Pareja de CDMX desaparece en Tamul: el inquietante secreto que el río reveló cinco años después

El secreto del río Tampaón: Cinco años de silencio y una verdad que emergió entre raíces

El río Tampaón, serpenteando entre la vegetación exuberante de la Huasteca potosina, guardó un secreto durante cinco años bajo sus aguas turbulentas y orillas traicioneras. En enero de 2012, tras una tormenta que removió las entrañas de la tierra, las raíces de un sabino centenario atraparon algo que no pertenecía al paisaje: un bulto alargado envuelto en lona amarilla, cruzado por cadenas oxidadas y lastrado con piedras. Dentro, fragmentos de una historia que comenzó una mañana de noviembre de 2007, cuando Héctor Morales Vega y María del Carmen Ruiz Hernández bajaron sonrientes por el sendero hacia la cascada de Tamul, sin saber que ese viaje sería el último.

La última fotografía de la pareja tiene el borde blanco característico de las cámaras digitales de principios de los 2000 y el sello rojo de la fecha: 18 de noviembre de 2007. Héctor, de 56 años, posa junto a María, de 55, al inicio del sendero que baja hacia la cascada. Ambos sonríen con la serenidad de quienes han encontrado su ritmo en la vida. Héctor, curtido por años de trabajo al aire libre, lleva una gorra lisa, una playera tipo polo gris con rayas finas, mezclilla oscura y botas cafés. Su mochila azul marino, grande y bien equipada, revela experiencia en campismo. María, con cabello recogido en una trenza práctica y una blusa floral bajo un chaleco polar gris, lleva una mochila beige más pequeña, una cantimplora de aluminio y un collar de cuentas oscuras, su amuleto personal.

Sin hijos, Héctor y María habían construido su felicidad en las caminatas de fin de semana. Héctor se jubiló hace dos años de una paraestatal; María seguía dando clases de artes plásticas en una secundaria de la colonia Narvarte. Los fines de semana eran sagrados: Ajusco, Desierto de los Leones, La Marquesa, cada sendero a dos horas de la capital era parte de su historia. Pero esta vez, la aventura los llevó más lejos: la Huasteca potosina en noviembre, temporada baja, menos lanchas en el río y más silencio en los senderos. El plan era sencillo: salir el viernes por la noche hacia Ciudad Valles, llegar temprano el sábado, entrar por Aquismón hacia Tanchachín, acampar cerca del río Tampaón y regresar el domingo por la tarde. Con la hermana de María, Rosa Elena, habían acordado marcar desde una caseta de Telmex el domingo para confirmar que todo estaba bien.

La preparación fue meticulosa: víveres locales, un cartucho de gas nuevo, un mapa plastificado con los puntos de acceso, registro con la autoridad comunitaria y advertencia clara: si llueve, el río crece en minutos y cambian todos los pasos seguros. El equipo era el adecuado para años de experiencia: lona impermeable, ponchos plásticos, lámparas frontales con pilas AA nuevas, linterna tubular, sacos de dormir tipo momia. En el mapa, marcado con pluma roja: pernocta, playita y salir a las 6 de la mañana.

El sendero hacia la cascada de Tamul toma aproximadamente dos horas cuando se hace con calma. Héctor y María avanzaron despacio, deteniéndose en cada mirador natural. María tomaba fotografías de formaciones rocosas, helechos gigantes y orquídeas silvestres; Héctor verificaba constantemente el mapa, orientándose por los accidentes geográficos. A media mañana cruzaron con otros excursionistas, una familia de Tampico con niños pequeños, intercambiando cortesías y recomendaciones sobre el clima y el camino.

Al caer la tarde, dos jóvenes de Monterrey los vieron por última vez, bajando hacia una playita de piedras visible desde el sendero principal. Los muchachos tomaron una fotografía panorámica donde, al fondo, se distingue a Héctor y María instalando su campamento: el saco de dormir de Héctor, la botella azul translúcida colgando de su mochila. La playita elegida era perfecta: un claro entre rocas, protegido del viento, acceso fácil al río, vista privilegiada de la cascada. El suelo plano, la leña lista para la fogata, los troncos caídos como asientos naturales.

Las nubes se espesaron al atardecer, anunciando lluvia. María sugirió asomarse al río antes de montar completamente el campamento, familiarizándose con los sonidos nocturnos. Guardaron los ponchos en los bolsillos exteriores, aseguraron las lámparas frontales, decididos a dormir ligero y regresar temprano. El mapa plastificado los acompañó en la caminata de reconocimiento hacia la orilla.

El amanecer del domingo 18 de noviembre trajo un hallazgo inesperado: la gente de la comunidad encontró el campamento en un estado que no concordaba con una partida normal. La tienda semicerrada, el fogón preparado pero nunca encendido, la mochila beige de María fuera de la tienda, la lámpara de Héctor sin pilas, la botella azul vacía y con tierra húmeda, las huellas hacia la orilla borradas por la lluvia. No había señales de violencia, pero todo sugería prisa, urgencia, no pánico. El mapa plastificado no apareció por ningún lado.

