La novia estaba a punto de casarse cuando su padre irrumpió y canceló la boda con una revelación impactante

Esa mañana, la luz del sol se filtraba a través de los vitrales, pintando colores sobre mi vestido blanco. Mi corazón latía con fuerza mientras me miraba en el espejo, incapaz de dejar de sonreír.

—Te ves increíble, Anna —dijo mi mejor amiga y dama de honor, Tia, mientras arreglaba mi velo.

Reí suavemente. —Se siente irreal. Hoy realmente me voy a casar.

Mientras me ayudaba a subir a mi silla de ruedas, reprimí una oleada de nervios. Nací con una condición en las piernas y había pasado mi vida en una silla. Pero Brad, mi prometido, nunca me trató como menos. Nos conocimos en un grupo de apoyo hace seis meses. Como yo, él también usaba silla de ruedas, y nuestra conexión fue instantánea. Por primera vez, me sentí comprendida y verdaderamente amada.

—Brad te adora tal como eres —me recordó Tia, apretando mi mano.

Sonreí, imaginándolo en el altar, esperándome.

La voz de mamá llegó desde fuera del cuarto. —Anna, es hora.

Respiré hondo. —Vamos a hacerlo.

Las puertas de la iglesia se abrieron y los susurros se esparcieron mientras mi padre me empujaba por el pasillo. Los ojos de Brad se iluminaron al verme, y mi corazón se elevó. En el altar, papá besó mi mejilla. —Te ves hermosa, princesa.

La ceremonia comenzó. Apenas noté que papá se alejaba, mi atención estaba fija en Brad.

—¿Brad, aceptas a Anna como tu legítima esposa? —preguntó el sacerdote.

La mano de Brad apretó la mía. —Yo q—

Las puertas se abrieron de golpe. La voz de mi padre tronó: —¡DETENGAN LA BODA!

Exclamaciones llenaron la iglesia mientras papá avanzaba por el pasillo, su rostro endurecido.

—¡Papá! —grité— ¿Qué estás haciendo?

Señaló a Brad con el dedo. —Este hombre es un mentiroso. ¡Te ha engañado desde el principio!

Negué con la cabeza, desesperada. —¡Eso no es cierto! ¡Brad me ama!

—Es un estafador —replicó papá—. Finge estar discapacitado para aprovecharse de mujeres como tú: ricas, confiadas, vulnerables.

El silencio inundó la sala. Mis ojos buscaron a Brad. —Dile que está equivocado.

El rostro de Brad perdió color. —Anna, por favor—

Papá tomó de repente un vaso de un ujier. Antes de entender, arrojó el contenido a las piernas de Brad.

Brad gritó y se levantó de un salto.

La iglesia entera jadeó al unísono. Brad estaba de pie, con dos piernas fuertes y sanas.

Me quedé paralizada, como si el mundo girara. Mi prometido —el hombre con quien creí compartir mis luchas— había estado mintiendo todo el tiempo.

—Solo era agua fría —declaró papá con gravedad—. Suficiente para acabar con su actuación. Ahora todos ven la verdad.

Las lágrimas nublaron mi vista. —Brad… ¿cómo pudiste?

Él se acercó, desesperado. —¡Anna, escúchame! Sí, puedo caminar. Pero todo lo demás —mis sentimientos, mi amor por ti— eso es real.

—¿Real? —mi voz se quebró—. ¡Lo construiste sobre mentiras!

—Tenía miedo de que no me amaras si lo sabías—

—¡Basta! —grité.

Antes de que pudiera continuar, entraron policías. —Bradley Johnson, está arrestado por fraude.

El nombre me golpeó. Johnson. Ni siquiera el nombre que me dio.

Mientras le ponían las esposas, se giró hacia mí. —¡Anna, por favor, créeme!

Me di la vuelta, apretando mi pecho. El hombre que amaba era un extraño.

Esa noche, me senté en mi cuarto, aún con mi vestido de novia arruinado. Mi corazón se sentía destrozado más allá de toda reparación.

Llamaron a la puerta. —¿Anna? —la voz de mamá—. Papá quiere hablar contigo.

Dudé, luego susurré: —Déjalo entrar.

Papá entró, luciendo mayor, cansado. La ira se había ido. Se sentó a mi lado. —Lo siento, princesa. Nunca quise que este día terminara así.

Las lágrimas volvieron. —¿Cómo lo supiste?

—Esta mañana lo vi caminando en el jardín. Luego recordé que pidió dinero para la luna de miel pero nunca reservó nada. No cuadraba. Contraté a un investigador. Al mediodía ya sabía: lo había hecho con otras mujeres. No podía dejar que te atrapara también.

—¿Por qué no me lo dijiste en privado? —pregunté amargamente.

Suspiró. —Porque tal vez no me hubieras creído. Necesitaba que lo vieras tú misma.

Me derrumbé. —Fui una tonta.

Papá me abrazó. —No. Solo querías amor, y eso nunca es tonto. Nosotros también te fallamos —mamá y yo estábamos tan ocupados con el trabajo, no estuvimos presentes. Esa soledad le dio una oportunidad. Lo siento, Anna.

Me aferré a él, sollozando. —Él me hizo sentir que importaba.

—Tú eres lo más importante —susurró papá.

Por primera vez ese día, me permití creerle.

Semanas después, el dolor no se había ido, pero estaba aprendiendo a vivir con él. Pasaba horas en mi estudio de arte, volcando mi dolor en pinturas. En un lienzo, pinté un fénix —surgiendo del fuego, con las alas abiertas.

Tia me escribía seguido: “¿Vas bien?”

Sonreí levemente ante su último mensaje. “Estoy pintando. Me ayuda.”

Esa tarde, el aroma de ajo llenó la cocina. Papá picaba verduras, mamá revolvía la sopa y yo amasaba pan en la barra. Por primera vez en años, se sentía como familia otra vez.

—¿Recuerdan los domingos así? —preguntó mamá suavemente.

—Antes de que la vida se volviera tan ocupada —dije con una pequeña sonrisa.

Papá dejó el cuchillo, su voz firme. —Nos hemos perdido demasiado, Anna. Pero estamos aquí ahora. Lo haremos mejor.

Se me apretó la garganta, pero de una buena manera. —Eso es todo lo que quiero.

Cocinamos, reímos y, por primera vez desde el desastre, el calor volvió a mi pecho.

Esa noche, acostada en la cama, me susurré a mí misma:

La boda terminó en traición. Pero no era el final de mi historia. El amor —el verdadero— aún estaba ahí afuera. Y algún día, cuando llegue, diré “sí, acepto” sin miedo.