella, Nadid, con lágrimas. Pero final, suspense. Meses después, en una cantina del paso, Jack oyó rumores.
Nayeli lideraba una revuelta usando el oro para armar a su gente contra invasores. ¿Se uniría él o la traicionaría su pasado de Marsal? La vida en el viejo oeste era así, llena de serpientes, flechas y corazones rotos. Jack toó su hombro cicatrizado, recordando el rose apache y sonrió. El desierto guardaba más secretos y el suyo entre las piernas son o no era solo el comienzo.
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