La alarma se disparó cuando María no llamó a su hermana el domingo por la tarde. Rosa Elena, conocedora de los hábitos de puntualidad de María, reportó la ausencia el lunes. El martes, al no presentarse a clases, se activó el protocolo de búsqueda y rescate: Protección Civil, policía estatal, guías locales. La búsqueda comenzó el miércoles, peinando orillas, remansos, pozos profundos, utilizando canoas y helicóptero. Los binomios caninos marcaron un punto específico a 300 metros río abajo, pero perdieron el rastro en la orilla rocosa.

El comandante de Protección Civil redactó un informe preliminar con tres hipótesis: cruce del río fuera de horas seguras, socavación de la orilla bajo el peso, desorientación por el ruido y la niebla. Los guías locales explicaron: el Tampaón es un río que traga y devuelve, socava orillas y crea huecos ocultos donde quedan atrapados objetos durante años. Rosa Elena viajó a San Luis Potosí, acompañando las búsquedas, manteniendo viva la urgencia de encontrar alguna pista.

Una semana después, aparecieron rumores: una mochila parecida en el tianguis dominical, pero resultó ser escolar. Las lluvias de diciembre complicaron el rescate, el nivel del río subió, los buzos solo trabajaron tres días antes de que el agua fuera peligrosa. Para Navidad, las búsquedas se suspendieron temporalmente. Rosa Elena regresó a la Ciudad de México con la agenda de María abierta en la página subrayada: “Llamar desde Keta”.

En 2008, 2009, 2010 y 2011, las lluvias redibujaron el río, removieron piedras, cambiaron corrientes, la señalización se renovó, la cascada siguió recibiendo visitantes. Los aniversarios de la desaparición traían notas breves en los periódicos. Rosa Elena aprendió a lidiar con el ciclo mediático: picos de atención, meses de silencio. Cada noviembre renovaba la esperanza, cada diciembre la enterraba de nuevo.

Una organización civil tomó el caso Probono en 2009. Dos criminólogos concluyeron que Héctor y María no tenían perfil de desaparición voluntaria. El estudio hidrológico confirmó: el Tampaón puede multiplicar su caudal en minutos, las orillas ceden sin aviso, el río traga y devuelve objetos años después. Rosa Elena contrató un detective privado, quien concluyó que alguien había manipulado la escena del campamento. Las inconsistencias eran sutiles: la mochila fuera de la tienda, las pilas faltantes, la botella vacía.

En 2011, una pista falsa: un collar parecido al de María en Oaxaca, pero no era el mismo. Rosa Elena conocía de memoria cada detalle del equipo, cada prenda, cada marca. Mientras tanto, en las profundidades del Tampaón, algo esperaba su momento de regresar a la superficie.

El 2012 comenzó con lluvias intensas. El nivel del río subió dos metros, los puentes colgantes cerrados, comunidades preparadas para evacuaciones, el color del río cambió de verde esmeralda a café con leche. El viernes 13 de enero, Aurelio Castañeda, encargado de mantenimiento comunitario, encontró el bulto alargado entre las raíces de un sabino: lona amarilla, cadenas oxidadas, piedras como lastre, olor a lodo y descomposición, tejido negro de saco de dormir.

Aurelio marcó el perímetro y avisó a las autoridades. El comandante de Protección Civil reconoció la implicación del hallazgo y ordenó tratarlo como escena de crimen. Se tomaron fotografías, se midió la distancia al cauce, se documentó la posición del bulto. El levantamiento fue cuidadoso, trasladando el paquete completo al semefo de San Luis Potosí.

El peritaje comenzó el martes 17 de enero. La lona amarilla saturada de agua, las cadenas oxidadas, las piedras del río, el saco de dormir negro rajado, manchas de biofilm y limo, evidencias de permanencia prolongada en ambiente acuático. El proceso de cribado recuperó fragmentos óseos compatibles con dos adultos, desgastados por años de humedad y arrastre fluvial, sin cortes ni perforaciones, patrón de trauma por caída o desarticulación ambiental.

Entre los sedimentos aparecieron trozos de paracord, un mosquetón oxidado, fragmentos de espuma verde de aislantes para dormir, una etiqueta interior con iniciales bordadas en hilo azul: “Mr.”, identificando a María. Varias cuentas oscuras del collar de María, sueltas entre los sedimentos, coincidían exactamente con las descripciones de Rosa Elena.

La identificación antropológica tardó dos semanas. Un segmento de arcada dentaria coincidió con el odontograma de María, las métricas de los huesos largos con la complexión de Héctor. Pero lo inquietante era el empaque: alguien envolvió los restos con el equipo de campismo, aseguró el paquete con cadenas industriales y lo lastró con piedras para mantenerlo sumergido. No era acción de alguien que simplemente encontró cuerpos tras un accidente.

El análisis de las cadenas indicó exposición prolongada a humedad, pero no permitió determinar cuándo fueron colocadas. Se contemplaron dos escenarios: accidente seguido de ocultamiento por miedo, o intervención desde el momento del accidente, manipulación de la escena y ocultamiento sistemático.

La investigación se reactivó, entrevistando testigos, revisando registros de ventas de cadenas industriales, pero cinco años era mucho tiempo para reconstruir movimientos. Un agente especializado en homicidios, Jesús Hernández Mora, reconstruyó los últimos movimientos de Héctor y María, entrevistó a los jóvenes de Monterrey que conservaban la fotografía panorámica del campamento. La comparación entre la foto y la descripción del campamento reveló inconsistencias: la mochila de María en la foto junto a la tienda, encontrada metros lejos; la leña para la fogata organizada en la foto, diferente a la posición encontrada.

El análisis climático confirmó lluvia intensa pero no suficiente para una creciente súbita. Las condiciones no justificaban la hipótesis de accidente por arrastre. Si no hubo creciente, ¿qué llevó a Héctor y María a abandonar el campamento en la madrugada? ¿Por qué no regresaron?

La investigación identificó otros campistas: una familia de Guadalajara, una pareja joven de Ciudad Victoria y un hombre solo, fotógrafo de naturaleza, registrado como Roberto Salinas Medina con credencial falsa y dirección inexistente. Los testimonios sobre este hombre eran inquietantes: interés en la ubicación de otros campistas, comportamiento reservado, partida apresurada la mañana del hallazgo. El herrero de Ciudad Valles recordó vender cadenas similares a un hombre con lunar en la mejilla izquierda, tres semanas después de la desaparición, quien pagó en efectivo y tenía prisa.

La búsqueda de Roberto Salinas Medina reveló que era una identidad falsa, creada por una red de falsificadores de documentos. El verdadero nombre: Raúl Medina Salazar, de Culiacán, Sinaloa, antecedentes por robo con violencia, secuestro exprés y homicidio culposo, prófugo desde 2006. El modus operandi: hacerse pasar por excursionista, asaltar turistas en zonas remotas, ocultar evidencias con sofisticación.

La orden de aprehensión se reactivó, su fotografía distribuida nacional e internacionalmente. La investigación reveló otros casos similares en Michoacán, Jalisco y Tamaulipas: parejas y familias desaparecidas en zonas remotas, condiciones climáticas adversas, presencia de hombre desconocido. El patrón coincidía con las identidades falsas y los lugares de desaparición.

En Costa Rica, un turista canadiense envió una foto de un guía turístico llamado Ricardo Morales, coincidente con Raúl Medina Salazar. La desaparición de una pareja alemana durante una expedición guiada por él, el hallazgo de sus restos en un cenote, equipo de campismo y objetos personales de víctimas anteriores, cadenas idénticas a las del Tampaón, confirmaron la conexión internacional.

En enero de 2013, Raúl Medina Salazar fue arrestado en un aeropuerto de Guatemala, intentando abordar un vuelo con documentación falsificada. Portaba cinco identidades diferentes, acceso a cuentas bancarias en tres países y efectivo en múltiples monedas. La evidencia física y de ADN lo vinculó con múltiples crímenes en México y Costa Rica.

Su extradición a México fue aprobada en abril de 2013. Rosa Elena estuvo presente en el aeropuerto cuando aterrizó escoltado por agentes federales. El juicio comenzó en septiembre, duró ocho meses. Se presentó evidencia que conectaba a Raúl con 12 homicidios en México y al menos tres en Costa Rica. Testimonios de sobrevivientes, el caso de Héctor y María como eje central: el río Tampaón, las cadenas, los testimonios de lugareños.

En mayo de 2014, Raúl Medina Salazar fue declarado culpable de homicidio múltiple con agravantes, sentenciado a 60 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional. Durante la lectura de la sentencia mantuvo expresión impasible, confirmando el perfil psicopático elaborado por especialistas.

Rosa Elena pudo cerrar un capítulo que consumió siete años de su vida. Viajó una última vez a la cascada de Tamul, no para buscar respuestas, sino para despedirse. No colocó una cruz ni un altar; simplemente permaneció en silencio junto al río que guardó y devolvió el secreto de su hermana.

El caso tuvo repercusiones en políticas de seguridad turística: protocolos más estrictos para registro de guías, mejor coordinación entre estados, base de datos nacional para casos similares. La cascada de Tamul siguió recibiendo visitantes, pero con mayor conciencia de los riesgos. Los prestadores de servicios locales implementaron sistemas de comunicación de emergencia y horarios de verificación obligatorios.

La pregunta de Rosa Elena tuvo respuesta: el río devolvió el paquete porque la naturaleza no guarda secretos para siempre. Las tormentas remueven la tierra, las raíces exponen lo oculto. El Tampaón fue cómplice involuntario de un crimen, pero también instrumento de justicia. Héctor y María pudieron ser sepultados juntos en Ciudad de México, sus restos identificados mediante ADN, descansando finalmente en paz.

La historia de la pareja desaparecida en Tamul se convirtió en recordatorio de que la justicia, aunque tardía, puede llegar. Y advertencia: en los lugares más hermosos de México acechan peligros inimaginables. Si esta historia te impactó, suscríbete al canal y comparte este video. Cada caso investigado recuerda la importancia de nunca rendirse en la búsqueda de la verdad.